miércoles, 29 de mayo de 2013

Die Walküre/La Valkiria



Después de perdonar al desdichado
que Wotan destinó para la muerte,
huyó en su garañón de la batalla
Brunilda, temerosa de su padre:
tras ver en la mirada de Sigmundo
aquel dolor, sintió, compadecida,
el fuego que se enciende con bravura
y sufre su derrota en el combate.

La roca donde esperan sus hermanas
se esconde tras las brumas de la tarde
y es el lugar idóneo, si es que teme
al dios que la persigue enfurecido.
Y pide suplicante que la ayuden
las diosas inmortales, que se espantan
oyendo su relato y las razones
que fueron causa a su desobediencia.

El padre de la guerra la descubre
y ordena a sus hermanas que se vayan,
pues es momento ya de los reproches
y él odia la traición y la mentira:
debió matar al joven aguerrido,
clavándole la lanza, destrozando
el pecho embravecido por la lucha 
que enciende su tesón voluntarioso.

Mas pronto ella responde plañidera,
sin esperar perdón del duro padre
que no ve otro camino que el castigo
para solucionar la grave afrenta:
rodeada por el fuego más ardiente,
la virgen, la muchacha, la guerrera
en ese sueño denso y tenebroso,
espera al caballero más sagrado.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez

Paisaje

          Acaso es privilegio el principado
que mira con soberbia aquellos valles
que están bajo las cumbres.
          Allí la desazón habla al arroyo,
si quieren los deshielos, en verano,
que gima el arroyuelo.
          El viento desgarrado gime triste
en cumbres que el olvido quiere blancas,
tomadas por la nieve.
          Las duras tempestades son frecuentes
en los rincones viejos y alejados
del ruido de las urbes.
          El hielo habla un lenguaje quejumbroso
en esas soledades apartadas
que oyeron el granizo.
          Son pocos los amigos cuando vuelve
el ánimo febril a su cabaña,
austera pero digna.
          Mas goza el alma allí omo los osos
que buscan las colmenas y las mieles
que ofrecen las abejas.
          Más puro es allí el aire que en el llano,
pues fresco corre el viento por la sierra,
oculto, claro y limpio.
          Más puro es allí el aire, más la brisa,
si sabe sospechar de las caricias
que ofrece al rostro adusto.
          Pero es la brisa amiga del huraño
que sube hasta la paz de su retiro,
buscando sus tesoros.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez

El granizo cayó de los cielos



          El granizo cayó de los cielos
dibujando violentos torrentes
que hechizaron el mundo con música.
          Ese ruido travieso y dichoso
que irrumpió en la mañana del sábado
agradó a quien estaba en el lecho.
          Y la gente, en las plazas de abastos,
en las calles y en las avenidas,
fue a atecharse en los viejos portales.
          La clientela miró con sorpresa,
en los bares y en los restaurantes,
temerosa de un nuevo diluvio.
          Y el silencio se impuso de nuevo.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez

No podré contemplar la hermosura



          No podré contemplar la hermosura
de tus ojos febriles y ardientes,
cuando nazca la aurora a lo lejos.
          Ni podré acariciar tu melena,
cuyos rizos dorados se enredan,
cuando nazca la aurora a lo lejos.
          Y no habré de alcanzar ese brillo
que se enseña, carnoso, en tus labios,
cuando nazca la aurora a lo lejos.
          Porque siento que el tiempo se agota
y que pronto arderá el horiznte,
cuando nazca la aurora a lo lejos.
          Y el momento en que el rayo luciente
llegará, se adivina y se espera,
cuando nazca la aurora a lo lejos.
          Porque, si huyen las sombras del alba,
no estará con nosostros la dicha,
cuando nazca la aurora a lo lejos.
          Y este lecho se queda pequeño
ante el tiempo que espera callado,
cuando nace la aurora a lo lejos.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez

jueves, 23 de mayo de 2013

EL CAMINO DEL BOSQUE


EL CAMINO DEL BOSQUE

Dejó la bolsa verde sobre el suelo
y halló la luz del sol en lo lejano,
al tiempo que sacaba la escopeta. 

-Ya alcanza la mañana el horizonte.

A veces murumuraba por lo bajo
en esas solitarias aventuras.
(Las gentes más hurañas tienen vicios
que pueden parecer incomprensibles
a quienes siguen hábitos sociales).

-Muy pronto saldrá el sol y vendrá el día.

De pronto los destellos dibujaron
las manchas más extrañas en el aire:
tal vez, con la neblina silenciosa,
partieran las bandadas de estorninos,
cruzando, como siempre, el ancho cielo.

El alba es un torrente repetino:
no tarda en derramar las claridades
que dejan ver los montes y los bosques.
Y hay bosques encantados en la zona
que saben confundir cada camino
que busca claros entre la arboleda.

-Nos han jodido al fin los estorninos.

Los perros, avanzando la espesura,
sabían que, al llegar los azulones,
el aire romperían los disparos.

Y el viento vino triste y melancólico:
las horas de aquel sábado de caza
acaso eran un tiempo ya vivido.
Aquellas impresiones extrañísimas
tenía sobre el tiempo, porque el tiempo
gustaba de jugar con la memoria.

Los densos castañares lo miraban:
tomaban ya ese pardo que el otoño
pretende entre las ramas de los árboles.
Los tonos amarillos, los rojizos,
los ocres encendidos
                                     y los verdes
le daban mayor vida a la espesura. 

-Es esto un barrizal- dijo de pronto.

(Las botas que llevaba se embarraron
en uno de esos charcos del sendero).
Y no era lo importante que las botas
llegasen al estudio en que vivía,
con barro por las suelas y cordones:
tenía que olvidarse del trabajo,
las horas de oficina, los papeles,
los sellos, los informes, las compulsas).

El campo, como un beso del espíritu,
llenaba su interior de mansedumbre,
en la contemplación de los paisajes.

Amaba los caminos solitarios:

en ellos toda paz era un tesoro,
cuajado de silencios y de calma.

La vida trepidante en las ciudades
no dio jamás cuartel, no dio descanso
al alma que lamenta sus fatigas.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

miércoles, 22 de mayo de 2013

Maldito amanecer


          Rozó la piel el tacto de las sábanas
que oyeron otras veces los gemidos
de aquella voz acaso delirante,
y no quise saber del alba triste
que rompe las caricias y los besos
que suelen ser la miel de cada noche.
          Las mantas, enredadas, permitían
mirar, adivinar el color lánguido
de aquellos cuerpos llenos de lujuria,
y no quise saber del alba triste
que rompe las caricias y los besos
que suelen ser la miel de cada noche.
           Y no consideré que fuera hermoso
el brillo del bostezo lacerante
que trajo a la ventana el primer rayo,
y no quise saber del alba triste
que rompe las caricias y los besos
que suelen ser la miel de cada noche.
           Pues fueron repentinos los suspiros
que alzaron gritos de desesperanza,
habiendo de dejar el blando lecho,
y no quise saber del alba triste
que rompe las caricias y los besos
que suelen ser la miel de cada noche.
           Mas poco nos sirvieron las cortinas
y poco regalaron las persianas,
al ver llegar aquel desasosiego,
y no quise saber del alba triste
que rompe las caricias y los besos
que suelen ser la miel de cada noche.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS


El vuelo de los estorninos

          Las últimas bandadas de azulones,
después de los deshielos, regresaron,
llenando aquellas sierras de alboroto.
          La nieve de las cumbres los miraba,
después de retirarse la neblina
que suele levantarse con la aurora.
          Acaso los arroyos, presurosos,
lanzándose en torrentes de alegría,
querían ser heraldos del verano.
          Y el alma de los bosques fue dichosa,
sabiendo el canto bello del cuclillo
un huésped más en esos reinos suyos.
          Su voz, cruzando densas espesuras,
cantaba, como un niño que despierta
mirando el sol más rico a la mañana.
          Heridas las espaldas del trabajo,
así lo creyó ayer el campesino,
al escuchar su canto bullanguero.
          Las últimas bandadas de estorninos,
después de los deshielos, regresaron,
llenando aquellas sierras de alboroto.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

Romance


          En los amores doliente
y en la esperanza vencido,
yendo a la fuente la moza,
del joven conde les dijo,
          cuando todas se admiraron
de sus penas y el destino
que aguardaba al triste amante,
ya condenado al olvido.
          Pues los amores más tristes
Cupido enojado quiso.
          Y, si e amores doliente
y en esperanzas vencido,
muy dichosa a la princesa 
se supuso en su corrillo,
          al ser todas parlanchinas,
canta la orilla del río
las noticias que ellas cuentan
de cuanto dicta el capricho.
          Pues los amores más tristes
quiso enojado Cupido.
          Y, porque siguen contando
lo que dicta el albedrío,
si todo son ocurrencias
de pasiones y amoríos,
          cantan las aves alegres
a la vera del camino,
que, como el agua en la fuente,
es todo un rumor sencillo.
          Pues los amores más tristes
Cupido enojado quiso.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

La muerte y la nada


           El ser es la conciencia
que tienen de la muerte
los mismos que caminan a la muerte
y viven angustiándose
con esas frustraciones
que tiene andar la suerte de la nada.
           La muerte es esa nada que quiere, con ser muerte,
llevarnos a los reinos de la muerte,
por esas angosturas que parten de la vida
para llegar del ser hacia la nada.
           La nada es la inconsciencia que entraña toda muerte,
llegados al imperio de la muerte,
lugar donde no importan las raras sensaciones
que caen en el olvido
y en la nada.
           La nada es el olvido
que lleva hasta la muerte,
que llega a los jardines de la muerte,
y juega con el llanto
que encienden las quimeras
que alumbran las antorchas de la nada.
           Hablad de muerte y nada, si nada con la muerte
un hálito que arranca, con la muerte,
el beso de la vida que añora unos afectos
que flotan en los mares de la nada.
           Y no digáis acaso que el sueño es pura muerte,
pues no es posible el sueño con la muerte
que el sueño desconoce, pues no soñó su sueño
en los profundos charcos
de la nada.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

martes, 21 de mayo de 2013

La España de Los Austrias



          Aquella gente hidalga
sufrió cuando la crisis
y el polvo de la ruina del imperio
jugó a esconder Velázquez con sus telas,
mostrando dignidades
de cafres enfundados en sus capas.
          Las plumas más audaces
hablaron con dureza
de un mundo tan complejo como extraño,
manchado por amargos sinsabores
que el desengaño triste
supieron confesar con amargura.
          Un siglo de validos
que no valieron mucho
nos habla del valor de los privados
que roban en las arcas del tesoro,
herido por la guerra
y el vicio inagotable de los próceres.
          La España de los curas
lo fue de sacerdotes
que, codiciando siempre canonjías,
se daban a la envidia, y, en corrillos,
con críticas violentas,
hablaban agriamente de su prójimo.
          ¡Qué tierra de ladrones
y pícaros sin dicha
que, con instinto enfermo, sin orgullo,
en un mundo de locos, conocieron
a los inquisidores
de gesto despiadado y asesino!
           Y, al cabo, eso es España:
son unos malandrines
que venden a su madre y, sin escrúpulos,
se atreven a rezar en los altares,
como la gente honrada
que dice amar la fe de lo imposible.
           La fe de lo imposible,
la fe de la grandeza,
de América, de Flandes y otras zonas,
acaso Filipinas, que, lejana,
halaga a viejos reyes
que pierden los bastiones presuntuosos.
          La fe de la Argentina,
la fe de aquella tierra
que pudo dar la plata a los proyectos
de locos encerrados en sus cámaras,
fraguando los desastres
de un reino que subsiste en la miseria;
          la fe de otros lugares
que minas entregaron
al gusto de los Austrias, que querían
atar los territorios dominados,
un vínculo que nunca
lograron mantener con mano firme.  
 
2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

Del mar

El sueño que pronuncia, perezosa,
la brisa que recorre los parajes
callados de las costas más abruptas
tal vez es el silencio puesto en boca
de los pesqueros tristes de los muelles.

Tras horas de fatigas y cansancio,
los viejos marineros, agotados, 
regresan a sus casas, a la tarde,
heridos por el viento, la jornada
y el trágico arañazo del salitre.

Las olas, con sus mágicos vaivenes,
se muestran hoy calmadas, bajo un cielo
cambiante las más veces, si la altura,
mostrándose serena, ve las nubes
cargadas que preludian la tormenta.

Las tardes, entre tanto, maravillan
a los bañistas ricos que, aburridos
de su lugar de origen, vienen siempre
buscando el mar que gusta, en el verano,
de hacerse ver sereno, manso y dócil.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

Los bosques en Asturias



          Los bosques en Asturias, llegados los otoños,
se enseñan con más luces que el resto de los bosques,
y el verde de las hojas acaba convirtiéndose
en ocres y rojizos que lloran con tristeza.
          Quizás en las montañas la nieve de las cumbres
convierte en un desierto los densos pastizales,
y acaso los granizos esconden los senderos
a quienes se aventuran en riscos y calizas.
          Quizás los precipicios se lanzan a lo loco
con ánimo imprudente, en muros verticales,
y acaso las espumas saludan, en las playas,
a rocas que, desnudas, soportan sus ataques.
          Los bosques en Asturias, llegados los otoños,
se enseñan con más luces que el resto de los bosques,
y el verde de las hojas acaba convirtiéndose
en ocres y rojizos que lloran con tristeza.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

lunes, 20 de mayo de 2013

El tiempo delirante

          El tiempo delirante
acaso nos apura
con un correr callado
que sigue silencioso los caminos
que escoge a su capricho cuando vuela
a reinos tan inhóspitos
que acaso son palabras en la nada
que avisan de la muerte.
          El tiempo delirante
acaso nos apura
con un correr callado
que sigue silencioso los caminos
que escoge a su capricho cuando sigue
buscando en lo profundo
los ecos que repite en el vacío
el beso de la muerte.
          El tiempo delirante
acaso nos apura
con un correr callado
que sigue silencioso los caminos
que escoge a su capricho cuando busca
respuestas más precisas
que no pronunciará la voz severa
que sabe de la muerte.
          El tiempo delirante
acaso nos apura
con un correr callado
que sigue silencioso los caminos
que escoge a su capricho, si sospecha
que avanza, sin saberlo,
por esos laberintos enredados
que llevan a la muerte.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

El alba desataron de sus crines

          Dejaron los orfebres oro bello
en el correr veloz de los corceles
que el alba destararon de sus crines,
y, entonces, desnudándote en la fuente,
tu piel hallé, su brillo, sus contornos,
regalo a las miradas atrevidas
que huyeron de mis ojos alevosas.
           Dejaron los orfebres oro bello
en el correr veloz de los corceles
que el alba destararon de sus crines,
y, entonces, al mojar el blanco seno,
tu piel hallé, su brillo, sus contornos,
regalo a las miradas atrevidas
que huyeron de mis ojos alevosas.
         Dejaron los orfebres oro bello
en el correr veloz de los corceles
que el alba destararon de sus crines,
y, entonces, empapada en agua pura.
tu piel hallé, su brillo, sus contornos,
regalo a las miradas atrevidas
que huyeron de mis ojos alevosas.
        Dejaron los orfebres oro bello
en el correr veloz de los corceles
que el alba destararon de sus crines,
y, entonces, al fijarme en tu cadera,
tu piel hallé, su brillo, sus contornos,
regalo a las miradas atrevidas
que huyeron de mis ojos alevosas.
          Dejaron los orfebres oro bello
en el correr veloz de los corceles
que el alba destararon de sus crines,
y, entonces, contemplando tu cintura,
tu piel hallé, su brillo, sus contornos,
regalo a las miradas atrevidas
que huyeron de mis ojos alevosas.
         Dejaron los orfebres oro bello
en el correr veloz de los corceles
que el alba destararon de sus crines,
y, entonces, con anhelo de tus labios,
tu piel hallé, su brillo, sus contornos,
regalo a las miradas atrevidas
que huyeron de mis ojos alevosas.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez 

Fugacidad de la vida



            El tiempo corre firme,
huyendo de la vida
que siente, entre lamentos,
que todo es pasajero en este mundo,
y sabe que se lanza hacia el vacío,
en un precipitarse
que no tendrá perdón, pues, con apuro,
habrá de ser espuma en el torrente
que quiere, en su capricho,
la muerte, silenciosa ciando aguarda.
            El tiempo corre firme,
huyendo de la vida
que siente, entre lamentos,
que nada permanece, que se angustia,
sabiendo que la muerte es su destino,
que espera, cadencioso,
en un lugar sin nombre, donde el polvo
suspende sus penurias en el aire,
si el aire es aire acaso,
en estos reinos tristes de la nada.
            El tiempo corre firme,
huyendo de la vida
que siente, entre lamentos,
que el ánimo febril que desfallece
no puede, como antaño, ser orgullo,
y, con su escudo, rinde
las armas que defienden su grandeza,
la lanza, las espadas, los puñales
que sirven, en combate,
al fiel guerrero herido en la batalla.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez

Für Erich Schagerl

Soneto para Erich Schagerl

          La nieve más temprana se deshizo
con un bostezo largo y doloroso
que el sol halló febril, donde, quejoso,
su abrigo desnudó, si fue granizo.
         El grito alborotado que, invernizo,
se vuelve en la ventana majestuoso,
un rizo de violín fue, sigiloso,
su acento confundiendo en el hechizo.
         Y, presto a deshacerse, llora el hielo,
herido por la luz del sol valiente
que enciende sus antorchas de alegría.
         Mas libre corre al fin el arroyuelo
que escapa de la nieve en su torrente,
si al alba trae por fin el nuevo día.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez