lunes, 3 de junio de 2013

LA LUZ DE LOS CREPÚSCULOS LEJANOS



        La luz de los crepúsculos lejanos no impide, aunque se acerca sin apuro, que admire, al asomamarme a la ventana, las sierras que se enseñan tras los cabos: el mar hacia el que caen los precipicios acaso se adelanta a los cordales que ascienden repentinos sobre playas que duermen a la sombra de los montes. Detrás están las cumbres de los Picos, visibles solamente algunas veces, si llegan, despejadas, esas tardes que enseñan, entre nieves, sus bastiones.
        Es cierto que las nieves son amigas de los paisajes altos que se yerguen queriendo alacanzar nubes que, de paso, se dejan arrastrar por vientos fuertes. Y más abajo espera, entre la calma, la brisa que recorre cada costa, que sabe de pesqueros amarrados en puertos de silencio y parsimonia.
        Mas pronto se hizo noche, y ya los faros, callados ante un viento cadencioso, serenos en las vastas soledades, alumbran el concierto de las olas. La noche, impertinente, llega pronto, según va declinando este setiembre que corre hacia un otoño irremediable, que habrá de herir follajes y hojarascas.
        La luz de los crepúsculos lejanos  impide, pues llegó con paso firme, que admire, al asomarme a la ventana, las sierras que se esconden tras las sombras. El mar hacia el que caen los precipicios acaso me consuela con el beso callado en que transforma sus murmullos, pues su serenidad es relajante.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez

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