viernes, 1 de marzo de 2013

CICLO LIEDER


JOSÉ RAMÓN MUÑIZ ALVAREZ
"CICLO LIEDER"

http://jrma1987.blogspot.com

I

Llega el alba y es hermosa,
pues que trae la luz del día
donde la noche sombría
era una mancha borrosa.
Llega la luz codiciosa
con sus colores y galas.
Quien pudiera tener alas
para arrimarse a ese cielo
en que tienen su consuelo
las aves con claras galas.

Densas son las espesuras
de estos callados paisajes,
entre los densos follajes
y las calladas alturas.
Abundan las aguas puras
que caminan hacia el mar,
y es hermoso este lugar
donde nace la alborada
que la nieve ve cuajada
de la sierra al encinar.

Son hermosos los caminos
y poesía es el helecho
que pierde el verde a despecho
de los otoños cansinos.
Los arroyos mortecinos
siguen su ruta y, sereno,
se mira el paisaje lleno
de malheridos frutales
que a las horas matinales
me escuchan, si triste peno.

Y peno, porque es tristeza
apartarse de la vida,
si se siente consumida
por la crueldad, la dureza,
que es el desdén aspereza
para quien siente el amor,
que maltrata su rigor
e impone suerte tan fría
que tanta melancolía
ha matado mi favor.

Brilla por fin la mañana,
Y, contemplando lejano
ese débil sol temprano,
luce su llama lozana.
Poco esa llama se ufana
en la estación otoñal.
Todo se torna en cristal,
que es la helada raro hechizo,
mientras, lleno de granizo,
se contempla el pastizal.

II

Despierta el sol y la aurora,
por recordar mi tristeza,
me escucha mientras bosteza
y con mis lamentos llora.
Siempre me llega a deshora
esta cruel melancolía
que, abatiendo el alma mía
de la mañana a la tarde,
me considera cobarde,
falto de toda osadía.

Huyeron los estorninos
que, buscando otros lugares,
volarán lejanos mares,
cruzarán viejos caminos.
En el aire peregrinos
se van ya los azulones.
Vuelan como las legiones
que, en su gloriosa escapada,
aprovechan la alborada
y sus calladas mansiones.

Nace la luz, que lejana,
nos regala, entre ceniza,
esa llama primeriza
que nos deja la mañana.
Madura allí la manzana,
contemplando el desconcierto
de un horizonte despierto
que de las luces se admira
donde callado suspira
el dulce sueño en el huerto.

Pues quiere la brisa fría
correr los campos callados,
una vez iluminados
por la clara luz del día.
Otras veces se encendía
más temprana la alborada.
En verano, alborotada,
encendiendo su arrebol,
mostraba su luz el sol
sobre la cumbre nevada.

Parece que el pensamiento
sabe turbar al que llora,
que se contempla la aurora
con un brillo ceniciento.
Y no queda ya un aliento
que mi dolor desaliente.
Y quiere el amor ausente
que pene y dolores sienta
lo que la suerte consienta,
en tanto que se contente.

III

Qué bellos los resplandores
que, reflejo de la helada,
quebrando la madrugada,
saludan a los pastores.
Qué bellos son los colores
que se esparcen silenciosos.
Qué bellos, qué rumorosos
los arroyos que caminan
y en su correr peregrinan
hacia mares procelosos.

Pero ya se ve ese brillo
sobre el lejano horizonte,
que despunta, tras el monte,
de la alborada un castillo.
Es ese fuego sencillo
con su plata y sus dorados:
por mil pinceles manchados
van ardiendo ya los cielos,
que se deshacen los hielos
que ya cuajan sobre el prado.

Y yo miro los caminos
de este mundo desolado
que admira al enamorado,
sus acentos peregrinos.
Y se hacen siempre mezquinos
los pensamientos que agitan
las almas que solicitan
un amor no concebido,
que es el amor sinsentido
y locos los que lo habitan.

Y como soy morador
en un imperio encendido,
cual vasallo de Cupido,
he de ser su servidor.
Quien es el adorador
de este niño alado y ciego
ha de perder el sosiego
que pudo tener un día
cuando vio en la llama fría
el más encendido fuego.

Y los campos encendidos
ven esa luz que destella
donde se esconde una estrella
y arden tantos coloridos.
Y pueden verse dormidos
en su sueño los frutales.
Y en las horas otoñales.
es más bella la alborada
que quiebra la madrugada
en las cortes celestiales.

IV

En las horas invernizas
ha nacido la mañana
que se descubre temprana
entre luces y cenizas.
Que las luces primerizas,
con su canto de tristeza,
son un alba que bosteza
y un suspiro delicioso
donde se vuelve espacioso
el sol con su fortaleza.

Y las alturas del cielo
abren al ancho horizonte
las luces que sobre el monte
traen su llama de consuelo.
Puede así todo desvelo
y nace la luz del día
con la mañana sombría
que derrama su derroche
sobre el beso de la noche
que rasga la brisa fría.

Que, pues llega la frescura
de la brisa por las puertas
de las mañanas despiertas,
su brillo ardiente se apura.
Puede también la locura
madrugar, que la velada
paso dio a la madrugada
con el ruido bullanguero
del granizo en el sendero
sobre la escarcha y la helada.

Y aquí está el enamorado,
por los amores vencido,
prisionero de Cupido,
con el ánimo enojado.
Y parece derrotado
junto al ganado que pace,
pues donde ya se deshace
la aurora con la mañana,
una rabia de desgana
de su despecho renace.

Pobre joven hechizado
por los delitos de amor,
que, con el arco mejor,
en su disparo ha acertado,
porque el ciego niño alado
es tirador e verdad,
y le gusta la crueldad
al inyectar su veneno
en quien sabe que ese cieno
es causa de enfermedad.

V

No me importa el ostracismo
que padezco en esta sierra,
pues hermosa es esta tierra
desde la cumbre al abismo.
Mas, si estuviese aquí mismo
la razón de mi dolor,
con un humilde fervor
claramente le diría:
“Aquí está la vida mía
y la causa de mi amor.

Que sois vos, bella hermosura
que ni los cielos igualan
cuando sus luces regalan
desde la diáfana altura.
Y aunque miráis sin mesura
demostrando tal enojo,
yo vuestras iras aflojo,
suplico vuestro perdón,
os entrego mi pasión
y a vuestro poder me acojo.

Porque el bello pensamiento
que inspira vuestra mirada
es recuerdo, a la alborada,
de su luz y de su aliento,
pues la dicha y el tormento
se conjugan, felizmente,
en el agua de la fuente
que, volviéndose bermeja,
esos colores refleja
al susurrar su corriente.

No en vano sois la belleza
que tales versos inspira
en el amor que respira
vuestra crueldad y dureza.”
Y tal vez será torpeza
hablar de amores así,
mas prende tal frenesí
esa mujer en mi pecho
que no amarla ya es despecho,
pues a sus pies me rendí.

Bellos versos son, a fe,
y no soy hombre letrado,
mas en lo que se ha escuchado
muy gran tormento se ve.
De tales cosas no sé,
pues no entiendo la poesía,
pero enciende el alma mía
ver así a un joven garzón
a quien llena la pasión
de tanta melancolía.

VI

¿Y cómo olvidar los ojos
que con su clara mirada
me recuerdan la alborada
con sus caprichos y antojos?
¿Y de los labios más rojos,
que encendiendo mi deseo,
siento que acaso los veo,
prometiendo s hermosura
a quien la siente más pura
para tornarse en trofeo?

¿Su melena desatada,
que más que la aurora bella
se enciende como una estrella
con su mágica alborada?
¿De su rostro la nevada,
cuando enseña la pureza
que allí pintó la belleza
con esa magna maestría
de quien sabe que, si es fría,
cálida es cuando bosteza?

Hermosura del deshielo,
siento en mi pecho su vida,
esa luz que abre la herida
de mi eterno desconsuelo.
No tiene piedad el cielo,
no sabe nada el destino,
y mi tristeza imagino
en el poder de su ausencia,
pues reclamo su presencia
como amante peregrino.

Será buen apartamiento
ese lugar que se ofrece,
ver allí cómo amanece,
soñar otro pensamiento.
Si lo piden yo me ausento
y tendré esa curación
que hace falta a un corazón
que el amor solo alimenta,
que, para pagar la cuenta,
ya basta la sinrazón.

Qué bellos los resplandores
que, reflejo de la helada,
quebrando la madrugada,
saludan a los pastores.
Qué bellos son los colores
que se esparcen silenciosos.
Qué bellos, qué rumorosos
los arroyos que caminan
y en su correr peregrinan
hacia mares procelosos.

VII

Tiene el sol esa belleza
que en todas partes se admira,
cuando, callado, delira
y al horizonte tropieza,
que el crepúsculo ya empieza
a mostrar raros dorados,
y, en sus colores bordados,
miro yo mis desazones,
que en derrotadas pasiones
he de volverme en pedazos.

Gran locura los amores
que en mil quebraderos quieren
a quienes siempre prefieren
sus querellas y dolores,
pues que, pidiendo favores,
suplicando sin descaro,
huyen del arroyo claro,
de la calma y la paciencia
para perderse en la ciencia
de pagar precio tan caro.

Sin embargo, es bien decirlo:
pues que vivo enamorado,
quiero un poema inspirado,
mas tardaré en escribirlo,
y, con tener que pedirlo,
vengo a pedir un favor
a este viejo trovador
que verso y música sabe
para que un dolor más suave
se torne el dolor de amor.

Quiero morir de otra muerte,
pues me siento ya humillado,
que me maltrata a su lado,
que me aleja de su suerte,
y, siente mi pecho fuerte
el desgraciado flagelo
de su dureza, que el pelo
va cubriendo su mirada,
y esconde la llamarada
que es causa de mi desvelo.

Será bueno que, contento,
aprenda a hablar de las flores,
de los dulces ruiseñores,
del brillo del firmamento,
no fallando en el intento
de seducir sus encantos,
duros como los amiantos
que cortan con gran bravura
a quien sufre la tortura
entre mil gritos y espantos.

VIII

El ánimo resquebraja
el amor que me domina
y la fortuna mezquina
a vil siervo me rebaja.
Es el amor, que agasaja
con dolores y torturas,
cuando las palabras duras
quiere a su gusto el desdén,
porque el amor no hace bien
y el ánimo deja a oscuras.

Bien sabes mi nombradía,
la bravura que arde en mí,
y no es cosa baladí
sentir tal melancolía.
Hasta el alma se me enfría,
que me siento derrotado
al disputar este estado
que me destroza violento,
pues es capricho de viento
que me sienta enamorado.

Por ella vivo vencido,
que su sin par hermosura
sabe herir, con llama pura,
en su mirar encendido,
que las aves, en su nido,
escuchan el canto hermoso,
cuando canta, melodioso,
cuando dichoso la halaga,
cuando terrible me llaga
y me enamora tedioso.

Por ella vencido vivo,
por ella pierdo la calma,
por ella se escapa el alma
y me admiro pensativo.
Y todo este mal recibo
como la más dulce pena,
que me place la condena
de admirarme enamorado,
de sentirme encadenado
al oro de su melena.

Y es tan alto el pensamiento
que sustenta tal idea,
que advierto que, como sea,
es amor y es mi sustento.
Y con eso yo alimento
el dolor del pecho mío,
porque me ciega ese frío
que me trae con osadía,
siendo todo gallardía
cuanto respira en mi brío.

IX

¡La noche por fin apura
esos últimos momentos
en que la quiebran los vientos
donde, infeliz, se apresura.
Y la luz se hace blancura
y es razón de mi dolor,
si, en la alcoba de tus besos,
vuela alegre el ruiseñor.

Porque las altas mansiones
de las sombras, derrotadas,
apartan las alboradas,
alcanzando sus bastiones.
Y separan corazones
que se llenan de fervor
si, en la alcoba de tus besos,
vuela alegre el ruiseñor.

Y aunque corra la mañana
y arda su luz poderosa,
donde puede, luminosa,
desperezarse temprana,
serás reina soberana
más allá de su color,
si, en la alcoba de tus besos,
vuela alegre el ruiseñor.

Y aunque encienda los cordales
y los montes con sus brillos
el sol desde sus castillos
sobre escarchas invernales,
dichoso, tras los cristales,
seré, teniendo tu amor,
si, en la alcoba de tus besos,
vuela alegre el ruiseñor.

Y, en la blancura inocente
de las sábanas del lecho,
cruzando el amor el pecho
con su llama incandescente,
me arrastrará tu corriente
con poderoso fragor,
si, en la alcoba de tus besos,
vuela alegre el ruiseñor.

x

¡Siento amores de una dama
que, como el alba que llega,
enciende toda la vega,
al tiempo que se derrama!
¡Y cada noche, en la cama,
llena mis sueños tan pura
la ilusión de su figura,
que, por amores vencido,
he de morirme rendido
al amor y su tortura!

Y es el amor extravío
que no admite concesiones,
cuando aprieta las pasiones
en el pecho triste y frío…
Pero el susurro del río
sabe más que del corazón.
Si esa es toda tu razón,
no eres un buen escudero,
que, con ser noble y sincero,
solo quieres tu ración.

Gran pecado es el amor
para quien amor profesa,
para el que no le interesa,
para quien es desamor.
Produce daño y dolor
que nos lleva al desengaño.
Como señor es tacaño,
como amigo es melindroso,
como enemigo es odioso,
como verdugo es extraño.

Como guerrero se arroja,
como general nos guía,
como hielo nos enfría,
nos calienta y nos sonroja.
Quiero más que no me escoja
en su corte atormentada.
Tuerce la senda trazada,
nada entrega y nos despide,
mientras la suerte decide
de quien lo sigue por nada.

Él es el amor ufano
que contempla al que suspira,
que en su locura delira,
que se arma de viento vano.
Es religioso y mundano,
Es carnal y espiritual,
mezcla del bien y del mal,
de lo humano y lo divino
del agua fresca y el vino,
de la miel y del panal.

2012 © José Ramón Muñiz Álvarez

CANCIONERO


José Ramón Muñiz Álvarez
"NUEVO CANCIONERO"
(CANTOS TROVADORESCOS)

 

1

Bajo un cielo despejado
arde la luz de
l lucero
que saluda al mundo entero,
donde duerme el campo helado.
Reflejándose en el prado
la llama de su corcel,
mira al sol a ese doncel
que avanza por el camino,
donde corre, peregrino

en busca de San Michel.


Por el amor ya rendido

y por sus leyes juzgado,
huye de allí, desterrado,
enterrado en el olvido.
Muchacho de amor vencido
que, sin responderle aquel,
mal pudo vengarse en él,
entre dulce y mortecino,
donde corre, peregrino

en busca de San Michel.


Y, llegado a Normandía,

por la campiña callada,
pisa el prado con la helada
y en ella la luz del día.
Siente la vereda fría,
mira en la costa un bajel,
halla en el cielo el clavel
de un sol que luce mezquino,
donde corre, peregrino

en busca de San Michel.


Y por los bellos senderos

canta sus versos cansados,
los labios enamorados
que creyó claros luceros.
Pero fueron traicioneros
los colores del pincel
cuando soñó por vergel
esos punzantes espinos,
donde corre, peregrino

en busca de San Michel.

2


Quiero librarme y no quiero

de este dolor inaudito,
que, sintiéndome maldito,
esta desdicha prefiero.
Me hiere el dolor más fiero
y no lo querré por suerte,
que del amor los pesares
son anuncio de la muerte.

Y, pues es este el destino,

al mirarme en este apuro,
miro al ocaso seguro
y el horizonte mezquino.
Mi dolor es desatino,
y lo sabe quien lo advierte
que del amor los pesares
son anuncio de la muerte.

Y, dándome ya por muerto,

malherido y vagabundo,
un sentimiento profundo
hace mi pecho un desierto.
Es mi dolor, si despierto,
como el martirio más fuerte,
que del amor los pesares
son anuncio de la muerte.

Y, llorando esta tristeza

que sobre mí se derrama,
sueño el amor de una dama
que me muestra su aspereza.
La imagino, si bosteza
y su mirada me advierte,
que del amor los pesares
son anuncio de la muerte.

¿Y quién a su amor cantara

este penar doloroso
en el bosque rumoroso,
en la mañana más clara?
Y no sé que me depara,
si este dolor no convierte,
que del amor los pesares
son anuncio de la muerte.

3


Quiere verme el arroyuelo

entretenido en el llanto,
que de amores soy quebranto
y dolor de mi desvelo.
Nace la aurora en el cielo
con resplandores tan suaves,
y todo a mis penas graves
responde con su alegría,
que con tal melancolía
me miran dichosas aves.

Y, mientras la luz valiente

a sus balcones se asoma,
viene triste una paloma
a mi ventana inocente,
para encontrarme doliente,
para escuchar mis endechas,
ya que sufro por las flechas
de Cupido el insensato,
que, causando mi arrebato,
abre en mi pecho sus brechas.

Y, para más sufrimiento,

esta amada desdeñosa,
de tanto amor recelosa,
muestra su resentimiento.
Alma soy del desaliento,
que un mensajero me trajo
su mensaje con trabajo
y con bastante pesar,
pues que no me quiere amar
y desprecia mi agasajo.

Oh, crueldad de los desdenes,

si es que el desdén es crueldad,
porque es ella la maldad
si no es fuente de mis bienes.
Mientras tanto te entretienes,
alma, con estos dolores
que sufren con sus amores
los que al amor se declaran,
los que su culto acaparan,
los que sienten sus pavores.

Desvelado en mi tristeza,

ver pasar la madrugada
es ser un alma encerrada
con la más firme dureza,
que, preso en la fortaleza,
siento mi llanto encendido
en las aras de Cupido,
cuando, a matarme dispuesto,
de sus daños yo protesto,
aunque me siento vencido.

4


Pudo el Amor, con su flecha,

arrastrarme a su mandado,
que, tras haberme ganado,
con mayor crueldad acecha.
Con el desdén me desecha,
porque bien sabe cantar
que los amores primeros
son muy malos de olvidar.

Y, como quiso matarme,

para hacerlo, me dio vida,
y, como antorcha encendida,
vengo triste a lamentarme.
Que no basta querellarme
contra su vil atinar,
si los amores primeros
son tan malos de olvidar.

Y, pues quieren sus antojos

no sospechar los dolores
que producen los amores,
sabe cebar sus enojos.
Y es que le faltan los ojos
con que pueda adivinar
que los amores primeros
son muy malos de olvidar.

Por eso este ciego alado

parece tan inclemente,
que su veneno indecente
es amor envenenado.
Y, sintiéndome apagado,
vengo al fin a lamentar
que los amores primeros
son muy malos de olvidar.

En tiempo no muy lejano

dicen algunos que oyeron
los lamentos que dijeron
que era el amor soberano.
Y una mañana temprano
vino un romance a rezar
que los amores primeros
son muy malos de olvidar.

5


Será menester morir,

si es que la muerte se ofrece,
porque al tiempo que amanece,
voy dejando de sentir.
Y, aliviando mi sufrir,
muero de amores perdido,
dichoso, febril, herido
de esa flecha silenciosa
que se me clava, gozosa,
al verme triste y rendido.

Morir será menester,

si es lo que quiere la suerte,
porque consuela la muerte
un amor sin poder ser,
ya que, falto de placer,
llorará el enamorado
la humillación de su estado,
siendo la misma alborada
la dama que al ser amada
jamás hubiera aceptado.

Y, entre tanto yo me muero,

pido aquí la compasión
a la luz, a la pasión
que apaga el primer lucero,
ya que, nunca pendenciero
con los cielos se me ha visto,
y, pues al amor desisto,
conceder debe el favor
de matar en mí ese amor
por el cual ya no resisto.

El amor es mentiroso

y sabe encender la guerra,
ya que, pícaro, no yerra,
cuando dispara, gozoso,
y siente al noble quejoso
por el amor cortesano,
entre infeliz y profano,
deleitándose en la ruina
que lentamente maquina
como injusto soberano.

Alma de luz, claro día,

vena que el oro derrama,
eco del viento que brama,
palabra de nombradía,
esperanza de alegría
que no alcanzará mi mano,
vuelo de luz que lozano
muestra el mundo a los dichosos,
mientras otros, quejumbrosos,
lloran tu amor soberano.

6


Tras correr la madrugada

por los pórticos cerrados,
en los bosques apartados
se percibe una llamada.
Y, cercana la alborada,
en los rincones vecinos,
mezclan ecos peregrinos
el mochuelo y el amor.

Y, mientras se espera el día

y el color de la mañana,
es la noche soberana
en esta mansión sombría.
Que, al correr la brisa fría
sus misteriosos caminos,
mezclan ecos peregrinos
el mochuelo y el amor.

Y, hasta ver el sol despierto

tras las cimas de las sierras,
ganan las sombras las guerras
y es el paisaje un desierto.
Que, mientras el aire muerto
sueña suspiros mezquinos,
mezclan ecos peregrinos
el mochuelo y el amor.

Mas, de pronto, con bravura,

en la altura, mientras arde,
muestra el sol, con gran alarde,
el color de su figura.
Y, si valiente se apura
con colores coralinos,
mezclan ecos peregrinos
el mochuelo y el amor.

Y se vierte el oro viejo

de esa luz de puro brillo
desde el más alto castillo
donde se enciende bermejo.
Y, siendo todo reflejo
y destellos cristalinos,
mezclan ecos peregrinos
el mochuelo y el amor.

7


¡Quién dirá que yo, un guerrero,

un caballero valiente,
la flecha siento que, hiriente,
lanza un niño traicionero…!
Y, feliz, al mundo entero
quiero mostrar que me ufano,
que si es ese el soberano
al que he de servir, es justo
no servirlo con disgusto,
en este reino lejano.

Antes bien, con obediencia,

debo acaso reclinarme,
que, habiendo de resignarme,
hacerlo será prudencia.
Y lo pide la conciencia,
lo dicta el conocimiento,
porque dueño de mi aliento,
me da la felicidad
saber que amor, en verdad,
ha de ser ese sustento.

Por eso estoy jubiloso

y la mayor alegría
bulle en el alma vacía
que es anhelo de reposo.
Yo, que, guerrero enojoso,
fui tal servidor de Marte,
entregarme quiero al arte
del famoso trovador,
que en las aras del amor,
vengo, Cupido, a cantarte.

Y que me escuchen los prados

y los bosques y espesuras,
que tales son las locuras
de pechos enamorados.
Príncipes enajenados
si frente humildes inclinan
cuando acaso te imaginan
sobre todos como rey,
y es rigurosa esa ley
a que todos se destinan.

Por eso, mi ciego amor,

más valioso eres que el oro,
que es en mi pecho un tesoro
tu inconstancia y tu dolor.
Hazme, al matarme el favor,
ya que el espíritu quiere,
que, como la espada hiere,
pueda herir yo con un verso
al corazón que, perverso,
toma el mío mientras muere.

8


No lejos de los hayedos

y de las cumbres calladas,
donde las nieves reposan,
frenó su yegua alazana.
Buscó los viejos senderos
en las mansiones de escarcha
que tejió la brisa fría
con el beso de la helada.

Tomó el aliento sin vida

y la luz de la mañana
contempló en el horizonte
las luces claras del alba.
Y el sol le indicó el camino
al retirar con sus llamas
los hielos que quiso el aire
con el beso de la helada.

Tras un suspiro profundo,

pidió las alas prestadas
al viento por ir deprisa,
a las horas por frenarlas.
Y, con las alas del viento,
cruzando aquella comarca,
saludó el eco del río
con el beso de la helada.

Y se lanzó por la cuesta

como suele hacer el agua,
si desciende, bulliciosa,
al lanzarse en la cascada.
El aire lo hirió valiente
cuando, rozando su cara,
en ella estampó un cuchillo
con el beso de la helada.

No me detengan los cielos,

que, si vencida va el alma,
más puede el fuego en mi pecho
que el valor de la invernada.
Y, buscando los amores
donde el hielo se desata,
halló su valor coraje
ante el beso de la helada.

9


Sobre los altos castillos

que custodios son del cielo,
nace el alba, cuyo velo
teje con luces y brillos,
mientras colores sencillos
llenan el monte y el llano
con ese aliento temprano
que anunciando viene el día,
porque ya la brisa fría
trae su aliento soberano:

pronto arderá la mañana

sobre los valles callados
y los montes que, nevados,
sienten la brisa temprana.
Y mientras brilla lozana
la aurora, hallando la altura,
se hace verde la espesura,
coronando la belleza,
el color y la pureza
de esa llama que se apura.

La claridad de los ríos

toma en su raro reflejo
el claro brillo bermejo
en los grandes señoríos.
Arde la luz con más bríos
cuando la noche vencida
se retira a su guarida
de las luces temerosas,
porque las luces hermosas
tienen ya su bienvenida.

Y en idílicos lugares

cantan las aves del cielo
su temor, su desconsuelo,
dentro de los castañares.
Mientras, los bellos altares
adorna el amor hermoso,
pues el mundo jubiloso
nos deja buenas noticias,
que grandes son las albricias
de Cupido el poderoso.

Mi corazón se ha turbado

por tan alto sentimiento
que ya vuela con el viento
al lugar más apartado,
porque, en su brillo callado,
de la que nace el albor,
siento en mi pecho el dolor
de la mayor alegría
que se enciende con el día
como canción al amor.

10


Doliente siento que muere

el alma dentro del pecho,
que matarme con despecho
amor con saña prefiere:
si con sus flechas me hiere,
solo podré suspirar
que los amores primeros
no los pudiera alcanzar.

Y, como siento el veneno

dentro del alma callada,
desde la misma alborada
siento en el alma este cieno.
Y es que adorándolo peno,
ya que me sabe embaucar,
que los amores primeros
no los pudiera alcanzar.

¿Quién, mirándola, dijera

que, más clara que la helada,
luce en una llamarada
que el eco del día espera?
Y la callada ribera
se podría alborotar,
que los amores primeros
no los pudiera alcanzar.

Así yo, desamparado,

triste entre bosques y mares,
desespero en los azares
del amor a su mandado.
Y, como vivo apenado,
nunca dejo de gritar
que los amores primeros
no los pudiera alcanzar.

Pues, dejado de esperanza,

me resigno a este lamento
que, llevado por el viento,
altas mansiones alcanza.
Que lo quiere así la andanza
que me ve peregrinar,
que los amores primeros
no los pudiera alcanzar.

2012 © José Ramón Muñiz Álvarez

Todos los derechos reservados por el autor.