José
Ramón Muñiz Álvarez
“Y
NIETZSCHE HALLÓ LA PAZ DE LAS MONTAÑAS”
O
“EL AIRE DE LOS ALPES EN
VERANO”
(prosa
poética)
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El
aire sopla helado en las montañas. Descienden los torrentes
repentinos, dejándose, apurándose, violentos, corriendo entre los
riscos de los montes. Los picos lo contemplan orgullosos, vehementes
y románticos, alegres como el pincel que quiere retratarlos. Y
avanzan los oscuros nubarrones que saben arrojar sobre el paraje las
grandes tempestades del verano.
Con
un mirar profundo, reflexiona un hombre taciturno que, sin prisa,
recorre los caminos de la zona. Discreto en su vestir, en todo caso,
pudiera ser tal vez un montañero que quiere ir a las cimas
ambiciosas que besan esos cielos caprichosos. Y existen los que dicen
que los mares se pueden contemplar desde las cumbres que miran hacia
el sur allá en los Alpes. Pero hay tesoros bellos donde existen
paisajes apartados entre montes, allí donde las nieves se derriten.
También
los pensamientos son tesoros, y más si es el paisaje el que sugiere
los nobles pensamientos de quien sueña. Y el viejo soñador es
melancólico, dejándose llevar por los lugares que incitan a
actitudes más altivas. Por eso Zarathustra es Zarathustra,
llevándolo de nuevo a estas regiones que en nada se parecen a su
tierra. ¡Qué lejos queda ya la vieja Persia que vio al profeta
hablar a los antiguos en tiempos que las nieblas han borrado!
Mas
hay coraje en Nietzsche y sus escritos, y él sabe hablar del hielo
solitario, de fuertes voluntades superiores… el águila es acaso la
nobleza que porta la serpiente del ingenio que avisa, con astucia, al
alma fuerte: “Si Dios ha muerto ya, los eremitas habréis de
regresar de los retiros, dejando atrás la paz y las renuncias. Dejad
las penitencias, olvidando la necedad antigua de los dioses y amad lo
que os regala el horizonte”.
Hay
algo de tragedia y de promesa, si el viejo profesor habla de un mundo
que ignora los valores que se acercan. Y habrá prosperidad e
inteligencia, también una ruptura incomprensible, tal vez abismos
raros y profundos. Se siente ya el aliento siempre fresco que exhalan
los neveros que la noche dejó vivir, pasado el mes de mayo. Podrán
alimentar los manantiales, gritando un aforismo en los susurros que
suelen proferir cuando descienden.
2013
©
José Ramón Muñiz Álvarez
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