viernes, 26 de abril de 2013


EL CANTO DEL AUTILLO EN LA BUHARDILLA

Los troncos de los árboles, ya muertos, les sirven de mansión a los mochuelos que habitan lo profundo de los bosques. El cárabo es más tímido, si acaso, pues vuela sigiloso, entre los robles, cazando ratoncillos y batracios. En cambio, la lechuza y el autillo no temen instalarse en las buhardillas, de las casonas viejas de la aldea.
El mes de abril, que suele ser lluvioso, también tiene sus tardes encendidas de sol y luz, de magia entre los árboles. Mas, al llegar el brillo del ocaso, se escuchan los autillos en los parques, que llaman al amor en plena noche. Los más supersticiosos tienen miedo, y dicen que convoca al aquelarre de brujas en los montes colindantes.
De niño, en la buhardilla de la abuela, sentí la voz crispada del autillo, su grito lastimero, para algunos. Jamás pensé que fuera una criatura maligna cuyo grito desgarrado, volara, amenazante, con la brisa. Tal vez, al ser un niño, imaginaba que su llamada dulce, vivaracha, tenía el colorido de otros trinos.
Los niños tienen grandes cualidades para formar su imagen de las cosas, a costa de ignorar tantos secretos. Y quiso mi inocencia caprichosa pensar que era el autillo, entre las sombras, como el cuclillo, oculto en la hojarasca. Difícil es, no en vano, ver cuclillos, por más que en primavera se les oye cantar entre las densas arboledas.
No es raro en la niñez ser tan curioso, pues es, en esta edad, cada detalle como un descubrimiento inesperado. Por eso pregunté a la vieja anciana, de rostro bello y pelo blanquecino, pendiente del fogón en la cocina. Y dijo que era el pájaro del agua, criatura singular que, cada noche, las lluvias prevenía en su llamada.
Y cuántas veces, siempre fantasioso, tomaba, en la mesilla de mi tío, cuartillas de papel, y dibujaba siluetas del autillo y la lechuza. Y viendo ya cercanos esos meses que llegan calurosos, en verano, por la ventana abierta, los buscaba. Mis ojos exploraban en la sombra los vuelos que rizaban en la nada sus grandes alas ricas en sigilo.
La anciana falleció dejando un hueco que no podré llenar en muchos años, y no podré volver a la buhardilla: sus dueños la arreglaron y vendieron a nuevos propietarios que no quieren amar el canto viejo del autillo. Mas, al llegar abril, siempre lo escucho, y anima en mi a ese niño que otras veces hurgaba en los misterios de la sombra.
El mundo cambia, y cambian los lugares, y pueblos de otras épocas lejanas se fueron transformando lentamente. Las villas de los viejos pescadores también han alterado su apariencia, tomando un aire acaso más urbano. Y es fácil recordar esas fachadas antiguas y las calles empedradas que fueron dando paso a otros ambientes.
No son las mismas ya, tras tantos años, las vistas de rincones apartados donde se admiran altos edificios. Pero, según nos vamos, caminando, sin prisa, a las afueras, ese tiempo parece conservarse en el entorno. Los campos, las colinas, el arroyo, los densos eucaliptos en el monte se pueden contemplar igual que entonces.
Llegado junio, en días despejados, es grato deambular cuando oscurece, mirar el sol, hundido en la distancia. Es bello deleitarse con nostalgias de tiempos que, si no fueron mejores, tal vez imaginamos más felices. Es la niñez que vuelve, es el momento de revivir al niño que no existe, pues lo hemos encerrado en lo profundo.
Y, tras ponerse el sol, con sus dorados, sentado sobre un banco en San Antonio, descubro las estrellas en la altura. No hay duda de que es todo un espectáculo, cuando la brisa baña ese montículo, borrando los rigores de la tarde. Y, entonces, encendiendo el cigarrillo, regreso por veredas que la luna me deja adivinar entre la sombra.
En la estación existe un parque humilde, sereno, con sus sauces melancólicos, que lloran desde el brillo de la aurora. Allí se escucha el canto del autillo, quimérico y extraño, casi mágico, y entonces el recuerdo se hace intenso. La brisa ha refrescado el aire puro, y el grillo, en su concierto interminable, le da acompañamiento al viejo autillo.
Llamando a los amores, el reclamo de la rapaz nocturna nos sugiere los sueños de las noches de la infancia.  Poblado de dragones y de gárgolas, el mundo era tal vez más sugerente, mirado con los ojos de un chicuelo. También el mar, entonces, era abismo de rémoras, marrajos y piratas y las mansiones eran un castillo.
Después se esconderá el viejo mochuelo, y el canto de los cárabos del monte se irá apagando allá, en lo más profundo. La Fuente de los Ángeles murmura, risueña en primavera, mientras canta feliz, entre las ramas, un jilguero. La calma llena el aire, y el paisaje se admira con el alba que despierta con claras llamaradas de alegría.
Al fin se pueden ver, en cualquier parte, cuando el hurón se esconde y los raposos, el pardo de la piel de los tritones. No suelen esconderse en lo profundo del manantial alegre y vivaracho, donde los capturaban los muchachos. También, de niño, yo jugué a cazarlos en los abrevaderos de las bestias y en las corrientes claras de las fuentes.
El canto del autillo se ha perdido, pero es posible ver, y las urracas, los cuervos y arrendajos recortan con sus alas cada soplo. El aire se hace amigo del cuclillo, del raro picachuelo y sus colores, bajo la vigilancia de la aurora. También acechan, rápido, el cernícalo y, fuerte, el poderoso ratonero, desde el tendido eléctrico, en los campos.
Pasaron esos años tan idílicos de casas encantadas, de misterios, de juegos infantiles en el patio. Y entonces era bello el sol al alba, la lluvia en los cristales y los charcos formados en la vieja carretera. El universo entero se enseñaba cuajado de sutiles maravillas en los lugares más insospechados.
El canto del autillo en la buhardilla, la luz de las estrellas en los cielos y el ruido de los grillos son promesa. Y el tiempo transcurrido se ha perdido, mas vuelve a suscitar, en la memoria, vivencias que conserva el alma vieja. Herido ya el espíritu cansado por una juventud tan agitada, la infancia sigue viva, sin embargo.

2010 © José Ramón Muñiz Álvarez
"EL CANTO DEL AUTILLO EN LA BUHARDILLA”
Todos los derechos reservados

miércoles, 24 de abril de 2013

Nuevo soneto para el maestro Erich Schagerl

Nuevo soneto para el maestro Erich Schagerl

             En Austria son los picos tan hermosos
que el firmamento hieren con su vuelo,
rascando con su cumbre el terciopelo
que Mahler supo en tonos cadenciosos.
             Descienden los arroyos poderosos
a costa del capricho del deshielo,
si el llano admira, cuando mira el cielo
sus brillos, entre puros y gozosos.
             La luz, un vals febril de primavera
saluda a un Erich lleno de alegría,
si sabe del abril claro y florido.
             Y genio será siempre dondequiera,
luciendo, con talento cada día,
el fuego del violín más encendido.

2013© José Ramón Muñiz Álvarez
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

Albin Fries

"Soneto para el maestro Fries"

             Las óperas que suenan nuevamente
en el jardín de dicha que nos llena
compuso Albin alegre, porque en Viena
habita el arte y vive en cada fuente.
             En "Nora" arde la llama más vehemente
del siglo que la música envenena
con un talento grande que, en escena,
acaso es como un rayo sorprendente.
             Pues tiene de los grandes la belleza
y muestra su dominio en partituras
cuyas tonalidades son brillantes.
             No cabe en sus compases la torpeza,
que es música que vuela a las alturas
que gozan los vieneses delirantes.

2011 © José Ramón Muñiz Álvarez
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

Soneto para Pablo Queipo de Llano

Soneto para el maestro Queipo

              Los versos que me inspira el Siglo de Oro
me llevan a ser más calderoniano,
acaso gongorino, pues a mano
sus libros tengo, todo su tesoro.
              La música barroca que yo adoro,
que mezcla lo alemán a lo italiano,
recuerdo es de ese tiempo ya lejano
que tuvo su grandeza y su decoro.
              En Queipo veis la noble arquitectura
que tiene siempre el genio cuando, loco,
se lanza en una fuga hacia el vacío.
              Compases son perfectos, cuya altura
alcanza la belleza del barroco
y muestra en su frescura el señorío.

2011 © José Ramón Muñiz Álvarez
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

Für Wiener Philharmoniker

Für Wiener Philharmoniker

             El brillo del color de la alborada,
nacido entre las sombras y los hielos,
dibuja, con los suaves violonchelos,
la cuerda del violín alborotada.
             La música se eleva a su morada,
ligera como el aire, hacia los cielos,
y sienten su caricia los deshielos,
anuncio del final de la invernada.
             Y un halo de virtud teje, dichoso,
y afina, matemático, el talento
en el tapiz del arte, cuando suena:
             El beso de la música es hermoso
y el alma lleva al alto firmamento
la Orquesta Filarmónica de Viena.

2011 © José Ramón Muñiz Álvarez
"G'chichten aus dem Wienerwald"
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

Soneto para F. Petrovich

Para Federico Petrovich

              La magia de una hermosa sinfonía
que el mundo ve perplejo y admirado,
nos llega a conmover, y en ese estado,
el ímpetu nos llena y la alegría.
               A veces sabe a paz, mas es sombría
en otras ocasiones, y, callado,
parece que musita y acallado
se esconde el arroyuelo entre la umbría.
               A veces se adivina la tormenta,
timbales y violines que se agitan
como un torrente fuerte y tumultuoso.
              La música se siente más violenta
y como Ludwig sabe que tiritan
las cuerdas con su brillo más fogoso.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

Nuevo soneto



             Más brilla ese sonido si no hiere
el ruido de las calles, su metira,
el arte, si es el arte el que suspira
ante el amor sensible que lo quiere.
 
            Alientos de los clásicos quisiere
la gente que esa música respira,
pues siempre con la música delira
quien virtuosismos mágicos prefiere.
 
            El "Clásicos" es magia cuando suena
la voz tan singular, beso de aurora,
pues habla de la música de Viena.
  
           Y acaso, tan hermosa locutora,
su hechizo da a la tarde, porque llena
las horas de la gente que la adora.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

lunes, 15 de abril de 2013

Monólogo


José Ramón Muñiz Álvarez
BREVE PIEZA TITULADA “LA ALBORADA ENTRE LAS CUMBRES”
O “LA VOZ DE LA VENGANZA”
(Monólogo)

¿No decís que os he mentido
y que, lleno de rencor,
quiero vengar, con furor,
el daño que no he sufrido?
¿No decís que, sin sentido,
quiero lanzarme a la guerra,
que por un palmo de tierra
renuncio, sin humildad,
a tanta serenidad
como nos brinda la sierra?

¿No dan testimonio el cielo
y la tierra, que nos miran,
del horror en que deliran
los que lloran con desvelo?
¿Acaso en un raro vuelo
tal vez de mi fantasía
mi locura se encendía
cuando me encontré quemado,
escupido y maltratado
por toda aquella jauría?

Que se cebaron en mí,
que destrozaron mi pecho,
que, con ánimo deshecho,
la acusación admití.
Que si en estas yo me vi,
desesperado y vencido,
quise acaso, reducido
al lugar de un miserable
que no siente soportable
el dolor más encendido.

¿Y pensáis que, en la ocasión,
siendo yo en forma sencilla
una miasma, una mancilla,
no fallaba el corazón?
¿Qué con sobrada razón,
cuando la muerte se advierte,
no suplicaba la muerte
y que no esperaba el rayo
que mitigase el desmayo
y la fatiga más fuerte?

¿Pero cómo? ¿Confundidos,
no dejáis de imaginar
que no pude ni olvidar
la pasión de los sentidos?
Y, con miembros doloridos,
era ya carne doliente
el alma, el cuerpo, la mente
que hacia el odio se arrastró
y que así sobrevivió
a una suerte tan hiriente.

Y quién sabe si el dinero
comprar puede, ya no el alma,
sino la paz y la calma
que no goza el embustero.
Falto de luz y ligero
Fue delator ese grito,
y en la maldad del delito
que logró con el engaño,
no quiso saber del daño
su corazón de granito.

¿No dijo el labio atrevido
la traición, cuando ofrecía,
su palabra al claro día,
contra quien vive escondido?
Pero mintió ese sonido
de su voz, que, firmemente,
se alborotó en el torrente
del ocaso y su reflejo,
cuando a la noche el sol viejo
declinaba dulcemente.

Y, porque vio el sol ausente,
con el ánimo dudoso,
quiso aceptar, codicioso,
el brillo del oro ardiente.
No siendo pecho paciente
ante tan rara delicia,
se regaló a la avaricia,
contra valores sagrados,
cuando a amigos entregados
supo vender su codicia.

Mintió, y, al tejer verdades
con la pura fantasía,
demostró su cobardía,
sus oscuras mezquindades.
Que, afirmando falsedades,
vilipendió la inocencia,
y no cesó su sentencia
de acusaciones tan crueles
contra quienes le eran fieles
a pesar de su demencia.

No supo, siendo prudente,
olvidar viejos rencores
y a los amigos mejores
manchó con la injuria hiriente.
Mas vendrá con alta frente,
lleno de orgullo con brío,
porque el viejo señorío
queda en sus manos manchadas,
por acciones endiabladas
para arrancar lo que es mío.

Al príncipe en su alegato
pudo mentir, ambicioso,
y, en su traición, orgulloso,
me condujo al arrebato.
No pudo ser más ingrato
ni más desagradecido,
que, en el ánimo encendido,
quema y duele la mentira,
si el espíritu suspira
porque se siente encendido.

¿Y decís que mi lamento
no tiene mayor sentido,
cuando un amigo querido
quiere hundirme en tal tormento?
¿Acaso no veis que siento
que, escupido mi linaje,
no basta ya mi coraje
en la sangre que mancilla,
y que no es cosa sencilla
permitir que me rebaje?

Porque era el castillo mío,
las mesnadas que ahora manda,
los lugares que demanda,
el viejo puente del río.
Y, si acaso lloro o río,
podéis verme en mi desmayo,
que me duele que un lacayo
venza así la fortaleza
de quien jamás con dureza
quiso tratar a un vasallo.

Que, en esta amargura mía
no queda ya el desaliento,
sino acaso un grito al viento,
siendo el alma bizarría.
Pues quiebra la helada fría
esta voz que el aire corre,
desde el bosque hasta la torre
donde el arroyo remansa
el agua que no descansa,
si la sombra lo socorre.

¿Mas no juró una amistad
donde nunca el bajo instinto
lo tornaría distinto?
¿O no habló con claridad?
Pues, burlando la verdad,
dijo: “No he de ser infiel
a la amistad, porque cruel
es faltar a quien, amigo,
sabe poner al abrigo
al amigo que le es fiel.

Y, como amigo, recibo
de vos este digno honor,
pues que sois vos el mejor
que en la tierra queda vivo.
Que nunca en la guerra esquivo,
que jamás en el combate
fallasteis en el debate
de las armas, y, valiente,
mantenéis alta la frente
aunque el fuego se desate.

Vuestra bravura yo admiro
a fuerza de ser guerrero,
y, pues sois gran caballero,
en vuestro espejo me inspiro.
Y es que el aire que respiro,
regalo del mismo Dios,
lo he de dejar si es que vos
dispusieseis de mi ser,
que, quedando yo a deber,
debo mi vida a los dos.

Que, con ser mi salvador,
por librarme en este trance
os daré lo que al alcance
pueda daros mi favor.
Y, si al tiempo sois señor,
queda empeñada la vida
para vos y a vos debida,
porque, libre de la muerte,
lo debo a ese brazo fuerte
de bravura decidida.

Y por eso he de decir
que no es mucho ofrecimiento
que la vida que sustento
me la podáis vos pedir”.
Eso dijo, y al decir
las palabras que decía,
su mirar resplandecía
como lleno de inocencia,
cuando, falto de conciencia,
era pura hipocresía.

Dijo: “Por vos la lealtad
y por vos todo valor,
pues encarnáis el furor
contra la oscura maldad.
Y, en este mundo es verdad
que abunda la cobardía,
mas ¿no resplandece el día
en quien empuña en su mano
ese fuego soberano
de tan alta gallardía?

Yo advertiré las traición
que prepara el mundo malo
en pago a ese gran regalo
que os debe mi devoción.
Porque la desolación
que la vil traición consiente
hace vil al que la siente,
y, llevando al descontento,
hace al hombre descontento,
turba del todo su mente.

Por vos daré yo la vida
si lo hace el caso preciso,
que, si vuestro favor quiso,
la tuve estando perdida.
Y, pues es cosa debida
dar buen pago al acreedor,
no podrá nunca el temor
echar atrás ese fuego
al que, como deudor llego,
en horas de tal dolor”.

Y, en sus palabras creyente,
pensé su mirar sincero,
que imaginé caballero
el valor puesto en su frente.
Y le dije: “Sé valiente
como lo es tu dignidad”.
¿Pero no juró amistad
donde nunca el bajo instinto
lo mostraría distinto?
¿O no habló con claridad?

Y, porque decirlo quiero
al confín que nadie alcanza,
¿no ha de sentir mi venganza,
siendo yo buen caballero?
Que, si vivo prisionero
en este vil ostracismo,
si, arrojado en el abismo,
culpable es ese rufián,
mayor venganza querrán
los odios que hay en mí mismo.

Por eso empuño esta espada,
que, en el peligro, defiende
esa bravura que prende
al alma desesperada.
Y es que en hierro fue forjada
la dureza de su filo,
para cortar con sigilo,
para vencer en la guerra,
para cobrar esa tierra
por la que estoy siempre en vilo.

Por eso empuño este hierro
que rienda dará y empuje
a quien tan alto conduje
para morder como un perro.
Que, dejado a este destierro,
pido el regreso indignado,
recuperando el estado
que me da la nombradía,
porque va en la sangre mía
el nombre que me han robado.

Y, siendo toda la tierra
la heredad que me ennoblece,
si a mi brazo pertenece
ha de ser mi brazo guerra.
Porque todo el mal que encierra
una mezquina traición
no arrancará a un corazón
la voluntad, la osadía,
de recobrar, siendo mía,
mi dominio y posesión.

¿Y el amor? ¿Puede ser eso
un amor que así se entrega?
Pues un rumor en la vega
traición llamó a un dulce beso.
Que, con un aire travieso,
siendo mía la mujer,
me ofreció tan gran placer
como amargo el desengaño,
porque, siendo todo extraño,
no fue ese beso querer.

Ella, que quiso arrancarme
con su fuego venenoso,
llevada del codicioso
y bien dispuesta a matarme.
Pues, después de enamorarme,
de ofrecerme todo amor,
llena de odio y de rencor
quiso unirse a la conjura,
dejándome en la locura
y abrasado de dolor.

Porque, después de apresado,
ante mis tristes despojos,
dijo, sin miedo en los ojos,
que yo era el traidor malvado.
Si, por el miedo apresado,
su corazón de mujer,
aunque falto de querer,
mintiera, comprendería
que ella tuvo la osadía
por temor a perecer.

¡Y cómo miente el amor!
Ella, que juró amor puro,
y que lo dijo seguro,
toda llena de fervor.
Pero, lleno de dolor,
vi que, valiente, mentía,
que a su marido vendía,
que le causaba la afrenta,
si pronunciaba contenta
esta traición que le hacía.

Porque dijo: “Contra el rey,
alevoso y atrevido,
ha querido mi marido,
levantar su escasa grey.
Eso es traición a la ley,
y, pues es un embustero,
venga el castigo más fiero
sobre toda su maldad,
porque falta a la lealtad
y quebranta cualquier fuero.”

Porque dijo: “Contra el cielo,
atrevido y alevoso,
el mal defiende mi esposo,
porque su sangre es de hielo.
Lleno vive de recelo,
y, pues ama la mentira,
si como loco delira,
merece el mayor castigo,
que es del amigo enemigo,
pues el odio en él respira.”

Porque dijo: “Contra el mundo,
entre gallardo y airado,
quien conmigo hubo casado,
merece un daño profundo.
Que, con un gesto iracundo,
revelado me ha sus planes,
y la lava en los volcanes
no fuera cosa violenta
como la cobarde afrenta
y sus brutos ademanes”.

Porque dijo: “Y es preciso
que el príncipe pronto muera,
y que el puñal que lo hiera
no se acobarde, indeciso.
Y, porque la traición quiso,
cuando pudo, menos cruel,
ser para el rey hombre fiel,
como acaso era esperado,
ahora será castigado
como un sarraceno infiel”.

Yo, que con gran cortesía
llené de dicha su lecho,
y ofreciéndole mi pecho
tantas veces le decía:
“No sois vos la luz del día
que recorre las alturas
en tan raras aventuras
que la luz devuelve al monte,
sino que sois horizonte
de todas mis desventuras.

Que muero de amor vencido
ante la bella mirada
que refleja en la mirada
el fuego más encendido.
Y es que el eco repetido
de la mañana es espejo
de vuestro claro reflejo,
de vuestro claro mirar,
del callado despertar
del puro rayo bermejo.

Que, por amor derrotado
ante tu callado brillo,
eres del alma castillo
al espíritu embargado.
Y, porque yo, enamorado,
he de rendir pleitesía,
admiro en la luz del día
tu dulzura y tu belleza,
porque siempre su certeza
trae la mayor alegría”.

Ah, raro pincel de amor
que describe la mañana
como dueña que se ufana
de mi dicha y de mi amor.
Porque, teniendo el favor
de tus labios y tus ojos,
no pueden ser mis enojos
posibles al despertar
y encontrar en tu mirar
de la noche los despojos”.

Yo, que, atento a sus anhelos,
deudor de cuanto quería,
le prometí el sol del día
y la altura de los cielos.
Porque, atento a sus desvelos,
le dije: “Quiera el amor
que, aumentando mi valor,
pueda enlazarte en mi abrazo,
cuando a la guerra este brazo
ha de acudir con rigor.

Yo, que atento a su mirada,
quise que estandarte fuera
del ejército que hiriera
a la contraria mesnada.
Yo, que, al verla desdichada,
jurar supe en su presencia:
“Si la guerra es la violencia
y en la violencia hay temor,
quiero beber del amor
que arde un tu benevolencia.

Y, porque el amor me llena
de esta pasión que es locura,
pueda, en su rara andadura,
dar mayor fuego a la vena.
Porque mientras se envenena
la pasión de cualquier hombre
que en el combate se asombre,
luchando con valentía,
con arrojo y osadía,
quiero luchar por tu nombre”.

Y ella, a quien tuve por vida,
con un corazón de acero
oyendo al noble guerrero,
se mostraba ensombrecida.
“Qué cruel es la despedida
que separa a los amantes
con caprichos inconstantes,
porque lo quiere la guerra
que hacen, detrás de la sierra,
esos reyes delirantes.

Pues esta separación
en que turbada está el alma
mudar intenta en el alma
la razón por desazón.
Y, si es el amor sanción
para el pecho del valiente,
quiero morir si es que, ausente,
partes a tierras lejanas,
antes que, en horas tempranas,
tu falta el pecho lamente.

Qué cruel es el cruel destino
si es que acaso nos separa,
que sabe la dicha avara
no esperar en su camino.
Y qué cruel y qué mezquino
el amor que me ha flechado,
habiéndome enamorado
de quien parte del lugar”,
supo, a veces, contestar
para tenerme engañado.

Raro hechizo del amor
que sueles dejar rendido
a quien tienes ofrecido
a las manos del traidor.
Y se impacienta el furor
pensando en que, mancillado,
queda mi nombre arrastrado
como la tierra en el suelo,
porque barro y desconsuelo
con el honor se han mezclado.

Mas no la forzó el castigo,
nadie impuso la tortura,
y ella, con mirada dura,
negó su amor y su abrigo.
Qué sucediera conmigo
no era cosa de importancia,
porque, con esa jactancia,
dejado ante el mentiroso,
sentí en el dolor odioso
la amargura gris y rancia.

Y es que puede el alma triste
sentir vergüenza y sufrirla
si es que debe recibirla
del destino que lo embiste.
Que poco acaso resiste,
que mucho al tiempo se altera
quien permanece a la espera
de la justicia que pide
al alto Dios, si reside
alejado de esta esfera.

Que es preferible la muerte
a este callado destino
en que pena el peregrino
que las traiciones advierte.
Y no sabré ya si es suerte,
a costa de duelo tanto,
si escapar a aquel espanto
fue conclusión o qué fue,
porque viviendo me sé
fuego de rabia y quebranto.

¿Pues no padecí prisiones
y no gritan mis heridas
las maldades cometidas
por los infames sayones?
¿Pues no sufrí las tensiones
que le roban el aliento
al que llora estando hambriento
y siente arder la garganta,
porque la sed es ya tanta
que beber quisiera el viento?

Como un perro encadenado
fui tratado, pero vivo,
y quien estuvo cautivo
sus miserias no ha olvidado.
Y, viendo libre mi estado,
pudiendo pedir castigo
para quien era un amigo,
para quien era una esposa,
¿pensar puedo en otra cosa?
Pues al combate me obligo.

¿Quién dirá que mis guerreros
son, como el lobo, ladrones
de las oscuras regiones
que no corren los monteros?
¿Que estos extraños senderos
donde solitario habito
son el lugar donde e grito
busca el eco en las alturas
y que en tristes angosturas
es lo profundo infinito?

¿Quién pensará mi nobleza,
unida a crueles bandidos,
en montañas escondidos,
huyendo de la realeza?
¿O que esta gente es rudeza
llevada de mi furor?
¿O que, siendo su señor,
son ellos mi tropa vil
para enfrentarme, febril,
con el canalla traidor?

Raro es acaso el destino
y se muestra caprichoso
con quien el valor de un oso
ha de hacer largo camino.
Y en este lugar vecino
a las fieras y alimañas,
corre el viento y son sus sañas
y su furia y desaliento
lo que me tienen contento
de maneras tan extrañas.

Que al apurar la amargura
de terribles sinsabores,
son los violentos furores
los que encienden la locura.
Y, si padecí tortura,
quiero a la muerte llevar
a quien hubo de engañar,
a quien no faltó a mentir,
a quien tanto hizo sufrir
por el mal de codiciar.

Brilla la luna en la altura
y, contemplando la helada,
sueña esa paz elevada
que sugiere la hermosura.
Y el torrente que se apura,
sigue acaso, indiferente,
bebiendo en la pura fuente
que nace del cielo frío,
mientras reclamo lo mío,
entre encendido y doliente.

Quiero mi lecho y palacio,
quiero mis valles y montes,
quiero aquellos horizontes
que el sol busca en el espacio.
Quiero el cielo y su topacio
dando riego al campesino,
cuando sigue su camino
ante mis torres y muros,
y quiero soldados duros
dispuestos a su destino.


Que de nuevo los pendones
tomará el viento desnudo
con el color de mi escudo
y el de mis nuevas legiones:
ellos, proscritos, ladrones,
hombres sin patria, apartados,
por la justicia buscados,
perseguidos por la ley,
como lo soy ante el rey
por canallas deshonrados.

Les diré: “Vuestra bravura,
el carácter aguerrido
de un aliento contenido,
son valor en la aventura.
Y la noche ya se apura,
dejando al rayo primero
descubrir el cielo entero,
para que, haciendo camino,
busquemos ese destino,
que es un destino guerrero”.

Les diré: “Vuestro coraje,
es, entre densas nevadas,
como esas cumbres calladas
que presiden el paisaje.
Vosotros, como el paraje
al que os lanzó como a perros
el temor a tantos hierros
cuya llave es la mentira
sois un grito que delira
por los injustos destierros”.

Les diré: “Tal vez yo mismo,
con un ánimo valiente,
quiero ser irreverente
en el borde de este abismo.
¿No me duele el ostracismo
al que me vi condenado?
¿Es que no me vi arrojado
del lugar del que soy dueño?
Repetiré nuestro empeño,
que es de morir o matar:

queremos muerte o victoria,
porque, en este enfrentamiento,
arde un hondo sentimiento
que no olvida la memoria.
Gritarán siglos de historia
cómo supo, honradamente,
levantarse aquella gente
que, en la mentira aplastada,
tras hallarse mancillada,
supo alzarse firmemente”.

Y el paisaje, en la nevada,
ve que se encienden los cielos
que no sienten ya recelos
de la luz enamorada.
Y, entre la nieve cuajada
que la mañana hace fría,
al correr de nuevo el día,
blandamente se resume
en ese raro perfume
que regala su alegría.


Y ya advierten los albores
su luz, su risa dichosa,
esa gracia perezosa
que revive en su colores.
Beso de intensos olores,
lentamente llega el día,
y, al correr la brisa fría,
blandamente se resume
en ese raro perfume
que regala su alegría.

Y ya su brillo lejano
va borrando las estrellas,
que, temblorosas y bellas,
no se alcanzan con la mano.
Mas si lucha el brillo en vano
en la alborada sombría,
al correr la brisa fría,
blandamente se resume
en ese raro perfume
que regala su alegría.

Y la altiva fortaleza
que se cierra en las montañas
mira impetuosa las brañas
cuando la aurora bosteza.
Y, respirando nobleza,
coraje y melancolía,
al correr la brisa fría,
blandamente se resume
en ese claro perfume
que regala su alegría.

Y siente el rayo la helada
que a su calor se deshace,
mientras la aurora renace,
mientras llega la alborada.
Y su rauda llamarada,
desbordando gallardía,
al correr la brisa fría,
blandamente se resume
en ese raro perfume
que regala su alegría.
 
Cuando despunte, graciosa,
la del alba, con el día,
será mi voz gallardía
y su palabra orgullosa.
Verán el alma orgullosa
que arde valiente en el pecho
los que saben del despecho,
los que quieren combatir,
que, dispuestos a morir,
saben la muerte al acecho.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.

viernes, 12 de abril de 2013

Comedia (I)


  1. José Ramón Muñiz Álvarez
    JORNADA PRIMERA DE “EL CABALLERO VENCIDO O EL
    AMOR QUE NO SE ENTREGA
    (breve representación
    dramática)

    ESCENA PRIMERA:

    Los mendigos Panduro y Longaniza conversan con un mesonero.

    PANDURO-. Más quiero beber buen vino
    y quedarme sin yantar
    que tener que lamentar
    las miserias del destino.
    LONGANIZA-. Y es tan pobre y tan mezquino
    el carecer de abundancia,
    que regala la inconstancia
    a quien vive en la pobreza,
    envidiando la riqueza
    de quien goza la abundancia.

    PANDURO-. Nadie diga que, de paso,
    la pobreza haga mejor
    al sirviente que al señor,
    siendo el comer tan escaso.
    Yo, que sin nada me abraso,
    quiero más tener dinero.
    LONGANIZA-. Da el dinero mucho fuero
    y permite presunción
    a quien quiere distinción,
    que lo admira el mundo entero.

    PANDURO-. Quién tuviera un buen chorizo,
    un poco de miga y queso,
    regalándose a ese exceso
    que parece un raro hechizo.
    LONGANIZA-. Si la boca se deshizo
    el placer como en un sueño,
    diré que es comer empeño
    de quien no tiene comida.
    PANDURO-. No está la mesa servida
    para quien de nada es dueño.

    MESONERO-. Malos tiempos son, no hay duda,
    que la gente se lamenta,
    y todo el mundo hace cuenta
    de que a nadie se le ayuda.
    PANDURO-. La verdad dices desnuda,
    que no hay ya, para el mendigo
    ni pan ni bondad ni abrigo
    en el mundo despiadado.
    MESONERO-. En este mundo malvado
    solo el dinero es amigo.

    Pero siempre los señores
    quieren, con sus desvaríos,
    confundir los amoríos
    con los secretos sabores.
    LONGANIZA-. ¿No será que los amores
    tienen su pecho vencido?
    Porque el seso le ha absorbido
    a los reyes el tirano
    que, siendo dios, es mundano,
    porque se llama Cupido.

    LONGANIZA-. Nunca habrán de descansar
    en pasiones y amoríos
    los que ostentan señoríos,
    que todo son suspirar.
    PANDURO-. Son, en el arte de amar,
    de terrible pesadez,
    pues, si escuchamos, no hay vez
    que no se sienta el lamento
    de tan alto pensamiento
    que ostentan en su altivez.

    LONGANIZA-. Siempre están enamorados
    y disgustados están,
    y es que no les falta el pan
    a estos nobles embobados.
    PANDURO-. Estómagos bien cebados
    es lo que son, que el amor
    en ellos brota mejor
    que el buen árbol en buen suelo,
    por eso su desconsuelo
    publican y su dolor.

    LONGANIZA-. Pero yo me cambiaría
    por esa gente de fuero,
    malgastando mi dinero
    y hablando con bizarría.
    PANDURO-. Una hogaza compraría
    y querría vino y queso
    más que el amor cuyo beso
    se promete con enfado,
    pues estoy desesperado
    y en el hambre vivo preso.

    LONGANIZA-. Es el amor solo un lujo
    para el que dineros tiene,
    y es poco firme si viene
    como se va todo embrujo.
    PANDURO-. Solo el amor los condujo
    a tan rara situación,
    que, enamorado, un barón
    gasta todo su dinero,
    mientras acaso yo espero,
    por muy poco, un buen jamón.

    LONGANIZA-. ¿Un jamón? ¡Quién lo tuviera!
    ¡Y es el jamón buena cosa,
    si en la despensa reposa
    y el grato momento espera…!
    MENDIGO-. Por un jamón yo muriera,
    pues que vivo sin abrigo
    de ser tan solo un mendigo
    que carece de riqueza.
    PANDURO-. Mas si el amor da nobleza,
    bien será ser su testigo.

    MESONERO-. Quejas y quejas no en vano
    he de escuchar cada día,
    que, con gran melancolía,
    me levanto yo temprano.
    Que no gasta un soberano
    esta terrible clientela:
    no gasta, me desconsuela,
    acaso tal vez me irrita.
    PANDURO-. Anda la bolsa marchita.
    LONGANIZA-. Acaso el dinero vuela.

    Porque suele el vil metal
    ir y venir con la suerte,
    si pocas veces se advierte
    su sonido celestial.
    MESONERO-. Esta mansión infernal
    sin dineros se sostiene,
    pues es un mesón que tiene
    la paciencia del buen dueño,
    que es mantenerlo su empeño,
    aunque la ruina previene.

    LONGANIZA-. Y la tripa se confiesa,
    según la necesidad,
    que mucha es la mezquindad
    que el hambre en el triste apresa.
    MESONERO-. Pues ha de ser gran empresa
    al hambre poner en fuga.
    PANDURO-. Es miseria que madruga
    y, al romper del nuevo día,
    corre con la brisa fría
    que nos hiela la pechuga.

    MESONERO-. Pero un tiempo conocí
    en que las gentes honradas,
    menos apesadumbradas,
    solían venir aquí:
    por solo un maravedí,
    que presto os lo contaré,
    mucho dinero gané
    vendiendo el mejor cordero.
    Pero ahora tan solo espero,
    y no sé qué venderé.

    LONGANIZA-. Sin dinero en los bolsillos
    poco se puede comprar,
    que el dinero ha de gastar
    quien conserva sus castillos.
    MESONERO-. No se venden los membrillos
    ni el escabeche tampoco,
    y me vuelvo a veces loco
    si no sale bien la cuenta.
    LONGANIZA-. Hoy la gente se alimenta,
    mas se alimenta con poco.

    ESCENA SEGUNDA:

    Llega un caballero con su escudero, y son recibidos con todos los honores por el dueño.

    MESONERO-. Pasad, gentiles señores,
    pues es este mi castillo,
    aunque lugar tan sencillo,
    lugar de finos olores.
    Hay aquí buenos licores,
    tengo yo el mejor asado,
    y es el cabrito un bocado
    que más gusto le da al vino,
    que, entre lo rancio y mezquino,
    deja el cuerpo reparado.

    CABALLERO-. Queremos del vino bueno,
    si es que es fino al paladar,
    por si puede consolar
    el amor y su veneno.
    MESONERO-. Un jarrón os traeré bueno,
    y el queso acompañará
    a otro jarrón que vendrá
    cuando acabéis la bebida,
    que deja el alma encendida
    el vino que se os traerá.

    ESCUDERO-. ¿Será menester, señor,
    probar acaso el asado,
    si lo tienen preparado,
    para aguantar el licor?
    CABALLERO-. Preciso será el favor
    para olvidar la tristeza
    que le imprime a la nobleza
    este triste mal de amores.
    MESONERO-. Serán buenos los licores
    para curar la aspereza.

    CABALLERO-. Dice bien el mesonero,
    que partida traigo el alma,
    que me abandona la calma
    y de rigores me muero.
    ESCUDERO-. Pues sois noble caballero,
    mejor es que, comedido,
    habléis bajo, pues sentido
    sois por la gente plebeya.
    CABALLERO-. Pensar solo quiero en ella,
    que tal es mi cometido.

    MESONERO-. Tenemos, señor, también,
    una buena longaniza,
    y, si el paladar hechiza,
    sabréis vos decir amén.
    CABALLERO-. Pues que la traigan también,
    por curar esos dolores
    que deja ese mal de amores
    que maltrata a mi señor,
    que no es bueno ese dolor
    sino ahogado en los licores.

    Mientras sigue el diálogo entre el caballero y el escudero, el mesonero trae los manjares.

    CABALLERO-. Nombrar puedo, sin temores,
    encendido y sin aliento,
    ese mar de sentimiento
    que ha encendido mis amores,
    porque cobra en mil dolores
    el desdén de su mirada
    lo que el alma enamorada
    regalarle quiso al día,
    pues es ya la dicha mía
    confundirla a la alborada.

    Que no hay mayores hechizos
    que los que sabe tejer
    en un rostro de mujer,
    entre hielos y granizos.
    Y hay paisajes invernizos
    en la piel, de cuya nieve
    diré que no es nunca breve
    el tono suave y rosado
    que me tiene enamorado
    y a cautivarme se atreve.

    Mira el sol en sus espejos
    esa belleza encendida
    por el divino esculpida,
    entre brillos y bermejos;
    pues hizo de sus reflejos
    la singular hermosura
    que da luz a su figura,
    que da lustre a su belleza,
    si acaso el alba bosteza
    y en sus miradas se apura.

    ESCUDERO-. Es corriente en los señores
    la tristeza repentina
    que, de pronto, se adivina
    si arremeten los amores.
    Son corrientes los dolores
    y es frecuente la tristeza,
    que es tal la naturaleza
    de los males del amor,
    que, causando gran dolor,
    hieren con tanta dureza.

    Y es, mi señor, frecuente,
    que, con tal melancolía,
    pase las horas del día
    quien tales amores siente.
    Rara cosa amor consiente,
    cuando se mira enojado
    en el espejo callado
    de su fuego y su furor,
    porque, con ser tal amor,
    es el ángel más malvado.

    CABALLERO-. De modo que, malherido,
    cansado de tanto enojo,
    soy de sus sueños despojo,
    caballero ya vencido.
    Y, sin verme arrepentido
    de sentir tamaño mal,
    digo que es ella un cristal
    en las alturas del cielo,
    que es reflejo el arroyuelo
    de su brillo celestial.

    Y, pues no basta el reposo
    que me arranca su capricho,
    al repetir lo que he dicho,
    siendo infeliz, soy gozoso,
    porque el sueño perezoso
    que despierta la mañana
    ve la pena soberana
    que, abrasándome la vida,
    hace que brille encendida
    la llama de amor lozana.

    Que si es este raro embrujo
    al que sometido vivo,
    acepto el amor esquivo
    que al tormento me condujo.
    Que si este mal me produjo,
    quiero yo pasar sus males,
    pues son glorias celestiales
    los lamentos de amoríos
    que, como el invierno fríos,
    hacen las nieves iguales.

    ESCUDERO-. Y, pues es mujer tan bella,
    vos jamás debéis burlar
    con quien, hablando de amar,
    alarde da a su querella.
    En el ánimo hará mella,
    con sus tristes alfileres,
    si es que busca los placeres
    para tan solo un momento,
    siendo bajo sentimiento
    el de baratos quereres.

    Y, teniendo dignidad,
    abolengo y nombradía,
    bien está mostrarse fría,
    aunque digáis vos verdad.
    Que el amor es liviandad
    en un embrujo mezquino,
    y vos sabéis el camino
    que espera a quien hace mal,
    si es la miel en el panal
    tentación y desatino.

    CABALLERO-. Y, lirio de la abundancia
    que se ofrece en esta sierra,
    ella es luz, es mar, es tierra,
    brisa de dulce fragancia.
    Porque tal exuberancia
    me hace ver lo que no existe
    cuando el desánimo asiste,
    cuando se torna en desvelo,
    cuando un mar de desconsuelo
    llora el mar que lo resiste.

    Es ella el arroyo claro
    que, cruzando la floresta,
    esta lanzada me asesta,
    sin piedad y sin reparo,
    pues es el amor avaro
    y desdichado me quiere,
    porque con razón prefiere
    herirme en su sinrazón,
    que maltrata al corazón
    ese amor cuando lo hiere.

    Y, pues que así soy lamento
    de este mal que me atormenta,
    quiero morir en la cuenta
    del amor y el sufrimiento,
    que, sabiendo lo que cuento,
    digo consuelo tener
    por amor de una mujer
    que, verdugo de mi vida,
    quiere en su llama encendida
    ver mi pecho perecer.

    ESCUDERO-. No comprendo, mi señor,
    esa pasión encendida
    que amarga tanto la vida
    de quien sirve al triste amor.
    CABALLERO-. Es el amor un favor
    y una virtud desusada
    que hace más alta a la amada
    y al amante desdichado.
    ESCUDERO-. Pues dejad ese mandado,
    que es servidumbre malvada.

    CABALLERO-. ¡Quién la pudiera dejar!
    Pero el amor encendido
    roba, como hace el bandido,
    hasta el don de razonar.
    ESCUDERO-. Rara cosa es alabar
    sentimientos tan mezquinos,
    porque tortuosos caminos
    hace seguir el amor,
    pues que premia con dolor
    a extranjeros y vecinos.

    CABALLERO-. Es costumbre en la nobleza
    llorar del amor castigos,
    pues del amor son testigos
    el valor y la firmeza,
    que, siempre con entereza,
    habrás de ver al valiente,
    que, si bien dice la gente,
    que no es comprensible cosa,
    es la pasión dolorosa
    un afán que brota ardiente.

    ESCUDERO-. Poco ha de ser el buen juicio
    de quien quiere ser amante,
    pues el llanto delirante
    ha de acabar siendo vicio.
    CABALLERO-. Mas ganancias da el oficio
    del hombre vil, si es osado,
    pues, entrándose a soldado,
    combatiendo en cada guerra,
    venciendo la suerte perra,
    cierto dinero ha ganado.

    Pero el amor es debate
    que se libra por placer,
    que alabar a una mujer
    es siempre el mejor combate.
    ESCUDERO-. ¿Y no importa que desate
    la pasión mayor crueldad,
    causando infelicidad
    en quien llora su ternura?
    Pues, si el amor nos apura,
    apura con su maldad.

    ESCUDERO-. Pues es hablar del amor
    hablar de mala amargura,
    porque en el ánimo apura
    su inocencia y su dolor,
    que mal parece el favor
    del amor a los amantes
    que se tornan inconstantes
    y quejosos de la vida,
    porque la luz encendida
    dura solo unos instantes.

    Por eso os diré, señor,
    que es el amor engañoso
    para quien vive quejoso
    de su luz y su favor.
    Pero es un hondo dolor
    que no ofrece escapatoria.
    PANDURO-. Puede morirse sin gloria
    el que los amores siente,
    el que callado consiente,
    según dice ya la historia.

    ESCENA TERCERA:

    Entra el duque, que se sienta con el caballero:

    DUQUE-. ¿Recordáis a vuestro amigo
    de otras viejas correrías?
    CABALLERO-. ¿Don Alonso de las Frías
    y Fernández del Postigo?
    DUQUE-. Que buscando buen abrigo
    ha venido a dar con vos.
    CABALLERO-. Pues es suerte, vive Dios,
    que llegáis en hora justa.
    DUQUE-. Cosa es que no me disgusta.
    ¡Juntos al fin ya los dos!

    Referidme los amores,
    pues sois hombre de amoríos,
    y contadme vuestros líos,
    vuestro mal, vuestros dolores.
    CABALLERO-. Bebed vos de estos licores,
    que, faltando a mi recato,
    he de abordar el relato
    con tristeza y pesar,
    pues en el arte de amar
    soy el mayor mentecato.

    Y es que en amores me veo,
    colmado de la desdicha,
    que, pues me falta la dicha,
    es más dichoso el deseo.
    DUQUE-. Se advierte, según os veo,
    que no estáis nada cambiado.
    CABALLERO-. Un algo en mí se ha apagado
    desde que siento este amor,
    pues ella, como una flor,
    con su luz me ha cautivado.

    DUQUE-. Vamos, por Dios, y contad
    sus hermosas maravillas
    en las pupilas sencillas
    de su beldad.
    CABALLERO-. La verdad,
    es ella la claridad
    que se agota con el día,
    y es la luz, la brisa fría
    cuando empieza a amanecer.
    DUQUE-. Debe ser bella mujer.
    CABALLERO-. Es tal vez melancolía:

    Que, cuando advierto su boca,
    sus ojos y mi mirada,
    siente el alma apasionada
    que con su aliento me toca.
    Y con ello me provoca,
    porque son mis pensamientos,
    al admirarla, violentos
    y, anhelo de paz tal vez,
    pierdo yo la sensatez
    entre raros aspavientos.

    LONGANIZA-. Siempre las penas de amores
    y su tremendo descaro
    venden el oro más caro
    si más lucen sus colores,
    que, entre terribles dolores,
    sienten la pena que sienten
    los que pasiones consienten
    que pueden robar al alma
    la dulzura de la calma
    que en sus razones desmienten.

    PANDURO-. Eso es así, sí lo digo,
    porque es fuerza inspiradora
    la voz de quien enamora,
    si del amor es testigo.
    Mas acaso en el ombligo
    otro amor a mí me obliga,
    porque puede la fatiga
    del hambre volverse amor.
    MESONERO-. Puedes decirlo mejor:
    es amor a la barriga:

    mas, si al cabo, enamorado,
    al amor me he de rendir,
    solo quiero yo pedir
    que se torne en un bocado.
    Y da igual que sea pescado
    o acaso buena morcilla,
    si del amor a la orilla,
    viene feliz el hechizo
    que me sirve un buen chorizo
    sin negarme la tortilla.

    Que tres días sin comer
    acaso es pasarlo mal,
    y parece celestial
    yantar bien y bien beber,
    que, si es un grato querer,
    esa es buena cortesía,
    pues que pide pan del día
    la salud con medio diente.
    PANDURO-. Eres caro pretendiente.
    MESONERO-. Barato soy a porfía.

    LONGANIZA-. Estos nobles impacientes,
    con penurias y locuras,
    callan ya sus sepulturas
    en sus amores ardientes.
    MESONERO-. Yo me burlo de las frentes
    que, mostrando su firmeza,
    rinden su cara nobleza
    a ese ciego desmentido
    al que llamaron Cupido
    y los trata con dureza.

    CABALLERO-. Pide la alcurnia el amor,
    y es el amor doloroso
    para quien ve, quejumbroso,
    cómo quiebra su favor.
    Sabe causar gran dolor,
    ya que el dolor nace en él,
    y quiere, con ser tan cruel,
    con su aljaba y con sus flechas,
    que se canten las endechas
    con el sabor de la miel.

    DUQUE-. Pide el amor que se quiera,
    quiere el querer solamente,
    y es sentimiento vehemente
    que a quien ama desespera.
    Poco importa que me hiera,
    pues como siervo soy fiel.
    si quiere con ser tan cruel,
    con su aljaba y con sus flechas,
    que se canten las endechas
    con el sabor de la miel.

    CABALLERO-. Y, pues se dice sincero,
    quiere el ánimo callado,
    en sus manos maltratado,
    ser del amor prisionero.
    Y cuanto me desespero
    al morir en su vergel,
    si es que el amor, al ser cruel,
    con su aljaba y con sus flechas,
    que se canten las endechas
    quiere y que sepan a miel.

    DUQUE-. Que llora siempre el amor
    el mozo en su mocedad,
    porque lo pide la edad,
    que se rinde a su valor.
    Y, pues se apresta el dolor
    en el pecho del doncel,
    quiere el amor, pues es cruel,
    con su aljaba y con sus flechas,
    que se canten las endechas
    con el sabor de la miel.

    CABALLERO-. Que hace dichosa la suerte
    del que quiere, desdichado,
    siendo esclavo de su estado,
    confundir la vida en muerte.
    No será raro que acierte
    a encontrarlo siempre cruel
    al amor que quiere, cruel,
    con su aljaba y con sus flechas,
    que se canten las endechas
    con el sabor de la miel.

    El mesonero sirve más vino en la mesa donde están sentados el duque, el caballero y el escudero.

    ESCUDERO-. Bebamos sin más reparos
    y gocemos del cabrito.
    CABALLERO-. Un dolor que no está escrito
    son los dolores avaros:
    vinos baratos ni caros
    no me pueden hacer bien.
    DUQUE-. Refrescará vuestra sien
    el dulce sabor del vino
    cuyo sabor peregrino
    las horas alegres ven.

    CABALLERO-. Triste estaré donde vaya,
    penando mi soledad,
    que es el amor en verdad
    un sufrimiento canalla.
    ESCUDERO-. Es el lugar donde se halla
    más solaz y regocijo
    ese que el vino bendijo,
    jarra a jarra, con sabor,
    que las penas del amor
    muchas veces las desdijo.

    DUQUE-. Pero las preocupaciones
    de los amores tempranos
    parecen ser más livianos
    y menores sus tensiones,
    que, dejando estos salones,
    la calma se encuentra, creo,
    en el solaz del paseo
    y en el dulce caminar
    por las orillas del mar,
    que alivio son del deseo.

    Es caminar conveniente,
    y buena es la distracción,
    que, fuera de este mesón,
    vuela la brisa corriente,
    que refresca a quien, ardiente,
    pierde sus buenos esmeros
    con absurdos quebraderos
    de cabeza, cuando a fe,
    de los amores bien sé
    que son harto traicioneros.

    CABALLERO-. Bien me vendrá caminar
    por campiñas y arboledas,
    por las secretas veredas
    y las orillas del mar.
    Y mi escudero, a la par,
    será buena compañía
    cuando avisa el mediodía
    su luz, su magia y su fuego,
    porque, si el amor es ciego,
    también es melancolía.

    ESCENA CUARTA:

    Entra una hermosísima dama, acompañada por sus sirvientas. Al ver a la dama, caballero y duque desmuestran su admiración:

    CABALLERO-. Nunca vi tanta belleza
    en la luz de una mirada,
    cuya gracia celebrada
    arde con clara pureza.
    DUQUE-. Mira acaso con dureza
    esa luz cuyo mirar
    es un dulce despertar,
    malherido de tal suerte
    que, si el amor es la muerte,
    puede mirar y matar.

    CABALLERO-. Y no es mucho en todo caso
    que al ver tan bello principio
    se asemeje a precipicio
    al que firme sigue el paso.
    DUQUE-. Muerte puede, si no ocaso,
    ser destino al brillar,
    si es un dulce despertar,
    malherido de tal suerte
    que, si el amor es la muerte,
    puede mirar y matar.

    CABALLERO-. Y, si vivo me confieso
    después de hacer tal mirado,
    ¿no es vivir enamorado
    el que me inspira travieso?
    DUQUE-. Rayo de luz, claro exceso
    que sospecha un palpitar,
    es un dulce despertar,
    malherido de tal suerte
    que, si el amor es la muerte,
    puede mirar y matar.

    CABALLERO-. Pero si acaso es la muerte
    para el alma una promesa,
    bella la vida confiesa
    este amor por mayor suerte.
    DUQUE-. Es este el bastión más fuerte
    que nadie pudo tomar,
    pues es dulce despertar,
    malherido de tal suerte
    que, si el amor es la muerte,
    puede mirar y matar.

    CABALLERO-. Que, derrotado y vencido,
    en sueños duerme la calma,
    y, en presencia de tal alma,
    se siente el amor perdido.
    DUQUE-. Por eso yo, malherido,
    quiero mi espada entregar,
    que es un dulce despertar,
    malherido de tal suerte
    que, si el amor es la muerte,
    puede mirar y matar.

    ESCUDERO-. ¿Otra vez enamorado
    he encontrado a mi señor?
    Pues es siervo del amor,
    no puedo verme asombrado.
    Raro es Cupido y malvado
    con los siervos que le siguen,
    pues los desdenes consiguen
    sacar de sí al más valiente,
    y así comenta la gente
    los rumores que se siguen.

    LONGANIZA-. Si tal belleza se viese
    como el chorizo en la mesa,
    en mi tripa hiciera presa
    y enamorado me hiciese.
    PANDURO-. Pues deja que te confiese
    que a falta de un triste huevo,
    siento que a su pecho llevo
    ese pan endurecido
    en el que un diente he perdido,
    porque a morderlo me atrevo.

    ESCUDERO-. No siempre se ven doncellas
    con ese cuerpo serrano
    ni en el monte ni e el llano
    con las miradas tan bellas.
    MESONERO-. No diré que son plebeyas
    esas tan claras miradas,
    pues, entre honestas y avaras,
    encienden tal calentura
    que es mejor llamar al cura,
    para decirlo a las claras.

    DAMA-. ¿Quiere el alma enamorada
    servir a la luz del día
    ese cariño que ansía
    con la luz de la alborada?
    SIRVIENTA 1-. Pero, como la nevada
    que desciende en el albor,
    prende con gana el amor,
    que, con ser tan inconstante,
    infeliz hace al amante
    con su astucia y su rigor.

    SIRVIENTA 2-. Y, siendo el amor tan cruel,
    ha de quedar comprendido
    que el amante está perdido
    ya con solo serle fiel.
    SIRVIENTA 1-. Que, ofreciendo amarga hiel,
    Corre por sendas oscuras,
    que el amor trae desventuras
    disfrazadas de alegría,
    y no quiere el alma mía
    engañosas hermosuras.

    SIRVIENTA 1-. Y al maldecir los amores
    que se encienden en el pecho,
    sabe ser hondo despecho
    quien escapa a sus dolores.
    SIRVIENTA 2-. Si los dulces ruiseñores
    lo pregonan dadivoso,
    es el amor engañoso
    al prometer su esperanza,
    pues se enreda en una danza
    y gira y gira gozoso.

    SIRVIENTA 1-. Y, porque es siempre traidor,
    promete lo que no da,
    que, como vino, se va,
    negando, al fin, su favor.
    SIRVIENTA 2-. Que, siendo grande el dolor
    y terrible la impaciencia,
    produce la decadencia
    de quien le sirve, confiado,
    para, luego, desdichado,
    advertirle su imprudencia.

    SIRVIENTA 1-. Porque, al tiempo que suspira
    sus suspiros delirantes,
    engañando a los amantes,
    los enreda en su mentira.
    SIRVIENTA 2-. Si alma infeliz se admira,
    a pesar de su despecho.
    Pero, si prende en el pecho
    del alma que enamorada
    es llevada a su morada,
    saca todo su provecho.

    SIRVIENTA 1-. Y así es sabio renegar
    de amoríos imprudentes
    si es que se vuelven ardientes
    las pasiones, al amar.
    SIRVIENTA 2-. Que, si es su palacio un mar
    que se enciende con coraje,
    Será buen aprendizaje
    alejarse de ese ciego
    que no cesa en ese juego
    que nos llena de coraje.

    SIRVIENTA 1-. Y no hay hombre que sea bueno
    ni hay amor sin mezquindades,
    que da más felicidades
    no hundirse más en el cieno.
    SIRVIENTA 2-. Es el amor un veneno
    que se ofrece a las mujeres,
    y, si busca los placeres
    para tan solo un momento,
    es un bajo sentimiento
    y son baratos quereres.

    SIRVIENTA 1-. No faltará la osadía
    en tan noble caballero,
    si de amor con ese esmero
    habla siempre cada día.
    SIRVIENTA 2-. Demostrar su bizarría,
    querrá, si bebe su vino.
    Y es sentimiento dañino
    lo que ofrece en el amor
    en engañoso favor,
    si ha de tornarse mezquino.

    SIRVIENTA 1-. Y este consejo, señora,
    merece ser escuchado,
    porque suele almibarado
    ser el engaño a deshora.
    SIRVIENTA 2-. Y es que nunca se demora
    quien arriesga su linaje.
    Total que de su mensaje
    no he de creer la mitad,
    y mostraré la frialdad
    no contestando a su paje.

    SIRVIENTA 1-. Que el mezquino caballero
    que dice que os ama tanto
    pudiera causar espanto
    incluso siendo sincero.
    SIRVIENTA 1-. Pues es el amor artero
    con los blandos corazones
    en que hiende sus arpones,
    si no son terribles flechas
    con que inspira las endechas
    con que trama sus traiciones.

    SIRVIENTA 1-. Y, siendo así de mundano,
    más es prudente no amar
    y alejarse de ese mar
    que destroza el pecho sano.
    SIRVIENTA 2-. Que el instinto más lozano
    huye ya del lisonjero,
    cuando, atrevido, primero,
    manda cartas tan osadas
    sobre bellas alboradas
    para, al fin, no ser sincero.

    DAMA-. Ya que muestran cortesía
    y lucen finas razones
    los ilustres infanzones,
    les diréis la pena mía.
    SIRVIENTA 1-. Con la primera del día,
    cuando rayaba la aurora,
    un accidente a deshora
    interrumpió nuestro viaje,
    que atrás queda el equipaje
    de nuestra noble señora.

    SIRVIENTA 2-. La rueda del carromato
    en que viaja esta alta dama
    se quebró cuando la llama
    nació del sol con recato.
    SIRVIENTA 1-. Este hospedaje barato
    no es digno de tal mujer,
    y así es justo pretender
    que le brindéis por posada
    lo que tengáis por morada.
    CABALLERO-. Es todo mandar y hacer:

    Será en mi casa invitada,
    que, obedenciendo al embrujo,
    no habrá de faltarle lujo
    a dama tan ilustrada.
    DUQUE-. Una mujer tan nombrada,
    de raros ojos hermosos,
    cuyos cabellos gloriosos
    iluminan el espacio,
    ha de habitar mi palacio.
    DAMA-. Son los dos muy generosos.

    SIRVIENTA 2-. Mas también vendría bien
    que se mande a un mozo presto,
    porque, aparte de lo puesto,
    tiene en ropa un almacén.
    DUQUE-. Vendrá a mi casa y también
    gozará mi compañía,
    que es la gentil cortesía
    para una dama tan bella.
    CABALLERO-. A tan hermosa centella
    le ofrezco la casa mía.

    DAMA-. Tampoco, señores, quiero
    que se dé por ofendido
    quien su casa me ha ofrecido,
    mas un palacio prefiero.
    DUQUE-. Corre el aire más ligero
    en mis callados jardines,
    pues hermosos querubines
    saben bien que cada flor
    habla a la tarde al amor
    entre los tiernos jazmines.

    SIRVIENTA 1-. Tal es la mejor oferta,
    como se debe juzgar.
    CABALLERO-. Puedo acaso protestar.
    SIRVIENTA 2-. Es una ocasión incierta.
    CABALLERO-. Yo tengo jardín y huerta
    que ofrece frutos divinos.
    DUQUE-. Son arrabales mezquinos
    donde todo es amargura.
    CABALLERO-. Más fresca es la brisa pura
    y más dulces son los vinos.

    DUQUE-. Venid, señora, a mi casa,
    que no faltará la leña,
    y en ella seréis la dueña,
    que no falta en ella brasa.
    DAMA-. No será jamás escasa
    la bondad acogedora
    que un palacio me atesora
    y una mansión me regala.
    DUQUE-. Tendréis el lujo y la gala
    Hasta llegada la aurora.

    CABALLERO-. Acaso, señora, quiero,
    siendo un hombre sin fortuna,
    ofreceros sol y luna
    como digno caballero.
    Es mucho bien el que espero,
    que quiero la compasión
    de ese blando corazón
    que arrebata, con belleza,
    esa mañana que empieza
    a alumbrar mi corazón.

    Pues acaso los amores
    encendieron un deseo
    en las estrellas que veo
    siempre con claros fulgores.
    Porque son como las flores
    que revelan un destino
    que, al ofrecerse divino,
    entre penas inconstantes,
    bendecir a los amantes
    sabe bien.
    DAMA-. ¡Eso es mezquino!

    DUQUE-. Misterioso es el amor
    que promete tanto goce
    para quien no lo conoce
    y se evita su rigor.
    Porque es muestra de valor
    una actitud tan osada,
    que a mujer tan elevada
    no se le puede decir
    que se haya de decidir
    de manera arrebatada.

    PANDURO-. Pues parece una locura
    perder el tiempo en amores,
    que están locos los señores
    con alma tan clara y pura.
    LONGANIZA-. Tal vez el juicio se apura
    por esas cenas golosas
    a pasiones perniciosas
    y pervierten el lenguaje
    con ese mal, ese ultraje
    de usar palabras hermosas.

    TELÓN

    2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
    TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.

Comedia (II)

José Ramón Muñiz Álvarez

JORNADA SEGUNDA DE “EL CABALLERO VENCIDO O EL
AMOR QUE NO SE ENTREGA
(breve representación
dramática)

ESCENA PRIMERA:

El escudero habla con el mesonero y la vil canalla:

ESCUDERO-. Mi señor se ha deprimido,
pues, saliendo de un amor,
a costa de ser señor,
en otro amor se ha metido.
MESONERO-. Es la dama que ha querido
ser del duque la invitada.
LONGANIZA-. Pensó que es mejor posada
su palacio que el mesón.
MESONERO-. Puedes callarte, bribón,
si no te preguntan nada.

ESCUDERO-. El caso es que mi señor
siempre se mete en mil líos
con absurdos amoríos
que son algo más que amor.
MESONERO-. Pensarlo me da dolor,
que debe perder dinero.
LONGANIZA-. Para tan gran caballero
poco vale lo gastado.
PANDURO-. Yo, que no gasto un ducado,
tales amores no espero.

Mas moda son los amores,
que, entre gentes de nobleza,
impresiona la belleza
de estos tan altos señores.
ESCUDERO-. Del amor son servidores,
y a fe que lo son e vano,
que, si es el duque hombre ufano,
a la dama a quien convida
verá esquiva y encendida
en el desdén más lozano.

Y así, con sabiduría,
quiere acaso mi señor
jugar sus cartas mejor,
que es hombre de nombradía.
Y, usando la escribanía,
me hace entrega de este escrito
en que publica el delito
de sus altos pensamientos,
que son duros sentimientos
para un desdén de granito.

LONGANIZA-. Mala cosa es el amor
para quien cede a su hechizo,
que en su poder se deshizo
la promesa de un favor.
MESONERO-. Y, pues no le doy valor,
no he de admirarme afanado,
que, pues soy desamorado,
pues poco placer recibo,
con el amor soy esquivo,
sin ponerme a su mandado.

PANDURO-. Pues sé yo que es más dichoso,
más ameno y más prudente
ver desdichada a la gente
que entretenerlos quejoso.
LONGANIZA-. La miel quiero como el oso,
que no el dolor del osado,
y, pues soy desamorado,
pues poco placer recibo,
con el amor soy esquivo,
sin ponerme a su mandado.

MESONERO-. Llora el triste si lo quiere
a costa de un raro alarde,
que vale más ser cobarde,
si el amor nunca lo hiere.
PANDURO-. Dejemos que desespere
la paciencia del forzado,
pues, si soy desamorado,
pues poco placer recibo,
con el amor soy esquivo,
sin ponerme a su mandado.

LONGANIZA-. En cambio yo no quisiera
enredarme en los amores,
que el aliento de las flores
amarga la primavera.
MESONERO-. Es el amor una espera
que condena al desgraciado:
y, pues soy desamorado,
pues poco placer recibo,
con el amor soy esquivo,
sin ponerme a su mandado.

PANDURO-. Yo no quiero ser sincero
ni mezclarme en amoríos,
porque suelen ser tan fríos
que en el amor desespero.
LONGANIZA-. Como amante nunca quiero,
que mucho ya lo he pensado,
y, pues soy desamorado,
pues poco placer recibo,
con el amor soy esquivo,
sin ponerme a su mandado.

ESCUDERO (leyendo en voz alta)-. “Es la maldad de Cupido
la que fuerza esta traición
que desmaya el corazón
que se pierde sin sentido.
Y yazgo yo, que, abatido,
no dejo de lamentarme.
Poco sirve el alejarme
de esas pasiones malditas,
porque a fuego son escritas
si es que llego a enamorarme.

Mas, si al cabo he de morir,
muerto habré de lamentarme
por el gusto de quejarme
del dolor que he de sentir,
porque no quiero vivir
una vida sin sentido,
sabiendo que se ha perdido
por el amor tanto sueño,
que, si de mí no soy dueño,
vivo mi vida rendido.

Y, pues tal destino espero,
poco importa si la vida
corre lenta o va seguida
al destino en que me muero.
Y, si es el amor sincero
y no roba el señorío
de cuanto quiero por mío
con torcer mi triste suerte,
no será la vida muerte
ni será el mundo sombrío:

otro albedrío tal vez
tenga la suerte celosa,
en su juego, caprichosa,
con más gala y sensatez.
Y es que en tan triste estrechez,
soporta la incertidumbre
quien, deslumbrado en la lumbre,
quiere morir por amor,
pues que lo quiere el favor
que del amor es costumbre.

Y es triste que esa dulzura
con el sabor de ambrosía
llene de melancolía
al alma triste y oscura.
Mala imagen se figura
la del amor reflejado,
si con su mal ha bordado
la locura del rigor,
que, a fuerza de ser amor,
es el amor un malvado.

Que es el amor traicionero
con los nobles encendidos
que, por su yugo vencidos,
lloran al amor sincero.
Pero nunca es duradero
el amor, cuando se ofrece.
El dulce pecho enternece
y nos llena de pasión,
porque dicta al corazón
lo que mejor le parece.

Y así, en semejante invento,
sospechando la desgracia,
me regalo a la falacia
que me ofrece el pensamiento,
que, al valorar lo que siento,
es el amor un destino
que, antojándose mezquino,
mal y bien confunde y puede,
que aunque con gracia me enrede,
por sus veredas camino.

Y, como soy desdichado
y la desdicha es oscura,
quiero el amor, la amargura
del más triste enamorado.
Hombre vencido y callado,
hombre callado y vencido,
puedo estar arrepentido
o verme siempre fogoso
al ver en su rostro hermoso
la verdad de su sentido.

Mala cosa es el amor,
que más vale no querer.
El amor de la mujer
cárcel es en su rigor.
Vivo lleno de dolor
en este gran laberinto.
Siempre destroza el instinto,
la voluntad para el bien,
y turbar puede la sien,
pues, como mal, es distinto.

Suspendido en este trance,
bien puedo ser caballero
en el combate más fiero
y el más apurado trance,
pues, como cuenta el romance,
quiere el desdén destrozar
un amor al separar
cielo y tierra, tierra y cielo,
que, cuajando el duro hielo,
siempre el desprecio es un mar”.

LONGANIZA-. Es eso el amor cortés,
forma de retorcimiento
cuyas palabras al viento
dignas son de un gran marqués.
Nada dicen, como ves,
pues que no tiene sentido,
que hablan de amor encendido
y, olvidando lo importante,
usan lenguaje inconstante
y por nadie comprendido.

PANDURO-. Gente parecen corriente,
mas están ya bien viciados,
que los vinos escanciados
no son agua transparente.
LONGANIZA-. -. Es acaso alguien demente
quien se rinde ante el amor,
pero en esto es lo mejor
que lo hacen estando ociosos,
que el amor hacen viciosos
los caprichos del amor.

LONGANIZA-. Que, para amar a una dama,
no es preciso hablar del día
como quien la hechicería
de sus conjuros declama.
PANDURO-. Así como el ciervo brama,
brama también la nobleza,
que, con gesto de dureza,
ama blanduras y amores
con los humosos licores
que adormecen su destreza:

no son valientes guerreros,
sino ricos engordados
que empobrecen sus estados
con amores traicioneros.
Beben los vinos groseros
como la cosa más fina,
y, con audacia mezquina,
sabe el mesonero sabio
arrancarles, sin agravio
el oro y la plata fina.

ESCUDERO-. El caso está en conseguir
hacer que llegue el mensaje,
por mediación de algún paje,
a quien lo ha de recibir.
PANDURO-. No me atrevo yo a servir
en caso tan peligroso,
que es el duque rencoroso
y gusta de castigar.
ESCUDERO-. Dispuesto estoy a pagar.
LONGANIZA-. Es arriesgado y costoso.

¿Por qué quién al duque irá
con ropajes semejantes?
Que sin telas elegantes
jamás nos recibirá.
MESONERO-. Esa locura se está
gestando son gran talento.
ESCUDERO-. ¿Tendréis vos atrevimiento
a llegar hasta el palacio?
MESONERO-. Hombre de bien, voy despacio,
que no soy tan avariento.

Pues vale más el pellejo
que medio maravedí.
ESCUDERO-. Longaniza, tu puedes, di,
que se ofrece vino viejo.
LONGANIZA-. Si el pensamiento despejo,
he de decir que el temor
puede más que ese licor
que se ofrece a mi gaznate.
PANDURO-. Me parece un disparate
visitar a ese señor.

ESCENA SEGUNDA:

Llega un ciego acompañado de su lazarillo.

ESCUDERO-. Esta gente forastera
suele amar de la aventura,
y suele mostrar bravura,
pues su sangre es pendenciera.
PANDURO-. Solo es un ciego que espera
ejercer la clerecía,
que dirá que cada día
necesita comer pan.
MESONERO-. Los dos de la mano van
como buena compañía.

El ciego empieza a cantar, acompañándose de un rabel o instrumento semejante.

CIEGO-. Malherido el pecho siente
quien tales amores mira,
y, si al mirarlos respira,
de respirar se resiente.
LAZARILLO-. Que es el amor la serpiente
que sabe el juego enredar,
porque sabiendo flechar
al noble y al caballero,
se hace Cupido flechero
en el arte de matar.

CIEGO-. Y, pues este jovenzuelo
tiene el nombre del amor,
causará solo dolor
en la tierra y en el cielo.
LAZARILLO-. Que es tremendo desconsuelo
prevenirse y lamentar,
que, si sabe enamorar
con punta de duro acero,
se hace Cupido flechero
en el arte de matar.

CIEGO-. Y no parece dichoso
ser la víctima doliente
de ese muchacho valiente
que se muestra quejumbroso.
LAZARILLO-. Siente el pecho doloroso
quien se resigna en su altar,
y, sin saber perdonar
un pensamiento tan fiero,
se hace Cupido flechero
en el arte de matar.

CIEGO-. Desdichado el campesino,
desdichado su señor,
cuando sirven al amor,
que es soberano mezquino.
LAZARILLO-. Pues ese triste camino
lo tendrán que caminar
con el lento lamentar
que condena el mundo entero,
cuando Cupido es flechero
en el arte de matar.

CIEGO-. Triste dolor es por tanto
y febril melancolía
la noche pasar y el día
soportando tal espanto.
LAZARILLO-. Tiene dureza de amianto,
y es que sabe castigar
a quien no quiere adorar
sus pies con afán sincero,
si es ya Cupido flechero
en el arte de matar.

CIEGO-. Hiere con su dardo ardiente
el amor más atrevido,
porque, ya el juicio perdido,
es, a la par, imprudente.
LAZARILLO-. Yo, que siempre soy consciente
de su falta de nobleza,
siento que alegre bosteza
lo que despierta el engaño
que será causa del daño
que me hiera con dureza.

CIEGO-. Que sabe herir, orgulloso,
y, con la punta afilada,
cada flecha envenenada
torna a romper mi reposo.
LAZARILLO-. Yo, que siempre fui juicioso
de corazón y cabeza,
siento que alegre bosteza
lo que despierta el engaño
que será causa del daño
que me hiera con dureza.

Mientras canta el ciego, el lazarillo pasa una escudilla para cobrar la dádiva. Solamente el mesonero y el caballero le echan unas monedas.

CIEGO-. Lanza sus furias y enojos
ese niño que desnudo
teje el amor, pero mudo,
pero visible a los ojos.
LAZARILLO-. Yo, que todo soy antojos
de su locura y firmeza,
siento que alegre bosteza
lo que despierta el engaño
que será causa del daño
que me hiera con dureza.

CIEGO-. Que, si se da a la crueldad,
pues es cruel en demasía,
viendo despuntar el día,
mezcla el bien y la maldad.
LAZARILLO-. Y yo, que, con dignidad,
sigo la senda que empieza,
siento que alegre bosteza
lo que despierta el engaño
que será causa del daño
que me hiera con dureza.

CIEGO-. Torna el ánimo en la nada
el amor con ser tan tierno,
que, llegado ya el invierno,
brota tarde a la alborada.
LAZARILLO-. Yo, que admiro en la nevada
la verdad de su certeza,
siento que alegre bosteza
lo que despierta el engaño
que será causa del daño
que me hiera con dureza.

CIEGO-. Que, si siempre fue risueño,
no por ello es más clemente,
y, con el rostro inocente,
hace en el alma su empeño.
LAZARILLO-. Yo, que lo advierto pequeño
mas ya sé su sutileza,
siento que alegre bosteza
lo que despierta el engaño
que será causa del daño
que me hiera con dureza.

Pausa. El mesonero da al lazarillo y al ciego una jarra de vino y se sientan en una de las mesas. Se hace un profundo silencio. Cantan ahora los mendigos:

ESCUDERO-. Si queréis buena soldada,
escuchadme bien los dos.
LAZARILLO-. Decidnos ya, vive Dios,
que la queremos doblada.
ESCUDERO-. Pensad que es cosa arriesgada,
pero que os dará dinero.
CIEGO-. ¿Quién sois vos?
LAZARILLO-. Es escudero,
y lo que viene a ofrecer
es cosa de padecer
a la luz de lo que infiero.

CIEGO-. Ciego soy y no podría
superar ese trasiego,
pues como veis, siendo ciego,
no sé de la luz del día.
LAZARILLO-. Pero trovaros podría
y cantaros mil cantares
de la sirena en los mares
y del guerrero en la tierra,
de las guerras de Inglaterra
y mil cosas singulares.

PANDURO-. Si se trata de cantar,
nosotros también sabemos,
y hace falta que yantemos
si lo pide el paladar.
ESCUDERO-. Por una carta entregar
ganaríais treinta escudos.
CIEGO-. Podemos quedarnos mudos
con cantidad semejante,
mas es la cosa inquietante
y somos bastante agudos:

si nos dais ese dinero,
debe ser cosa arriesgada.
ESCUDERO-. Una dama enamorada
en manos de un embustero.
LAZARILLO-. ¿Será algún arcabucero
de los que son agresivos?
ESCUDERO-. Pues sí que salís esquivos.
Es un noble.
CIEGO-. Mala cosa.
Diré que imagino ociosa
tal empresa, estando vivos.

Con trovar bellas canciones
nos dan pan de buena hogaza
donde el hambre no amenaza
y buen vino en sus jarrones.
No somos de esos matones
que acechan en cada esquina.
LAZARILLO-. En la bodega vecina
ya hemos alegres comido.
CIEGO-. Un verso es puro sonido.
y produce gran propina.

ESCENA TERCERA:

Llega el caballero, lamentando su tristeza:

CABALLERO-. ¿Has encontrado, al final,
alguien que lleve la carta,
o es que quieres que me parta
en la mansión infernal?
ESCUDERO-. Esta ocasión no es venial,
pero, al cabo, en el intento,
o no saben lo que cuento
o no quieren entender.
CABALLERO-. Pues a fuerza se ha de hacer,
aunque empeñando el aliento.

ESCUDERO-. Pues que estáis enamorado,
que se os ciega la razón,
hablaré del corazón
sin mostrarme interesado:
porque Cupido es malvado
y, apelando a la piedad,
quiero solo la bondad,
pero no su sufrimiento,
que, con este pensamiento,
hallo la paz en verdad.

Y, pues saben los amores
lo que es locura inconstante,
huyo el amor delirante,
sus caprichos y rigores,
y, ni son buenos favores
ni dan la felicidad,
quiero solo la bondad,
pero no su sufrimiento,
que, con este pensamiento,
hallo la paz en verdad.

De modo que por mendigo
tengo yo al niño embustero,
y, pues siendo yo escudero,
huyo de ser si testigo,
que la esperanza es abrigo
de un dolor sin dignidad,
y quiero yo la bondad,
pero no su sufrimiento,
que, con este pensamiento,
hallo la paz en verdad.

De esta manera decido
no entregarme a sus pasiones,
que, si pierde corazones,
no tendrá el mío Cupido,
y, sin verme arrepentido,
pido yo por caridad,
que me otorgue la bondad,
pero no su sufrimiento,
que, con este pensamiento,
hallo la paz en verdad.

Por eso quiero yo esquivo
alejarme del amor,
porque su gracia es dolor,
y no es el bien que recibo.
Por esa razón describo
esta tremenda maldad,
que yo quiero la bondad,
pero no su sufrimiento,
que, con este pensamiento,
hallo la paz en verdad.

Doblo la suma indicada
para el que quiera dineros.
LAZARILLO-. Quisiera feliz haceros
y no es poca la soldada,
mas es que es esa embajada
una cosa peligrosa.
CABALLERO-. Pues se os pide poca cosa
por el dinero que dan.
CIEGO-. Nos basta con vino y pan,
que no hay cosa más sabrosa.

Es el amor la maldad
y es su flecha la traición
para el pobre corazón
que le entrega la lealtad.
ESCUDERO-. Y, sin tener dignidad,
mostrando actitud dañina,
con esa flecha mezquina
con que suele disparar,
lleva el amor a su altar
al que su luz imagina.

CABALLERO-. Es, en verdad, el amor
una dura puñalada
para el alma enamorada
que le entrega su dolor.
ESCUDERO-. Raro caso es el amor,
que, si es venenosa espina,
con esa flecha mezquina
con que suele disparar,
lleva el amor a su altar
al que su luz imagina.

CABALLERO -. Pero quien tiene linaje
ha de amar en demasía,
y, si es la dama más fría,
sufrirá más su coraje.
Como un helado paisaje
que la pasión adivina,
con esa flecha mezquina
con que suele disparar,
lleva el amor a su altar
al que su luz imagina.

ESCUDERO-. Viendo yo vuestras pasiones
me alegro de ser plebeyo,
que ese torcido destello
rompe nobles corazones.
CABALLERO-. No son claras intenciones,
cuando, mostrando su inquina,
con esa flecha mezquina
con que suele disparar,
lleva el amor a su altar
al que su luz imagina.

ESCUDERO-. Dichoso yo que no quiero,
dichoso yo, que no afano,
dichoso yo que, temprano,
gasto en vino mi dinero,
que, con ser un escudero,
soy el señor de mí mismo,
lejos siempre de ese abismo
que toda la vida mata,
con colores de oro y plata,
pero que es vil ostracismo.

CIEGO-. Mira bien, que, aunque soy ciego,
por una mujer hermosa,
todo en el alma reposa
y la dicha se hace ruego.
Que esta noche en que navego
pueden ser acaso cien,
que nada mis ojos ven,
pero saben de hermosura.
LAZARILLO-. No me parece locura,
que hay ciegos que ven muy bien.

CABALLERO-. Y en su mirar insolente
mata al más enamorado,
que puede un mirar helado
ser el mirar más hiriente.
Sabe beber de la fuente
con la mayor sutileza.
No conozco más belleza
que los ojos encendidos
cuyos brillos presumidos
hieren con rara dureza.

ESCUDERO-. De modo que llora el triste
que, sabiéndose en sus manos,
ama unos ojos lejanos,
si es que el ánimo resiste.
Y, pues el amor insiste,
mezquindad es su nobleza.
No conozco más belleza
que los ojos encendidos
cuyos brillos presumidos
hieren con rara dureza.

CABALLERO-. Tiene el amor tanto fuego,
tanta fuerza en su valor,
que me abrasa su color,
ignorante de mi ruego.
Y es este mar que navego
el desdén de su firmeza:
no conozco más belleza
que los ojos encendidos
cuyos brillos presumidos
hieren con rara dureza.

ESCUDERO-. Sabe el amor confundir
a quien esta vida quiere
por el amor que prefiere,
si es ya preciso morir.
Y es tan alto este sufrir
que arranca mi fortaleza.
No conozco más belleza
que los ojos encendidos
cuyos brillos presumidos
hieren con rara dureza.

CABALLERO-. Y ella sabe que me mata
cuando muestra la hermosura
que en su mirada se apura
y el cristalino delata.
Y si el alba la retrata,
miente al calar su fiereza.
No conozco más belleza
que los ojos encendidos
cuyos brillos presumidos
hieren con rara dureza.

CIEGO-. Miente el amor al decir
de sí mismo que es hermoso,
pues, si es duro, es enojoso,
y, si es cruel, triste es vivir.
LAZARILLO-. Pero, pues sabe fingir,
nos engaña en la andadura,
porque parece locura
regalarse a tal exceso,
siendo Cupido travieso
en la misma sepultura.

CIEGO-. Y, como al ser mentiroso,
nadie quiere ya escucharlo,
su modo de pregonarlo
es fingir que es más hermoso.
LAZARILLO-. Pero nos roba el reposo
y, en secreto, nos apura,
porque parece locura
regalarse a tal exceso,
siendo Cupido travieso
en la misma sepultura.

LONGANIZA-. Que del pecho que delira
siempre nace falsedad,
y tal es su mezquindad
que hace verdad la mentira.
CIEGO-. Bien lo sabe el que suspira
bajo una pena tan dura,
porque parece locura
regalarse a tal exceso,
siendo Cupido travieso
en la misma sepultura.

PANDURO-. De esta manera os diría
con un muy cumplido afán
que sus molestias se van
con pasar tan solo un día.
CIEGO-. Mas es necio en la porfía
y siempre aguantar procura,
porque parece locura
regalarse a tal exceso,
siendo Cupido travieso
en la misma sepultura.

PANDURO-. Y es así que los temores
tienen muy bien advertido
a quien su yugo ha sufrido,
su dureza y sus rigores.
LAZARILLO-. Que, llorando a los albores,
se espera la noche oscura,
porque parece locura
regalarse a tal exceso,
siendo Cupido travieso
en la misma sepultura.

CIEGO-. Por esa razón os digo
que no es amar buen consejo,
y esta experiencia que os dejo
rubrico como testigo.
LAZARILLO-. De tal jamás me desdigo,
faltando ya la bravura,
porque parece locura
regalarse a tal exceso,
siendo Cupido travieso
en la misma sepultura.

TELÓN

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.

Comedia (III)


  1. José Ramón Muñiz Álvarez
    JORNADA TERCERA DE “EL CABALLERO VENCIDO O EL
    AMOR QUE NO SE ENTREGA
    (breve representación
    dramática)

    ESCENA PRIMERA:

    El duque pasea solitario en su jardín, contemplando la luz de la luna llena.

    DUQUE-. Pudo el amor, encendido,
    engañar con su mentira
    al amante que suspira
    por sus embustes perdido.
    De sus flechas malherido,
    llora acaso algún garzón
    que, sin saber la razón
    de ese mal que lo retiene,
    de nuevo al llanto se viene,
    destrozado el corazón.

    Que sabe el amor, con saña,
    mentir al más inocente,
    imponiéndose vehemente,
    pues tiene valor y maña.
    Y el pecho herido que daña
    se le entrega, a la sazón,
    que, sin saber la razón
    de ese mal que lo retiene,
    de nuevo al llanto se viene,
    destrozado el corazón.

    Supo el amor peligroso
    con su veneno encender,
    con su audacia convencer
    y tornarse peligroso.
    Emperador es forzoso
    de quien siente su pasión,
    que, sin saber la razón
    de ese mal que lo retiene,
    de nuevo al llanto se viene,
    destrozado el corazón.

    Que mentir sabe Cupido
    y, pues es tan buen flechero,
    del plebeyo al caballero,
    ver al hombre sometido.
    Hacer pues su cometido
    se impone con ambición,
    que, sin saber la razón
    de ese mal que lo retiene,
    de nuevo al llanto se viene,
    destrozado el corazón.

    Se oyen ruidos. Pausa. De pronto hace como si intentara reconocer el sonido. Pausa. Se va.

    ESCENA SEGUNDA:

    Llega el caballero acompañado de su escudero, Longaniza y Pandero.

    CABALLERO-. Fue el color de su mirada
    lo que hirió mi pensamiento,
    y es cautivo mi contento
    de su brillo a la alborada.
    ESCUDERO-. Y, si el alma desolada,
    con el mirar de mujer,
    herir sabe y sorprender
    a un infeliz peregrino,
    a la vera del camino
    brinda el amor más placer.

    PANDURO-. Que, si es tierna la belleza
    que el espíritu maltrata,
    con la luz con que arrebata,
    sabe mostrar su dureza.
    LONGANIZA-. Porque, como en la maleza,
    mirando el amanecer,
    si la escarcha ha de encender
    el desdén de su destino,
    a la vera del camino
    brinda el amor más placer.

    CABALLERO-. Y, como rendido vivo
    a semejante injusticia,
    siento en ella la malicia,
    pues espíritu es esquivo.
    ESCUDERO-. Y, si tal dolor recibo
    por maldad de una mujer,
    que lo soléis padecer,
    con veros ya mortecino,
    a la vera del camino
    brinda el amor más placer.

    LONGANIZA-. Que duro es siempre el hechizo
    que cautiva a los amantes
    con dolores inconstantes,
    con el hielo del granizo.
    PANDURO-. Y, por amor, enfermizo,
    para siervo suyo ser,
    quedando ya en su poder
    y aceptando el triste sino,
    a la vera del camino
    brinda el amor más placer.

    CABALLERO-. Que, pues lo quiere el amor,
    por el amor derrotado,
    sé ponerme de su lado
    y aceptar este dolor.
    ESCUDERO-. Y, pues os duele el favor
    de sentir ese dolor,
    si os sabe ella al fin vencer
    con ese desdén mezquino,
    a la vera del camino
    brinda el amor más placer.

    CABALLERO-. Pero, al cabo, no me quiere;
    pero al cabo, no me adora,
    que, como luz de la aurora,
    mi presencia no requiere.
    PANDURO-. Mucho me extraña que hiciere
    cosa tal, pues no es querer
    prometer este placer
    con ánimo repentino,
    si, a la vera del camino,
    no brinda el amor placer.

    ESCENA TERCERA:

    A la llegada de la dama, acompañada de las sirvientas, mientras los demás se esconden.

    DAMA-. No me rindo a la poesía
    que, con lisonjas baratas,
    luce con oros y platas
    su mucha palabrería.
    SIRVIENTA 1-. Pues quiere la cortesía,
    con sus muchas hermosuras,
    acelerar las locuras
    en el pecho malherido
    que, por amor resentido,
    siente las penas más duras.

    DAMA-. No he de dejarme, ignorante,
    a tan grata seducción,
    si es dudosa la intención
    de quien es grato y galante.
    SIRVIENTA 2-.Porque, al ceder un instante,
    vuelve las sedas oscuras
    acelerar las locuras
    en el pecho malherido
    que, por amor resentido,
    siente las penas más duras.

    DAMA-. Y no es cuestión de un antojo
    mostrar ese alegre enfado
    a quien causar quiere agrado,
    porque no es cosa de enojo.
    SIRVIENTA 1-. Pues el amor que recojo
    torna en traiciones seguras
    acelerar las locuras
    en el pecho malherido
    que, por amor resentido,
    siente las penas más duras.

    DAMA-. De manera que no quiero
    beber de la fuente fría
    que sirve en galantería
    ese amante caballero.
    Y, siendo sensata quiero
    no perderme en espesuras
    ni acelerar las locuras
    en el pecho malherido
    que, por amor resentido,
    siente las penas más duras.

    SIRVIENTA 1-. Que lo dicta la prudencia
    y lo pide la razón,
    gobernando el corazón
    con tan seca diligencia.
    SIRVIENTA 2-. Y un galán, con insistencia,
    con palabras tan oscuras,
    prender puede las locuras
    en el pecho malherido
    que, por amor resentido,
    siente las penas más duras.

    ESCENA TERCERA:

    Se descubren los que estaban escondidos.

    DAMA-. ¿Vos aquí? ¡Vaya locura!
    CABALLERO-. Es muy justo, mi señora,
    si tal mirada enamora,
    arriesgarme a esta aventura.
    DAMA-. Luego la gente murmura,
    y soy honesta mujer.
    CABALLERO-. Poco le importa al querer
    esa dulce honestidad.
    DAMA-. Habláis con procacidad.
    CABALLERO-. Hablo como debe ser.

    DAMA-. Sois ingrato, caballero,
    al mostraros imprudente.
    CABALLERO-. Poco el decir de la gente
    me ha de importar si algo quiero.
    DAMA-. Partid ya, porque prefiero
    veros dichoso partir.
    CABALLERO-. ¿Nada tenéis que decir?
    DAMA-. Que no hablen de mí las lenguas.
    LONGANIZA-. Poco tememos las menguas
    que nos pudieran herir.

    CABALLERO-. Nacerá ya la alborada,
    que, con su rayo travieso,
    regalará al aire el beso
    de su luz enamorada.
    Y en el campo la nevada
    se verá la brisa fría,
    cuando, con melancolía,
    el eco de su reflejo,
    sabrá del color bermejo
    de la luz del nuevo día.

    Y el paisaje al fin despierto
    aquel sol enamorado,
    si el silencio desolado
    mostrará el paraje muerto.
    Que, en aquel lugar incierto,
    siente callada la tierra
    la tristeza de la sierra
    bajo un cielo ceniciento
    que sintió la voz del viento
    desatada en plena guerra.

    Y, pues sabe tanta muerte
    aquel sol en su castillo,
    rendido dice su brillo,
    abandonado a su suerte.
    Que, desolado se advierte
    ese pincel soberano
    que vuestro mirar lozano
    me hace sentir tal amor
    en un fuego abrasador
    que nunca soñó el verano.

    Pues del mismo modo muere,
    cuando pierde la belleza,
    toda la naturaleza
    que el granizo avaro hiere.
    Y, si la vida prefiere
    mostrarse con lozanía,
    con mayor melancolía,
    el eco de su reflejo,
    admiró el color bermejo
    de la luz del nuevo día.

    DAMA-. Destino es del ser humano
    hallar el fin del camino
    en que vive peregrino
    en el tiempo más temprano.
    Porque, acabado el verano,
    la estación llega callada,
    y, pues esta es la invernada,
    no dudo yo, mi señor,
    que muera tamaño amor
    en esta noche apagada.

    CABALLERO-. Quiere el amor que, asustado,
    sufra su suerte inconstante,
    que me quiere como amante,
    y sujetarme a su estado.
    ESCUDERO-. No quiere ser condenado
    por este necio dañino,
    para llorar, peregrino
    la dureza del amor,
    que, sufriendo tal dolor,
    con su llanto hace camino.

    LONAGANIZA-. Por eso siente dolores
    de pensar en su tormento,
    porque asediado lo siento
    por su fuerza y sus rigores.
    PANDURO-. Que son pocos los temores
    para quien busca camino,
    si es que llora el peregrino
    la dureza del amor,
    que, sufriendo tal dolor,
    con su llanto hace camino.

    PANDURO-. Y, así, del amor reniego
    como quien teme sus iras,
    su falsedad, sus mentiras,
    las locuras de su fuego.
    LONGANIZA-. Es tan solo un niño ciego,
    pero también es mezquino,
    porque llora el peregrino
    la dureza del amor,
    que, sufriendo tal dolor,
    con su llanto hace camino.

    CABALLERO-. Deja el amor más mezquino
    este poso de amargura
    que conduce a la locura
    a quien sigue su camino.
    Yo, porque soy peregrino
    en un valle de tristeza,
    siento que alegre bosteza
    lo que despierta el engaño,
    que será causa del daño
    que me hiera con dureza.

    Que tales son las maldades
    de este muchachuelo vil
    que vende al alma febril
    la mezquindad por bondades.
    Yo, que crueles mezquindades
    con paciencia he soportado,
    digo a ese niño malvado,
    ya que siempre fue embustero,
    con alarde traicionero
    al vencer al descuidado.

    Que juega a estar escondido
    en el pecho que suspira
    porque creyó la mentira
    que le contó envilecido.
    Yo, que me admiro rendido
    y que vivo con mi duelo,
    siento cruel al jovenzuelo
    y a la par tan mentiroso,
    que por su daño gozoso
    confundo el infierno al cielo.

    Que, entregado ya a la muerte,
    siento que ese niño alado
    con su dardo envenenado,
    el daño que causa advierte.
    Yo, que soporto su suerte
    y el dolor de su fiereza,
    siento que alegre bosteza
    lo que despierta el engaño,
    que será causa del daño
    que me hiera con dureza.

    SIRVIENTA 1-.Puede el amor traicionar
    a quien sigue su consejo,
    pues es niño, y, aunque viejo,
    sabe con gracia engañar.
    SIRVIENTA 2-. Que, en el ansia de dañar,
    es tan cruel como mezquino,
    y es que llora el peregrino
    la dureza del amor,
    que, sufriendo tal dolor,
    con su llanto hace camino.

    SIRVIENTA 1-.Y, pues es tan gran traidor,
    suele tender su celada
    a la gente sosegada,
    que lo evita con pudor.
    SIRVIENTA 2-.Siempre es gran perseguidor
    del que escapa a su destino,
    que es que llora el peregrino
    la dureza del amor,
    que, sufriendo tal dolor,
    con su llanto hace camino.

    SIRVIENTA 1-.Y es un joven despiadado
    que, con mostrarse gracioso,
    con su mirar temeroso,
    su imperio impone y su estado.
    SIRVIENTA 2-.Y, con ser disparatado,
    gobierna con desatino,
    donde llora el peregrino
    la dureza del amor,
    que, sufriendo tal dolor,
    con su llanto hace camino.

    SIRVIENTA 1-.Por eso sus ansias quiero
    evitar, que siendo cruel,
    suele ser como la miel
    que recoge el colmenero.
    SIRVIENTA 2-.Lejos tenerlo yo espero,
    que parece mal vecino,
    cuando llora el peregrino
    la dureza del amor,
    que, sufriendo tal dolor,
    con su llanto hace camino.

    ESCUDERO-. Y a fuerza he de confesar
    lo que con gusto confieso,
    que, si es tentación su beso,
    sueño con su colmenar.
    LONGANIZA-. Pero, temiendo acabar
    en sus manos, mortecino,
    triste llora el peregrino
    la dureza del amor,
    que, sufriendo tal dolor,
    con su llanto hace camino.

    CABALLERO-. Y, porque es mi suerte esquiva,
    con más dureza me sigue,
    con más afán me persigue,
    y hasta mis pechos arriva.
    LONGANIZA-. No hará falta que describa
    su juego tan anodino,
    si es que llora el peregrino
    la dureza del amor,
    que, sufriendo tal dolor,
    con su llanto hace camino.

    PANDURO-. Suelen ser los escritores
    que cultivan la poesía
    quienes, con melancolía,
    nos retratan los amores.
    SIRVIENTA 1-. Pero, si hay versos mejores,
    que, sin tanto desatino,
    entretienen el camino
    con musicales acentos,
    viven en mis pensamientos
    y un elogio son del vino.

    LONGANIZA-. Y el devoto que camina
    por la villa del Señor,
    con amor o desamor,
    es el que más desatina.
    PANDURO-. Y, si acaso lo domina
    esa fe de peregrino,
    que lo advierte mortecino
    en sus tristes aposentos,
    viven en mis pensamientos
    mil elogios para el vino.

    SIRVIENTA 2-. Que quien gusta en la bodega
    de esta santa soledad,
    si no espera en la piedad,
    a otra nueva fe se entrega.
    PAN DURO-. Porque, si en toda la Vega
    es el sarmiento divino,
    siendo en la Vega vecino
    de las vides y sarmientos,
    viven en mis pensamientos
    más elogios para el vino.

    LONGANIZA-. Porque sabe el mesonero
    despachar, sin gran afrenta,
    al que ha de pagar la cuenta
    como fino caballero.
    PANDURO-. De modo que, con esmero,
    a costa de ser tan fino,
    si la conciencia examino
    en semejantes eventos,
    viven en mis pensamientos
    los elogios para el vino.

    Y el singular desenfado
    guarda dichoso el barril
    que, con candor infantil,
    dulcemente lo he catado.
    LONGANIZA-. Y, pues está fermentado
    (que tal era su destino),
    con ademán repentino,
    olvidando sufrimientos,
    viven en mis pensamientos
    mil elogios sobre el vino.

    ESCUDERO-. Que es la vendimia un regalo
    para quien gozarla sabe,
    y de la dicha es la llave,
    haciendo olvidar lo malo.
    LONGANIZA-. Y, si a los buenos me igualo
    y a sus goces me destino,
    en las cortes inquilino
    de sus tintos cenicientos,
    viven en mis pensamientos
    muchos elogios al vino.

    DAMA-. ¿Por eso el tinto es esencia
    de la dicha del gozoso,
    la pena del quejumbroso,
    del airado la violencia?
    CABALLERO-. Y, en semejante pendencia,
    pues ya la guerra adivino,
    con un sueño mortecino
    que me inspiran sus alientos,
    viven en mis pensamientos
    las esperanzas del vino.

    ESCUDERO-. Vayamos a los mesones
    a probar el mejor vino,
    porque remedio es divino
    para las altas pasiones,
    que sobran las discusiones
    y el profundo platicar.
    SIRVIENTA 1-. Tal vez la brisa del mar
    calme la furia de amores.
    SIRVIENTA 2-. Apagará los rigores
    de quien se siente acabar.

    ESCENA CUARTA:

    La dama se va.

    ESCUDERO-. Conozco yo al mesonero
    que, mostrando buen recato,
    vende su vino barato,
    y es alegre y pendenciero.
    En ese lugar espero
    que, olvidando el amorío,
    presumáis del señorío
    y el valor de vuestra hacienda.
    CABALLERO-. En mis ojos una venda
    me conduce al desvarío.

    Quiere acaso la fatiga
    del amor malos consejos,
    porque los labios bermejos
    algo son que al alma obliga.
    Y ya la esperanza abriga
    alcanzar tanta hermosura,
    porque parece locura
    regalarse a tal exceso,
    siendo Cupido travieso
    en la misma sepultura.

    Pero escapar al amor
    no es cosa fácil, pues vive
    donde el pecho lo recibe
    para hartarse de dolor.
    Y, pues no otorga el favor
    pues no sabe de mesura,
    porque parece locura
    regalarse a tal exceso,
    siendo Cupido travieso
    en la misma sepultura.

    De esta manera, infeliz,
    siento el amor que me abrasa,
    entiendo que no se pasa
    y me rindo ante su ardid.
    Quiero por tanto la vid
    de la que el vino se apura,
    porque parece locura
    regalarse a tal exceso,
    siendo Cupido travieso
    en la misma sepultura.

    Y, pues soy hombre prudente,
    quiero la fiebre evitar,
    que, con la brisa del mar,
    puede calmarse la frente.
    Mas esta pasión ardiente
    me conduce a la locura,
    porque parece locura
    regalarse a tal exceso,
    siendo Cupido travieso
    en la misma sepultura.

    Y, si, sentenciado a muerte,
    he de esperar mi condena,
    que diga la luna llena
    la desgracia de mi suerte.
    Porque ese final me advierte
    y el desenlace procura,
    porque parece locura
    regalarse a tal exceso,
    siendo Cupido travieso
    en la misma sepultura.

    Que, al saberme condenado,
    al mirarme ya vencido,
    con decirme arrepentido,
    la salvación no he ganado.
    Y me siento así apartado
    de todo bien y dulzura,
    porque parece locura
    regalarse a tal exceso,
    siendo Cupido travieso
    en la misma sepultura.

    TELÓN

    2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
    TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.