viernes, 1 de marzo de 2013

CICLO LIEDER


JOSÉ RAMÓN MUÑIZ ALVAREZ
"CICLO LIEDER"

http://jrma1987.blogspot.com

I

Llega el alba y es hermosa,
pues que trae la luz del día
donde la noche sombría
era una mancha borrosa.
Llega la luz codiciosa
con sus colores y galas.
Quien pudiera tener alas
para arrimarse a ese cielo
en que tienen su consuelo
las aves con claras galas.

Densas son las espesuras
de estos callados paisajes,
entre los densos follajes
y las calladas alturas.
Abundan las aguas puras
que caminan hacia el mar,
y es hermoso este lugar
donde nace la alborada
que la nieve ve cuajada
de la sierra al encinar.

Son hermosos los caminos
y poesía es el helecho
que pierde el verde a despecho
de los otoños cansinos.
Los arroyos mortecinos
siguen su ruta y, sereno,
se mira el paisaje lleno
de malheridos frutales
que a las horas matinales
me escuchan, si triste peno.

Y peno, porque es tristeza
apartarse de la vida,
si se siente consumida
por la crueldad, la dureza,
que es el desdén aspereza
para quien siente el amor,
que maltrata su rigor
e impone suerte tan fría
que tanta melancolía
ha matado mi favor.

Brilla por fin la mañana,
Y, contemplando lejano
ese débil sol temprano,
luce su llama lozana.
Poco esa llama se ufana
en la estación otoñal.
Todo se torna en cristal,
que es la helada raro hechizo,
mientras, lleno de granizo,
se contempla el pastizal.

II

Despierta el sol y la aurora,
por recordar mi tristeza,
me escucha mientras bosteza
y con mis lamentos llora.
Siempre me llega a deshora
esta cruel melancolía
que, abatiendo el alma mía
de la mañana a la tarde,
me considera cobarde,
falto de toda osadía.

Huyeron los estorninos
que, buscando otros lugares,
volarán lejanos mares,
cruzarán viejos caminos.
En el aire peregrinos
se van ya los azulones.
Vuelan como las legiones
que, en su gloriosa escapada,
aprovechan la alborada
y sus calladas mansiones.

Nace la luz, que lejana,
nos regala, entre ceniza,
esa llama primeriza
que nos deja la mañana.
Madura allí la manzana,
contemplando el desconcierto
de un horizonte despierto
que de las luces se admira
donde callado suspira
el dulce sueño en el huerto.

Pues quiere la brisa fría
correr los campos callados,
una vez iluminados
por la clara luz del día.
Otras veces se encendía
más temprana la alborada.
En verano, alborotada,
encendiendo su arrebol,
mostraba su luz el sol
sobre la cumbre nevada.

Parece que el pensamiento
sabe turbar al que llora,
que se contempla la aurora
con un brillo ceniciento.
Y no queda ya un aliento
que mi dolor desaliente.
Y quiere el amor ausente
que pene y dolores sienta
lo que la suerte consienta,
en tanto que se contente.

III

Qué bellos los resplandores
que, reflejo de la helada,
quebrando la madrugada,
saludan a los pastores.
Qué bellos son los colores
que se esparcen silenciosos.
Qué bellos, qué rumorosos
los arroyos que caminan
y en su correr peregrinan
hacia mares procelosos.

Pero ya se ve ese brillo
sobre el lejano horizonte,
que despunta, tras el monte,
de la alborada un castillo.
Es ese fuego sencillo
con su plata y sus dorados:
por mil pinceles manchados
van ardiendo ya los cielos,
que se deshacen los hielos
que ya cuajan sobre el prado.

Y yo miro los caminos
de este mundo desolado
que admira al enamorado,
sus acentos peregrinos.
Y se hacen siempre mezquinos
los pensamientos que agitan
las almas que solicitan
un amor no concebido,
que es el amor sinsentido
y locos los que lo habitan.

Y como soy morador
en un imperio encendido,
cual vasallo de Cupido,
he de ser su servidor.
Quien es el adorador
de este niño alado y ciego
ha de perder el sosiego
que pudo tener un día
cuando vio en la llama fría
el más encendido fuego.

Y los campos encendidos
ven esa luz que destella
donde se esconde una estrella
y arden tantos coloridos.
Y pueden verse dormidos
en su sueño los frutales.
Y en las horas otoñales.
es más bella la alborada
que quiebra la madrugada
en las cortes celestiales.

IV

En las horas invernizas
ha nacido la mañana
que se descubre temprana
entre luces y cenizas.
Que las luces primerizas,
con su canto de tristeza,
son un alba que bosteza
y un suspiro delicioso
donde se vuelve espacioso
el sol con su fortaleza.

Y las alturas del cielo
abren al ancho horizonte
las luces que sobre el monte
traen su llama de consuelo.
Puede así todo desvelo
y nace la luz del día
con la mañana sombría
que derrama su derroche
sobre el beso de la noche
que rasga la brisa fría.

Que, pues llega la frescura
de la brisa por las puertas
de las mañanas despiertas,
su brillo ardiente se apura.
Puede también la locura
madrugar, que la velada
paso dio a la madrugada
con el ruido bullanguero
del granizo en el sendero
sobre la escarcha y la helada.

Y aquí está el enamorado,
por los amores vencido,
prisionero de Cupido,
con el ánimo enojado.
Y parece derrotado
junto al ganado que pace,
pues donde ya se deshace
la aurora con la mañana,
una rabia de desgana
de su despecho renace.

Pobre joven hechizado
por los delitos de amor,
que, con el arco mejor,
en su disparo ha acertado,
porque el ciego niño alado
es tirador e verdad,
y le gusta la crueldad
al inyectar su veneno
en quien sabe que ese cieno
es causa de enfermedad.

V

No me importa el ostracismo
que padezco en esta sierra,
pues hermosa es esta tierra
desde la cumbre al abismo.
Mas, si estuviese aquí mismo
la razón de mi dolor,
con un humilde fervor
claramente le diría:
“Aquí está la vida mía
y la causa de mi amor.

Que sois vos, bella hermosura
que ni los cielos igualan
cuando sus luces regalan
desde la diáfana altura.
Y aunque miráis sin mesura
demostrando tal enojo,
yo vuestras iras aflojo,
suplico vuestro perdón,
os entrego mi pasión
y a vuestro poder me acojo.

Porque el bello pensamiento
que inspira vuestra mirada
es recuerdo, a la alborada,
de su luz y de su aliento,
pues la dicha y el tormento
se conjugan, felizmente,
en el agua de la fuente
que, volviéndose bermeja,
esos colores refleja
al susurrar su corriente.

No en vano sois la belleza
que tales versos inspira
en el amor que respira
vuestra crueldad y dureza.”
Y tal vez será torpeza
hablar de amores así,
mas prende tal frenesí
esa mujer en mi pecho
que no amarla ya es despecho,
pues a sus pies me rendí.

Bellos versos son, a fe,
y no soy hombre letrado,
mas en lo que se ha escuchado
muy gran tormento se ve.
De tales cosas no sé,
pues no entiendo la poesía,
pero enciende el alma mía
ver así a un joven garzón
a quien llena la pasión
de tanta melancolía.

VI

¿Y cómo olvidar los ojos
que con su clara mirada
me recuerdan la alborada
con sus caprichos y antojos?
¿Y de los labios más rojos,
que encendiendo mi deseo,
siento que acaso los veo,
prometiendo s hermosura
a quien la siente más pura
para tornarse en trofeo?

¿Su melena desatada,
que más que la aurora bella
se enciende como una estrella
con su mágica alborada?
¿De su rostro la nevada,
cuando enseña la pureza
que allí pintó la belleza
con esa magna maestría
de quien sabe que, si es fría,
cálida es cuando bosteza?

Hermosura del deshielo,
siento en mi pecho su vida,
esa luz que abre la herida
de mi eterno desconsuelo.
No tiene piedad el cielo,
no sabe nada el destino,
y mi tristeza imagino
en el poder de su ausencia,
pues reclamo su presencia
como amante peregrino.

Será buen apartamiento
ese lugar que se ofrece,
ver allí cómo amanece,
soñar otro pensamiento.
Si lo piden yo me ausento
y tendré esa curación
que hace falta a un corazón
que el amor solo alimenta,
que, para pagar la cuenta,
ya basta la sinrazón.

Qué bellos los resplandores
que, reflejo de la helada,
quebrando la madrugada,
saludan a los pastores.
Qué bellos son los colores
que se esparcen silenciosos.
Qué bellos, qué rumorosos
los arroyos que caminan
y en su correr peregrinan
hacia mares procelosos.

VII

Tiene el sol esa belleza
que en todas partes se admira,
cuando, callado, delira
y al horizonte tropieza,
que el crepúsculo ya empieza
a mostrar raros dorados,
y, en sus colores bordados,
miro yo mis desazones,
que en derrotadas pasiones
he de volverme en pedazos.

Gran locura los amores
que en mil quebraderos quieren
a quienes siempre prefieren
sus querellas y dolores,
pues que, pidiendo favores,
suplicando sin descaro,
huyen del arroyo claro,
de la calma y la paciencia
para perderse en la ciencia
de pagar precio tan caro.

Sin embargo, es bien decirlo:
pues que vivo enamorado,
quiero un poema inspirado,
mas tardaré en escribirlo,
y, con tener que pedirlo,
vengo a pedir un favor
a este viejo trovador
que verso y música sabe
para que un dolor más suave
se torne el dolor de amor.

Quiero morir de otra muerte,
pues me siento ya humillado,
que me maltrata a su lado,
que me aleja de su suerte,
y, siente mi pecho fuerte
el desgraciado flagelo
de su dureza, que el pelo
va cubriendo su mirada,
y esconde la llamarada
que es causa de mi desvelo.

Será bueno que, contento,
aprenda a hablar de las flores,
de los dulces ruiseñores,
del brillo del firmamento,
no fallando en el intento
de seducir sus encantos,
duros como los amiantos
que cortan con gran bravura
a quien sufre la tortura
entre mil gritos y espantos.

VIII

El ánimo resquebraja
el amor que me domina
y la fortuna mezquina
a vil siervo me rebaja.
Es el amor, que agasaja
con dolores y torturas,
cuando las palabras duras
quiere a su gusto el desdén,
porque el amor no hace bien
y el ánimo deja a oscuras.

Bien sabes mi nombradía,
la bravura que arde en mí,
y no es cosa baladí
sentir tal melancolía.
Hasta el alma se me enfría,
que me siento derrotado
al disputar este estado
que me destroza violento,
pues es capricho de viento
que me sienta enamorado.

Por ella vivo vencido,
que su sin par hermosura
sabe herir, con llama pura,
en su mirar encendido,
que las aves, en su nido,
escuchan el canto hermoso,
cuando canta, melodioso,
cuando dichoso la halaga,
cuando terrible me llaga
y me enamora tedioso.

Por ella vencido vivo,
por ella pierdo la calma,
por ella se escapa el alma
y me admiro pensativo.
Y todo este mal recibo
como la más dulce pena,
que me place la condena
de admirarme enamorado,
de sentirme encadenado
al oro de su melena.

Y es tan alto el pensamiento
que sustenta tal idea,
que advierto que, como sea,
es amor y es mi sustento.
Y con eso yo alimento
el dolor del pecho mío,
porque me ciega ese frío
que me trae con osadía,
siendo todo gallardía
cuanto respira en mi brío.

IX

¡La noche por fin apura
esos últimos momentos
en que la quiebran los vientos
donde, infeliz, se apresura.
Y la luz se hace blancura
y es razón de mi dolor,
si, en la alcoba de tus besos,
vuela alegre el ruiseñor.

Porque las altas mansiones
de las sombras, derrotadas,
apartan las alboradas,
alcanzando sus bastiones.
Y separan corazones
que se llenan de fervor
si, en la alcoba de tus besos,
vuela alegre el ruiseñor.

Y aunque corra la mañana
y arda su luz poderosa,
donde puede, luminosa,
desperezarse temprana,
serás reina soberana
más allá de su color,
si, en la alcoba de tus besos,
vuela alegre el ruiseñor.

Y aunque encienda los cordales
y los montes con sus brillos
el sol desde sus castillos
sobre escarchas invernales,
dichoso, tras los cristales,
seré, teniendo tu amor,
si, en la alcoba de tus besos,
vuela alegre el ruiseñor.

Y, en la blancura inocente
de las sábanas del lecho,
cruzando el amor el pecho
con su llama incandescente,
me arrastrará tu corriente
con poderoso fragor,
si, en la alcoba de tus besos,
vuela alegre el ruiseñor.

x

¡Siento amores de una dama
que, como el alba que llega,
enciende toda la vega,
al tiempo que se derrama!
¡Y cada noche, en la cama,
llena mis sueños tan pura
la ilusión de su figura,
que, por amores vencido,
he de morirme rendido
al amor y su tortura!

Y es el amor extravío
que no admite concesiones,
cuando aprieta las pasiones
en el pecho triste y frío…
Pero el susurro del río
sabe más que del corazón.
Si esa es toda tu razón,
no eres un buen escudero,
que, con ser noble y sincero,
solo quieres tu ración.

Gran pecado es el amor
para quien amor profesa,
para el que no le interesa,
para quien es desamor.
Produce daño y dolor
que nos lleva al desengaño.
Como señor es tacaño,
como amigo es melindroso,
como enemigo es odioso,
como verdugo es extraño.

Como guerrero se arroja,
como general nos guía,
como hielo nos enfría,
nos calienta y nos sonroja.
Quiero más que no me escoja
en su corte atormentada.
Tuerce la senda trazada,
nada entrega y nos despide,
mientras la suerte decide
de quien lo sigue por nada.

Él es el amor ufano
que contempla al que suspira,
que en su locura delira,
que se arma de viento vano.
Es religioso y mundano,
Es carnal y espiritual,
mezcla del bien y del mal,
de lo humano y lo divino
del agua fresca y el vino,
de la miel y del panal.

2012 © José Ramón Muñiz Álvarez

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