José
Ramón Muñiz Álvarez
“LA
VERDAD DE LA FORZADA” O “ROMANCE
DE
LA VILLANA Y EL
DUQUE”
(Pequeño
cuadro dramático entremesado de tema amoroso
y
rústica gente en que hallarán placer los
atrevidos
y solaz los más curiosos
que
leyeren este
escrito)
Interior
de un rústico mesón de una humilde villa castellana del siglo XVII,
con varias mesas y distintos ventanales. Una puerta permite la
entrada desde la calle, otra a la cocina y otra a la bodega. Se ve
una decoración pobre y cierto descuido en la higiene, con abundancia
de telas de araña. No falta el polvo tampoco, viejo compañero de
este mesón lóbrego de paredes de ladrillo mal encaladas y poca luz.
Distintos tipos de recipientes y de odres nos corroboran lo evidente:
es un lugar donde no escasea el vino añejo. Desde fuera se oyen las
voces de la soldadesca borracha:
SOLDADO
1-.
Quiero el vino en el gaznate,
que
es el vino peregrino
un
amigo en el camino,
si
es que alegra su debate.
SOLDADO
2-. Estás loco de remate
si
piensas que te conviene.
SOLDADO
1-. Con el vino se entretiene
quien
espera en el mesón
una
pata del cabrón
que
pronto su tripa llene.
SOLDADO
2-. Nadie quiere en esa venta
a
la gente que no paga,
mas
iremos a la zaga,
para
no pagar la cuenta.
SOLDADO
1-.
Tengo la boca sedienta
del
más dulce vino añejo,
SOLDADO
2-. Que no quiero yo el verdejo
donde
se tiene buen tinto,
que
es todo vino distinto
el
paladar del más viejo.
SOLDADO
1-. Somos gente de nobleza
en
tan humilde lugar,
si
es que hace falta chillar
con
la mayor aspereza.
SOLDADO
2-. Y mi voz se despereza,
caso
que nunca se ha escrito.
SOLDADO
1-. Pediré vino y cabrito,
si
ya es menester yantar
el
buen cabrón del lugar
que
en alta voz solicito.
SOLDADO
2
-. Dejaréis buena propina
si
es que decís la verdad,
porque
la prosperidad
trajo
la guerra mezquina.
SOLDADO
1-. Quien herejes asesina
en
las flamencas regiones…
SOLDADO
2-. Gana miles de doblones
en
las tierras alemanas,
donde
tardan las mañanas
a
iluminar las legiones.
SOLDADO
1-.
Soy soldado y caballero,
de
los de fe verdadera,
católico
a mi manera
y
a mi modo pendenciero.
SOLDADO
2-. Un borracho, un embustero,
que
maneja bien la espada.
SOLDADO
1-. Un hombre de la mesnada
que,
entre turbas bribones
sabe
pagar mil doblones
por
el vino, si le agrada.
SOLDADO
2-. Quiere el vino la alegría
para
el ánimo guerrero,
de
modo que siempre espero
que
solace el alma mía.
SOLDADO
1-. Quien no se estremecería
ante
la dicha de un trago.
SOLDADO
2-. Ya con pensarlo me embriago,
porque
tiene su placer,
luchar,
vivir y beber,
regalarse
a hacer el vago.
SOLDADO
1-. Que amante de la pelea
existe
el que se enamora
de
ese licor que atesora
gente
de baja ralea.
SOLDADO
2-. Todo licor se apresura
a
correr por mi garganta.
SOLDADO
1-. Pocas veces se atraganta,
pues
es la costumbre buena
en
quien en vino enajena
lo
que nunca desencanta.
SOLDADO
2-. Y, porque es bueno beber,
brindar
por el vino amable
es
un vicio saludable
para
quien lo quiera hacer.
SOLDADO
1-. No habrá que retroceder
en
esta dura batalla.
SOLDADO
2-. De nuevo la furia estalla
en
el ánimo guerrero,
porque
el vino traicionero
es
insensato y no calla.
Marcelino
y Marcos, los mozos del mesón, dialogan tranquilamente entre las
distintas mesas donde está la clientela.
MARCELINO-.
Es una gran colección
esa
serie de amoríos.
MARCOS-.
Los extraños desvaríos
nacen
en el corazón.
Y
hay quien, lleno de pasión,
por
amor llora doliente.
MARCELINO-.
Quien, en amores valiente,
aspira
a mayor locura,
es
quien no tiene cordura
a
los ojos de la gente.
MARCOS-.
Pues no quiso la doncella
ser
su amante, y se sabe
que
el amor es mal tan grave
que
no calla su querella.
MARCELINO-.
Es una mujer tan bella
que
relumbra su hermosura,
mas
le falta la dulzura
con
esos que la pretenden.
MARCOS-.
Son los necios que no entienden
que
el amor es la locura.
Es
el amor la maldad
que
destroza a quien suplica,
pues
con desdenes replica
al
amor tanta crueldad.
MARCELINO-.
Dices bien, que la beldad
ha
rechazado a Octaviano,
que
es un joven bello y sano,
y,
a la par, conquistador.
MARCOS-.
Dicen que es que es encantador.
MARCELINO-.
De ello dice estar ufano.
Pues
dicen que la poesía
es
el arte que maneja,
pues
en su ingenio refleja
toda
la fe y cortesía.
MARCOS-.
Una carta aquí tenía,
un
pliego por él escrito
donde
el terrible delito
del
amor dijo a la amada,
diciéndole
ser la nada,
si
ella era el mismo granito.
Saca
una carta de un cajón y lee:
“Si
llevado del coraje,
se
os envía una poesía,
en
verso escrito la envía,
quien
manda este mensaje.
No
queráis hacerme ultraje,
que
el afecto dadivoso,
suele
dar mayor reposo
y
es promesa de un amor
que
me llena de dolor
y
el dolor vuelve gozoso”.
MARCELINO-.
Raros
versos son de amor,
y
no diré que vulgares,
pues
se ve en pocos lugares
tanta
luz, tanto fragor.
MARCOS-.
Recitando es el mejor
de
cuantos hay en la villa.
MARCELINO-.
No
son palabras de arcilla
que
la lluvia deje en nada,
pues
el alma enamorada
con
sus versos maravilla.
MARCOS-.
“Y, con el alma vencida
de
esperar vuestros amores,
quiero
ofrecer los favores
de
quien entrega la vida.
Seréis
señora enseguida,
la
dueña de mi nobleza,
y
espero en vuestra grandeza,
como
suele el prisionero,
porque
sois el carcelero
con
que el anhelo tropieza…
Pero
no es la libertad
lo
que quiere el pecho herido,
que
tengo el pecho vencido
de
esperar vuestra bondad”.
¡Pues
si dice la verdad,
merece
bien a la bella,
si
es quizás la clara estrella
que
alumbrará su destino,
que,
siendo triste el camino,
aliviará
su querella.
MARCELINO-.
Sigue pues con la lectura…
MARCOS-.
“Unido a vos por la suerte,
quiera
el amor y la muerte
esta
graciosa locura.
Si
superáis la hermosura,
vuestra
belleza os diré,
pues
os juro que la sé,
que,
desde el pasado abril,
vuestro
aliento juvenil
dentro
del pecho guardé”.
Un
ciego de los de sombrero de anchas alas y lentes oscurecidos llega a
la puerta del mesón se oye cómo pregona a viva voz desde fuera:
CIEGO-.
El que quiera hallar solaz
podrá,
sin ser gran alarde,
escucharnos
esta tarde
y
hacer buena caridad.
Y
ved aquí que es verdad
que
quien recita con gracia
vive
en la misma desgracia,
que
lo puede la pobreza,
aunque
es fino en la agudeza
del
ingenio y su acrobacia.
Que,
como en tiempos pasados,
llegada
la romería,
lo
que dio la juglaría,
os
daremos encantados.
Y
es que así serán cantados
Oliveros
y Roldán,
el
rey Arturo, Galbán,
el
mismo mago Merlín,
la
leyenda de Crispín,
el
moro viejo de Orán…
MARCOS-.
Siempre el ciego pedigüeño,
como
si fuera un juglar,
que
nos viene a predicar
en
este pueblo pequeño.
MARCELINO-.
De los enredos es dueño,
y
también su lazarillo,
que,
con ser solo un chiquillo
bien
le ayuda en la labor,
porque
el romance mejor
sigue
con su caramillo.
MARCOS-.
Y a fe que la flauta suena
en
sus manos con dulzura,
cuando
los ritmos apura
y
de frescura los llena.
Parece
que me envenena
con
su modo de tocar.
MARCELINO-.
Mira que el ciego ha de dar
con
gran gracia a su pandero,
tras
correr ese sendero
que
lo trajo a este lugar.
MARCOS-.
Y puedo ver que se tapa
con
capa de peregrino,
porque
lo pide el camino,
que
ha de abrigarse con capa.
MARCELINO-.
Y toda la tierra atrapa
esa
ropa que lo abriga
del
camino y la fatiga,
si
es que viene fatigado,
que
el camino prolongado
a
hacer descansos lo obliga.
MARCOS-.
Pues sí que es larga andadura
la
de esta gente que, errante,
vive
una vida inconstante,
tan
sujeta a la aventura.
Diré
que acaso se apura
a
colocarse en la plaza.
MARCELINO-.
Y, al ponerse de esa traza,
irá
la gente a escucharlo,
y
con ir y con mirarlo,
ha
de ganar buena baza.
MARCOS-.
Pobres son, que son la gente
que
más sufre en esta vida,
que
es gente desatendida
de
la fortuna que aliente.
MARCELINO-.
Preciso es que los sustente
el
pueblo con poca cosa.
No
son gente codiciosa,
porque,
no teniendo nada,
cualquier
cosa regalada
se
les hace muy valiosa.
CIEGO-.
Así sabréis del sultán,
del
marajá Ben Alí,
del
conde cuyo neblí
se
perdió en el Ampurdán.
Mil
cosas se os contarán
del
malvado Saladino,
porque
siempre fue mezquino,
que
a todo cristiano espanta
que
mandara en Tierra Santa
un
moro cruel y anodino.
Que
sé todo el romancero,
y,
desde el Cid Campeador,
puedo
hablaros del honor
del
más noble caballero.
Don
Quijote y su escudero
son
historias que bien sé,
y
con gusto las diré
a
quien no se sabe el cuento,
si
es que el ánimo está atento
a
cuanto yo contaré.
MARCELINO-.
Quiere solaz y contento
esta
gente pueblerina
que
la presencia adivina
de
mayor esparcimiento.
MARCOS-.
Y tendrá entretenimiento
quien
se quiera solazar,
porque
acaba de llegar
el
ciego por el sendero,
cuyo
romance embustero
bien
nos podrá deleitar.
Que
agradece la alegría
el
que la dicha merece,
si
es que la dicha se ofrece
al
llegar la tarde fría.
MARCELINO-.
Y la buena gente fía
de
este ciego del que sé
que,
si acaso nada ve,
bien
conoce la verdad,
que
es acaso claridad
aunque
en tinieblas esté.
CIEGO-.
La muerte del conde Olinos,
el
joven emparedado,
el
triste rey traicionado,
su
fantasma en los caminos.
Los
quinientos adivinos
que
sus caballos perdieron
cuando
a otros reinos se fueron
con
afán conquistador,
por
capricho del amor,
al
lugar que combatieron.
MARCOS-.
Y, siendo el ciego querido,
querrá
la villa al buen ciego,
cuando,
falto de sosiego,
cuente
todo lo ocurrido.
MARCELINO-.
Y, pues por haber venido,
una
dádiva se espera,
podréis
darla de manera
que
el cielo quiera pagarlo,
que
será justo ayudarlo,
si
es que vive en la ceguera.
Porque,
si pide romances
quien
lo hubiere menester,
sabe
este ciego encender
a
la gente con sus lances.
MARCOS-.
Y muchos son los alcances
de
tal ingenio encendido,
que
el que la vista ha perdido
tiene
despierta la mente
y
es un hombre inteligente
y
en la materia entendido.
CIEGO-.
Y también he de decir
mil
cosas de enamorados
que
vieron, enajenados,
el
dolor que hay que sufrir.
Y
todo sin omitir
lo
del sultán de Turquía,
las
riquezas que tenía,
que
era maravilla ver,
si
acaso queréis saber
las
riquezas que allí había.
Aparecen
otros dos señores, don Octaviano y don Fermín, en elegante atuendo
ambos, que se sientan con cierto aire orgulloso en una de las mesas,
no lejos de los otros comensales:
OCTAVIANO-.
Puede el veneno dañino,
maltratar
toda esperanza,
que
este tormento me alcanza,
y
me arroja a mi destino.
Y
porque es siempre mezquino,
sabe
robar el aliento.
Mas
querrá el atrevimiento
no
ser instinto cobarde
cuando,
al correr de la tarde,
se
hace en el pecho violento.
¡Y
quién pudiera en verdad
acercarse
a su destino
sin
temor al desatino
de
su rara oscuridad!
Y
es que tanta dignidad
pide
el honor que deliro,
pues
la victoria a que aspiro
quiere
que tenga energía,
defendiendo
la honra mía
como
el aire que respiro…
FERMÍN
(mostrando
la carta)-.
Pues decís que, enamorado,
el
absurdo sinsentido
sufrís
y lloráis vencido,
por
fuerza estáis deshonrado.
OCTAVIANO-.
Una dama me ha insultado
con
desdén, viendo mi fuego,
que,
en semejante trasiego,
esa
llama se derrama
por
el amor de la dama
que
triste me deja y ciego.
FERMÍN
(mirando
la carta)-.
Así dice este mensaje:
“Pues
prometéis este amor,
no
he de daros mi favor,
que
sois hombre sin linaje.
No
me llenéis de coraje
ni
me queráis molestar,
que
presta me digno a odiar
a
tan bajo caballero,
que
pide el amor primero
sin
un nombre que mostrar…”
OCTAVIANO-.
Quiere el rigor en mi pecho,
a
costa de ser rigor,
reclamar
el alto honor
de
dar salida al despecho.
Y,
porque siempre al acecho
del
alma se muestra el mal,
en
una ocasión igual,
quiere
el espíritu guerra,
que
no hay paz en esta tierra
siendo
el destino fatal.
FERMÍN-.
No sabéis qué dice aquí:
“No
he de estar en vuestras manos,
que
en vuestros labios ufanos
hallarme
tal vez temí”.
OCTAVIANO-.
Si con amor no vencí,
no
cederá su favor.
FERMÍN-.
Esto se pone mejor:
“Libradme
de este pesar,
porque
si queréis amar,
es
insulto y no es honor.
Y
es que, de amor delirante,
decís
que seréis mi dueño,
para
entregaros el sueño
de
la pasión incesante”.
OCTAVIANO-.
Habré de hacerla mi amante,
que,
con tantos amoríos,
puedo
decir desvaríos
de
las mujeres que amé.
FERMÍN-.
Dice más, os lo leeré:
“Arden
en vos hoy mis bríos…
Arden
mis bríos, que acaso
de
tal pesadez me siento,
y
espero que no traiga el viento
noticias
de vuestro caso.
Sois
hombre de seso escaso
para
venir a mi hacienda
llevado
por esa venda
que
impone el ciego Cupido.
OCTAVIANO-.
¿No he de sentirme ofendido?
FERMÍN-.
No es cosa que no se entienda.
OCTAVIANO-.
Y, porque con osadía
el
rumor se ha de cebar,
es
preciso despertar
y
atajar su bizarría.
Y
no falta gallardía
a
la hora de dar muerte,
pues
quiere el honor la suerte
de
quien, al verse insultado,
queriendo
verse vengado,
se
atreve con el más fuerte.
Y,
pues es todo violencia
lo
que este mundo recibe,
hable
el sabio que concibe
la
verdad en su paciencia.
Mas
nunca diga que es ciencia
dejarse
a la humillación,
pues
no gana el corazón
que,
faltando a la lealtad,
para
mantener la paz,
se
resigna en la traición.
Que,
con verme traicionado,
pues
es traición lo que siento,
no
ha de cesar el aliento
hasta
verme recobrado.
Pues
espíritu amargado
es
el que deja a placer
que
lo vengan a ofender
y
no se siente ofendido,
pues
el ánimo vencido
no
puede mudar su ser.
Y
es el pecho vengativo
el
que pide que, en verdad,
luzca
el valor sin maldad
en
lo que triste describo.
Porque
si el ánimo altivo
recobra
el honor valiente,
alta
llevará su frente
el
que ve soplar el viento,
mostrando
el ceño violento
con
el gesto más vehemente.
Octaviano
se vuelve a Marcelino.
OCTAVIANO-.
Mesonero, quiero vino,
que
habrá de matar la pena
que
el corazón envenena
del
cansancio del camino.
Marcelino
va por una buena jarra y la sirve donde se han sentado.
FERMÍN-.
El vino y el peregrino
son
cosa muy celebrada,
porque
en la Cena Sagrada
se
ofreció el vino dichoso,
y,
a costa de ser sabroso,
el
vino no desagrada.
Será
menester que diga
que
el amor es obsesión
y
que mata al corazón,
porque
lo fuerza y obliga.
OCTAVIANO-.
¡Qué poca esperanza abriga
el
que quiere renacer
para
amar a una mujer
que
es también quien lo rechaza,
porque
el mal que lo amenaza
es
el mal que hay en querer!
Porque
se enciende la brasa
del
alma que, con arrojo,
siente
ese fuego que, al rojo,
es
dolor que no se pasa.
Que
el corazón siempre es casa
del
espíritu entregado,
y,
pues se mira humillado,
no
se querrá resignar
el
que se mira atacar
porque
se sabe insultado.
FERMÍN-.
¿Mas qué hacer en la ocasión,
si
es que puede una mujer
ver
al hombre padecer
por
el mal del corazón?
OCTAVIANO-.
Y es que acaso en la ocasión
soy
un triste, un desdichado
que,
cayendo equivocado,
ha
doblegado el orgullo,
porque
no tiene por suyo
ni
el dolor que lo ha atrapado.
FERMÍN-.
Sí que el amor ha sabido
confundir
a quien, amante,
se
detiene en el instante
en
que se sabe vencido.
OCTAVIANO-.
Y, como es tan resentido,
puede
su resentimiento,
porque
envenena el aliento
de
quien ama de verdad
a
la más clara beldad
por
la que llora hasta el viento.
Deudor
de esta demasía,
si
es demasía el amor,
quiere,
si se ve deudor,
quien
siente melancolía.
Y
es que el alma se me enfría
a
costa de enamorado,
porque
llora deshonrado
el
que su dicha concibe
como
el dolor en que vive
y
en el que muere insultado.
FERMÍN-.
Pues, si al cabo hay que morir,
no
será nunca un honor
hacerlo
por un amor
que
nunca debió existir.
OCTAVIANO-.
Antes debieras decir
que
es acaso lo más justo
morir
amando con gusto,
que
la muerte sin amor,
sin
placer y sin dolor,
causará
mayor disgusto.
FERMÍN-.
Para que olvides las penas
que
afligen el triste pecho,
he
de hablarte con despecho,
si
en amores te envenenas.
OCTAVIANO-.
No diré que no son buenas
estas
penas y tormento,
si
es el grave sentimiento
el
que dice que estoy vivo,
pues
el dolor no es esquivo
al
callado pensamiento.
FERMÍN-.
No es preciso exagerar,
que,
si son raros amores,
a
costa de los temores,
mayor
daño han de causar.
OCTAVIANO-.
No es menester olvidar
a
una dama tan hermosa,
que
siente el alma gozosa
la
dulzura de su esencia,
si
es que muere en la presencia
de
su mirada curiosa.
Pausa.
Se hace un profundo silencio y se acallan los rumores del mesón. Se
escucha fuera la voz del ciego, al que se ve desde la puerta, en
plena calle, recitando su romance:
CIEGO-.
Estaba el duque ofendido
de
escuchar a la villana,
porque
ante toda la tropa,
supo
exponer su demanda:
“No
tenéis vos en el pecho,
bajo
esa dura coraza,
un
corazón que comprenda
de
tantos males la causa.
Y,
puesto que no quería,
me
llevasteis obligada,
que
soy niña y vos sois hombre,
entre
las más verdes hayas.
Allí,
señor me dejasteis
sin
dignidad y sin nada,
con
mi llanto, triste y sola,
por
las penas apagada.”
“Por
una mujer que miente
no
ha de haber tanta bullanga,
que
no es noble, entre guerreros,
levantar
tanta alharaca.
Haced
caso a lo que os digo,
y
olvidad lo que se hablara,
porque
saben las mujeres
levantar
mentiras malas.”
“Vos
sois quien miente, buen duque,
que
en vuestras necias palabras
se
descubre la mentira
cuya
deshonra os alcanza.
Que
vos yacisteis conmigo,
dejándome
deshonrada,
después
de dos mil promesas
que
suelen quedar en nada.”
“Maldita
mujer que mientes,
yo
mismo, si no te callas,
he
de cortarte la lengua
en
pago del mal que labras.”
“Del
mal sois vos el labriego,
que
tengo dura batalla
por
desnudar las verdades
que
me vuelven desdichada.”
“No
me importa la grandeza
de
una mujer ya casada
que
tenéis en matrimonio,
siendo
de alcurnia nombrada.
Esto
me importa, buen duque,
porque
por vos soy llamada
puta
en la plaza del pueblo,
ante
la gente que pasa.
¿Y
quién me dará consuelo,
y
quién velará en la cama,
llegadas
las tristes noches
que
en invierno son más largas?
Pues
me dejáis sin amores
y
no he de ser desposada
porque
tomáis a la fuerza
lo
que el dinero no paga.”
“Al
pajar vinisteis sola,
encendida
por la llama
de
los violentos amores
que
enajenaron el alma.”
“Mentís
vos”, dijo la niña,
pues
era su edad temprana,
dulce
como la inocencia,
que
en sus ojos alumbraba.
“Mentís
vos”, dijo el buen conde,
que,
en la mano ya la lanza,
el
mirar mostraba altivo,
dispuesto
a tomar venganza:
“Y
he de saber reclamarlo,
como
los nobles reclaman,
si
es que no hincáis la rodilla
y
decís que es cosa falsa.”
“Mentís
vos”, dijo el arquero,
que
en él fijó la mirada,
que
la espada disponía
a
la lucha encarnizada:
“Y
no es el engaño bueno
ni
la maldad que desata,
más
habiendo un inocente
y
una palabra empeñada.”
“Mentís
vos”, dijo el alférez,
que,
sosteniendo las armas,
no
dejó que sostuviera
el
cruel duque la mirada:
“Vos
mentís, aunque la sangre
de
vuestros ancestros valga
lo
que no vale la mía
ni
en el campo de batalla”.
“Mentís
vos”, dijo el guerrero,
puesta
la mano en la espada,
porque
la muerte no teme
y
hierve acaso de rabia:
“Y
no es honra la mentira
en
quien, como el agua clara,
la
verdad decir debiera,
siendo
su estirpe tan alta.”
“Mentís
vos”, dijo el soldado,
que,
al sostener la alabarda,
soñó
poder, en castigo,
contra
el duque sujetarla:
“Y
no es honra la mentira
en
quien, como el agua clara,
la
verdad decir debiera,
siendo
su estirpe tan alta.”
Y,
viendo el duque, asustado,
esas
voces que se abrasan
contra
su noble persona,
les
replica estas palabras:
“Disculpad
si me equivoco,
que,
si bien me sabe amarga,
no
ha de existir la mentira
en
quien la nobleza es alta.
Y,
pues que decís lo cierto,
sobra
ya mentira tanta,
que
la razón que se os debe
queda
con esto pagada.”
“Podéis
iros”, dijo el conde,
pues
ya ve que se acobarda
el
duque con ser el duque,
pues
no es el duque quien manda.
Y
el rey, que, con ver aquello,
sabe
que es fiel la mesnada,
quiere
volver con la hueste,
porque
merced es honrarla.
Y
viendo al rey (porque viene),
la
gente está emocionada,
porque
sabe por quién lucha
en
la sufrida batalla.
2014
© José Ramón Muñiz Álvarez
“La
verdad de la forzada”
“Romance
de la villana y el duque”
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