jueves, 28 de noviembre de 2013

El alba


ANTES DE NACER EL ALBA”

Por la senda vio a la niña
que por los bosques camina,
antes de nacer el alba.
Porque viene por el río,
a pesar de tanto frío,
antes de nacer el alba.
Porque viene por la senda,
entre hayedos y alamedas,
antes de nacer el alba.
Porque con el día corre,
como la brisa del norte,
antes de nacer el alba.
Porque corre por el cielo
la brisa que roza el pelo,
antes de nacer el alba.
Porque enciende la mañana
con nacer tan solo el alba.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
"Poemas para Mael y Jimena"

Duerme entre verdes pinares

José Ramón Muñiz Álvarez
DUERME ENTRE VERDES PINARES”
(Romance del pinar)



Duerme entre verdes pinares,
al mismo pie de la sierra,
un castillo silencioso
que fue noble fortaleza.
Es el castillo, ante el río,
el orgullo de la piedra,
si las hiedras piedra escalan
entre las ojivas bellas.
Y dice la gente, al verlo,
que en esos muros espera
el dolor del alma pura
de la más triste condesa.
Que suelen las soledades
ser lugar que la tristeza
puebla de tristes lamentos
y de calladas querellas:
Oh, duelo del alma mía,
pues de dolores se llena
un alma que se abandona
a los males de la pena.
Y es que, falta de alegría,
vive el alma de tristezas
entre las gruesas murallas,
tras estos siglos de espera.
Que, muerto ya mi marido,
sucumbí ante la tristeza
del pecho que triste muere
y soledades lamenta.
Y, tras los siglos, el llanto
sigue en esta fortaleza,
donde mi tragedia vieron,
siempre calladas, las hiedras.
Así la hay una voz que dice,
así hay una voz que pena,
y dicen los que la escuchan
que es la voz de la condesa.
Y, porque el viento es paciente
escuchando ajenas quejas,
bien parece que un susurro
le da todas las respuestas.
Que, porque fue bello siempre
escuchar canciones bellas,
suele cantarlas el viento,
viendo el otoño que llega.
Porque su voz quejumbrosa
entre las hiedras navega,
respondiéndole a la dama
de sus males y sus penas.
Oh, duelo del alma tuya,
pues de dolores te llena
el alma que, abandonada,
se regala a tanta pena.
Porque, faltando la dicha,
se ha tornado en la tristeza
entre las gruesas murallas,
el alma que triste espera.
Que, muerto ya tu marido,
sucumbir a la tristeza
sabe el pecho cuando muere
y soledades lamenta.
Que, tras los siglos, lamentos
tejen en la fortaleza,
los ojos que no descansan,
de su terrible tragedia.
Así el viento le responde,
así el viento le aconseja,
y dicen los que la escuchan
que responde a la condesa.
Y es dulce canción el viento
cuando el viento se pasea,
sin ser visto, por las torres
y en las calladas almenas.
Porque suelen los otoños
ser un tiempo de tormenta,
que dejan aquí las lluvias
un aliento de tristeza.
Que corren tristes las horas
y en sus apuros tropiezan
con las piedras de la historia
y sus calladas querellas.
Y porque allí las coladas
suelen hacer las mozuelas,
con los romances más viejos,
en ocasiones se alegran.
Y así se escuchan sus voces
y los cantos que aconsejan
que nunca pase el prudente,
cruzando la bella puerta.
Que suelen ser las canciones
de las mozas casaderas
de los lamentos callados,
que dejan viejas leyendas.
Porque leyendas sí saben,
y algunas veces las cuentan,
que de tan tristes sucesos
se recuerdan las endechas.
Que ya las oyeron antes
a las ancianas abuelas,
que solían escucharlas
cuando eran ellas las mozuelas.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez




"Poemas para Mael y Jimena"

Danza de la muerte


José Ramón Muñiz Álvarez
LA MUERTE Y LA DONCELLA”
(Elegía)


Quiso del aire el aliento,
al entrar por la ventana,
la hermosura soberana
rozar con el pensamiento.
Y fue este beso avariento
del viento, si vino airado,
el que del sueño callado
despertó a los ojos bellos
que enseñaron sus destellos
tras ese velo apagado.
Y, en el lecho desmayada,
el resplandor vio bermejo
del sol sobre el claro espejo
que mostraba la alborada.
Que una clara llamarada
encendió la luz del día
mientras su rostro dormía
entre los finos bordados
que contemplaron, callados,
el sueño que se perdía.
Y el viejo espejo dormido
le dijo a la dama hermosa:
Pierde la flor olorosa
el tiempo ya consumido.
Y por el tiempo vencido
rendirá su alto estandarte
de la belleza el baluarte
que se sueña tan lozano,
que bello lo admira en vano
el triste pincel del arte.
Y has de ver cómo prefiere
ser el tiempo traicionero,
pues se sabe prisionero
del correr que así lo hiere.
Porque en el camino muere
el tiempo que, peregrino,
se hace, corriendo, camino,
para buscar otra suerte
en el reino de la muerte
en que sueña su destino.
Y perderás la belleza
en menos que pasa un día,
mientras una sombra fría
te sujeta con firmeza.
Y pensarás que es vileza
que se agote ya la vida
y la mejilla encendida
pierda todo su color.”
Y contempló, sin temor
aquella sombra escondida.
Dijo la sombra embargada
de la muerte a la doncella:
Eres la llama más bella
que contempla la alborada.
Pues la luz alborotada
que arde en la altura del cielo
tiene envidia de tu pelo,
y hasta el sol resplandeciente,
en tu cabello luciente,
deja su brillo en su vuelo.
Pero es el tiempo mendigo
cuando corre con apuro,
porque su paso seguro
no ha de darte siempre abrigo.
Y, pues es claro testigo
de su avance sigiloso
el silencio poderoso
con que la muerte ha llegado,
has de seguir su mandado
frente a este mundo engañoso.
Porque el más callado aliento
de las tardes de granizo
saben del hielo invernizo
sobre las manos del viento.
Que el otoño ceniciento
quiere en el prado la helada
que la escarcha vio nevada
en las cumbres poderosas,
mientras marchitan las rosas
de tu belleza callada.”
Dijo a la muerte la dama:
Nadie ignora que ese trance
será el último percance,
si la muerte se derrama;
que la vida es una llama
que apaga el viento más suave,
pues puede la muerte grave
vencer la llama encendida,
si se mira suspendida,
viendo el destino que sabe.
Y así arrebata la nada
el color del nuevo día,
con esa melancolía
de la vida ya agotada.
Y, pues se mira apagada
la flor que fuera belleza,
trae la muerte la tristeza
en su aliento peregrino,
porque se acaba el camino
donde parece que empieza.
De modo que la hermosura
es el placer de un momento,
que pronto lo lleva el viento
en su invisible finura.
Y dejarla ir es locura,
porque es bello disfrutar
lo que el tiempo puede dar,
aunque ha de quitarlo luego,
pues es su rigor el fuego
en que se habrá de quemar.”
Y respondió allí la muerte:
Puesto que estás resignada,
ser cenizas en la nada,
ha de ser pronto tu suerte.
Y antes que el día despierte
y que llegue la vejez,
he de ver la palidez
de la mejilla rosada
que presume engalanada
y el final teme a la vez.
Y no habrá ni amor ni vida
en el valle al que te llevo,
que, cumpliendo lo que debo,
muere tu llama encendida”.
Si he de verme consumida,
supo decir la doncella,
poco me importa ser bella
ante tan triste destino,
cuando se ha agotado el vino
y no queda en la botella.”
Entonces, dijo la muerte,
ven por el triste sendero
donde a los vivos espero
con la noticia más fuerte.
Pues es raro que no acierte
quien, sabiendo qué le espera,
supone la primavera
de su vida ya acabada,
si la muerte, al fin llegada,
no suele ser lisonjera.
Y, olvidando los mandados
de la vida que atrás queda,
duerme en el lecho de seda,
cierra los ojos cansados.
Que los sueños apagados
del regazo de la nada
llegarán con la otoñada,
y con su fresco granizo,
lograrán el raro hechizo
sobre tu boca nevada.”
Y, con gran melancolía,
le respondió, resignada:
Quiere la muerte callada
que se apague el alma mía.
Y la mirada más fría
sabe alcanzar, al acecho,
la esperanza que en el pecho
encendió el mayor fulgor,
porque, falto de calor,
siente todo su despecho.
Y pues, al robar la vida
que siente tales anhelos,
es capricho de los cielos
verme triste y consumida.
Adiós promesa fingida
de una vida que agotada,
ha de tornarse en la helada
que, matando la pasión,
muerto deja al corazón
con el alma enamorada.
Adiós callado placer
que en la misma primavera,
quiso ser del bien espera
para poderse encender.
Que mi pecho de mujer,
con tan triste pensamiento,
quiere, en las alas del viento,
hallar paz a esta tristeza,
que le falta fortaleza
en el eco del aliento.
Y, pues me lleva la muerte
a los reinos de la nada,
he de partir resignada
y dejándome a mi suerte”.
Le dijo la muerte: “Advierte
que, si el tiempo se acelera,
si se va la primavera
que te dio la lozanía,
debe tu vida ser mía,
porque la vida es espera”.
Y al emprender ese viaje,
supo la bella doncella
no pronunciar la querella
que otros dicen con coraje:
La mocedad y el linaje,
pues es el linaje altivo,
sabe arrancar, siendo esquivo,
este suspiro valiente,
que ya se pierde inocente
el triste tiempo que vivo”.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
"Poemas para Mael y Jimena"

Densa espesura


José Ramón Muñiz Álvarez
ENTRE LA DENSA ESPESURA”
(Romance)


Entre la densa espesura,
yendo a caza el joven conde,
a una moza oyó que canta,
si el agua fresca recoge.
Y pues las canciones siente,
escuchando las canciones,
se olvida de la aventura
y a escucharla se dispone.
Y, si es diestro ballestero,
la ballesta junto al roble
apoya, y también la aljaba,
que es preciso que la apoye.
Y, oyendo el acento dulce,
sabe que se descompone
el alma, con ser el alma,
ante tales emociones.
Y, si escucha un canto bello,
que ella es bella presupone,
que la maleza a los ojos
no enseña lo que se esconde.
Y, si curioso ha de verla,
porque sus voces las oye,
teme también asustarla
e interrumpir las canciones.
Por eso no ha de mostrarse,
que basta escuchar las voces
para soñar esos ojos
que vuelan como azulones.
Determinado a escucharla,
donde el helecho se impone,
escucha, sin ser notado,
como canta estas canciones:
Quiso admirar la corriente
del arroyo la muchacha,
que asomó sus bellos ojos
a los reflejos del agua.
Quiso admirar la corriente
del arroyuelo la niña,
que asomó sus bellos ojos
al arrimarse a la orilla”.
Y, entre alegre y apurado,
aguardando entre el helecho,
quiso romper esa calma
y hablarle, mas tuvo miedo.
Y creyó que era pecado
perturbar aquel silencio,
el del fondo de los bosques
y el del callado arroyuelo.
Mas no pudo abrir los labios,
que, si acaso, enmudecieron,
temerosos de asustarla,
pues es el busque tan denso.
Y quiso seguir los cantos
que los pájaros oyeron,
ya fueran los ruiseñores
o los alegres jilgueros.
Y escuchar de aquella boca
los hermosos romanceros,
a fuerza de ser tan triste
la razón de su argumento.
De modo que suspiraba
mientras iba recogiendo
las aguas frescas que claras
de la piedra van naciendo.
Y al aire van los suspiros,
y los suspiros y el viento
se agitan mientras se llena
el cántaro entre sus dedos.
Y sabiendo que se marcha,
le dice: “Canta de nuevo”.
Y, cantando le repite
la belleza de sus versos:
Quiso admirar la corriente
que sigue el curso con calma,
que asomó sus bellos ojos
la mozuela de mañana.
Quiso admirar la corriente
y las aguas cristalinas,
que asomó sus ojos claros,
reflejando el claro día”.



2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
"Poemas para Mael y Jimena"