sábado, 8 de junio de 2013

DON HERNÁN

José Ramón Muñiz Álvarez
LA PASIÓN DE DON HERNÁN” o “LOS AMORES Y LA MUERTE
(drama)



En una mazmorra.

ESCENA I-. Don Hernán habla para sí.

HERNÁN-. Fuentes de clara frescura,
brisas limpias de mañana,
dulce dicha que lozana,
con el arroyo murmura,
no sabéis de la tortura
que en mí tiene el aposento,
que, ya que soy sufrimiento,
esperanza de la nada,
quiero al menos la alborada
que me roza con su aliento.

No puede haber más tristeza,
más dolor, más soledad
que en quien, sin la libertad,
llora el mal de esta dureza.
Y el alba por fin bosteza,
que, anunciando la mañana,
por esa triste ventana
arden las luces del día,
cuando, con la brisa fría,
dan su caricia temprana:

pronto el aire engalanado
mostrará los altos montes,
los callados horizontes,
las hermosuras del prado.
Y, entre tanto, yo, encerrado,
siento dolor y tormento,
porque el susurro del viento
me sugiere la hermosura
de los bosques, la frescura
de la brisa y de su aliento.

Y es que, en este desatino,
es tan grande mi dolor,
que me imagino el amor
de las flores del camino.
Pero es este mi destino,
pues que, del rey prisionero,
lo que ordene triste espero,
ya que su juicio castiga
a quien el amor obliga
como noble caballero.

ESCENA II-. Llegada de Aurora.

AURORA-. No sé lo que habrá ocurrido,
mas me dijo una mujer
que por un raro querer
estabais aquí metido.
Según lo que hube entendido,
vos quisisteis escapar,
llevaros a otro lugar
a la más dulce infantina.
HERNÁN-. Pero, con sangre mezquina,
me hubieron de delatar.

AURORA-. Gran delito es la traición,
y es que en la ley está escrito,
porque no hay mayor delito
en más sucio corazón.
HERNÁN-. Ellos no tienen razón,
que yo soy el traicionado.
AURORA-. Sois un bellaco malvado
que, con no poca maldad,
engañáis la lealtad
a la que estáis obligado.

HERNÁN-. Pero toda la mentira
que atrapado aquí me tiene
la reina urdió, pues que pene
quiere al tiempo que delira.
AURORA-. Es un alma que suspira
por vuestro amor, buen Hernán.
HERNÁN-. Malos amores me dan
esos ojos con engaños,
que con sus celos tacaños
grandes pesares vendrán.

ESCENA III-. Llegada de la infantina.

INFANTINA-. Don Hernán, amigo mío,
quién os pudiera ayudar,
porque se tuerce el azar
y hace el destino sombrío.
Al decirlo me entra frío,
mas os han de dar la muerte.
HERNÁN-. No me cabe mejor suerte
que la suerte de morir
para acabar de sufrir
esta desgracia tan fuerte.

INFANTINA-. He pedido la clemencia
al buen rey, que no ha querido,
que delito grave ha sido
vuestro amor, vuestra imprudencia.
HERNÁN-. No se siente mi conciencia
de perder así la vida:
una pasión encendida
vive en mi pecho por vos,
y, pues ello está de Dios,
mi fortuna está rendida.

AURORA-. Lo tenéis bien merecido,
ya que sois tan embustero.
INFANTINA-. Escuchar eso no quiero.
AURORA-. Es un maldito bandido.
Y, el destino decidido,
agotada la esperanza,
debiera mostrar templanza,
sabiendo que va a morir.
INFANTINA-. Lo que acabáis de decir
no es muy digno de alabanza.

Pero es cierto que es traidor
y que ha sido condenado,
que me duele a mí su estado
y me apena su dolor.
Y es justo que, sin favor,
sin perdón y sin clemencia
cumpla la triste sentencia
que manda cumplir la ley
según decreto del rey.
HERNÁN-. ¿He pedido yo clemencia?

ESCENA IV-. Viene el carcelero.

HERNÁN-. Poco importa ya la muerte
si viene con paz serena,
que hay quien con mal envenena
el pecho que no lo advierte.
AURORA-. Dejadme, señor, que acierte
a decir quién es veneno.
CARCELERO-. ¡Estoy de escucharos lleno,
pues que quiero descansar!
INFANTINA-. Poca paz podréis hallar
en rincón poco sereno.

CARCELERO-. Pero si está aquí la infanta…
INFANTINA-. Vuestra labor es servil,
y sois vos un hombre vil,
que eso es cosa que me espanta.
CARCELERO-. ¿Y qué hace nobleza tanta
en esta prisión maldita
donde la piedra tirita
y hace el hielo su aposento?
¿Es que no hay mejor asiento
para doña Margarita?

INFANTINA-. He venido por mi pie
desde la torre cercana.
CARCELERO-. ¡Hija de una soberana!
AURORA-. ¡No es posible que aquí esté!
INFANTINA-. Escuchad lo que os diré
y mi padre no ha escuchado:
por el amor embrujado,
don Hernán me arrebató,
pero no me secuestró,
que obedeció mi mandado.

Mas, si es culpa de un engaño,
debiera obediencia, creo,
a quien lo tiene por reo,
que ha causado mucho daño.
HERNÁN-. Acaso se me hace extraño
de vuestro pecho belleza
el rigor y la dureza
con que habéis de condenarme.
INFANTINA-. Llegasteis a arrebatarme
levado de la torpeza.

ESCENA V-. Quedan solos Hernán y el carcelero.

HERNÁN-. Poco importa ya este sino,
que, cansado de amargura,
cesará al fin la andadura
de este torcido camino.
CARCELERO-. El ánimo mortecino
suele dejar atrapado
al mísero condenado,
que dice perder el alma
porque no tiene la calma
que falta a su triste estado.

Pero ya que con traiciones
os han llevado al engaño
¿quién, queriendo haceros daño,
hizo las maquinaciones?
¿gente de extrañas naciones
os propuso el desacierto?
HERNÁN-. Un niño ciego que, muerto,
mi sufrimiento ha querido,
pues su flecha me ha dolido
y su fe mala ya advierto.

Y es que la sangre me hiela
ese amor que se propone,
que me gobierna y dispone
que ya nada me consuela.
Pero siento que ya vuela
libre el alma hacia el olvido
de este estado dolorido
al que desdichado apelo,
que siento que soy de hielo
por los amores vencido.

CARCELERO-. Contadme qué sucedió,
que me muero por saberlo.
HERNÁN-. Ya no sé para qué hacerlo,
pues que el rey me sentenció.
Una mujer me engañó,
por los celos atacada,
pues, aunque no era mi amada,
quería que fuese suyo.
CARCELERO-. Lo decís sin mucho orgullo.
HERNÁN-. Es una mujer malvada.

Ella me mandó un escrito
requiriendo mis amores,
solicitando favores
por su capricho maldito.
Mas no quise yo, repito,
tales amores gozar,
que no quise yo abrazar
ese amor que me ofrecía,
porque, si ella me quería,
yo tenía a quien amar.

CARCELERO-. Por amor no ha de morir
quien, por el rey condenado,
llora ante mí en este estado,
doliente por más sufrir.
Pero sí os he de decir
Que al rey habéis traicionado.
Y este miedo os ha tomado
ante la muerte segura.
HERNÁN-. Este amor que ya se apura
sin haberse terminado.

Pero qué te he de explicar…
¿No pagaré con la vida
una locura atrevida
que no quiero recordar?
CARCELERO-. Mañana os han de matar,
que os cortarán la cabeza.
HERNÁN-. Pondrán fin a esta tristeza
que se vuelve en mil enojos,
porque se admiran mis ojos
ante tamaña dureza.

Y al cabo, no siento pena,
y tampoco tengo miedo,
sueño la paz del hayedo
en la muerte que me llena,
y el coraje que envenena
a las gentes con rencor,
no me llena de dolor
ni abate mi frágil pecho,
pues esta ya está desecho
por los males del amor.

ESCENA VI-. Se va el carcelero.

HERNÁN-. Bien vale la muerte amiga
que redime al desgraciado,
porque vivo destronado
del amor que tanto obliga.
Ninguna esperanza abriga
mi pecho, que, en la desgracia,
nunca dirá una falacia
a ese amor cruel y mezquino.
Entre tanto es mi destino
no esperar del rey la gracia.

Y en esto, cierto que mal
obré, porque el amor mío
era un amor al vacío,
a una esperanza fatal.
Pero ya todo es igual,
pues que la muerte me espera,
y no importa que me hiriera
la crueldad de un juicio injusto,
sino que el desdén augusto
pide que la muerte quiera.

Pero la muerte es un sueño
que inspira grandes temores…
nadie muere por amores,
que fue siempre loco empeño.
Si de la suerte fui dueño
de poder ganar mi vida,
ignoro yo si perdida
por el dulce sentimiento
valor tuviera, que siento
que sería acaso vida.

Pobre loco, que inocente
se lanzó a su desventura,
raudo el tiempo se apresura
y el pensamiento en mi frente.
Por los amores doliente
quiero morir y no quiero,
que, falto de amor sincero,
aun quiere el alma vivir,
soñar, cantar y sentir
la luz del primer lucero.

Que me siento confundido,
que el temor me hace cobarde,
pero quiere más alarde
el valor de estar vencido.
Cuando me hubieron prendido
en la alcoba de la dama,
era el temor una llama
que en mi pecho se encendía,
y ahora, con la luz del día,
su incertidumbre derrama.

ESCENA VII-. Entra la reina.

REINA-. Hernán, se os oyen de lejos,
tan encendidas y bellas,
esas extrañas querellas
que a todos dejan perplejos.
Los más mozos y los viejos
os saben enloquecido.
HERNÁN-. ¿Y es que el juicio perdido
no he de mostrar, mi señora?
REINA-. Decidíos sin demora,
porque sois hombre vencido.

HERNÁN-. Entregaros yo el amor
es acaso una quimera.
REINA-. Yo no dudo que lo fuera,
pero es destino mejor.
HERNÁN-. ¿No es el rey nuestro señor
para burlarlo cruelmente?
Amaros es indecente,
porque sois la reina mía.
REINA-. Esas cosas me decía
quien no habló sinceramente:

porque, siendo vos vasallo,
si vos respetáis al rey,
no era faltar a la ley
regalarse a ese desmayo.
Como un mísero lacayo
HERNÁN-. He sido su servidor,
pero siempre con honor,
con bondad y con templanza.
REINA-. Midamos a dónde alcanza
vuestra grandeza y valor:

por ser reina puede ser
que rechacéis mis favores,
mas queríais los favores
de otra elevada mujer.
HERNÁN-. El amor me hizo querer
el favor de la princesa,
que se encendió esta pavesa
en el alma como fuego.
REINA-. Para mí tanto despego…
HERNÁN-. Vuestra acción mucho me pesa:

¡Pues ese terrible escrito,
esa carta que, prolija,
en nombre de vuestra hija
me condujo a este delito…!
Ni siendo yo de granito
Me pudiera controlar…
REINA-. Si queréis dejarme hablar
os daré una explicación.
HERNÁN-. Carecéis de corazón.
REINA-. Vos lo supisteis robar.

HERNÁN-. Me engañó ese cruel mensaje
que me trajo mi escudero,
y así corrí por mi acero,
apelando a mi coraje.
REINA-. ¿Y no hicisteis un ultraje,
de la forma más mezquina,
a vuestro rey.
HERNÁN-. La infantina
estaba pidiendo ayuda
y yo no sentí la duda,
sino furia repentina.

REINA-. Pero la dulce mujer,
esa preciosa muchacha
de mirada vivaracha
¿siente por vos tal querer?
Mañana al amanecer
un mal tropiezo os espera
y sabéis que fue quimera
el amor de la infantina.
Ya la muerte se adivina.
HERNÁN-. Morir acaso quisiera…

REINA-. Hernán, no quieres la muerte.
Grítalo a la luz del día,
y, con tremenda osadía,
pídele al rey otra suerte.
HERNÁN-. ¿Tendrá piedad?
REINA-. Solo advierte
que estás pendiendo de un hilo,
y que callada vigilo
tu dolor y tu inquietud:
no pide tu juventud
morir con ese sigilo.

HERNÁN-. ¿Pero sabrá perdonar
el delito que me mancha?
El corazón se me ensancha,
si vos me podéis salvar.
Pero nunca os he de dar
lo que no siento por vos,
y os digo que, vive Dios,
si acaso pudiera amaros,
mi amor pudiera ofrendaros
para salvarnos los dos.

REINA-. Ya no os pido vuestro amor,
pues que sé que no me amáis,
mas, si la vida apreciáis,
puedo haceros el favor.
HERNÁN-. No puedo daros amor,
pero manda la prudencia
que pida vuestra clemencia
y salvéis la vida mía,
que la sangre se me enfría
si no tenéis indulgencia.

ESCENA VIII-. Vuelve Aurora, que escucha sin ser vista.

AURORA (aparte)-. La reina aquí con el preso…
¿Tendrá razón don Hernán?
HERNÁN-. Mal las horas pasarán
y yo pagaré mi exceso.
REINA-. El lamentable suceso
no puede ser remediado,
pero puedo, de otro lado,
procurar la salvación
de quien roba mi pasión
y a la infanta ha secuestrado.

AURORA (aparte)-. Entonces era verdad
y don Hernán no es traidor.
HERNÁN-. Mengua siento y no valor,
vivo en la infelicidad.
Pero sé que no hay maldad
en el pecho generoso
que me sabe temeroso
y quiere la vida mía.
REINA-. Cuando ya se acabe el día,
podréis escapar gozoso.

AURORA (aparte)-. Mas la reina es alta dama...
Y no sabe nada el rey,
de quien, faltando a la ley,
urde sin miedo esta trama.
¡Y que por reina la aclama
este noble soberano!
HERNÁN-. Habrán de saber temprano
de mi fuga y de mi ausencia.
REINA-. Mas, gracias a mi clemencia,
hallarás lugar lejano.

ESCENA IX-. Aurora se va.

HERNÁN-. Ante Dios he de decir,
pues soy limpio corazón,
que os regalo mi perdón,
pues vos me dejáis vivir.
REINA-. Mucho hubiera de sufrir
si os ejecutan mañana.
HERNÁN-. Mi señora y soberana,
cuando estas prisiones dichoso
deje al fin, será gozoso
imaginaros ufana.

No sois vos a quien amar,
mas queréis darme la vida,
y la esperanza perdida
no la puede rechazar.
Y buscaré otro lugar,
donde, a cambio del amor
que no siento, algo mejor
he de daros, reina mía,
pues para mí sois el día
que renace en el albor.

ESCENA X-. La reina se va.

HERNÁN-. Vuelve a nacer ese brillo,
quimera de la esperanza,
cuando el pecho se abalanza
en la prisión del castillo.
Si, amarrado por el grillo,
la muerte era mi condena,
descubro el alma más buena
en quien era mi traición,
que ahora sueña el corazón
y de dicha se enajena.

Y, pues ya la vida quiero
como un dulce enamorado,
no he de sentirme amargado,
porque mayor bien espero.
Del pecho nace sincero
este gusto que ya empieza
a ver la naturaleza
como algo maravilloso,
porque suele ser hermoso
lo humilde que en ella reza:

la rosa, con su bostezo,
las humedades del prado,
el bosque siempre callado,
son su mayor aderezo.
Y así la dicha que empiezo
enciende la vida mía
que, en esta cárcel sombría,
no esperaba la piedad
que me da su majestad
por el amor que sentía.

Claro silencio, aire puro,
brisa fresca no viciada
cuando nace la alborada
y escala con raro apuro;
clara belleza del monte,
pues que tiene su belleza;
lluvia que cae y tropieza
al llegar al duro suelo,
¿no se acabó el desconsuelo
y el dolor de la tristeza?

Agua helada de la fuente
que corre libre a sus anchas
y formando raras manchas
al dibujar la corriente
será lo que más me aliente
cuando, la sed ya saciada,
en la noche ya cerrada,
halle al fin la libertad
que me otorga la beldad
por quien antes fue negada.

ESCENA XI-. Viene el carcelero.

CARCELERO-. Tenéis buenas relaciones
y muy valiosos amigos,
que estos muros son testigos
de tan oscuras razones.
HERNÁN-. ¿No decís que mis traiciones
me hacen más vil y mezquino?
CARCELERO-. Las razones no imagino,
mas quiere, con gran piedad,
la reina tener piedad,
dejaros paso al camino.

Me ha pedido que os ayude,
que os he de sacar de aquí,
y, siendo la cosa así,
no he de ser yo quien lo dude.
Es preciso que desnude
ante vos mi corazón,
acusado de traición,
como os miro entre esas rejas.
HERNÁN-. ¡Pero por qué no me dejas!
CARCELERO-. Quiero pediros perdón.

Mi señor, soy carcelero,
y lo que me han enseñado
es a seguir lo mandado
sin un guiño traicionero.
Os he insultado y no quiero
que penséis que un sentimiento
arraiga en mí tan violento
que os haya de querer mal.
HERNÁN-. Todo eso me da igual.
CARCELERO-. Señor conde, yo lo siento…

Esta noche me han mandado
que os deje libre y lo haré,
pues os acompañaré
a un lugar no transitado.
Desde allí hasta otro condado
iré con vos.
HERNÁN-. ¿No es traición
esa miserable acción
en señor tan obediente?
Pero no importa, es valiente
vuestra noble decisión.

CARCELERO-. Vuestra vida he de salvar,
no me contestéis así.
HERNÁN-. Tenéis razón vos, y sí
que os lo tengo que pagar.
Que este encierro es anhelar
el regalo más pequeño,
que quien se vio como dueño,
temor hubo de la muerte,
y es justo que desconcierte
y que me arranque del sueño.

Y, aunque dándome a correr,
pierdo el rango que tenía,
la riqueza y nombradía,
el amor de una mujer,
mejor es vivir que ser
pasto de la muerte triste,
ya que seca me desviste,
preparándome un destino
en que me siento sin tono
ante la nada que insiste.

CARCELERO-. ¿Tanto miedo habéis tenido,
que os siento yo temeroso?
HERNÁN-. Jamás me vio tembloroso
el enemigo aguerrido.
Pero me turba el sentido
soñar con la muerte dura.
Y aunque el coraje me apura
del amor, temores siento,
que la muerte no da aliento
a quien la sabe segura.

En mis pobres esperanzas
he pensado largas horas,
lamentando mil demoras,
sufriendo tantas tardanzas,
Que la muerte, con sus danzas,
es amargura y tristeza.
LOS DOS-. Y es terrible esa certeza
que los sentidos pervierte,
que los besos de la muerte
son de terror y tristeza.

HERNÁN-. Y, al sufrir las soledades
de esta desesperación,
anhelando yo el perdón,
sentí grandes ansiedades.
Mayores calamidades
no recuerda mi cabeza.
LOS DOS-. Y es terrible esa certeza
que los sentidos pervierte,
que los besos de la muerte
son de terror y tristeza.

HERNÁN-. Porque supe que la vida,
con su vuelo repentino,
yendo al vacío mezquino,
quedaba, acaso, perdida.
La esperanza resentida,
se ablandaba mi dureza.
LOS DOS-. Y es terrible esa certeza
que los sentidos pervierte,
que los besos de la muerte
son de terror y tristeza.

CARCELERO-. Os miré tan derrotado,
tan triste y tan abatido,
que, turbado mi sentido,
parezco yo el condenado.
HERNÁN-. Sí que estáis algo turbado,
que el dolor nunca endereza.
LOS DOS-. Y es terrible esa certeza
que los sentidos pervierte,
que los besos de la muerte
son de terror y tristeza.

HERNÁN-. Pero yo soy trovador
de un amor sin más derecho
que el de sentir roto el pecho
y de la muerte el temor.
CARCELERO-. Siento el dolor del amor
que os tiene ya de una pieza.
LOS DOS-. Y es terrible esa certeza
que los sentidos pervierte,
que los besos de la muerte
son de terror y tristeza.

HERNÁN-. Pero sabe la ilusión
cebar bien las vanidades,
que el amor, en sus crueldades
me ha partido el corazón.
Y es extraña sensación
pensar que la vida enciende
la pasión que se desprende
de su dulzura y primor
para ser luego el amor
el dolor que el dolor prende.

CARCELERO-. No hay un amor tan intenso
que en un tiempo no se pase.
HERNÁN-. Mas no es justo que se abrase
mi pecho en un fuego inmenso.
Y cuántas veces lo pienso,
que tan duro es el amor.
CARCELERO-. Vos seréis libre, señor,
dejaréis estas prisiones,
curaréis esas tensiones,
superaréis el dolor.

Y es que una vida dichosa
es lo que se os ha ofrecido
cuando estabais ya perdido.
Y es ocasión jubilosa.
HERNÁN-. Una muerte indecorosa
poco importa, si el veneno
del amor llena de cieno
los sentimientos y llantos
que las promesas y encantos
fingieron como algo bueno.

Pero, al cabo, quiero vida
y apartarme de estos pagos,
que el rumor de los halagos
ve la vida corrompida.
Esta pasión encendida
se apagará, sin engaños,
cuando, pasados los años,
olvidada la infantina,
otra pasión repentina
quiera curar tantos daños.

CARCELERO-. En fin, don Hernán, os dejo,
porque tengo obligaciones,
que atender estas prisiones
es deber y estoy perplejo.
Ya el horizonte bermejo
muestra clara la mañana,
y es que en hora tan temprana
he de llevarles el pan
a los presos, don Hernán.
DON HERNÁN-. Mi dolor despacio sana…

ESCENA XII-. El carcelero se va.

DON HERNÁN-. Pues, igual que la alborada
arde con gana encendida,
quien espera nueva vida
quiere la noche callada.
Será discreta y velada
cuando el preso fugitivo,
de esta muerte escape vivo,
que quien se siente inocente,
como suele la corriente,
será a su destino esquivo.

Porque trae la noche oscura
su belleza y su sigilo,
mientras el silencio en vilo
entre las sombras se apura.
Buena es la noche más pura,
que no una noche estrellada
para, por fin recobrada,
poder la vida ensalzar,
que la quiere retomar
quien la tiene condenada.

Y el crepúsculo luciente,
falto siempre de malicia,
con esa dulce caricia
sabrá bien besar mi frente.
Y hallarán pronto que, ausente,
no está triste y apenado,
no se siente aprisionado
el bueno de don Hernán,
que hasta las sombras están
por ponerse de su lado.

Y, si seguro se baña
bajo el manto de la noche,
que con su dulce derroche,
entre sombras, nos engaña,
aunque ya nada lo daña,
aunque corre a su destino,
seguirá triste el camino,
que, en amores derrotado,
es su dolor obligado
verse triste y mortecino.

Será cómplice la luna
de esta fuga apresurada,
que tras la nube cuajada
se ocultará inoportuna.
Ello será mi fortuna,
porque, lejos del castillo,
podré bendecir su brillo,
su color y su belleza,
y en plena naturaleza
podré escuchar al autillo.

ESCENA XIII-. Llega la infantina.

INFANTINA-. No quiero que la crueldad
venga a cebarse, por Dios,
con vos, don Hernán, pues vos
sois pura sinceridad.
Y pues no os amo en verdad,
no penséis que me recelo:
quisiera pedir al cielo
que os perdone la traición,
suspender la ejecución
y daros algún consuelo.

Al rey, mi padre, he pedido,
no sin mostrar gran prudencia,
que generosa clemencia
os hubiese concedido.
DON HERNÁN-. No digáis más: no ha querido
concederme su perdón.
INFANTINA-. Dijo que es grave traición
secuestrar a una princesa.
DON HERNÁN-. Ha sido una loca empresa,
no le quitéis la razón.

INFANTINA-. Pero más cosas me dijo,
que es el rey un hombre bueno,
pues que de soberbio lleno
os miró y así os maldijo.
Parece un raro acertijo,
mas con vos está enfadado,
y la razón de su enfado
es que le hacéis desafíos.
DON HERNÁN-. No han de sobrarme los bríos,
si es que estoy ya condenado.

INFANTINA-. Tal vez si pedís clemencia
el se muestre generoso.
DON HERNÁN-. Vuestro rostro en tan hermoso
como mi loca imprudencia.
INFANTINA-. ¡No respetáis la decencia
ni en las aras de la muerte!
DON HERNÁN-. Amo al amor, es mi suerte,
y, pues tengo que morir,
ya más no puedo sufrir.
Dejad que el amor acierte.

INFANTINA-. Mi padre os perdonará
si vos pedís el perdón.
DON HERNÁN-. No importa ya su razón:
perdonarme no querrá.
Con gusto me matará,
que de traidor me ha tratado.
Mas un hombre enamorado
no es un alma que traiciona
al amor que no perdona
a este pobre sentenciado.

INFANTINA-. No seáis tan numantino.
Él es hombre generoso.
DON HERNÁN-. Mi corazón jubiloso
acepta un triste destino.
Mas, si acaso peregrino,
quiere el vuestro darme vida,
me pediréis enseguida
que pida perdón al rey,
que, siendo el amor mi ley,
así me daréis la vida.

Si me cortan la cabeza
poco me debe importar.
INFANTINA-. Dejad, conde, de jugar
y mostrad más entereza.
Aquí vuestra vida empieza
si demostráis ser prudente.
DON HERNÁN-. Pedid vos que justamente
pida al rey misericordia,
y vos seréis mi concordia
con la vida que está ausente.

INFANTINA-. No me escucháis lo que os ruego:
os pido de corazón
que pidáis al rey perdón
y abandonéis ese juego.
DON HERNÁN-. Vos me llenáis de sosiego
al haceros recadera
de mi escudo y mi bandera
al pedir perdón al rey,
que, aunque lo mande la ley,
pediréis que yo no muera.

Decidle que soy cobarde,
que lloro aquí destemplado
mi imprudencia, acobardado,
viendo que ya se hace tarde.
Pedid que el soberbio alarde
perdone y que, generoso,
me deje vivir gozoso
la vida que no merezco,
pues de mí me compadezco,
que me falta ya reposo.

Y aunque os amo como a nada,
sabré callar los dolores,
que no sentís vos amores
por mi persona alocada.
Indicad que mancillada
quedará mi nombradía,
pero que la vida mía
tiene un valor y el destierro,
duro como es este encierro,
domará toda osadía.

TELÓN

2010 © José Ramón Muñiz Álvarez

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