José Ramón Muñiz Álvarez
“PLIEGO DE NUEVAS TROVAS Y CANTOS EN LOS QUE SE CUENTAN LAS HISTORIAS
MÁS FABULOSAS DEL AMOR NUNCA CONTADO ENTRE LAS
PERSONAS DE LA MÁS NOBLE ALCURNIA
Y DE CÓMO LOS DESDENES
HACEN INFELIZ AL
AMANTE”

(Relatos arromanzados de nuevo
cuño y de asunto
amoroso)

I

Quienes, buscando contento,
se quisieran solazar,
podrán mi acento escuchar,
donde suena ya mi acento.
Que, sin falta de instrumento
que me brinde compañía,
quiero yo, a la luz del día,
a la gente entretener,
pues mi voz puede ofrecer
mi canto, si no se enfría.

II

Escuche el enamorado,
si piensa en su bella dama,
mientras lento se derrama,
a la tarde, el sol callado.
Escuche el afortunado
que en amores se aventura,
regalado a la frescura
de su ilusión y placer,
pues mi voz ha de ofrecer
mi acento, si no se apura.

III

Escuche la jovenzuela
que, con su dulce mirada,
compite con la alborada,
que la ve y se desconsuela.
Escuche el que siempre vela,
porque, estando tan cansado,
descansará el desvelado
cuando me quiera entender,
pues mi voz sabe ofrecer
mi canción, si va entonado.

IV

Escúchenme labradores,
si es que tienen gran hacienda,
cuando mis palabras venda
a los más murmuradores.
Escúchenme los señores
de noble naturaleza,
porque toda su nobleza
se pudiera sorprender,
pues mi voz quiere ofrecer
mis historias con destreza.

V

Que me escuche el marinero
que, en los mares esforzado,
busca la tierra cansado
del triste mar traicionero.
Que me escuche el caballero
que en los amores porfía,
la dama que en él confía,
la alcahueta que lo sigue,
la ambición que la persigue,
la tentación que los guía.

VI

Que me escuche el que ya tiene
en la mano un señorío,
y el que triste pasa frío
y con nada se entretiene.
Que se detenga el que viene
y que escuche mi relato,
cuando con gran arrebato
comienzo yo la canción,
que escuchar esta lección
es un asunto barato.

VII

Porque ha llegado, gozoso,
cruzando la dura sierra,
quien, llegado de otra tierra,
llaman ciego mentiroso.
Y su canto es fantasioso
y querido entre las gentes,
porque, con ser inocentes,
todo es acaso saber
lo que pueden ofrecer
sus pensamientos dolientes.

VIII

Porque, de un suelo lejano,
llega este ciego sencillo,
que con su buen lazarillo
el mundo recorre en vano.
Que, por el monte y el llano,
del cordal hasta el cantil,
del ciego escuchan gentil
los mozuelos bellos lances
que se cuentan en romances
que sabe contar febril.

IX

Y se brinda mi memoria,
si no ha de fallar su gracia,
a contaros, con audacia,
la más desdichada historia.
Que, confundiendo la gloria
con el amor traicionero,
teje siempre el romancero
los relatos más hermosos
que rompen tristes reposos
y se cantan con esmero.

X

Y por eso es gran placer
hablar de amores callados
que en esos tiempos pasados
fueron tan hondo querer.
Que es que el pecho de mujer
suele ser cosa tan dura,
que, si por amor se apura,
el más noble el corazón
sentirá la sinrazón
y perderá la cordura.

XI

El desdén de una doncella
puede ser veneno cruel
para quien, amante fiel,
de su desdén se querella.
Que fue que la supo bella,
al verla en la alta ventana
de una torre soberana
del hechizado castillo,
aquel joven donde el brillo
reflejaba la mañana.

XII

Y es que, viendo la hermosura
de la doncella callada,
supo que era la alborada
cuando en el cielo se apura.
Que, admirando su figura,
flecha de un raro lucero,
gritar quiso el caballero
al pie de la torre erguida:
“Señora, sois vos mi vida,
que vuestro amor solo espero”.

XIII

Porque, viendo la belleza
del sol claro en un destello,
supo que era lo más bello
en aquella fortaleza.
Y, suponiendo dureza,
temeroso y alevoso,
su amor pronunció, gozoso,
cuando dijo su locura:
“Señora, el amor me apura,
pues que turbáis mi reposo”.

XIV

Pues, atento a la mirada
que compite con el cielo,
supo en el alma este hielo
y en el pecho la nevada.
Y su belleza era helada
que cegó tanta alegría,
cuando al reflejo del día
decir quiso con descaro:
“Sois, señora, cielo claro,
compitiendo con el día”.

XV

Mas la doncella, ofendida,
rechazando al caballero,
dura fue como el acero,
y odio juró de por vida.
Díjole: “Vaya la vida
ante el Cielo y ante Dios,
que, antes que amaros a vos
y querer vuestros amores,
los más amargos dolores
han de ser para los dos:

XVI

Porque será dolor mío
el tener que soportar
que me vengáis a cantar
vuestras trovas de vacío.
Y, en vuestro extraño albedrío,
no seréis jamás dichoso
en ese juego amoroso
en que vivís enredado,
porque no ser amado
es el mal más doloroso.

XVII

De este modo prefiriera
que el remedio del olvido
os aleje de Cupido
y de esa rara quimera”.
“Señora, sabed que espera
amores, no sin razón,
en el pecho un corazón
que se apura ya a morir,
agitando su latir
con tan honda desazón.

XVIII

Por eso, señora mía,
mi amor os doy y el querer,
que yo habré de pretender
a la luz que luce el día.
Y, a costa de ser tan fría,
no habrá de verse menguado
el corazón desolado
que vuestra razón entiende
y, si a la fuerza os pretende,
estará a vuestro mandado.

XIX

Que anida el alma este pecho
donde una clara fontana
os regala la mañana
a cambio de tan despecho.
No negaréis que es derecho
del caballero vencido
mostrarse siempre cumplido
con la luz que se derrama
desde la más bella dama
al espíritu vencido”.

XX

Así dijo el caballero
a la dama irreverente,
sintiendo el amor doliente
del desdén como el acero.
Que, del amor prisionero
en la pasión delirante,
no tiene paz ni un instante
el que sufre estas pasiones,
que malas son las prisiones
donde se queja el amante.

XXI

Y dijo: “Sabe el amor
lo que pierde al insensato,
porque, falto de recato,
hiere al siervo y al señor.
Y no se enfrenta el valor
con sus duras mezquindades,
que maneja voluntades
a su capricho, si quiere,
porque, siendo niño, hiere
con mentira y falsedades.

XXII

El llanto ahogar en el vino
y el amor, si el amor hiere,
es lo que el triste prefiere,
si es que se siente mezquino.
Y su tristeza adivino
cuando al mesón llega tarde,
que, mostrando gran alarde
de galán desamorado,
llora un llanto alborotado
como el indigno y cobarde.

XXIII

Y, si el vino es el consuelo
de amoríos contrariados,
también los desamorados
quieren la altura del cielo.
Que, si helada como el hielo
es una amarga mirada,
desde la misma alborada
viene a quitarnos el frío
el vino en su señorío,
sobre la nieve cuajada.

XXIV

Que es acaso menester
el placer del vino bueno,
frente al amor, que es veneno,
si nos hace padecer.
Vale más que la mujer
y al dichoso hace dichoso,
que, a costa de ser sabroso,
alegra noches y días
con sus grandes alegrías,
siendo siempre generoso”.

XXV

Y el raro brillo bermejo
que admiraba, tras el monte,
era, en el triste horizonte,
del alba el oro más viejo.
Y, viendo el claro reflejo
que mostraba la alborada,
vio la mañana callada
cuando, lejano, volvía
el color que se encendía
sobre la sierra apartada.

XXVI

Y escucharon su lamento
las calladas alamedas,
el hayedo y las veredas,
la brisa suave y el viento.
Que, con gran recogimiento,
se quejó su dolor,
de la pasión y el amor,
cuando a la vera del río,
en el paraje sombrío,
lo escuchaba un ruiseñor.

XXVII

Y el ruiseñor, con su trino,
su canto elevó sincero
para contarlo al jilguero
y también al estornino.
Y, con aire peregrino,
los amores contrariados
murmuraron, apurados,
al llegar la anochecida,
bajo la llama encendida
de crepúsculos dorados.

XXVIII

Y se lo dijo al riachuelo,
bajo el beso de la luna,
con su voz inoportuna,
el atrevido mochuelo.
Y hasta la escarcha y el hielo
que teje la madrugada
de la voz enamorada
supieron del caballero,
si en su cueva el hechicero
quiso decírselo al hada.

XXIX

Y el hada se alzó a la altura
con luminoso derroche
en la mitad de la noche,
rasgando la sombra oscura.
Y del amor la tortura
sospechó en el corazón
del infeliz infanzón,
porque el corazón herido,
por el amor fue vencido
con un desdén sin razón.

XXX

Y le dijo: “Ten valor,
generoso caballero,
que es el amor mal guerrero
a costa de ser traidor.
Y es que, sin mostrar valor,
el sentimiento amoroso,
es a la par caprichoso,
porque, a venir encendido,
no se apiada del vencido
ni permite su reposo.

XXXI

Que sabes el amor cruel
y, sintiendo su lanzada,
en esta noche callada
lo llama tu voz infiel.
Pues llenado te ha de hiel,
que siempre es mala intención
amargar el corazón
del servidor valeroso
que se digna, generoso,
a entregar su corazón.

XXXII

Y su fuego abrasador
no cede al mayor hechizo,
que ni el hielo del granizo
puede apagar su dolor.
Que, prometiendo el favor
de tan alta expectativa,
con su vuelo luego esquiva
el debido cumplimiento
y al amante, en el tormento,
la mirada muestra altiva”.

XXXIII

La luz alcanzó temprana
el rayo en la lejanía,
al besar la luz del día,
si nacía con desgana.
Que, al mirar la vega llana,
tras asomarse en la sierra,
la luz halló aquella tierra
llena de paz y hermosura
que escondió la noche oscura
de la alborada destierra.

XXXIV

Y la costa halló y los mares,
otras veces alterados,
pero esta vez sosegados,
tras tormentas singulares.
Y al ver en los castañares
el otoño envejecido,
sospechó el aire dormido
que traerá, con la nevada,
la escarcha que, con la helada,
su reino habrá confundido.

XXXV

Y en el mar se miró hermoso,
al navegar, el pesquero,
pues ese mar vio el lucero
del sol claro y luminoso.
Y, siendo el mar sigiloso
como un susurro callado,
no se agitó, acelerado,
con esa brutalidad
que muestra la tempestad
con un viento destemplado.

XXXVI

Y esa calma campesina
de silencios acordados
oyó los versos callados
entre la densa neblina.
Mas del desdén es dañina
la pena con que, abatidos,
los amantes resentidos
cantan con honda tristeza,
en plena naturaleza
sus sentimientos rendidos.

XXXVII

Y hasta aquí nuestro romance,
que digno es, señores míos,
de encender los altos bríos
con un amoroso lance.
Recordad pues el percance
de este amor incandescente,
y, pues sois honrada gente
como lo era el caballero,
ante el amor traicionero
mostrad instinto prudente.

XXXVIII

Que el arroyo perezoso,
que todo es decir verdad,
oyó la barbaridad
de ese amor tan doloroso .
Y al caballero, alevoso,
que no reflejó calmado,
lo vio desafortunado,
y en los amores perplejo,
cuando se miró en su espejo
un amor tan desalmado.

XXXIX

Y supo que el vino bueno
es antídoto efectivo
contra el amor, si es esquivo,
envenena su veneno.
Y, con ánimo sereno,
siendo desafortunado,
al mirarse derrotado,
con la prudencia de un viejo,
dijo: “No falte un verdejo
para que olvide mi estado.

XL

Que hasta el vino se abarata
cuando cura al corazón,
si es que borra la razón
de ese mal que me arrebata”.
Y exclamó: “Si me maltrata
sentir el amor airado,
por hallarme consolado,
pediré al vino consejo,
porque sabe el vino viejo,
curar el amor malvado”.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez