sábado, 10 de octubre de 2015

Erich Schagerl



José Ramón Muñiz Álvarez
El sendero del músico de Wilhemsburgo
(Las estampas bucólicas de
la Viena de Erich
Schagerl)

Soneto I

           El brillo del violín siempre despierto
enciende esa pasión que los oyentes
confiesan, los sonidos relucientes
que llenan de placeres el concierto.
           Es Erich el que toca, y es acierto
que vuelen los sonidos más lucientes,
si se oyen partituras sorprendentes
y vuelve a revivir el aire muerto.
           La música cautiva con su hechizo
y llora su violín con cortesía,
embrujo que sostiene en una mano.
           El arco corre raudo con su rizo,
y alcanza a ser fugaz la melodía
que lo hace un violinista soberano.

Es Erich un virtuoso

           Es Erich un virtuoso
que sabe bien su oficio,
y, el arco siempre en mano, solo él puede
llevarnos con su magia a ese pasado
que buscan y no encuentran
los sueños que soñamos cada noche.
           Pues es un hechicero
que evoca aquellos tiempos
de encanto y elegancia en que los príncipes
llevaban a la guerra sus ejércitos,
queriendo engrandecerse
con tierras de otros príncipes y reyes.
           Aquellos tiempos bellos,
no menos agresivos,
hermosos sin embargo, porque entonces
las gentes eran sabias y sensibles,
amantes del misterioso
que el alma llena de romanticismo.

Soneto II

           No puede haber más brillo ni belleza
en un sonido que, en sus claridades,
exhibe de los genios las bondades,
su fuego, su talento y su nobleza.
           La música, que la naturaleza
retrata con ideas, con verdades,
el bosque teje con sus densidades,
sus verdes, su follaje y su maleza.
           Beethoven retrató con su pintura
paisajes de esa Viena rumorosa
que ve crecer las vides lentamente.
           Pues es la Pastoral la partitura
nacida del arroyo que rebosa
y escucha el trino tierno y complaciente.

El otoño en los bosques de Viena

           Fue bordando sus raros colores
en follajes callados y tristes
el otoño en los bosques de Viena.
Porque enciende su fuego con gana
en la densa hojarasca que muere
el otoño en los bosques de Viena.
           Y es que sabe mostrar la belleza,
con su fuerza y su gran colorido,
el otoño en los bosques de Viena.
Porque duermen los árboles bellos,
mientras deja sus hojas al aire
el otoño en los bosques de Viena.
           Porque viste los bosques rojizos,
y con ocres y pardos, acaso,
el otoño en los bosques de Viena.
Porque siempre las lluvias apura
entre densas malezas y arbustos
el otoño en los bosques de Viena.

Soneto III

           El arco deslizó con raro hechizo,
llevado por la cuerda de su mano,
mostrando, con un gesto soberano,
la gracia de la música en un rizo.
           La nota que en el aire se deshizo
las llamas describió del sol lejano,
vencido a la mañana, si, temprano,
brillaba sobre mares de granizo.
           Y, beso de violín, alma de brisa,
el vuelo de un espíritu callado
mudó con su sonido bullicioso.
           Su mano se agitó casi con prisa,
pues Erich, con un gesto enajenado,
la música convierte en algo hermoso.

Los bosques de coníferas

           Los bosques de coníferas,
amigos del estanque,
se alternan con los árboles caedizos,
que encienden los colores más variados,
porque el paisaje triste
desnuda su belleza en el otoño.
           También los urogallos
lamentan la llegada
del viento del invierno que, inclemente,
parece castigar a los que viven,
dejando que se escapen
las aves a otros reinos alejados.
           En tanto, los austríacos
parecen alegrarse
del velo de las nieves que ya llegan,
que cubren cada prado, porque Simmering
se ofrece a quien patina,
y allí vemos a Schagerl con los suyos.

Soneto IV

           Después de transcurrir la noche oscura,
la brisa ve que en Austria los deshielos
apura un sol que corre por los cielos
que encienden, con el alba, su hermosura.
           Y, pues que con la noche se apresura,
sabiendo que las nieves en los suelos
tejieron los hermosos terciopelos,
los hiere, los derrite y los apura.
           Nostalgia de una clara primavera
parece el cielo azul, que, malherido,
nos habla como un viejo moribundo.
           La luz se siente débil a la espera,
sabiendo del crepúsculo encendido
que llora despidiéndose del mundo.

Sabed que la mañana

           Sabed que la mañana
despierta en Niederösterreich,
mirando las escarchas de otro tiempo.
Sabed que sus colores
repiten los dorados de otras veces
en las colinas tristes de la escarcha.
           Y un Erich, siendo niño
las pudo contemplar cuando vivía
en la región más bella del planeta.
El sol siempre lejano
parece melancólico y poético
al alma que lo admira silencioso.

Soneto V

           El sol llegó a ese cielo que, invernizo,
su reino abandonó, entre las neblinas,
sabiendo que eran brasas coralinas
que danzan al azar, metal cobrizo.
           Parece que, en los meses de granizo,
de nieves y de hielo en las colinas,
las músicas se tornan cristalinas
como ese hielo raro con su hechizo.
           Hermosa suele ser, de los violines,
llenando los inviernos más inciertos,
la música que suena en los jardines.
           Escuchan sus sonidos, sus aciertos
los mármoles de viejos querubines,
fingiendo, en su letargo, estar atentos.

El hielo se deshizo
          
           El hielo se deshizo
no lejos de Sankt Pölten, donde siempre
la luz primaveral llama al deshielo.
Las horas de la nieve,
la escarcha y los granizos repentinos
habrán de apaciguarse por lo pronto.
           Es bello suponerlo:
las flores arderán en un incendio
de vida que se lanza hacia el verano.
Y luego los otoños
traerán el fruto rico del trabajo
del hombre que cultiva su parcela.

Soneto VI

           Los bosques callan, calla ya el sendero
donde arden las antorchas en que, oscura,
se viene a deshacer, donde se apura,
la noche cuyo sueño es más ligero.
           En Viena duerme el sueño del enero
la nieve que desciende de la altura,
que cubre cada suelo, que se apura,
llegando a los caminos sin esmero.
           Y entonces una luz anuncia el día
que llena melodías con sus besos,
si un beso puede ser su fortaleza.
           Y vemos las nevadas, los excesos
que dejan un perfume de alegría,
un halo de misterio, de belleza.

La música se embriaga del espíritu

           La música se embriaga del espíritu
que prenden los violines y las violas,
la trompa, el clarinete, el violonchelo,
si buscan ese cielo inaccesible.
           Así imagina el alma los paisajes:
las aguas perezosas del Danubio,
los ecos de las aves de los bosques,
los cálidos colores del otoño…
           Los trémolos anuncian un inicio
que llama a los deleites más extraños,
dejando que se sienta en los adentros
un halo de callado misticismo.
           Podemos aprender mil sensaciones:
la calma relajante en e ambiente,
la noche misteriosa de la angustia,
tal vez la luz que enciende la esperanza.

Soneto VII

           Dejó el invierno atrás, siempre ligera,
la luz que, por los amplios corredores,
derrama su hermosura a los albores,
los brillos que despacha como quiera.
           Podrá la aurora, dulce y lisonjera,
al tiempo que se escapa entre vapores,
la sábana alcanzar con sus colores
que aquella orilla advierte prisionera.
           La luz del alba, el beso del rocío,
la voz que sabe a verso de alborada
se admiran de la brisa repentina,
           De su violín escuchan todo el brío
y es Erich quien derrite la nevada,
si canta al sol allí donde ilumina.

Un eco mozartiano

           Un eco mozartiano
se vuelve mensajero de alegría
al ver la primavera
que llega a cada parque
y enciende los verdores en las ramas,
rompiendo ese silencio
que quieren los inviernos y las nieves.
           Un eco mozartiano,
un eco cadencioso que suplica
la vida en cada bosque,
el verde en cada planta,
la llama de las flores que preludian
el renacer que espera
la vida que despierta de su sueño.
           Y sabe que es hermoso
quien toca con la técnica magnífica
del sabio filarmónico,
del hábil violinista
que aprecia, con el alma de un poeta,
los cambios del paisaje,
metáfora de todo cuanto es nuestro.

Soneto VIII

           Los cuentos de los bosques se hacen bellos
y un gusto a vals en ellos siempre suena
si se oyen a las viejas, cuando, en Viena,
la luz se hace crepúsculo con ellos.
           Pues arden con bravura los destellos
que ven el cielo hermoso en luna llena,
si acaso el blanco toma y la azucena
admiran campesinos y plebeyos.
           Que pueblan las aldeas imperiales
los duendes del febril romanticismo
que siente una niñez con fantasía.
           Y acaso entre viñedos y frutales
esconde cada sombra el raro abismo
que habita con su magia y alegría.

La música es en Viena

           La música es en Viena
un canto y un milagro de alegría
que alivia las tristezas del invierno.
           Las nieves son frecuentes,
las lluvias y los fuertes temporales
de vientos que se agitan encendidos.
           La soledad no es dulce
si no se oye un violín, alguna cítara
que traiga la promesa de otro tiempo.
           Y así la tarde triste,
monótona y amarga por la nieve,
no olvida que el verano vendrá pronto.

Soneto IX

           La nieve llega siempre tras la helada
a Schönbrunn y sus mágicos jardines,
lugar donde se escuchan los violines
que el alma elevan hasta su morada.
           La senda, muchas veces escarchada,
nos lleva donde están los paladines
que cuidan, como nobles querubines,
la llama de un imperio enajenada.
           La gloria vive donde está el pasado
perdido por los siglos de la historia,
que corre caprichosa hacia la nada.
           Y mira Erich el templo custodiado
por hechos y momentos cuya gloria
tan solo es la leyenda recordada.

Los bosques apartados

           Los bosques apartados
inspiran melodías
que pueden describir esa hermosura
que tienen los viñedos del otoño,
si hiere el verde intenso
la helada con su aliento peregrino.
           Los árboles que abundan
esconden los senderos
que aquellos personajes de leyenda
pudieron caminar en esos siglos
de miedo y de ignorancia,
poblados por las brujas y los monstruos.
           El vino deleitoso
conjuga sus sabores
con el color callado de diciembre,
cercano ya el invierno, mientras Erich
se inspira en el paisaje
que regaló su música a los genios.
           Si Strauss compuso valses,
Beethoven, con paciencia,
compuso una brillante sinfonía
que deja una impresión de bucolismo
en quienes se entretienen
oyendo a la oropéndola en las frondas.

Soneto X

           Se enciende entre coníferas el cielo
que el bosque ven tan lleno de alegría,
que escucha la más bella sinfonía
el aire limpio y puro del deshielo.
           Parece despertar un nuevo vuelo,
de llamas y dorados cuando el día,
meciéndose en febril melancolía,
la niebla teje en suave terciopelo.
           Pues hace de la música baluarte
quien toca esa belleza reluciente
que canta los paisajes silenciosos.
           Y Viena, la mayor cima del arte,
bucólica es a veces donde siente
que los sonidos arden cadenciosos.

El valle de Wachau y sus castillos

           Parece que el camino
se vuelve más romántico,
mirando la belleza del Danubio,
que sigue silencioso
el curso destinado por el cauce
del valle de Wachau y sus castillos.
           Pues magnas fortalezas
saludan, con sus torres,
al caminante alegre que transita,
mirando la arboleda,
los montes, las colinas de la zona
del valle de Wachau y sus castillos.
           El viaje se hace rápido,
dejado a las corrientes,
siguiendo el curso mágico del agua,
que ve, entre farallones,
los pueblos más discretos y los muros
del valle del Wachau y sus castillos.

Soneto XI

           Dormido en su febril melancolía,
el sol nos trae de nuevo la mañana
que ve correr la luz donde lozana
se escapa para dar su fuerza al día.
           Y el eco de una suave melodía
la nieve ve morir en senda llana,
si, lejos, en la cumbre grita ufana
la gloria de la noche más sombría.
           La noche deja siempre su granizo,
su escarcha, sus nevadas y su hielo,
sobre un paisaje bello y hechizado.
           Mas siempre la blancura se deshizo,
si quiso Schagerl limpio hallar el cielo
allí donde un violín vuela hechizado.

El tango es argentino

           El tango es argentino,
agreste como agrestes los rufianes
porteños que hallarás en los burdeles.
           Sus cantos son de amores
que mueren traicionados en el llanto
de alguna copa vil en un tugurio.
           Un llanto de amargura
define sus compases caprichosos,
como el destino aciago de un afecto.
           El humo del cigarro,
el llanto de Gardel cuando cantaba
y un eco de nostalgia en el vacío.

Soneto XII

           La luz que se derrama a la alborada
y muestra el brillo mágico del día
parece saludar la brisa fría
que besa los alientos de la helada.
           Enero corre viendo alborotada
la música que vive en la alegría
el halo que romántico encendía
el alma de otros siglos olvidada.
           Y vuelan esos valses caprichosos,
que alegran el invierno y el granizo
que viene sin clemencia de los cielos.
           Se tornan los compases bulliciosos,
llegado el Año Nuevo, cuyo hechizo
las nieves deja libres y los hielos.

Las llamas del crepúsculo

           Las llamas del crepúsculo
que enciende el horizonte, entre dorados,
esperan el momento del concierto.
           Y Schönbrunn es testigo
de toda la hermosura que sugieren
las notas, los compases, los sonidos.
           Son bellas partituras
que elevan el espíritu más noble
al cielo de los sueños más amables.
           La música exquisita
parece ese perdón que el peregrino
buscaba en los caminos de otro tiempo.

Soneto XIII

           De Schagerl es acaso la grandeza
su forma de tocar, que el alma clara
expresa algo profundo que declara
su fuego o su febril delicadeza.
           Es él un violinista que la pieza
distingue, pues la partitura rara
parece más difícil, y él declara
que sabe interpretarla con belleza.
           Y luce bello el tango, reluciente,
el drama del amor que contraría
la falsedad del beso a medianoche;
           los valses cuya música demente
encienden la pasión de la alegría,
su fuego, su belleza y su derroche.

Las horas de silencio

           Las horas de silencio
que trajo la mañana con el alba
encienden la belleza de los cielos.
           Su luz, en primavera,
recuerda que se han ido ya las nieves
y el campo y las malezas viven libres.
           No en vano, la mañana
parece despertar con la alegría
que falta en las mañanas del invierno.
           Acaso la belleza del paisaje
renueva sus colores y se enciende,
llevada de un hechizo inesperado.

2013-2014 © José Ramón Muñiz Álvarez