José
Ramón Muñiz Álvarez
“MEMORIAS
MELANCÓLICAS DE LOS LARGOS
PASEOS
DE NIETZSCHE EN
SILS-MARÍA”
(prosa
poética)
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El
beso del granizo de las tardes que vieron el invierno en las alturas
anuncia su dolor en la enriscada: las horas, que discurren sin apuro,
parecen ser amigas de los hielos que saben condenar al solitario; y
el hombre que camina silencioso, que gime reflexivo, nos advierte las
horas de tormenta inevitable. Es triste caminar ese sendero que
ofrece soledades insondables y simas peligrosas y profundas.
Son
estos los lugares apartados que Nietzsche vio en las horas de
destierro, dejando atrás las clases y los libros. Y amigos tan
soberbios como Wagner hirieron su interior y abrieron brechas enormes
como valles apartados. Vivir en soledad se le encapricha tal vez
menos amargo, pues desprecia los tratos vejatorios que ha sufrido. Él
es un hombre grande y orgulloso que sabe verse lejos de la gente
mezquina que no entiende sus ideas.
A
veces se hace extraño hablar con alguien, hablar con gentes cultas
cuyos gustos parecen irritar al eremita. Los ocios del filósofo que
corre las sierras que se tocan con las nubes revelan que los hombres
son inanes. Acaso el mono en ellos sigue vivo, colgando de las ramas
con sus muecas, irónicas y extrañas, expresivas. Sigfrido no
hallará sino la muerte, los dioses perderán su viejo reino, los
ídolos irán hacia la nada. Mas no hacen falta dioses en la tierra,
si, libre de ignorancia y falsedades, el hombre encuentra al fin
nuevos caminos.
También
es Schopenhauer pesimista y, en medio del dolor de la desidia, jamás
halló razones poderosas. Y dijo que la vida y su sentido se escapan
con total indiferencia, volando hacia el consuelo de la muerte. Y
Buda fue el profeta que decía que es buena la renuncia a las
pasiones, queriendo desterrarlas de los hombres. No es bueno
aniquilar las esperanzas que incitan a la vida si la vida se torna
nuevamente prodigiosa.
Por
un fin hay un profeta que nos habla del gusto por el juego de la
vida, gritando al viento triste que no hay dioses.
2013
© José Ramón Muñiz Álvarez
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