jueves, 20 de junio de 2013

Luís García

I

Nos deja en sus lecciones su maestría
el genio que, imperioso, nos lo enseña,
si, llave del saber, hizo la seña
de toda su nobleza y de su hombría.
La roca ante su fuerza se hace fría
y tiembla ante la furia más pequeña
si acaso de volúmenes se adueña
el brazo sin temor de Luís García.
La forma dio el cincel a la escultura,
pues quiso el virtuosismo ser del arte
en la andadura un vuelo en el abismo.
La piedra fue cediendo, si era dura,
escudo de paciencia, un estandarte
de fuerza, de vigor y virtuosismo.

II

Los mármoles hirió en un gesto ardiente
quien supo, dominando la materia,
la empresa dominar siempre tan seria
en un oficio fuerte y exigente.
Y acaso es Luís García el más valiente,
que sangre es cuando brota de la arteria
la llama que el linaje de la Hesperia
unió a otro sol distinto, más luciente.
Sus obras son en piedra la poesía
que sabe el escultor tornar en verso,
acaso martillando con gran tino.
Y sabe darle fuerza, cada día,
con mucho sacrificio, que no es terso
el rostro del cansad0 campesino.

III

Un rostro es apacible el que nos mira,
cansado del trabajo que lo llena,
pues nunca en el trabajo halló la pena,
si no es esa fatiga que suspira.
El barro que trabaja ya se admira
en forma de escultura y cada vena
se advierte en la figura, siempre buena,
pues es la perfección cuando se inspira.
Su barba ya es cabello ceniciento,
que muestra en la vejez sabiduría
en ese gesto digno en su nobleza.
Mayor lo veis, mas lleno de contento,
que lucha con la piedra cada día
y gana en la batalla su pureza.


IV

La forma que tomaba la figura,
herida de la mano del artista,
pudisteis contemplar en mármol bello:
El brillo y los colores de la aurora
encienden la belleza que, asombrosa,
despierta la hermosura de la piedra.
Son siempre las más bellas emociones
que surgen contemplando algo perfecto
que nace del talento de quien sabe.
No todos han de hacer con esa roca,
o bien con esa arcilla ayer informe,
la magia que permite el privilegio:
saber ese saber es siempre un rango
acaso restringido a los que quieren
y no podrán jamás ser tan exactos.
No quiero que digáis que no hay valía
en esa fuerza sabia del trabajo
que es sabio, al cultivarse con nobleza.
La mano del artista hace perfecto
el barro destinado a ser informe
y puede doblegarlo a su capricho.
Un dios el escultor se hace si juega
a dar formas y brillos a las cosas
que acaso son tan solo una sustancia.
Y al fin la matemática se enciende
y juega con extrañas geometrías,
haciendo que las formas nazcan vírgenes.

V

Son años de paciencia y sacrificio
que entrega diariamente con nobleza
quien hace su trabajo con dureza
y quiere perfección en el oficio.
No vale ante el piedra nunca el vicio
ni el mal en quien comienza cada pieza
y sabe trabajar con fortaleza
la veta sin dejar de ella un indicio.
Un Miguel Ángel lleno de valores
que torna en armas bellas los cinceles
que hieren en los mármoles más duros.
Sus dedos son los más trabajadores
y baten tan rotundos como crueles,
los pórfidos domando más oscuros.

VI

No puede, en la pasión por la escultura,
dejar tanta afición el que, sincero,
en ella se debate con esmero
después de navegar su singladura.
Acaso la virtud pronto lo apura
y en el aprendizaje es tan austero
que puede entre los genios el primero,
si quiere, coronarse con holgura.
Tal vez es el volumen lo que el rayo
alcanza para darle sus colores
si el aire ve del alba su dibujo.
La aurora trota siempre en un caballo
que el oro eleva en mágicos fervores,
su forma definiendo con su embrujo.

VII

Medir supo con arte la poesía
el escultor veloz cuyos escritos
parecen esculpidos en granitos
que hiere su cincel con alegría.
Su pluma, calurosa, nunca fría,
valiente, pendenciera, sin delitos,
parece pronunciar su voz a gritos
y en gritos alcanzar la nombradía.
Es limpia la verdad cuando la explica
el genio que se muestra con talento
e imprime su coraje y lo defiende.
La fuerza a la escultura le dedica
el verso que corriendo escala el viento
febril que el alba fresca al fin enciende.

VIII

Mirad ese talento
que juega poderoso con las formas,
calladas en la nada, sumergidas
en ese sueño inerte de la nada:
en manos de los grandes
que saben su trabajo
las formas cobran vida nuevamente,
y vienen a enseñarnos su hermosura.
Primero fue el aliento,
tal vez al ver nacer la amanecida,
que quiso inspiración, que soñó un halo
de formas y siluetas en la nada.
Después vino el esfuerzo
del hombre que trabaja,
que lucha sudoroso con la roca
que tiene que ceder a su capricho.
Cincel en mano brilla
la voz de la paciencia que desgarra
en la batalla toda su bravura,
queriendo imprimir vida a cuanto crea.
Labrar la piedra es duro,
y, duro y sudoroso,
tal vez ese trabajo se prolonga
en la pujanza cruel que mira al obstinado
que no sabrá jamás desesperarse.

IX

No bastará a su firmeza,
siempre con ánimo lleno,
darle la forma a ese cieno
y a la piedra y su dureza.
Porque, siendo la franqueza
la que lo mira absorbido
en el barro removido
halla siempre el modelado
que para la forma fue hallado
y para el arte nacido.
Así es Luis, y, en su talento,
pues él ama la escultura,
se mezclará a su locura
todo el ímpetu del viento.
Sin dejar de dar cimiento
a su interior encendido,
en el barro removido
halla siempre el modelado
que para la forma fue hallado
y para el arte nacido.
Porque, si corre la vida
como un corcel apurado,
sin mostrarse acelerado,
la deja bien invertida.
Que quien anda esta partida
con un paso decidido
en el barro removido
halla siempre el modelado
que para la forma fue hallado
y para el arte nacido.

X

Más suave el vino vive en Herradores
y el vaso alegra, tinto en el casino,
cuando es silencio dulce y peregrino
que canta su latín en sus olores.
Lo admiten bien los buenos bebedores
que alegran ese diálogo cansino,
si con el mediodía, al beber vino,
se aburre el sol que nace a los albores.
Los vinos son silencio, la dulzura,
que, hablando de la vida, de sus cosas
endulza toda charla, si es sencilla.
El vino sabe a Soria y a alma pura,
sereno como el Duero, si es que, hermosas,
dan riego sus corrientes a la orilla. 

X

No ha de faltar la gloria a Luis García
si teje en escultura los valores
que educan a los nuevos escultores
que saben respetar su nombradía.
Su mano es la de artista cuando guía
al aprendiz, pues desde los albores,
sus clases, con los fríos y colores,
en Soria más tempranos son que el día.
Acaso si un artista está inspirado
y sabe de su oficio los secretos
merece todo honor en tierra esquiva:
diré de Luis que es él un hombre honrado
y autor de grandes obras y sonetos
que suma a la escultura que cultiva.

XI

En Soria lo hallaréis,
lugar donde camina pensativo,
haciendo de su oficio la enseñanza
y su pasión más alta la escultura.
Un alma de poesía 
esconde el pecho noble
de un hombre amable y bueno, pero firme,
que sabe ser vehemente, si hace falta.
Son suyas experiencias,
vivencias que nos dice, siempre humilde,
anécdotas que sabe y que recuerdan
a las de los más grandes de otro tiempo.
La barba encanecida
nos habla de los años 
de un hombre viejo y sabio que conoce 
el mundo tras la larga trayectoria.

XII

El mármol con su luz y su blancura
hablar puede al color que en el granizo
tejer supo la gloria del hechizo
que mágico el talento augusto apura.
Y sabe del cincel la línea pura
que marca, por la fuerza de su hechizo,
la mano diestra, si jamás deshizo
el rumbo que precisa su soltura.
En Luis está el artista, el enseñante,
la lírica que es voz de la escultura,
cincel que en versos firmes se conforma.
Fusión del arte he de decir constante
donde un talento puro se depura
si al mármol con su verso le da forma.

XIII

Mayor grandeza tuvo en su bravura
 el genio poderoso en Luis García,
que supo, con un halo de poesía,
dar vida y forma dar a la escultura.
Su mano es ante el barro tan segura
que brota el arte en él con alegría,
pues, gala a su talento cada día
conquista su trabajo si se apura.
Él hace la figura en mármol duro,
el barro hace poesía sin torpeza,
el alma imprime si la piedra hiere.
Y puede modelar el barro puro
quien toma su cincel y, con firmeza,
la dura piedra doma como quiere. 

XIV

Sus versos son hermosos como el cielo
que admira la labor más consagrada
que logra hallar la forma delicada
después de trabajar con mucho celo.
Más bello que los versos alzó el vuelo
aquel cincel de luz que la invernada
supuso al llegar tarde la alborada
que entre sus barbas supo escarcha y hielo.
Que el genio tiene al fin ese momento
que pide, cuando parte jubilado,
de rienda dar al mérito y talento.
Y queda Soria atrás y lo enseñado,
tres años de trabajo en un cimiento
que pudo contentar al alumnado.

XV

Atrás queda una parte de la vida
si debe jubilarse quien espera
hallar culminación en grandes obras.
Y sabe del trabajo y la paciencia
que piden las figuras cuando talla
la leña de sabino, que es hermosa.
Nacer de nuevo quieren sus anhelos
y en él veréis la risa de los niños
que enseñan a su madre sus dibujos.
Es esta la inocencia del artista
que parte ya, buscando nuevas metas
y corre hacia un destino diferente.
Dejando Soria, habrá otros escenarios
que admiren el trabajo consagrado
de un hombre que abandona ya esta nave.
Él es un compañero en el camino
que tuerce en esta misma encrucijada
dejando una amistad inolvidable.

XVI

El pórfido trabaja y el granito
quien sabe esculpir versos con dureza,
que puede repetirnos con “braveza”
si sabe de memoria cada escrito.
Oyendo su palabra la repito
al tiempo que el espíritu adereza
su luz y su coraje, fortaleza 
que torna esa palabra en nuevo grito. 
Que sabe el asumir en raudo reto
la luz de la grandeza que relumbra
si dice ante el asombro su poesía.
Y sueña a maravilla ese soneto
que sabe de la trilla y nos deslumbra
la luz que el alto ingenio roba al día.

XVII

En Luis es el ejemplo la grandeza
en esta tierra triste donde, oscura,
la lírica ilumina la escultura
y la escultura es rima y agudeza.
No puede hacerse nunca con torpeza
si acaso es estatuaria la figura,
si es rima la palabra en la locura
que sabe de su fuerza y aspereza.
Diré que todo en él sigue ese juego
que canta a su nobleza donde el día
nos habla de su espíritu animoso.
Mirad su sed de vino si es manchego,
mirad su amor al arte donde ardía
la llama de su espíritu fogoso.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez

sábado, 8 de junio de 2013

DON HERNÁN

José Ramón Muñiz Álvarez
LA PASIÓN DE DON HERNÁN” o “LOS AMORES Y LA MUERTE
(drama)



En una mazmorra.

ESCENA I-. Don Hernán habla para sí.

HERNÁN-. Fuentes de clara frescura,
brisas limpias de mañana,
dulce dicha que lozana,
con el arroyo murmura,
no sabéis de la tortura
que en mí tiene el aposento,
que, ya que soy sufrimiento,
esperanza de la nada,
quiero al menos la alborada
que me roza con su aliento.

No puede haber más tristeza,
más dolor, más soledad
que en quien, sin la libertad,
llora el mal de esta dureza.
Y el alba por fin bosteza,
que, anunciando la mañana,
por esa triste ventana
arden las luces del día,
cuando, con la brisa fría,
dan su caricia temprana:

pronto el aire engalanado
mostrará los altos montes,
los callados horizontes,
las hermosuras del prado.
Y, entre tanto, yo, encerrado,
siento dolor y tormento,
porque el susurro del viento
me sugiere la hermosura
de los bosques, la frescura
de la brisa y de su aliento.

Y es que, en este desatino,
es tan grande mi dolor,
que me imagino el amor
de las flores del camino.
Pero es este mi destino,
pues que, del rey prisionero,
lo que ordene triste espero,
ya que su juicio castiga
a quien el amor obliga
como noble caballero.

ESCENA II-. Llegada de Aurora.

AURORA-. No sé lo que habrá ocurrido,
mas me dijo una mujer
que por un raro querer
estabais aquí metido.
Según lo que hube entendido,
vos quisisteis escapar,
llevaros a otro lugar
a la más dulce infantina.
HERNÁN-. Pero, con sangre mezquina,
me hubieron de delatar.

AURORA-. Gran delito es la traición,
y es que en la ley está escrito,
porque no hay mayor delito
en más sucio corazón.
HERNÁN-. Ellos no tienen razón,
que yo soy el traicionado.
AURORA-. Sois un bellaco malvado
que, con no poca maldad,
engañáis la lealtad
a la que estáis obligado.

HERNÁN-. Pero toda la mentira
que atrapado aquí me tiene
la reina urdió, pues que pene
quiere al tiempo que delira.
AURORA-. Es un alma que suspira
por vuestro amor, buen Hernán.
HERNÁN-. Malos amores me dan
esos ojos con engaños,
que con sus celos tacaños
grandes pesares vendrán.

ESCENA III-. Llegada de la infantina.

INFANTINA-. Don Hernán, amigo mío,
quién os pudiera ayudar,
porque se tuerce el azar
y hace el destino sombrío.
Al decirlo me entra frío,
mas os han de dar la muerte.
HERNÁN-. No me cabe mejor suerte
que la suerte de morir
para acabar de sufrir
esta desgracia tan fuerte.

INFANTINA-. He pedido la clemencia
al buen rey, que no ha querido,
que delito grave ha sido
vuestro amor, vuestra imprudencia.
HERNÁN-. No se siente mi conciencia
de perder así la vida:
una pasión encendida
vive en mi pecho por vos,
y, pues ello está de Dios,
mi fortuna está rendida.

AURORA-. Lo tenéis bien merecido,
ya que sois tan embustero.
INFANTINA-. Escuchar eso no quiero.
AURORA-. Es un maldito bandido.
Y, el destino decidido,
agotada la esperanza,
debiera mostrar templanza,
sabiendo que va a morir.
INFANTINA-. Lo que acabáis de decir
no es muy digno de alabanza.

Pero es cierto que es traidor
y que ha sido condenado,
que me duele a mí su estado
y me apena su dolor.
Y es justo que, sin favor,
sin perdón y sin clemencia
cumpla la triste sentencia
que manda cumplir la ley
según decreto del rey.
HERNÁN-. ¿He pedido yo clemencia?

ESCENA IV-. Viene el carcelero.

HERNÁN-. Poco importa ya la muerte
si viene con paz serena,
que hay quien con mal envenena
el pecho que no lo advierte.
AURORA-. Dejadme, señor, que acierte
a decir quién es veneno.
CARCELERO-. ¡Estoy de escucharos lleno,
pues que quiero descansar!
INFANTINA-. Poca paz podréis hallar
en rincón poco sereno.

CARCELERO-. Pero si está aquí la infanta…
INFANTINA-. Vuestra labor es servil,
y sois vos un hombre vil,
que eso es cosa que me espanta.
CARCELERO-. ¿Y qué hace nobleza tanta
en esta prisión maldita
donde la piedra tirita
y hace el hielo su aposento?
¿Es que no hay mejor asiento
para doña Margarita?

INFANTINA-. He venido por mi pie
desde la torre cercana.
CARCELERO-. ¡Hija de una soberana!
AURORA-. ¡No es posible que aquí esté!
INFANTINA-. Escuchad lo que os diré
y mi padre no ha escuchado:
por el amor embrujado,
don Hernán me arrebató,
pero no me secuestró,
que obedeció mi mandado.

Mas, si es culpa de un engaño,
debiera obediencia, creo,
a quien lo tiene por reo,
que ha causado mucho daño.
HERNÁN-. Acaso se me hace extraño
de vuestro pecho belleza
el rigor y la dureza
con que habéis de condenarme.
INFANTINA-. Llegasteis a arrebatarme
levado de la torpeza.

ESCENA V-. Quedan solos Hernán y el carcelero.

HERNÁN-. Poco importa ya este sino,
que, cansado de amargura,
cesará al fin la andadura
de este torcido camino.
CARCELERO-. El ánimo mortecino
suele dejar atrapado
al mísero condenado,
que dice perder el alma
porque no tiene la calma
que falta a su triste estado.

Pero ya que con traiciones
os han llevado al engaño
¿quién, queriendo haceros daño,
hizo las maquinaciones?
¿gente de extrañas naciones
os propuso el desacierto?
HERNÁN-. Un niño ciego que, muerto,
mi sufrimiento ha querido,
pues su flecha me ha dolido
y su fe mala ya advierto.

Y es que la sangre me hiela
ese amor que se propone,
que me gobierna y dispone
que ya nada me consuela.
Pero siento que ya vuela
libre el alma hacia el olvido
de este estado dolorido
al que desdichado apelo,
que siento que soy de hielo
por los amores vencido.

CARCELERO-. Contadme qué sucedió,
que me muero por saberlo.
HERNÁN-. Ya no sé para qué hacerlo,
pues que el rey me sentenció.
Una mujer me engañó,
por los celos atacada,
pues, aunque no era mi amada,
quería que fuese suyo.
CARCELERO-. Lo decís sin mucho orgullo.
HERNÁN-. Es una mujer malvada.

Ella me mandó un escrito
requiriendo mis amores,
solicitando favores
por su capricho maldito.
Mas no quise yo, repito,
tales amores gozar,
que no quise yo abrazar
ese amor que me ofrecía,
porque, si ella me quería,
yo tenía a quien amar.

CARCELERO-. Por amor no ha de morir
quien, por el rey condenado,
llora ante mí en este estado,
doliente por más sufrir.
Pero sí os he de decir
Que al rey habéis traicionado.
Y este miedo os ha tomado
ante la muerte segura.
HERNÁN-. Este amor que ya se apura
sin haberse terminado.

Pero qué te he de explicar…
¿No pagaré con la vida
una locura atrevida
que no quiero recordar?
CARCELERO-. Mañana os han de matar,
que os cortarán la cabeza.
HERNÁN-. Pondrán fin a esta tristeza
que se vuelve en mil enojos,
porque se admiran mis ojos
ante tamaña dureza.

Y al cabo, no siento pena,
y tampoco tengo miedo,
sueño la paz del hayedo
en la muerte que me llena,
y el coraje que envenena
a las gentes con rencor,
no me llena de dolor
ni abate mi frágil pecho,
pues esta ya está desecho
por los males del amor.

ESCENA VI-. Se va el carcelero.

HERNÁN-. Bien vale la muerte amiga
que redime al desgraciado,
porque vivo destronado
del amor que tanto obliga.
Ninguna esperanza abriga
mi pecho, que, en la desgracia,
nunca dirá una falacia
a ese amor cruel y mezquino.
Entre tanto es mi destino
no esperar del rey la gracia.

Y en esto, cierto que mal
obré, porque el amor mío
era un amor al vacío,
a una esperanza fatal.
Pero ya todo es igual,
pues que la muerte me espera,
y no importa que me hiriera
la crueldad de un juicio injusto,
sino que el desdén augusto
pide que la muerte quiera.

Pero la muerte es un sueño
que inspira grandes temores…
nadie muere por amores,
que fue siempre loco empeño.
Si de la suerte fui dueño
de poder ganar mi vida,
ignoro yo si perdida
por el dulce sentimiento
valor tuviera, que siento
que sería acaso vida.

Pobre loco, que inocente
se lanzó a su desventura,
raudo el tiempo se apresura
y el pensamiento en mi frente.
Por los amores doliente
quiero morir y no quiero,
que, falto de amor sincero,
aun quiere el alma vivir,
soñar, cantar y sentir
la luz del primer lucero.

Que me siento confundido,
que el temor me hace cobarde,
pero quiere más alarde
el valor de estar vencido.
Cuando me hubieron prendido
en la alcoba de la dama,
era el temor una llama
que en mi pecho se encendía,
y ahora, con la luz del día,
su incertidumbre derrama.

ESCENA VII-. Entra la reina.

REINA-. Hernán, se os oyen de lejos,
tan encendidas y bellas,
esas extrañas querellas
que a todos dejan perplejos.
Los más mozos y los viejos
os saben enloquecido.
HERNÁN-. ¿Y es que el juicio perdido
no he de mostrar, mi señora?
REINA-. Decidíos sin demora,
porque sois hombre vencido.

HERNÁN-. Entregaros yo el amor
es acaso una quimera.
REINA-. Yo no dudo que lo fuera,
pero es destino mejor.
HERNÁN-. ¿No es el rey nuestro señor
para burlarlo cruelmente?
Amaros es indecente,
porque sois la reina mía.
REINA-. Esas cosas me decía
quien no habló sinceramente:

porque, siendo vos vasallo,
si vos respetáis al rey,
no era faltar a la ley
regalarse a ese desmayo.
Como un mísero lacayo
HERNÁN-. He sido su servidor,
pero siempre con honor,
con bondad y con templanza.
REINA-. Midamos a dónde alcanza
vuestra grandeza y valor:

por ser reina puede ser
que rechacéis mis favores,
mas queríais los favores
de otra elevada mujer.
HERNÁN-. El amor me hizo querer
el favor de la princesa,
que se encendió esta pavesa
en el alma como fuego.
REINA-. Para mí tanto despego…
HERNÁN-. Vuestra acción mucho me pesa:

¡Pues ese terrible escrito,
esa carta que, prolija,
en nombre de vuestra hija
me condujo a este delito…!
Ni siendo yo de granito
Me pudiera controlar…
REINA-. Si queréis dejarme hablar
os daré una explicación.
HERNÁN-. Carecéis de corazón.
REINA-. Vos lo supisteis robar.

HERNÁN-. Me engañó ese cruel mensaje
que me trajo mi escudero,
y así corrí por mi acero,
apelando a mi coraje.
REINA-. ¿Y no hicisteis un ultraje,
de la forma más mezquina,
a vuestro rey.
HERNÁN-. La infantina
estaba pidiendo ayuda
y yo no sentí la duda,
sino furia repentina.

REINA-. Pero la dulce mujer,
esa preciosa muchacha
de mirada vivaracha
¿siente por vos tal querer?
Mañana al amanecer
un mal tropiezo os espera
y sabéis que fue quimera
el amor de la infantina.
Ya la muerte se adivina.
HERNÁN-. Morir acaso quisiera…

REINA-. Hernán, no quieres la muerte.
Grítalo a la luz del día,
y, con tremenda osadía,
pídele al rey otra suerte.
HERNÁN-. ¿Tendrá piedad?
REINA-. Solo advierte
que estás pendiendo de un hilo,
y que callada vigilo
tu dolor y tu inquietud:
no pide tu juventud
morir con ese sigilo.

HERNÁN-. ¿Pero sabrá perdonar
el delito que me mancha?
El corazón se me ensancha,
si vos me podéis salvar.
Pero nunca os he de dar
lo que no siento por vos,
y os digo que, vive Dios,
si acaso pudiera amaros,
mi amor pudiera ofrendaros
para salvarnos los dos.

REINA-. Ya no os pido vuestro amor,
pues que sé que no me amáis,
mas, si la vida apreciáis,
puedo haceros el favor.
HERNÁN-. No puedo daros amor,
pero manda la prudencia
que pida vuestra clemencia
y salvéis la vida mía,
que la sangre se me enfría
si no tenéis indulgencia.

ESCENA VIII-. Vuelve Aurora, que escucha sin ser vista.

AURORA (aparte)-. La reina aquí con el preso…
¿Tendrá razón don Hernán?
HERNÁN-. Mal las horas pasarán
y yo pagaré mi exceso.
REINA-. El lamentable suceso
no puede ser remediado,
pero puedo, de otro lado,
procurar la salvación
de quien roba mi pasión
y a la infanta ha secuestrado.

AURORA (aparte)-. Entonces era verdad
y don Hernán no es traidor.
HERNÁN-. Mengua siento y no valor,
vivo en la infelicidad.
Pero sé que no hay maldad
en el pecho generoso
que me sabe temeroso
y quiere la vida mía.
REINA-. Cuando ya se acabe el día,
podréis escapar gozoso.

AURORA (aparte)-. Mas la reina es alta dama...
Y no sabe nada el rey,
de quien, faltando a la ley,
urde sin miedo esta trama.
¡Y que por reina la aclama
este noble soberano!
HERNÁN-. Habrán de saber temprano
de mi fuga y de mi ausencia.
REINA-. Mas, gracias a mi clemencia,
hallarás lugar lejano.

ESCENA IX-. Aurora se va.

HERNÁN-. Ante Dios he de decir,
pues soy limpio corazón,
que os regalo mi perdón,
pues vos me dejáis vivir.
REINA-. Mucho hubiera de sufrir
si os ejecutan mañana.
HERNÁN-. Mi señora y soberana,
cuando estas prisiones dichoso
deje al fin, será gozoso
imaginaros ufana.

No sois vos a quien amar,
mas queréis darme la vida,
y la esperanza perdida
no la puede rechazar.
Y buscaré otro lugar,
donde, a cambio del amor
que no siento, algo mejor
he de daros, reina mía,
pues para mí sois el día
que renace en el albor.

ESCENA X-. La reina se va.

HERNÁN-. Vuelve a nacer ese brillo,
quimera de la esperanza,
cuando el pecho se abalanza
en la prisión del castillo.
Si, amarrado por el grillo,
la muerte era mi condena,
descubro el alma más buena
en quien era mi traición,
que ahora sueña el corazón
y de dicha se enajena.

Y, pues ya la vida quiero
como un dulce enamorado,
no he de sentirme amargado,
porque mayor bien espero.
Del pecho nace sincero
este gusto que ya empieza
a ver la naturaleza
como algo maravilloso,
porque suele ser hermoso
lo humilde que en ella reza:

la rosa, con su bostezo,
las humedades del prado,
el bosque siempre callado,
son su mayor aderezo.
Y así la dicha que empiezo
enciende la vida mía
que, en esta cárcel sombría,
no esperaba la piedad
que me da su majestad
por el amor que sentía.

Claro silencio, aire puro,
brisa fresca no viciada
cuando nace la alborada
y escala con raro apuro;
clara belleza del monte,
pues que tiene su belleza;
lluvia que cae y tropieza
al llegar al duro suelo,
¿no se acabó el desconsuelo
y el dolor de la tristeza?

Agua helada de la fuente
que corre libre a sus anchas
y formando raras manchas
al dibujar la corriente
será lo que más me aliente
cuando, la sed ya saciada,
en la noche ya cerrada,
halle al fin la libertad
que me otorga la beldad
por quien antes fue negada.

ESCENA XI-. Viene el carcelero.

CARCELERO-. Tenéis buenas relaciones
y muy valiosos amigos,
que estos muros son testigos
de tan oscuras razones.
HERNÁN-. ¿No decís que mis traiciones
me hacen más vil y mezquino?
CARCELERO-. Las razones no imagino,
mas quiere, con gran piedad,
la reina tener piedad,
dejaros paso al camino.

Me ha pedido que os ayude,
que os he de sacar de aquí,
y, siendo la cosa así,
no he de ser yo quien lo dude.
Es preciso que desnude
ante vos mi corazón,
acusado de traición,
como os miro entre esas rejas.
HERNÁN-. ¡Pero por qué no me dejas!
CARCELERO-. Quiero pediros perdón.

Mi señor, soy carcelero,
y lo que me han enseñado
es a seguir lo mandado
sin un guiño traicionero.
Os he insultado y no quiero
que penséis que un sentimiento
arraiga en mí tan violento
que os haya de querer mal.
HERNÁN-. Todo eso me da igual.
CARCELERO-. Señor conde, yo lo siento…

Esta noche me han mandado
que os deje libre y lo haré,
pues os acompañaré
a un lugar no transitado.
Desde allí hasta otro condado
iré con vos.
HERNÁN-. ¿No es traición
esa miserable acción
en señor tan obediente?
Pero no importa, es valiente
vuestra noble decisión.

CARCELERO-. Vuestra vida he de salvar,
no me contestéis así.
HERNÁN-. Tenéis razón vos, y sí
que os lo tengo que pagar.
Que este encierro es anhelar
el regalo más pequeño,
que quien se vio como dueño,
temor hubo de la muerte,
y es justo que desconcierte
y que me arranque del sueño.

Y, aunque dándome a correr,
pierdo el rango que tenía,
la riqueza y nombradía,
el amor de una mujer,
mejor es vivir que ser
pasto de la muerte triste,
ya que seca me desviste,
preparándome un destino
en que me siento sin tono
ante la nada que insiste.

CARCELERO-. ¿Tanto miedo habéis tenido,
que os siento yo temeroso?
HERNÁN-. Jamás me vio tembloroso
el enemigo aguerrido.
Pero me turba el sentido
soñar con la muerte dura.
Y aunque el coraje me apura
del amor, temores siento,
que la muerte no da aliento
a quien la sabe segura.

En mis pobres esperanzas
he pensado largas horas,
lamentando mil demoras,
sufriendo tantas tardanzas,
Que la muerte, con sus danzas,
es amargura y tristeza.
LOS DOS-. Y es terrible esa certeza
que los sentidos pervierte,
que los besos de la muerte
son de terror y tristeza.

HERNÁN-. Y, al sufrir las soledades
de esta desesperación,
anhelando yo el perdón,
sentí grandes ansiedades.
Mayores calamidades
no recuerda mi cabeza.
LOS DOS-. Y es terrible esa certeza
que los sentidos pervierte,
que los besos de la muerte
son de terror y tristeza.

HERNÁN-. Porque supe que la vida,
con su vuelo repentino,
yendo al vacío mezquino,
quedaba, acaso, perdida.
La esperanza resentida,
se ablandaba mi dureza.
LOS DOS-. Y es terrible esa certeza
que los sentidos pervierte,
que los besos de la muerte
son de terror y tristeza.

CARCELERO-. Os miré tan derrotado,
tan triste y tan abatido,
que, turbado mi sentido,
parezco yo el condenado.
HERNÁN-. Sí que estáis algo turbado,
que el dolor nunca endereza.
LOS DOS-. Y es terrible esa certeza
que los sentidos pervierte,
que los besos de la muerte
son de terror y tristeza.

HERNÁN-. Pero yo soy trovador
de un amor sin más derecho
que el de sentir roto el pecho
y de la muerte el temor.
CARCELERO-. Siento el dolor del amor
que os tiene ya de una pieza.
LOS DOS-. Y es terrible esa certeza
que los sentidos pervierte,
que los besos de la muerte
son de terror y tristeza.

HERNÁN-. Pero sabe la ilusión
cebar bien las vanidades,
que el amor, en sus crueldades
me ha partido el corazón.
Y es extraña sensación
pensar que la vida enciende
la pasión que se desprende
de su dulzura y primor
para ser luego el amor
el dolor que el dolor prende.

CARCELERO-. No hay un amor tan intenso
que en un tiempo no se pase.
HERNÁN-. Mas no es justo que se abrase
mi pecho en un fuego inmenso.
Y cuántas veces lo pienso,
que tan duro es el amor.
CARCELERO-. Vos seréis libre, señor,
dejaréis estas prisiones,
curaréis esas tensiones,
superaréis el dolor.

Y es que una vida dichosa
es lo que se os ha ofrecido
cuando estabais ya perdido.
Y es ocasión jubilosa.
HERNÁN-. Una muerte indecorosa
poco importa, si el veneno
del amor llena de cieno
los sentimientos y llantos
que las promesas y encantos
fingieron como algo bueno.

Pero, al cabo, quiero vida
y apartarme de estos pagos,
que el rumor de los halagos
ve la vida corrompida.
Esta pasión encendida
se apagará, sin engaños,
cuando, pasados los años,
olvidada la infantina,
otra pasión repentina
quiera curar tantos daños.

CARCELERO-. En fin, don Hernán, os dejo,
porque tengo obligaciones,
que atender estas prisiones
es deber y estoy perplejo.
Ya el horizonte bermejo
muestra clara la mañana,
y es que en hora tan temprana
he de llevarles el pan
a los presos, don Hernán.
DON HERNÁN-. Mi dolor despacio sana…

ESCENA XII-. El carcelero se va.

DON HERNÁN-. Pues, igual que la alborada
arde con gana encendida,
quien espera nueva vida
quiere la noche callada.
Será discreta y velada
cuando el preso fugitivo,
de esta muerte escape vivo,
que quien se siente inocente,
como suele la corriente,
será a su destino esquivo.

Porque trae la noche oscura
su belleza y su sigilo,
mientras el silencio en vilo
entre las sombras se apura.
Buena es la noche más pura,
que no una noche estrellada
para, por fin recobrada,
poder la vida ensalzar,
que la quiere retomar
quien la tiene condenada.

Y el crepúsculo luciente,
falto siempre de malicia,
con esa dulce caricia
sabrá bien besar mi frente.
Y hallarán pronto que, ausente,
no está triste y apenado,
no se siente aprisionado
el bueno de don Hernán,
que hasta las sombras están
por ponerse de su lado.

Y, si seguro se baña
bajo el manto de la noche,
que con su dulce derroche,
entre sombras, nos engaña,
aunque ya nada lo daña,
aunque corre a su destino,
seguirá triste el camino,
que, en amores derrotado,
es su dolor obligado
verse triste y mortecino.

Será cómplice la luna
de esta fuga apresurada,
que tras la nube cuajada
se ocultará inoportuna.
Ello será mi fortuna,
porque, lejos del castillo,
podré bendecir su brillo,
su color y su belleza,
y en plena naturaleza
podré escuchar al autillo.

ESCENA XIII-. Llega la infantina.

INFANTINA-. No quiero que la crueldad
venga a cebarse, por Dios,
con vos, don Hernán, pues vos
sois pura sinceridad.
Y pues no os amo en verdad,
no penséis que me recelo:
quisiera pedir al cielo
que os perdone la traición,
suspender la ejecución
y daros algún consuelo.

Al rey, mi padre, he pedido,
no sin mostrar gran prudencia,
que generosa clemencia
os hubiese concedido.
DON HERNÁN-. No digáis más: no ha querido
concederme su perdón.
INFANTINA-. Dijo que es grave traición
secuestrar a una princesa.
DON HERNÁN-. Ha sido una loca empresa,
no le quitéis la razón.

INFANTINA-. Pero más cosas me dijo,
que es el rey un hombre bueno,
pues que de soberbio lleno
os miró y así os maldijo.
Parece un raro acertijo,
mas con vos está enfadado,
y la razón de su enfado
es que le hacéis desafíos.
DON HERNÁN-. No han de sobrarme los bríos,
si es que estoy ya condenado.

INFANTINA-. Tal vez si pedís clemencia
el se muestre generoso.
DON HERNÁN-. Vuestro rostro en tan hermoso
como mi loca imprudencia.
INFANTINA-. ¡No respetáis la decencia
ni en las aras de la muerte!
DON HERNÁN-. Amo al amor, es mi suerte,
y, pues tengo que morir,
ya más no puedo sufrir.
Dejad que el amor acierte.

INFANTINA-. Mi padre os perdonará
si vos pedís el perdón.
DON HERNÁN-. No importa ya su razón:
perdonarme no querrá.
Con gusto me matará,
que de traidor me ha tratado.
Mas un hombre enamorado
no es un alma que traiciona
al amor que no perdona
a este pobre sentenciado.

INFANTINA-. No seáis tan numantino.
Él es hombre generoso.
DON HERNÁN-. Mi corazón jubiloso
acepta un triste destino.
Mas, si acaso peregrino,
quiere el vuestro darme vida,
me pediréis enseguida
que pida perdón al rey,
que, siendo el amor mi ley,
así me daréis la vida.

Si me cortan la cabeza
poco me debe importar.
INFANTINA-. Dejad, conde, de jugar
y mostrad más entereza.
Aquí vuestra vida empieza
si demostráis ser prudente.
DON HERNÁN-. Pedid vos que justamente
pida al rey misericordia,
y vos seréis mi concordia
con la vida que está ausente.

INFANTINA-. No me escucháis lo que os ruego:
os pido de corazón
que pidáis al rey perdón
y abandonéis ese juego.
DON HERNÁN-. Vos me llenáis de sosiego
al haceros recadera
de mi escudo y mi bandera
al pedir perdón al rey,
que, aunque lo mande la ley,
pediréis que yo no muera.

Decidle que soy cobarde,
que lloro aquí destemplado
mi imprudencia, acobardado,
viendo que ya se hace tarde.
Pedid que el soberbio alarde
perdone y que, generoso,
me deje vivir gozoso
la vida que no merezco,
pues de mí me compadezco,
que me falta ya reposo.

Y aunque os amo como a nada,
sabré callar los dolores,
que no sentís vos amores
por mi persona alocada.
Indicad que mancillada
quedará mi nombradía,
pero que la vida mía
tiene un valor y el destierro,
duro como es este encierro,
domará toda osadía.

TELÓN

2010 © José Ramón Muñiz Álvarez

miércoles, 5 de junio de 2013

Para Mael y Jimena


Suele siempre, en la espesura,
donde está bien guarecido,
escucharse ese sonido
que en la hojarasca se apura:
oculto en la sombra oscura,
ya lo escucha el bosque entero,
porque con gesto altanero,
en la abnegada labor,
es siempre trabajador
el pájaro carpintero.

Y el mirlo a los ruiseñores,
estos al buen herrerillo,
en un lenguaje sencillo,
cuentan todos los rumores.
Y es que no fueron tambores
lo que supuso el jilgguero,
escuchando al pendenciero
con aire alborotador,
pues siempre es trabajador
el pájaro carpintero.

Y al autillo sigiloso
la lechuza, con su ciencia,
también puso en advertencia
del sonido rumorosos.
Porque, rompiendo el reposo
con un aire tan ligero,
se mostraba lisonjero,
mas también provocador,
siendo tan provocador
el pájaro carpintero.

Que el cárabo en su morada
se quejó, tal vez, molesto,
como no hicieron el resto,
al llegar dela alborada.
Y, al cruzar la senda helada,
jinete en caballo overo,
supo de él el caballero
que cabalgando al albor,
dijo que es madrugador
el pájaro carpintero.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez

Existen en el reino de los sueños



Para Deva y para Manuel

Existen en el reino de los sueños
regiones donde príncipes azules
habitan sus castillos apartados
y esperan a que lleguen, de lo lejos,
heraldos con noticias de otras zonas.

Y acaso por ventura se les dice
de un rey que ha prometido a la princesa
que vive enamorada de otro joven,
de imperios de dragones que se extienden
o nobles que abandonan sus  batallas.

Son estas las regiones donde el río
desciende mansamente junto al bosque
y mira ese molino que, ya en ruina,
fue en tiempos el lugar donde la bruja
hacía a su capricho mil maldades.

Los ogros y los duendes se congregan,
a veces, y se cuentan las historias
de mundos alejados tras las cumbres
de aquellas sierras tristes donde el aire
contiene en sus suspiros más pureza.

Y no faltan los lobos y los zorros
que suelen comentar habladurías
quién sabe si con pájaros del bosque
que temen, en las frondas y espesuras,
el vuelo del halcón con sus ataques.

Existen en el reino de los sueños
regiones donde príncipes azules
habitan sus castillos apartados
y esperan a que lleguen, de lo lejos,
heraldos con noticias de otras zonas.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez