José Ramón Muñiz Álvarez nació en la villa de Gijón y sigue residiendo en Candás (concejo de Carreño). Su infancia transcurre de manera idílica en dicho puerto, donde pasa su juventud hasta el término de sus estudios. Licenciado en Filología Hispánica y especialista en asturiano, vive a caballo entre Asturias y Castilla León, comunidad en la que es profesor de Lengua Castellana y Literatura. Su afán por las letras y las artes lo ha llevado al cultivo de la poesía.
lunes, 30 de diciembre de 2013
Soneto
El beso acarició, con la alborada,
la escarcha de la helada donde, fría,
su espejo con sus brillos encendía
tan clara como en cumbres la nevada.
La senda perezosa halló cuajada
aquella luz que el cielo revolvía,
sabiendo que, febril, se deshacía
el hielo que sintió su llamarada.
Oyó el gemido el hielo que moría
al ver aquella aurora que, dorada,
cruzaba el horizonte en que vivía.
Fue grato ver aquella llamarada
en esa frente clara que María
esconde en su melena despeinada.
2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
lunes, 23 de diciembre de 2013
Soneto navideño para Erich Schagerl
Dejó su aliento el beso de la helada
que el brillo halló del sol en lo lejano,
crepúsculo de luz, pero temprano,
si es cierto que lo mata la invernada.
Dejó su voz perdida en la nevada
el aire fresco, el triste soberano
del reino silencioso donde el llano
el hielo mira blanco en la escarpada.
Las luces declinaron con la enseña
del llanto de las horas invernales
que vieron el color del nuevo día.
Y vino al fin la llama navideña
que brillo en los palacios celestiales
halló con las estrellas que encendía.
2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
jueves, 28 de noviembre de 2013
El alba
“ANTES
DE NACER EL ALBA”
Por
la senda vio a la niña
que
por los bosques camina,
antes
de nacer el alba.
Porque
viene por el río,
a
pesar de tanto frío,
antes
de nacer el alba.
Porque
viene por la senda,
entre
hayedos y alamedas,
antes
de nacer el alba.
Porque
con el día corre,
como
la brisa del norte,
antes
de nacer el alba.
Porque
corre por el cielo
la
brisa que roza el pelo,
antes
de nacer el alba.
Porque
enciende la mañana
con
nacer tan solo el alba.
2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
"Poemas para Mael y Jimena"
Duerme entre verdes pinares
José
Ramón Muñiz Álvarez
“DUERME
ENTRE VERDES PINARES”
(Romance
del pinar)
Duerme
entre verdes pinares,
al
mismo pie de la sierra,
un
castillo silencioso
que
fue noble fortaleza.
Es
el castillo, ante el río,
el
orgullo de la piedra,
si
las hiedras piedra escalan
entre
las ojivas bellas.
Y
dice la gente, al verlo,
que
en esos muros espera
el
dolor del alma pura
de
la más triste condesa.
Que
suelen las soledades
ser
lugar que la tristeza
puebla
de tristes lamentos
y
de calladas querellas:
–Oh,
duelo del alma mía,
pues
de dolores se llena
un
alma que se abandona
a
los males de la pena.
Y
es que, falta de alegría,
vive
el alma de tristezas
entre
las gruesas murallas,
tras
estos siglos de espera.
Que,
muerto ya mi marido,
sucumbí
ante la tristeza
del
pecho que triste muere
y
soledades lamenta.
Y,
tras los siglos, el llanto
sigue
en esta fortaleza,
donde
mi tragedia vieron,
siempre
calladas, las hiedras.
Así
la hay una voz que dice,
así
hay una voz que pena,
y
dicen los que la escuchan
que
es la voz de la condesa.
Y,
porque el viento es paciente
escuchando
ajenas quejas,
bien
parece que un susurro
le
da todas las respuestas.
Que,
porque fue bello siempre
escuchar
canciones bellas,
suele
cantarlas el viento,
viendo
el otoño que llega.
Porque
su voz quejumbrosa
entre
las hiedras navega,
respondiéndole
a la dama
de
sus males y sus penas.
–Oh,
duelo del alma tuya,
pues
de dolores te llena
el
alma que, abandonada,
se
regala a tanta pena.
Porque,
faltando la dicha,
se
ha tornado en la tristeza
entre
las gruesas murallas,
el
alma que triste espera.
Que,
muerto ya tu marido,
sucumbir
a la tristeza
sabe
el pecho cuando muere
y
soledades lamenta.
Que,
tras los siglos, lamentos
tejen
en la fortaleza,
los
ojos que no descansan,
de
su terrible tragedia.
Así
el viento le responde,
así
el viento le aconseja,
y
dicen los que la escuchan
que
responde a la condesa.
Y
es dulce canción el viento
cuando
el viento se pasea,
sin
ser visto, por las torres
y
en las calladas almenas.
Porque
suelen los otoños
ser
un tiempo de tormenta,
que
dejan aquí las lluvias
un
aliento de tristeza.
Que
corren tristes las horas
y
en sus apuros tropiezan
con
las piedras de la historia
y
sus calladas querellas.
Y
porque allí las coladas
suelen
hacer las mozuelas,
con
los romances más viejos,
en
ocasiones se alegran.
Y
así se escuchan sus voces
y
los cantos que aconsejan
que
nunca pase el prudente,
cruzando
la bella puerta.
Que
suelen ser las canciones
de
las mozas casaderas
de
los lamentos callados,
que
dejan viejas leyendas.
Porque
leyendas sí saben,
y
algunas veces las cuentan,
que
de tan tristes sucesos
se
recuerdan las endechas.
Que
ya las oyeron antes
a
las ancianas abuelas,
que
solían escucharlas
cuando
eran ellas las mozuelas.
2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
"Poemas para Mael y Jimena"
Danza de la muerte
José
Ramón Muñiz Álvarez
“LA
MUERTE Y LA DONCELLA”
(Elegía)
Quiso
del aire el aliento,
al
entrar por la ventana,
la
hermosura soberana
rozar
con el pensamiento.
Y
fue este beso avariento
del
viento, si vino airado,
el
que del sueño callado
despertó
a los ojos bellos
que
enseñaron sus destellos
tras
ese velo apagado.
Y,
en el lecho desmayada,
el
resplandor vio bermejo
del
sol sobre el claro espejo
que
mostraba la alborada.
Que
una clara llamarada
encendió
la luz del día
mientras
su rostro dormía
entre
los finos bordados
que
contemplaron, callados,
el
sueño que se perdía.
Y
el viejo espejo dormido
le
dijo a la dama hermosa:
“Pierde
la flor olorosa
el
tiempo ya consumido.
Y
por el tiempo vencido
rendirá
su alto estandarte
de
la belleza el baluarte
que
se sueña tan lozano,
que
bello lo admira en vano
el
triste pincel del arte.
Y
has de ver cómo prefiere
ser
el tiempo traicionero,
pues
se sabe prisionero
del
correr que así lo hiere.
Porque
en el camino muere
el
tiempo que, peregrino,
se
hace, corriendo, camino,
para
buscar otra suerte
en
el reino de la muerte
en
que sueña su destino.
Y
perderás la belleza
en
menos que pasa un día,
mientras
una sombra fría
te
sujeta con firmeza.
Y
pensarás que es vileza
que
se agote ya la vida
y
la mejilla encendida
pierda
todo su color.”
Y
contempló, sin temor
aquella
sombra escondida.
Dijo
la sombra embargada
de
la muerte a la doncella:
“Eres
la llama más bella
que
contempla la alborada.
Pues
la luz alborotada
que
arde en la altura del cielo
tiene
envidia de tu pelo,
y
hasta el sol resplandeciente,
en
tu cabello luciente,
deja
su brillo en su vuelo.
Pero
es el tiempo mendigo
cuando
corre con apuro,
porque
su paso seguro
no
ha de darte siempre abrigo.
Y,
pues es claro testigo
de
su avance sigiloso
el
silencio poderoso
con
que la muerte ha llegado,
has
de seguir su mandado
frente
a este mundo engañoso.
Porque
el más callado aliento
de
las tardes de granizo
saben
del hielo invernizo
sobre
las manos del viento.
Que
el otoño ceniciento
quiere
en el prado la helada
que
la escarcha vio nevada
en
las cumbres poderosas,
mientras
marchitan las rosas
de
tu belleza callada.”
Dijo
a la muerte la dama:
“Nadie
ignora que ese trance
será
el último percance,
si
la muerte se derrama;
que
la vida es una llama
que
apaga el viento más suave,
pues
puede la muerte grave
vencer
la llama encendida,
si
se mira suspendida,
viendo
el destino que sabe.
Y
así arrebata la nada
el
color del nuevo día,
con
esa melancolía
de
la vida ya agotada.
Y,
pues se mira apagada
la
flor que fuera belleza,
trae
la muerte la tristeza
en
su aliento peregrino,
porque
se acaba el camino
donde
parece que empieza.
De
modo que la hermosura
es
el placer de un momento,
que
pronto lo lleva el viento
en
su invisible finura.
Y
dejarla ir es locura,
porque
es bello disfrutar
lo
que el tiempo puede dar,
aunque
ha de quitarlo luego,
pues
es su rigor el fuego
en
que se habrá de quemar.”
Y
respondió allí la muerte:
“Puesto
que estás resignada,
ser
cenizas en la nada,
ha
de ser pronto tu suerte.
Y
antes que el día despierte
y
que llegue la vejez,
he
de ver la palidez
de
la mejilla rosada
que
presume engalanada
y
el final teme a la vez.
Y
no habrá ni amor ni vida
en
el valle al que te llevo,
que,
cumpliendo lo que debo,
muere
tu llama encendida”.
“Si
he de verme consumida,
supo
decir la doncella,
poco
me importa ser bella
ante
tan triste destino,
cuando
se ha agotado el vino
y
no queda en la botella.”
“Entonces,
dijo la muerte,
ven
por el triste sendero
donde
a los vivos espero
con
la noticia más fuerte.
Pues
es raro que no acierte
quien,
sabiendo qué le espera,
supone
la primavera
de
su vida ya acabada,
si
la muerte, al fin llegada,
no
suele ser lisonjera.
Y,
olvidando los mandados
de
la vida que atrás queda,
duerme
en el lecho de seda,
cierra
los ojos cansados.
Que
los sueños apagados
del
regazo de la nada
llegarán
con la otoñada,
y
con su fresco granizo,
lograrán
el raro hechizo
sobre
tu boca nevada.”
Y,
con gran melancolía,
le
respondió, resignada:
“Quiere
la muerte callada
que
se apague el alma mía.
Y
la mirada más fría
sabe
alcanzar, al acecho,
la
esperanza que en el pecho
encendió
el mayor fulgor,
porque,
falto de calor,
siente
todo su despecho.
Y
pues, al robar la vida
que
siente tales anhelos,
es
capricho de los cielos
verme
triste y consumida.
Adiós
promesa fingida
de
una vida que agotada,
ha
de tornarse en la helada
que,
matando la pasión,
muerto
deja al corazón
con
el alma enamorada.
Adiós
callado placer
que
en la misma primavera,
quiso
ser del bien espera
para
poderse encender.
Que
mi pecho de mujer,
con
tan triste pensamiento,
quiere,
en las alas del viento,
hallar
paz a esta tristeza,
que
le falta fortaleza
en
el eco del aliento.
Y,
pues me lleva la muerte
a
los reinos de la nada,
he
de partir resignada
y
dejándome a mi suerte”.
Le
dijo la muerte: “Advierte
que,
si el tiempo se acelera,
si
se va la primavera
que
te dio la lozanía,
debe
tu vida ser mía,
porque
la vida es espera”.
Y
al emprender ese viaje,
supo
la bella doncella
no
pronunciar la querella
que
otros dicen con coraje:
“La
mocedad y el linaje,
pues
es el linaje altivo,
sabe
arrancar, siendo esquivo,
este
suspiro valiente,
que
ya se pierde inocente
el
triste tiempo que vivo”.
2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
"Poemas para Mael y Jimena"
Densa espesura
José
Ramón Muñiz Álvarez
“ENTRE
LA DENSA ESPESURA”
(Romance)
Entre
la densa espesura,
yendo
a caza el joven conde,
a
una moza oyó que canta,
si
el agua fresca recoge.
Y
pues las canciones siente,
escuchando
las canciones,
se
olvida de la aventura
y
a escucharla se dispone.
Y,
si es diestro ballestero,
la
ballesta junto al roble
apoya,
y también la aljaba,
que
es preciso que la apoye.
Y,
oyendo el acento dulce,
sabe
que se descompone
el
alma, con ser el alma,
ante
tales emociones.
Y,
si escucha un canto bello,
que
ella es bella presupone,
que
la maleza a los ojos
no
enseña lo que se esconde.
Y,
si curioso ha de verla,
porque
sus voces las oye,
teme
también asustarla
e
interrumpir las canciones.
Por
eso no ha de mostrarse,
que
basta escuchar las voces
para
soñar esos ojos
que
vuelan como azulones.
Determinado
a escucharla,
donde
el helecho se impone,
escucha,
sin ser notado,
como
canta estas canciones:
“Quiso
admirar la corriente
del
arroyo la muchacha,
que
asomó sus bellos ojos
a
los reflejos del agua.
Quiso
admirar la corriente
del
arroyuelo la niña,
que
asomó sus bellos ojos
al
arrimarse a la orilla”.
Y,
entre alegre y apurado,
aguardando
entre el helecho,
quiso
romper esa calma
y
hablarle, mas tuvo miedo.
Y
creyó que era pecado
perturbar
aquel silencio,
el
del fondo de los bosques
y
el del callado arroyuelo.
Mas
no pudo abrir los labios,
que,
si acaso, enmudecieron,
temerosos
de asustarla,
pues
es el busque tan denso.
Y
quiso seguir los cantos
que
los pájaros oyeron,
ya
fueran los ruiseñores
o
los alegres jilgueros.
Y
escuchar de aquella boca
los
hermosos romanceros,
a
fuerza de ser tan triste
la
razón de su argumento.
De
modo que suspiraba
mientras
iba recogiendo
las
aguas frescas que claras
de
la piedra van naciendo.
Y
al aire van los suspiros,
y
los suspiros y el viento
se
agitan mientras se llena
el
cántaro entre sus dedos.
Y
sabiendo que se marcha,
le
dice: “Canta de nuevo”.
Y,
cantando le repite
la
belleza de sus versos:
“Quiso
admirar la corriente
que
sigue el curso con calma,
que
asomó sus bellos ojos
la
mozuela de mañana.
Quiso
admirar la corriente
y
las aguas cristalinas,
que
asomó sus ojos claros,
reflejando
el claro día”.
2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
"Poemas para Mael y Jimena"
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