jueves, 27 de febrero de 2014

Sigfrido



José Ramón Muñiz Álvarez
EL SECRETO DE LAS FRAGUAS” o “EL ACERO DE LA ESPADA”
(La leyenda del joven Sigfrido y su aventura
antes de enfrentarse al
dragón)

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No ha de quejarse el herrero
en esa caverna oscura,
viendo al joven que se apura,
dándole forma al acero.
Porque puede, con esmero,
ser espíritu aguerrido,
que, con ánimo encendido,
a la luz de la alborada,
forja valiente la espada
el coraje de Sigfrido.

Que la fragua arde dichosa,
al nacer la luz del día
y, ante tanta bizarría,
se forma la espada hermosa.
Y es que la llama graciosa
ve al muchacho decidido,
que, con ánimo encendido,
a la luz de la alborada,
forja valiente la espada
el coraje de Sigfrido.

Y, pues se torna en ceniza
el alimento del fuego,
no cesa el valor más ciego
en la mañana inverniza.
Que su brazo encoleriza
hasta el hierro ver fundido,
que, con ánimo encendido,
a la luz de la alborada,
forja valiente la espada
el coraje de Sigfrido.

Que suda quien se contenta
con el esfuerzo violento,
si, ante la fragua sediento,
la espada afilar intenta.
Y es que siente como afrenta
no ver el hierro vencido,
que, con ánimo encendido,
a la luz de la alborada,
forja valiente la espada
el coraje de Sigfrido.

Porque custodio del oro
es el dragón que en la cueva
milenios de sueño lleva,
siendo señor del tesoro.
Y la ambición es decoro
en un joven atrevido,
que, con ánimo encendido,
a la luz de la alborada,
forja valiente la espada
el coraje de Sigfrido.

Que no sabe que su dueño
guarda en su mano el anillo
que, además del puro brillo,
se ofrece al más loco empeño.
Porque el poder es un sueño
que con él viene ofrecido,
si, con ánimo encendido,
a la luz de la alborada,
forja valiente la espada
el coraje de Sigfrido.

Y, pues el oro hechicero
puede mudar su apariencia,
tiene un yelmo rara ciencia
con su brillo traicionero.
Y, con gesto pendenciero
quiere el hierro ver torcido
quien, con ánimo encendido,
a la luz de la alborada,
forja valiente la espada
el coraje de Sigfrido.

Que, valiente en el combate,
en las guerras el primero,
sabrá ser más pendenciero
que quien le plante el debate.
Pues el que el hierro maltrate
será quien más convencido,
con el ánimo encendido,
a la luz de la alborada,
forjará la nueva espada
para que luche Sigfrido.

2014 © José Ramón Muñiz Álvarez
“Poemas para Mael y Jimena”

La lluvia



José Ramón Muñiz Álvarez
“DE PRONTO CAE LA LLUVIA”
(Discurso)

http://jrma1987.blogspot.com

De pronto, cae la lluvia,
cansada, como siempre,
que viene refrescando los caminos
que saben de los densos barrizales
que ven, con desagrado,
al níscalo que nace de la tierra,
y saben del aliento
que vence los rigores de otro octubre.
El brillo cristalino
del agua del arroyo
refleja el cielo azul, el bosque bello,
el llanto de las ramas del castaño
que mira, cada tarde,
al sol que, moribundo, se resigna
en raros horizontes,
rendidos como tristes fortalezas.
Y todo sabe a muerte,
preludio de esa misa
de tonos funerales que pronuncian
las horas prisioneras, atrapadas
en ese reloj viejo
que no funcionó nunca, porque nunca
quisieron arreglarlo
las gentes que mandaban en la iglesia.
El cura habla del cielo,
y el cielo está poblado
de nubes que navegan sin destino,
buscando un infinito inalcanzable,
un viaje que no acaba,
un fin que no comienza, que no inicia
su paso hacia el vacío,
hasta que un día cede ante la muerte.

2014 © José Ramón Muñiz Álvarez

La verdad de la forzada

José Ramón Muñiz Álvarez
LA VERDAD DE LA FORZADA” O “ROMANCE
DE LA VILLANA Y EL
DUQUE”

(Pequeño cuadro dramático entremesado de tema amoroso
y rústica gente en que hallarán placer los
atrevidos y solaz los más curiosos
que leyeren este
escrito)

Interior de un rústico mesón de una humilde villa castellana del siglo XVII, con varias mesas y distintos ventanales. Una puerta permite la entrada desde la calle, otra a la cocina y otra a la bodega. Se ve una decoración pobre y cierto descuido en la higiene, con abundancia de telas de araña. No falta el polvo tampoco, viejo compañero de este mesón lóbrego de paredes de ladrillo mal encaladas y poca luz. Distintos tipos de recipientes y de odres nos corroboran lo evidente: es un lugar donde no escasea el vino añejo. Desde fuera se oyen las voces de la soldadesca borracha:

SOLDADO 1-. Quiero el vino en el gaznate,
que es el vino peregrino
un amigo en el camino,
si es que alegra su debate.
SOLDADO 2-. Estás loco de remate
si piensas que te conviene.
SOLDADO 1-. Con el vino se entretiene
quien espera en el mesón
una pata del cabrón
que pronto su tripa llene.

SOLDADO 2-. Nadie quiere en esa venta
a la gente que no paga,
mas iremos a la zaga,
para no pagar la cuenta.
SOLDADO 1-. Tengo la boca sedienta
del más dulce vino añejo,
SOLDADO 2-. Que no quiero yo el verdejo
donde se tiene buen tinto,
que es todo vino distinto
el paladar del más viejo.

SOLDADO 1-. Somos gente de nobleza
en tan humilde lugar,
si es que hace falta chillar
con la mayor aspereza.
SOLDADO 2-. Y mi voz se despereza,
caso que nunca se ha escrito.
SOLDADO 1-. Pediré vino y cabrito,
si ya es menester yantar
el buen cabrón del lugar
que en alta voz solicito.

SOLDADO 2 -. Dejaréis buena propina
si es que decís la verdad,
porque la prosperidad
trajo la guerra mezquina.
SOLDADO 1-. Quien herejes asesina
en las flamencas regiones…
SOLDADO 2-. Gana miles de doblones
en las tierras alemanas,
donde tardan las mañanas
a iluminar las legiones.

SOLDADO 1-. Soy soldado y caballero,
de los de fe verdadera,
católico a mi manera
y a mi modo pendenciero.
SOLDADO 2-. Un borracho, un embustero,
que maneja bien la espada.
SOLDADO 1-. Un hombre de la mesnada
que, entre turbas bribones
sabe pagar mil doblones
por el vino, si le agrada.

SOLDADO 2-. Quiere el vino la alegría
para el ánimo guerrero,
de modo que siempre espero
que solace el alma mía.
SOLDADO 1-. Quien no se estremecería
ante la dicha de un trago.
SOLDADO 2-. Ya con pensarlo me embriago,
porque tiene su placer,
luchar, vivir y beber,
regalarse a hacer el vago.

SOLDADO 1-. Que amante de la pelea
existe el que se enamora
de ese licor que atesora
gente de baja ralea.
SOLDADO 2-. Todo licor se apresura
a correr por mi garganta.
SOLDADO 1-. Pocas veces se atraganta,
pues es la costumbre buena
en quien en vino enajena
lo que nunca desencanta.

SOLDADO 2-. Y, porque es bueno beber,
brindar por el vino amable
es un vicio saludable
para quien lo quiera hacer.
SOLDADO 1-. No habrá que retroceder
en esta dura batalla.
SOLDADO 2-. De nuevo la furia estalla
en el ánimo guerrero,
porque el vino traicionero
es insensato y no calla.

Marcelino y Marcos, los mozos del mesón, dialogan tranquilamente entre las distintas mesas donde está la clientela.

MARCELINO-. Es una gran colección
esa serie de amoríos.
MARCOS-. Los extraños desvaríos
nacen en el corazón.
Y hay quien, lleno de pasión,
por amor llora doliente.
MARCELINO-. Quien, en amores valiente,
aspira a mayor locura,
es quien no tiene cordura
a los ojos de la gente.

MARCOS-. Pues no quiso la doncella
ser su amante, y se sabe
que el amor es mal tan grave
que no calla su querella.
MARCELINO-. Es una mujer tan bella
que relumbra su hermosura,
mas le falta la dulzura
con esos que la pretenden.
MARCOS-. Son los necios que no entienden
que el amor es la locura.

Es el amor la maldad
que destroza a quien suplica,
pues con desdenes replica
al amor tanta crueldad.
MARCELINO-. Dices bien, que la beldad
ha rechazado a Octaviano,
que es un joven bello y sano,
y, a la par, conquistador.
MARCOS-. Dicen que es que es encantador.
MARCELINO-. De ello dice estar ufano.

Pues dicen que la poesía
es el arte que maneja,
pues en su ingenio refleja
toda la fe y cortesía.
MARCOS-. Una carta aquí tenía,
un pliego por él escrito
donde el terrible delito
del amor dijo a la amada,
diciéndole ser la nada,
si ella era el mismo granito.

Saca una carta de un cajón y lee:

Si llevado del coraje,
se os envía una poesía,
en verso escrito la envía,
quien manda este mensaje.
No queráis hacerme ultraje,
que el afecto dadivoso,
suele dar mayor reposo
y es promesa de un amor
que me llena de dolor
y el dolor vuelve gozoso”.

MARCELINO-. Raros versos son de amor,
y no diré que vulgares,
pues se ve en pocos lugares
tanta luz, tanto fragor.
MARCOS-. Recitando es el mejor
de cuantos hay en la villa.
MARCELINO-. No son palabras de arcilla
que la lluvia deje en nada,
pues el alma enamorada
con sus versos maravilla.

MARCOS-. “Y, con el alma vencida
de esperar vuestros amores,
quiero ofrecer los favores
de quien entrega la vida.
Seréis señora enseguida,
la dueña de mi nobleza,
y espero en vuestra grandeza,
como suele el prisionero,
porque sois el carcelero
con que el anhelo tropieza…

Pero no es la libertad
lo que quiere el pecho herido,
que tengo el pecho vencido
de esperar vuestra bondad”.
¡Pues si dice la verdad,
merece bien a la bella,
si es quizás la clara estrella
que alumbrará su destino,
que, siendo triste el camino,
aliviará su querella.

MARCELINO-. Sigue pues con la lectura…
MARCOS-. “Unido a vos por la suerte,
quiera el amor y la muerte
esta graciosa locura.
Si superáis la hermosura,
vuestra belleza os diré,
pues os juro que la sé,
que, desde el pasado abril,
vuestro aliento juvenil
dentro del pecho guardé”.

Un ciego de los de sombrero de anchas alas y lentes oscurecidos llega a la puerta del mesón se oye cómo pregona a viva voz desde fuera:

CIEGO-. El que quiera hallar solaz
podrá, sin ser gran alarde,
escucharnos esta tarde
y hacer buena caridad.
Y ved aquí que es verdad
que quien recita con gracia
vive en la misma desgracia,
que lo puede la pobreza,
aunque es fino en la agudeza
del ingenio y su acrobacia.

Que, como en tiempos pasados,
llegada la romería,
lo que dio la juglaría,
os daremos encantados.
Y es que así serán cantados
Oliveros y Roldán,
el rey Arturo, Galbán,
el mismo mago Merlín,
la leyenda de Crispín,
el moro viejo de Orán…

MARCOS-. Siempre el ciego pedigüeño,
como si fuera un juglar,
que nos viene a predicar
en este pueblo pequeño.
MARCELINO-. De los enredos es dueño,
y también su lazarillo,
que, con ser solo un chiquillo
bien le ayuda en la labor,
porque el romance mejor
sigue con su caramillo.

MARCOS-. Y a fe que la flauta suena
en sus manos con dulzura,
cuando los ritmos apura
y de frescura los llena.
Parece que me envenena
con su modo de tocar.
MARCELINO-. Mira que el ciego ha de dar
con gran gracia a su pandero,
tras correr ese sendero
que lo trajo a este lugar.

MARCOS-. Y puedo ver que se tapa
con capa de peregrino,
porque lo pide el camino,
que ha de abrigarse con capa.
MARCELINO-. Y toda la tierra atrapa
esa ropa que lo abriga
del camino y la fatiga,
si es que viene fatigado,
que el camino prolongado
a hacer descansos lo obliga.

MARCOS-. Pues sí que es larga andadura
la de esta gente que, errante,
vive una vida inconstante,
tan sujeta a la aventura.
Diré que acaso se apura
a colocarse en la plaza.
MARCELINO-. Y, al ponerse de esa traza,
irá la gente a escucharlo,
y con ir y con mirarlo,
ha de ganar buena baza.

MARCOS-. Pobres son, que son la gente
que más sufre en esta vida,
que es gente desatendida
de la fortuna que aliente.
MARCELINO-. Preciso es que los sustente
el pueblo con poca cosa.
No son gente codiciosa,
porque, no teniendo nada,
cualquier cosa regalada
se les hace muy valiosa.

CIEGO-. Así sabréis del sultán,
del marajá Ben Alí,
del conde cuyo neblí
se perdió en el Ampurdán.
Mil cosas se os contarán
del malvado Saladino,
porque siempre fue mezquino,
que a todo cristiano espanta
que mandara en Tierra Santa
un moro cruel y anodino.

Que sé todo el romancero,
y, desde el Cid Campeador,
puedo hablaros del honor
del más noble caballero.
Don Quijote y su escudero
son historias que bien sé,
y con gusto las diré
a quien no se sabe el cuento,
si es que el ánimo está atento
a cuanto yo contaré.

MARCELINO-. Quiere solaz y contento
esta gente pueblerina
que la presencia adivina
de mayor esparcimiento.
MARCOS-. Y tendrá entretenimiento
quien se quiera solazar,
porque acaba de llegar
el ciego por el sendero,
cuyo romance embustero
bien nos podrá deleitar.

Que agradece la alegría
el que la dicha merece,
si es que la dicha se ofrece
al llegar la tarde fría.
MARCELINO-. Y la buena gente fía
de este ciego del que sé
que, si acaso nada ve,
bien conoce la verdad,
que es acaso claridad
aunque en tinieblas esté.

CIEGO-. La muerte del conde Olinos,
el joven emparedado,
el triste rey traicionado,
su fantasma en los caminos.
Los quinientos adivinos
que sus caballos perdieron
cuando a otros reinos se fueron
con afán conquistador,
por capricho del amor,
al lugar que combatieron.

MARCOS-. Y, siendo el ciego querido,
querrá la villa al buen ciego,
cuando, falto de sosiego,
cuente todo lo ocurrido.
MARCELINO-. Y, pues por haber venido,
una dádiva se espera,
podréis darla de manera
que el cielo quiera pagarlo,
que será justo ayudarlo,
si es que vive en la ceguera.

Porque, si pide romances
quien lo hubiere menester,
sabe este ciego encender
a la gente con sus lances.
MARCOS-. Y muchos son los alcances
de tal ingenio encendido,
que el que la vista ha perdido
tiene despierta la mente
y es un hombre inteligente
y en la materia entendido.

CIEGO-. Y también he de decir
mil cosas de enamorados
que vieron, enajenados,
el dolor que hay que sufrir.
Y todo sin omitir
lo del sultán de Turquía,
las riquezas que tenía,
que era maravilla ver,
si acaso queréis saber
las riquezas que allí había.

Aparecen otros dos señores, don Octaviano y don Fermín, en elegante atuendo ambos, que se sientan con cierto aire orgulloso en una de las mesas, no lejos de los otros comensales:

OCTAVIANO-. Puede el veneno dañino,
maltratar toda esperanza,
que este tormento me alcanza,
y me arroja a mi destino.
Y porque es siempre mezquino,
sabe robar el aliento.
Mas querrá el atrevimiento
no ser instinto cobarde
cuando, al correr de la tarde,
se hace en el pecho violento.

¡Y quién pudiera en verdad
acercarse a su destino
sin temor al desatino
de su rara oscuridad!
Y es que tanta dignidad
pide el honor que deliro,
pues la victoria a que aspiro
quiere que tenga energía,
defendiendo la honra mía
como el aire que respiro…

FERMÍN (mostrando la carta)-. Pues decís que, enamorado,
el absurdo sinsentido
sufrís y lloráis vencido,
por fuerza estáis deshonrado.
OCTAVIANO-. Una dama me ha insultado
con desdén, viendo mi fuego,
que, en semejante trasiego,
esa llama se derrama
por el amor de la dama
que triste me deja y ciego.

FERMÍN (mirando la carta)-. Así dice este mensaje:
Pues prometéis este amor,
no he de daros mi favor,
que sois hombre sin linaje.
No me llenéis de coraje
ni me queráis molestar,
que presta me digno a odiar
a tan bajo caballero,
que pide el amor primero
sin un nombre que mostrar…”

OCTAVIANO-. Quiere el rigor en mi pecho,
a costa de ser rigor,
reclamar el alto honor
de dar salida al despecho.
Y, porque siempre al acecho
del alma se muestra el mal,
en una ocasión igual,
quiere el espíritu guerra,
que no hay paz en esta tierra
siendo el destino fatal.

FERMÍN-. No sabéis qué dice aquí:
No he de estar en vuestras manos,
que en vuestros labios ufanos
hallarme tal vez temí”.
OCTAVIANO-. Si con amor no vencí,
no cederá su favor.
FERMÍN-. Esto se pone mejor:
Libradme de este pesar,
porque si queréis amar,
es insulto y no es honor.

Y es que, de amor delirante,
decís que seréis mi dueño,
para entregaros el sueño
de la pasión incesante”.
OCTAVIANO-. Habré de hacerla mi amante,
que, con tantos amoríos,
puedo decir desvaríos
de las mujeres que amé.
FERMÍN-. Dice más, os lo leeré:
Arden en vos hoy mis bríos…

Arden mis bríos, que acaso
de tal pesadez me siento,
y espero que no traiga el viento
noticias de vuestro caso.
Sois hombre de seso escaso
para venir a mi hacienda
llevado por esa venda
que impone el ciego Cupido.
OCTAVIANO-. ¿No he de sentirme ofendido?
FERMÍN-. No es cosa que no se entienda.

OCTAVIANO-. Y, porque con osadía
el rumor se ha de cebar,
es preciso despertar
y atajar su bizarría.
Y no falta gallardía
a la hora de dar muerte,
pues quiere el honor la suerte
de quien, al verse insultado,
queriendo verse vengado,
se atreve con el más fuerte.

Y, pues es todo violencia
lo que este mundo recibe,
hable el sabio que concibe
la verdad en su paciencia.
Mas nunca diga que es ciencia
dejarse a la humillación,
pues no gana el corazón
que, faltando a la lealtad,
para mantener la paz,
se resigna en la traición.

Que, con verme traicionado,
pues es traición lo que siento,
no ha de cesar el aliento
hasta verme recobrado.
Pues espíritu amargado
es el que deja a placer
que lo vengan a ofender
y no se siente ofendido,
pues el ánimo vencido
no puede mudar su ser.

Y es el pecho vengativo
el que pide que, en verdad,
luzca el valor sin maldad
en lo que triste describo.
Porque si el ánimo altivo
recobra el honor valiente,
alta llevará su frente
el que ve soplar el viento,
mostrando el ceño violento
con el gesto más vehemente.

Octaviano se vuelve a Marcelino.

OCTAVIANO-. Mesonero, quiero vino,
que habrá de matar la pena
que el corazón envenena
del cansancio del camino.

Marcelino va por una buena jarra y la sirve donde se han sentado.

FERMÍN-. El vino y el peregrino
son cosa muy celebrada,
porque en la Cena Sagrada
se ofreció el vino dichoso,
y, a costa de ser sabroso,
el vino no desagrada.

Será menester que diga
que el amor es obsesión
y que mata al corazón,
porque lo fuerza y obliga.
OCTAVIANO-. ¡Qué poca esperanza abriga
el que quiere renacer
para amar a una mujer
que es también quien lo rechaza,
porque el mal que lo amenaza
es el mal que hay en querer!

Porque se enciende la brasa
del alma que, con arrojo,
siente ese fuego que, al rojo,
es dolor que no se pasa.
Que el corazón siempre es casa
del espíritu entregado,
y, pues se mira humillado,
no se querrá resignar
el que se mira atacar
porque se sabe insultado.

FERMÍN-. ¿Mas qué hacer en la ocasión,
si es que puede una mujer
ver al hombre padecer
por el mal del corazón?
OCTAVIANO-. Y es que acaso en la ocasión
soy un triste, un desdichado
que, cayendo equivocado,
ha doblegado el orgullo,
porque no tiene por suyo
ni el dolor que lo ha atrapado.

FERMÍN-. Sí que el amor ha sabido
confundir a quien, amante,
se detiene en el instante
en que se sabe vencido.
OCTAVIANO-. Y, como es tan resentido,
puede su resentimiento,
porque envenena el aliento
de quien ama de verdad
a la más clara beldad
por la que llora hasta el viento.

Deudor de esta demasía,
si es demasía el amor,
quiere, si se ve deudor,
quien siente melancolía.
Y es que el alma se me enfría
a costa de enamorado,
porque llora deshonrado
el que su dicha concibe
como el dolor en que vive
y en el que muere insultado.

FERMÍN-. Pues, si al cabo hay que morir,
no será nunca un honor
hacerlo por un amor
que nunca debió existir.
OCTAVIANO-. Antes debieras decir
que es acaso lo más justo
morir amando con gusto,
que la muerte sin amor,
sin placer y sin dolor,
causará mayor disgusto.

FERMÍN-. Para que olvides las penas
que afligen el triste pecho,
he de hablarte con despecho,
si en amores te envenenas.
OCTAVIANO-. No diré que no son buenas
estas penas y tormento,
si es el grave sentimiento
el que dice que estoy vivo,
pues el dolor no es esquivo
al callado pensamiento.

FERMÍN-. No es preciso exagerar,
que, si son raros amores,
a costa de los temores,
mayor daño han de causar.
OCTAVIANO-. No es menester olvidar
a una dama tan hermosa,
que siente el alma gozosa
la dulzura de su esencia,
si es que muere en la presencia
de su mirada curiosa.

Pausa. Se hace un profundo silencio y se acallan los rumores del mesón. Se escucha fuera la voz del ciego, al que se ve desde la puerta, en plena calle, recitando su romance:

CIEGO-. Estaba el duque ofendido
de escuchar a la villana,
porque ante toda la tropa,
supo exponer su demanda:
No tenéis vos en el pecho,
bajo esa dura coraza,
un corazón que comprenda
de tantos males la causa.

Y, puesto que no quería,
me llevasteis obligada,
que soy niña y vos sois hombre,
entre las más verdes hayas.
Allí, señor me dejasteis
sin dignidad y sin nada,
con mi llanto, triste y sola,
por las penas apagada.”

Por una mujer que miente
no ha de haber tanta bullanga,
que no es noble, entre guerreros,
levantar tanta alharaca.
Haced caso a lo que os digo,
y olvidad lo que se hablara,
porque saben las mujeres
levantar mentiras malas.”

Vos sois quien miente, buen duque,
que en vuestras necias palabras
se descubre la mentira
cuya deshonra os alcanza.
Que vos yacisteis conmigo,
dejándome deshonrada,
después de dos mil promesas
que suelen quedar en nada.”

Maldita mujer que mientes,
yo mismo, si no te callas,
he de cortarte la lengua
en pago del mal que labras.”
Del mal sois vos el labriego,
que tengo dura batalla
por desnudar las verdades
que me vuelven desdichada.”

No me importa la grandeza
de una mujer ya casada
que tenéis en matrimonio,
siendo de alcurnia nombrada.
Esto me importa, buen duque,
porque por vos soy llamada
puta en la plaza del pueblo,
ante la gente que pasa.

¿Y quién me dará consuelo,
y quién velará en la cama,
llegadas las tristes noches
que en invierno son más largas?
Pues me dejáis sin amores
y no he de ser desposada
porque tomáis a la fuerza
lo que el dinero no paga.”

Al pajar vinisteis sola,
encendida por la llama
de los violentos amores
que enajenaron el alma.”
Mentís vos”, dijo la niña,
pues era su edad temprana,
dulce como la inocencia,
que en sus ojos alumbraba.

Mentís vos”, dijo el buen conde,
que, en la mano ya la lanza,
el mirar mostraba altivo,
dispuesto a tomar venganza:
Y he de saber reclamarlo,
como los nobles reclaman,
si es que no hincáis la rodilla
y decís que es cosa falsa.”

Mentís vos”, dijo el arquero,
que en él fijó la mirada,
que la espada disponía
a la lucha encarnizada:
Y no es el engaño bueno
ni la maldad que desata,
más habiendo un inocente
y una palabra empeñada.”

Mentís vos”, dijo el alférez,
que, sosteniendo las armas,
no dejó que sostuviera
el cruel duque la mirada:
Vos mentís, aunque la sangre
de vuestros ancestros valga
lo que no vale la mía
ni en el campo de batalla”.

Mentís vos”, dijo el guerrero,
puesta la mano en la espada,
porque la muerte no teme
y hierve acaso de rabia:
Y no es honra la mentira
en quien, como el agua clara,
la verdad decir debiera,
siendo su estirpe tan alta.”

Mentís vos”, dijo el soldado,
que, al sostener la alabarda,
soñó poder, en castigo,
contra el duque sujetarla:
Y no es honra la mentira
en quien, como el agua clara,
la verdad decir debiera,
siendo su estirpe tan alta.”

Y, viendo el duque, asustado,
esas voces que se abrasan
contra su noble persona,
les replica estas palabras:
Disculpad si me equivoco,
que, si bien me sabe amarga,
no ha de existir la mentira
en quien la nobleza es alta.

Y, pues que decís lo cierto,
sobra ya mentira tanta,
que la razón que se os debe
queda con esto pagada.”
Podéis iros”, dijo el conde,
pues ya ve que se acobarda
el duque con ser el duque,
pues no es el duque quien manda.

Y el rey, que, con ver aquello,
sabe que es fiel la mesnada,
quiere volver con la hueste,
porque merced es honrarla.
Y viendo al rey (porque viene),
la gente está emocionada,
porque sabe por quién lucha
en la sufrida batalla.

2014 © José Ramón Muñiz Álvarez
La verdad de la forzada”
Romance de la villana y el duque”