lunes, 27 de agosto de 2012

EL JINETE MISTERIOSO

José Ramón Muñiz Álvarez
“EL JINETE MISTERIOSO” o “LAS GENTES DEL CASTILLO”
(breve escena dramática)

EL DUQUE-. ¿Qué se ve desde la torre
al nacer la luz sombría?
EL VIGÍA-. Solo las luces del día
y un caballero que corre.
EL DUQUE-. ¿Y qué lugares recorre
el valiente caballero?
EL VIGÍA-. Va de la sierra al otero,
por una extensa llanura.
EL DUQUE-. ¿Y quién es el que se apura
por el estrecho sendero?
EL VIGÍA-. Lleva un extraño estandarte
que da anuncio a su nobleza.
EL DUQUE-. ¿Viene hacia aquí con presteza,
o se va a alguna otra parte?
EL VIGÍA-. Viene hacia aquí con gran arte,
montando su yegua overa.
EL DUQUE-. Larga se me hace la espera
hasta que llegue al castillo.
EL VIGÍA-. Su armadura es puro brillo
bajo la llama primera.
EL DUQUE-. Di si ha llegado al molino
que está junto al arroyuelo.
EL VIGÍA-. Allí está, que vive el cielo
que es su correr repentino.
EL DUQUE-.¿Y sigue por el camino
que queda detrás del puente?
EL VIGÍA-. Viene hacia aquí el inocente
como quien busca el combate.
EL DUQUE-. ¿No buscará que lo mate,
que viene hacia aquí vehemente?
EL VIGÍA-. De su escudo los colores
parecen azur y plata.
EL DUQUE-. ¿Su linaje no delata
ni sus más altos honores?
EL VIGÍA-. No lo sé, mas sus ardores
contienen ira arrogante.
EL DUQUE-. ¿Y no lleva algún colgante
que lo pueda distinguir?
EL VIGÍA-. Solo os pudiera decir
que es un hombre delirante.
EL DUQUE-. Pues que tiene tanto brío,
es que me viene a retar.
EL VIGÍA-. No sé ya lo que pensar,
que ignoro su señorío.
EL DUQUE-. Aceptaré el desafío
y mataré al muy cobarde.
EL VIGÍA-. No parece que se guarde
de no ser visto, señor.
EL DUQUE-. Lo rendiré sin favor,
si con tantas furias arde.
PAJE 1-. Pues si que parece raro
lo del jinete brioso.
PAJE 2-. Es un hombre misterioso,
mas lo ha de pagar bien caro.
PAJE 1-. ¿Y no es tener gran descaro
mostrar tal descortesía?
PAJE-. 2-. Al nacer la luz del día
ha venido amenazante.
PAJE 1-. Morirá en solo un instante
en pago de su osadía.
PAJE 2-. ¡Y qué furia le habrá dado
para ser tan descortés!
PAJE 1-. ¿Sabes acaso quién es?
¿O sabes lo que han hablado?
PAJE 2-. Solo sé lo que he escuchado
al vigía en su torreta.
PAJE 1-. Debe morir el que reta,
pues que es tal su atrevimiento.
PAJE 2-. No cabe un buen sentimiento
hacia quien nunca respeta.
PAJE 1-. Morirá y se lo merece,
pues que buscándolo llega.
PAJE 2-. Toda clemencia se niega
a quien tan ancho se crece.
PAJE 1-. Con el destino tropiece
quien piensa ser aguerrido.
PAJE 2-. Ese ha de verse vencido,
muerto, triste y humillado.
PAJE 1-. Parece que lo ha cegado
un mal nunca conocido.
PAJE 2-. Me alegrará verlo muerto
antes de acabar el día.
PAJE 1-. Os juro por vida mía
que ya rendido lo advierto.
PAJE 2-. No ha de llegar a buen puerto
el que tales cosas hace.
PAJE 1-. Bueno será, si deshace
al duque, gran luchador.
PAJE 2-. El duque será el mejor,
pues la lucha le complace.
PAJE 1-. Siempre en la guerra brioso,
en el combate aguerrido…
PAJE 2-. En el combate encendido
se le admira fragoroso…
PAJE 1-. Y en los torneos gozoso
gusta de ganar trofeos…
PAJE 2-. Siempre en los grandes torneos
al buen duque se admiró.
PAJE 1-. Por eso le guardo yo
mis más sinceros deseos.
EL VIGÍA-. Es un joven, según veo,
y parece distinguido.
EL DUQUE-. ¡Impetuoso mal nacido!
Será mi nuevo trofeo…
EL VIGÍA-. Pienso que tiene deseo
de bajarse del caballo.
EL DUQUE-. Tendrá que morir, pues hallo
que es fatal su atrevimiento.
EL VIGÍA-. Pienso que pierde el aliento,
tras avanzar como el rayo.
EL DUQUE-. He de sacarle la entraña
a ese joven insolente.
EL VIGÍA-. Ya se refresca en la fuente,
que viene con mucha saña.
EL DUQUE-. Gente de mala calaña
la que viene a este bastión.
EL VIGÍA-. Pienso que es un infanzón
de la más rancia nobleza.
EL DUQUE-. Gente de vil aspereza
habrás de decir que son.
EL VIGÍA-. Ahora cansado respira,
recobrando ya el aliento.
EL DUQUE-. Yo, para su contento,
sabré mostrar mayor ira.
EL VIGÍA-. Pero ahora ¿se retira?
¿se nos parcha peregrino?
EL DUQUE-. Quiero saber a qué vino,
no me digas que se va.
EL VIGÍA-. Y ahora parado se está,
y que viene lo adivino.
EL DUQUE-. Pues he de darle yo muerte,
o castigar su imprudencia.
EL VIGÍA-. Tened, mi señor, paciencia,
que parece joven fuerte.
EL DUQUE-. Y pagará con su suerte,
cumplirá con su destino.
EL VIGÍA-. Se vuelve para el hayedo.
se retira el muy mezquino.
EL DUQUE-. ¡Qué inconstante y peregrino!
¡Tal vez ha tenido miedo!
EL VIGÍA-. Ahora parece que trata
de quitarse la armadura.
EL DUQUE-. Pues a la muerte se apura,
puesto que es cosa insensata.
EL VIGÍA-. Quita su yelmo de plata
y su coraza de argenta.
EL DUQUE-. Pagará cara la afrenta
si hace cosa semejante.
EL VIGÍA-. Muestra en su noble semblante
el dolor que le atormenta.
PAJE 1-. Pues, si viene dolorido
talvez de combate o guerra,
corriendo por esa sierra,
¿a qué ser tan atrevido?
PAJE 2-. ¿Con qué intención ha venido
a esta tierra ese malvado,
si, malherido su estado,
no le permite luchar?
PAJE 1-. Sabrá El duque castigar
su maldad y su pecado.
Tras vencerlo, arrodillado,
muerte le dará violenta.
PAJE 2-. Esa soberbia violenta
en verdad me ha impresionado.
Matará a ese desdichado
si es que tan fiero se impone.
PAJE 1-. Algo es que se sobrepone
a los deseos de paz.
El duque es hombre sagaz
y no espero que perdone.
PAJE 2-. Siempre engendra irritación
la soberbia de los mozos.
PAJE 1-. Suelen darse a tales gozos
exhibiendo su intención.
PAJE 2-. Pero me da el corazón
que acaso ha de arrepentirse.
PAJE 1-. Con el duque ha de medirse:
sé que mal lo pasará.
PAJE 2-. El duque lo matará.
PAJE 1-. No es difícil prevenirse.
LA PRINCESA-. ¡Si, asomada a la ventana,
miro el claro resplandor
que, con su beso, el albor,
enseña cada mañana,
y al ver la luz soberana
con su brillo de oro viejo,
siento su fuego bermejo
rozando la brisa fría,
qué no siente el alma mía,
viendo su claro reflejo!
Mas que todos quieran guerra
y busquen injustos duelos,
cuando la aurora en los cielos
enseña el sol tras la tierra,
siendo cosa que me aterra
y parece tan injusta,
no diré yo que me gusta
que, por ser un forastero,
odien a ese caballero
y lo fuercen a una justa.
Pues en su rostro he encontrado
la dulce melancolía
que sus amores decía,
sin haberlos pronunciado.
Y quién sabe si ha llorado
por amores sus tristezas,
tejiendo mil sutilezas
de poeta malherido
que huye, por verse vencido,
del amor y sus durezas.
Y, sabiendo sus amores,
sus penurias, su dolor,
malo es hacerlo deudor
de esos ajenos errores,
que no pienso yo, señores,
que quien llega, caballero,
sea cruel y pendenciero
con quien vive en su morada,
pues quién sabe si posada
espera de nuestro fuero.
Bello es el joven, lo digo,
como el alba que despierta,
como la llama que acierta
a ser del día testigo,
y, por lo tanto os obligo,
pues lo quiere así el deber,
solo que esperéis a ver
lo que dice, lo que quiere,
que de sus ojos se infiere
que ningún daño ha de hacer.
PAJE 1-. La princesa es muy confiada
y es preciso no hacer caso.
PAJE 2-. Pero vamos paso a paso,
que ella es dulce y delicada…
PAJE 1-. Esa razón enunciada
no parece la mejor.
PAJE 2-. ¿No sabe más que el albor
nuestra princesa notable?
PAJE 1-. Como mujer es amable,
pero piensa en el amor.
PAJE 2-. ¿Y no sientes que razona
como el ángel más hermoso?
PAJE 1-. El muchacho es peligroso,
según el duque pregona.
PAJE 2-. Más alta fue la corona
de la más alta princesa.
PAJE 1-. Para la guerra más pesa
la del duque, digo yo…
PAJE 2-. Es posible, pero no:
mas poderes ella apresa.
EL CABALLERO-. Vengo, señores, de Francia,
y de parte de su rey,
que gobierna por la ley
y reparte su abundancia.
Es hombre de sangre rancia,
honrado y justo, valiente,
respetado por la gente
que le presta vasallaje
por la ley del homenaje
y por su noble ascendiente.
De París, señores, llego,
por el viaje fatigado,
por el hambre amedrentado,
perdido todo sosiego.
Después de tanto trasiego,
pido hospedaje y reposo,
porque darlo es siempre honroso
al que hospeda al caminante
que espera ya en este instante
del castillo junto al foso.
Y no temáis mal alguno,
pues que vengo como amigo,
y a este castillo bendigo
de todo mal oportuno,
pues, si amigos, somos uno;
pues, si hermanos, somos fuego,
y, aunque yo cansado llego,
conozco bien esta sierra,
estos llanos, esta tierra
y los mares que navego.
Os diré mis aventuras,
ya que fueron singulares,
y os hablaré de otros mares,
de otras sendas y espesuras,
de las noches más oscuras,
pues, durmiendo en campo raso,
me costaba abrirme paso
por las tierras que pisé,
buscando, sin saber qué,
el camino y el ocaso.
No me neguéis la posada
y no queráis darme mal,
pues que soy guerrero igual
y no es cobarde mi espada,
y, temblando entre la helada,
miro la luz y su brillo,
esperando que al castillo
os dignéis dejarme entrar,
si es que queréis levantar
el formidable rastrillo.
EL REY-. Bien es tener humildad
con quien, tan necesitado,
aquí llega en este estado,
pidiendo hospitalidad.
Que pase el joven dejad,
que no quiere haceros daño,
y no es noble ser tacaño
con caballeros andantes,
si es que estos vienen errantes
a quien los acoge huraño.
Dejad pasar, como os digo,
a ese buen aventurero,
que por huésped yo lo quiero
y debo brindarle abrigo.
Su palabra hará testigo
en quien escuche su historia,
que quien busca hallar la gloria
merece digno cobijo,
que de mirarlo me aflijo
si no alcanzó la victoria.
EL CONDE-. La razón que el duque tiene
no se la voy a quitar.
EL MARQUÉS-. Sabe solo alborotar
a la gente que aquí viene.
EL CONDE-. Es un noble y se previene
De quien se muestra aguerrido:
bien se hubiera arrepentido
Ese insolente, es de ley…
EL MARQUÉS-. Haced caso, porque el rey
debe ser obedecido.
La orden está cumplida
y el rastrillo se levanta.
EL CONDE-. El coraje en la garganta
quema al duque, por mi vida.
EL MARQUÉS-. Arde su furia encendida
cuando llega un extranjero,
y ese joven caballero
ha venido de París.
EL CONDE-. Pues vos todo lo decís,
algo yo deciros quiero:
y es que deseo la muerte
de ese joven tan osado.
EL MARQUÉS-. No sé que daño ha causado
que le queréis esa suerte.
EL CONDE-. Deje Dios que me concierte
para causar vuestro enojo.
EL MARQUÉS-. De escucharos me sonrojo,
que jamáis hablasteis mal.
EL MARQUÉS-. No se os hace más normal
odiar solo por antojo.
EL CONDE-. Muerto en el suelo lo viera
y os diré que será bien.
EL MARQUÉS-. Pensad que el joven también
verlo rendido pudiera.
EL CONDE-. El marqués es una fiera
si se le llama al combate.
EL MARQUÉS-. Es hombre que no debate
y que gusta de matar.
EL CONDE-. Y, porque sabe luchar,
que nunca quedó en empate.
EL MARQUÉS-. Hará lo que el rey ordena,
pues este es hombre prudente.
EL CONDE-. El arrojo del valiente,
la prudencia lo condena.
EL MARQUÉS-. La osadía lo envenena
por su carácter forzudo.
EL CONDE-. Es un hombre corajudo
en la lucha y en la guerra.
EL MARQUÉS-. Siempre en sí mismo se encierra
Por su orgullo linajudo.
DONCELLA 1-. Parece que es tan precioso
como la altura del cielo.
DONCELLA 2-. En su mirar hay desvelo
melancólico y hermoso.
DONCELLA 1-. No parece peligroso,
sino que es fino y cortés.
DONCELLA 2-. Y nadie sabe quién es
ese muchacho que llega.
DONCELLA 1-. La tristeza que lo ciega
ha de contarnos después.
EL REY-. Sé bienvenido, extranjero,
a este reino que recibe
a quien como amigo escribe
su firma de caballero.
Sé bienvenido, que espero
que goces la cortesía
que tu noble nombradía
y tu linaje merecen,
que grandes glorias se ofrecen
a tu fuerza y tu valía.
Hospedado en mi castillo
como el más alto invitado,
ya que aquí te has presentado,
que levanten el rastrillo.
Y, pues soy hombre sencillo,
te trataré en igualdad,
porque tiene dignidad
tu nobleza y tu apariencia
y parece ser prudencia
respetar la majestad.
EL CABALLERO-. Gracias mil por darme paso,
que pensaba ya sufrir
sin cobijo que pedir
desde la aurora al ocaso.
Bien se ha torcido mi paso,
que llego con tal lamento,
y fatigado me siento
al llegar a este palacio
donde el reposo, despacio,
va a devolverme el aliento.
El camino se hace duro
para quien camina errante
en un mundo delirante,
lleno de sombras oscuro.
Yo, que perdido me apuro,
por los estrechos senderos,
como tantos caballeros
que obedecen a señores,
llego aquí, con los albores,
con los primeros luceros.
Y humilde siempre y cortés,
agradezco este remanso,
esta paz, este descanso,
en este mundo al revés.
Rendidos traigo los pies
del cansancio del camino,
pues, vagando en el camino,
he de sufrir mi penuria,
si lo quiere así la furia
del miserable destino.
Gracias por esta acogida
que da vida al desdichado,
que, perdió y fatigado,
ya la daba por perdida.
Y es que puede, arrepentida,
la fortuna dar un bien,
cuando es ella ese desdén
que nuestras vidas maltrata,
y si más cruel se delata,
es generosa también.
EL REY-. Buena ha de ser tu llegada,
misterioso caballero
que, con el rayo primero,
ha llegado a mi morada.
Aquí hallarás la posada,
buen pan, si quieres, y el vino
que ayuda al buen peregrino,
con ser el vino tan rancio,
a olvidarse del cansancio
y las penas del camino.
Yo soy el rey de esta tierra,
el que todo lo domina,
el que en la lucha adivina
la mezquindad de la guerra.
De la llanura a la sierra,
nadie me hará un desafío,
pues cuanto admiras es mío,
y aquí quiero yo acogerte
y ver mejorar tu suerte,
pues este es mi señorío.
Mas has de hablarnos, amigo,
de tu suerte y tu ventura,
de la curiosa figura
a quien doy tan buen abrigo.
Pasa unos días conmigo,
que, si la aurora derrama
los colores de su llama
como noble bendición,
tendrás aquí la ocasión
de decir tu nombre y fama.
DONCELLA 2-. ¡Qué galán y qué educado
es el joven, y cortés!
DONCELLA 1-. Mas no sabemos quién es
ni qué señor lo ha mandado.
DONCELLA 2-. Si desde Francia ha llegado
a este lugar, es famoso.
DONCELLA 1-. ¡Qué camino peligroso:
lo que debe haber sufrido!
DONCELLA 2-. ¿Ves que se haya malherido
y se muestra fatigoso?
EL CABALLERO-. Si me dejáis descansar,
daré yo a vuestra demanda
lo que vuestra boca manda,
lo que quiera gobernar.
Pero dejadme posar,
conciliarme con el sueño:
no es el cansancio pequeño
el que pesa sobre mí,
pues largo trecho corrí
y ahora de mí no soy dueño.
Bastará cualquier rincón:
no hace falta un aposento,
ya que suele ser mi asiento
cualquier parte en la región.
Derrotado el corazón,
os quedaré agradecido,
pues, por el sueño vencido,
que toda esperanza roba,
tendré por más digna alcoba
el más sucio tendejón.

2012 © José Ramón Muñiz Álvarez
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

sábado, 25 de agosto de 2012

LA NOBLEZA DEL VENCIDO


  1. José Ramón Muñiz Álvarez
    “La nobleza del vencido” o “Amor en trescientos versos”
    (Consejos de un amante al
    escudero)


    ...


    EL CABALLERO-. Morir de amores quisiera
    la razón de mi cuidado.
    EL ESCUDERO-. Otro noble sentenciado
    al que le espera la hoguera.
    EL CABALLERO-. Y es que de amores muriera
    por esa doncella hermosa.
    EL ESCUDERO-. Siempre en amores reposa
    el corazón del guerrero.
    EL CABALLERO-. Y, pues que de amores muero,
    no es la ocasión deshonrosa.
    EL ESCUDERO-. Siempre suele la nobleza
    enredarse en los amores.
    EL CABALLERO-. No hay sentimientos mayores
    ni más dulce gentileza.
    EL ESCUDERO-. Pero, si el amor empieza,
    es esa una enfermedad.
    EL CABALLERO-. Eso, amigo, es gran verdad,
    y veo que tenéis tino.
    EL ESCUDERO-. La razón más alta afino
    viendo tanta vanidad.
    EL CABALLERO-. ¡Qué sabrás tú de amoríos,
    de pasión y devaneos!
    EL ESCUDERO-. Mas, mi señor, deteneos,
    que no tengo tales bríos.
    EL CABALLERO-. Pudiera desbordar ríos
    el amor con su poder.
    EL ESCUDERO-. Y también una mujer
    que mostrara su dulzura,
    mas para una calentura
    que se hubiera de encender.
    EL CABALLERO-. Decir tal es un exceso,
    que vos no sabéis de amor,
    de caricias sin dolor,
    de placeres en un beso.
    EL ESCUDERO-. Nunca el amor tuvo preso
    a este escudero que, sabio,
    sabe escapar de su agravio
    y burlar esas pasiones.
    EL CABALLERO-. ¡Qué plebeyas emociones!
    ¿Jamás besasteis un labio?
    EL ESCUDERO-. Besó mi labio, señor,
    cuando ya estaba rendido,
    el sabor de un buen cocido,
    que es preferible sabor.
    EL CABALLERO-. ¿Y es preferible al amor
    el cocido de un gañán?
    EL ESCUDERO-. Cuando hay hambre, capitán,
    más se quiere la comida
    que a la dama pretendida,
    que no es ni miga de pan.
    EL CABALLERO-. Solamente el alimento
    parece darte alegría.
    EL ESCUDERO-. Y triste la suerte mía,
    que en las tripas lo lamento.
    EL CABALLERO-. Te oigo gemir como el viento,
    que es tan vana plañidera.
    EL ESCUDERO-. Cansado, de esta manera,
    bajo lluvias y granizo,
    quién me diera un buen chorizo
    que solazarme pudiera.
    EL CABALLERO-. Llama el amor a mi puerta
    y piensas tú en el comer.
    EL ESCUDERO-. ¿Y, si hay hambre, qué he de hacer,
    ya que mi ingenio no acierta?
    EL CABALLERO-. Pues has de estar bien alerta
    y vigilar mi locura.
    EL ESCUDERO-. Y la vieja sepultura
    de quien su aliento ha entregado.
    EL CABALLERO-. ¿Tú me ves amortajado?
    ¡Tienes cada chifladura…!
    EL ESCUDERO-. ¿Y para qué los quereres,
    si no son buena ventura?
    EL CABALLERO-. Para afirmar la locura
    del amor a las mujeres.
    EL ESCUDERO-. ¿Y para qué los prefieres
    a la sangrienta batalla?
    EL CABALLERO-. Para que allí donde vaya,
    no me tenga en menor gloria.
    EL ESCUDERO-. ¿Y no basta la memoria
    el arrojo en la batalla?
    EL ESCUDERO-. ¿Para qué, tras estos hechos,
    Tantas palabras derramas?
    EL CABALLERO-. Para arrancar a las damas
    el corazón de los pechos.
    ¿Para qué tantos despechos,
    querellas extraordinarias?
    EL CABALLERO-. Para encender luminarias
    en cada oscuro concepto.
    EL ESCUDERO-. ¿Para qué tanto precepto,
    tantas normas literarias?
    EL CABALLERO-. Para admirar la grandeza
    de ese dios que es tan perverso.
    EL ESCUDERO-. ¿Para qué escribir un verso
    con ingenio y sutileza?
    EL CABALLERO-. Para cantar la belleza
    y expresar tanto dolor.
    EL ESCUDERO-. ¿Para qué ser trovador
    con tanta melancolía?
    EL CABALLERO-. Para escribir la poesía
    que se eleva hacia al amor.
    EL ESCUDERO-. Yo, que ya fui buen juglar,
    que canté mil amoríos,
    que supe los extravíos
    de quienes quieren amar…
    que el amor es lamentar
    las ausencias de la amada
    hasta que ya la alborada
    se asoma en lejana tierra,
    pues es el amor la guerra
    si el alma está enamorada.
    EL CABALLERO-. Pues, desde aquí hasta el castillo,
    que mucho camino queda,
    cantarás por la alameda
    algún romance sencillo,
    mientras se asoma el autillo
    y nos vigila el mochuelo,
    porque, si oscuro está el cielo,
    protegerán las estrellas
    a quienes tiernas querellas
    pronuncian con mucho celo.
    EL ESCUDERO-. No es ese el caso, señor,
    que yo tal no vaticino.
    EL CABALLERO-. ¡Háblame claro, mezquino,
    o has de sufrir mi furor.
    EL ESCUDERO-. Mi canción no habla de amor,
    sino del vientre afligido,
    pues se sabe conmovido
    por el hambre que lo hiere
    y longaniza prefiere
    al amor más abatido.
    EL CABALLERO-. Perdidos en el sendero,
    piensas tan solo en comer.
    EL ESCUDERO-. Una posada ha de haber
    que tenga un buen mesonero.
    EL CABALLERO-. De lo que dices infiero
    que ya la noche no tarda.
    EL ESCUDERO-. Ved ese sol que se guarda
    en el lejano horizonte:
    ya se pone tras el monte,
    pues el hambre lo acobarda.
    EL CABALLERO-. Miro lejana su brasa,
    que el bermejo fuego atiza.
    EL ESCUDERO-. Yo sueño con longaniza,
    que no es cosa tan escasa.
    EL CABALLERO-. Cuando lleguemos a casa
    podrás comer, y abundante.
    EL ESCUDERO-. Qué raro es que un tierno amante
    dé en bendecir el comer.
    EL CABALLERO-. Tú comerás: yo he de hacer
    un soneto delirante.
    EL ESCUDERO-. Alguna nueva poesía
    para agrado de las damas.
    EL CABALLERO-. Bien dices, mas como no amas,
    nunca tendrás mi alegría.
    EL ESCUDERO-. Iba a ser grande porfía
    entregarme yo al amor.
    EL CABALLERO-. Imita tú a tu señor
    y tendrás mayor estado.
    EL ESCUDERO-. Para ser desventurado,
    mejor quiero el desamor.
    EL ESCUDERO-. Una canción aprendí
    siendo niño, y era triste.
    EL CABALLERO-. Nada al amor se resiste,
    cántala ya para mí.
    EL ESCUDERO-. Es asunto baladí
    el tema de esta canción.
    EL CABALLERO-. Dará alivio al corazón
    por los amores vencido.
    EL ESCUDERO-. ¿Y no es un tanto atrevido
    para tan alto infanzón?
    EL CABALLERO-. Pues, desde aquí hasta el castillo,
    que mucho camino queda,
    cantarás por la alameda
    algún romance sencillo,
    mientras se asoma el autillo
    y nos vigila el mochuelo,
    porque, si oscuro está el cielo,
    protegerán las estrellas
    a quienes tiernas querellas
    pronuncian con mucho celo.
    Canta y deja de gemir
    como suelen las gallinas,
    que tú jamás adivinas
    que pueda el alma sentir.
    Empieza ya.
    EL ESCUDERO-. Sé decir
    que el amor no me envenena,
    ni la clara luna llena
    me invitó jamás a hablar,
    pero yo sabré cantar
    esta canción que enajena.

    (Empieza a cantar)

    Dicen bien los cortesanos
    que la maldad de Cupido
    es que es ciego resentido
    con delirios soberanos.
    Un arco sobre sus manos
    y dispuesta la ballesta,
    con su dura flecha asesta
    las maldades del amor.
    Y, dado que está vendado,
    con el ánimo más duro,
    infunde el amor más puro
    a quien llora desdeñado.
    Es un muchacho malvado
    cuya locura molesta,
    si con dura flecha asesta
    las maldades del amor.
    Nunca duerme ni descansa,
    y dispara, traicionero,
    sus puntas de rudo acero
    a la inocencia más mansa.
    Donde el agua se remansa
    y suspira la floresta,
    con su dura flecha asesta
    las maldades del amor.
    Por eso quien es prudente,
    confesándose cobarde,
    huye al amor cada tarde,
    cada mañana luciente.
    Nunca sus brillos consiente
    quien teme dura respuesta,
    si con dura flecha asesta
    las maldades del amor.
    Viendo ya cada suceso,
    he de ser desamorado
    de ver al desventurado
    que más caro paga un beso.
    Pues este niño travieso
    a raro licor apesta,
    si con dura flecha asesta
    las maldades del amor.
    Que no hay para qué desdenes,
    que no hay para qué lamentos,
    si quieren los firmamentos
    dar al alma mil vaivenes.
    Quebraderos en las sienes
    esta pasión jamás resta,
    si con dura flecha asesta
    las maldades del amor.

    (Deja de cantar)

    Todo en las viejas canciones
    ha de entregarse al amor.
    EL CABALLERO-. Ni entiendes a tu señor
    ni a los nobles corazones:
    no comprendes las pasiones
    donde el alma, ya vencida,
    para gozar de la vida,
    quiere jugar a perderla,
    que la vida es rara perla
    que a la muerte da guarida.
    En todo caso diré,
    que siendo el mayor amante,
    del amor, en un instante,
    sus maldades mostraré.
    EL ESCUDERO-. Yo, que de amores no sé,
    quiero escucharos atento.
    EL CABALLERO-. Pues que me acompañe el viento
    mientras canto la canción
    que alas cede al corazón
    que sabe escalar el viento.

    (Empieza a cantar)

    Ya quiera el amor la guerra,
    ya quiera el amor la paz,
    como es Cupido sagaz
    y afamado en esta tierra,
    viendo que cruza la sierra
    para hacer mayor el daño,
    de su fe me desengaño
    sin dolor.
    Y, como es niño atrevido,
    para no hacerme el valiente,
    mézclome yo entre la gente
    por pasar inadvertido,
    que acabo, si no, dolido
    y, viéndolo tan extraño,
    de su fe me desengaño
    sin dolor.
    Y no son raras manías,
    ahorrar en sufrimiento,
    que todo es verse memento
    tras sufrir sus felonías,
    pues que, lleno de alegrías,
    si es amante del engaño,
    de su fe me desengaño
    sin dolor.
    De modo que la cautela
    debe ser bien extremada,
    porque una flecha dorada
    es arma que el alma hiela,
    y si es de plomo y desvela
    un mal terrible y tamaño
    de su fe me desengaño
    sin dolor.

    (Deja de cantar)

    No es amor agradecido
    con sus muchos seguidores.
    EL ESCUDERO-. ¿Pero tanto hablar de amores
    no se os antoja aburrido?
    EL CABALLERO-. Cuando el amor se ha encendido,
    nunca deja de hechizar.
    EL ESCUDERO-. Es el amor como el mar
    traicionero y peligroso.
    EL CABALLERO-. El sentimiento amoroso
    os juro que sabe a mar.
    EL ESCUDERO-. Pues ya la noche ha llegado
    a ese cielo que, cobarde,
    rinde la luz de la tarde
    a un crepúsculo callado.
    EL CABALLERO-. Ya la lechuza ha escuchado
    la llamada del autillo.
    EL ESCUDERO-. Tórnase el cielo amarillo
    con la luna nocturnal.
    EL CABALLERO-. Hemos llegado al final:
    allí se admira el castillo.

    2010 © José Ramón Muñiz Álvarez

sábado, 18 de agosto de 2012

ODA A CHILE



CANTO A CHILE


El color de la alborada
que se enciende con el día
anuncia la brisa fría
que se agita alborotada.
Y es que, en el aire cuajada,
corre ya, con fino aliento,
como en las alas del viento,
ese Chile que despierta
y abre a la brisa su puerta
bajo un cielo ceniciento.

Y es que vienen los albores
con un viento mortecino
que, corriendo su camino,
ve lejanos resplandores.
También los trabajadores
ven esa aurora que nace,
que en el cielo se deshace
la madrugada vencida,
que, dando paso a la vida,
tiene así su desenlace.

Y es que llega la mañana
que saluda al arroyuelo
con la clara luz del cielo,
reflejada a hora temprana.
Mientras brilla soberana
con sus colores bermejos,
los arroyos son espejos
de sus llamas bulliciosas,
si en las ondas, caprichosas,
se hacen trémulos reflejos.

Y el sol consume su alarde
al cruzar el mediodía,
que ya la tarde se enfría
y su luz se hace cobarde.
Y la noche, tras la tarde,
alarde de su derroche,
sus mil estrellas por broche
muestra a la luna serena,
cuando la tierra chilena
halla el ocaso y la noche.

Y es la noche ese momento
en que la sombra se cruza
para escuchar la lechuza
en compañía del viento.
Y mira, en el firmamento,
con su brillo extraordinario,
en el callado escenario,
la luna que, con más gala,
su luz callada regala
al triste y al solitario.

2012 © José Ramón Muñiz Álvarez
“Memorias de un exilio voluntario”
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

sábado, 11 de agosto de 2012

G'SCHICHTEN AUS DEM WIENERWALDL


José Ramón Muñiz Álvarez
G’SCHICHTEN AUS DEM WIENERWALDL
(Suite poética para la Wiener
Philharmoniker)

ANOCHECER VIENÉS

           Despojado de su alarde,
entre hielos y nevadas,
las rosas halló calladas
el silencio de la tarde;
y, al morir el sol cobarde
y perderse en lo lejano,
al apagarse temprano,
una bella melodía
escuchó en la lejanía,
y un acento danubiano.
           Que supo escuchar el río,
llegado el día a su ocaso,
ese violín que, a su paso,
se encendía con más brío;
porque, vencido y sombrío,
en un momento temprano,
ese sol, antes lozano,
una bella melodía
escuchó en la lejanía,
y un acento danubiano.
           Y los jardines del sueño
vieron esa luna llena
que admira la vieja Viena
y el vals que tuvo por dueño,
donde un suspiro pequeño
dulce recuerda y mundano
el Imperio soberano
que una bella melodía
escuchó en la lejanía,
y un acento danubiano.

SONETO I

           El brillo del color de la alborada,
nacido entre las sombras y los hielos,
dibuja, con los suaves violonchelos,
la cuerda del violín alborotada.
           La música se eleva a su morada,
ligera como el aire, hacia los cielos,
y sienten su caricia los deshielos,
anuncio del final de la invernada.
           Y un halo de virtud teje, dichoso,
y afina, matemático, el talento
en el tapiz del arte, cuando suena:
           El beso de la música es hermoso
y el alma lleva al alto firmamento
la Orquesta Filarmónica de Viena.

SONETO II

           Es Schönbrunn, en los días del verano,
el brillo tembloroso que una estrella
dejó sobre la hermosa fuente bella
que mira siempre al cielo soberano.
           La Orquesta Filarmónica, temprano,
prepara su actuación, mientras destella
la noche en intención de una querella
que no destronará la tarde en vano.
           Por fin un nuevo sueño de emociones,
no falto de esperanza para el mundo,
entrega su promesa y su locura.
           Y ya se han desatado sus legiones
de notas que, al correr en un segundo,
se encienden en la sombra más oscura.

SONETO III

           Mayor gloria llevó, con el concierto,
la luz de las virtudes que encendía
las llamas de esa vieja sinfonía
que al público dejó en el desconcierto.
           Vivió el oro cuajado, si antes muerto,
oyendo que ya el júbilo que ardía
tornaba en un enjambre de alegría
un rostro de kariátide despierto.
           Y un eco de violín, pura belleza,
el aire hirió, pues, ebrio de elegancia,
formó sus arabescos, repentino.
           Jamás se sospechó mayor pureza
que la que llena el aire de la estancia
con un suspiro lento y mortecino.

SONETO IV

           Su arranque tiene un brillo de bravura
que alcanza en sus acentos repetidos,
si juega con compases encendidos,
si se hace más serena o si se apura.
           Intérprete en el aire de la oscura
vereda, entre misterios escondidos,
belleza sabe dar a los sonidos
que el genio puso en una partitura.
           Y luce, al encender la llamarada
que brindan las hermosas melodías
que el alma escucha cuando la enajena.
           Mayor frescura tiene que la helada,
que ve la luz nacer de nuevos días,
la Orquesta Filarmónica de Viena.

SONETO V

           La brisa adora el vals que, mortecino,
se alegra en un rubato, mientras suena,
que ya apura dichoso y enajena
su tono vivaracho y cristalino.
           Más alta sonará, en cada camino,
la gloria del elogio que arde en Viena,
allí donde la música más buena
conmueve nuevamente al peregrino.
           El alto virtuosismo y el talento
podrá envidar la gente berlinesa,
sabiendo su valor y su prestigio.
           Y no sentirán agrio sufrimiento
ni se resentirán de la vienesa,
que la victoria tiene en el litigio.

SINFONÍA PASTORAL

           El Wienerwaldl refleja, con la aurora,
la escarcha que dejaron las heladas
en claros de sosiego y de silencio.
Y el canto de las aves, repentino,
irrumpe en esa calma agradecida
que adora el campesino de la zona.
(Muy pronto dejarán estos lugares
las aves que lamentan los azotes
del aire del invierno, que ya llega).
           El Wienerwaldl enciende, con el alba,
la luz de sus colores otoñales,
cuajados de bellezas y de brillos.
Y el pardo de las hojarascas muertas
conjuga su belleza con los rojos
que encienden, vivarachos, otros fuegos.
Se ven también los ocres, combinados
al verde que defienden las coníferas
en tiempos de granizo y tempestades.
           El Wienerwald es, con la amanecida,
la música callada que pudieron
amar, en sus paseos, los más grandes.
Y el viejo Strauss, Beethoven y otros genios
amaron esta tierra y sus sonidos
de cítaras, de arroyos y de pájaros.
Hoy Viena sigue amando estos rincones
bucólicos, callados y discretos,
serenos como el halo del espíritu.

SONETO VI

           No es Mozart el que suena, a estas alturas,
que, con la furia con que ruge el oso,
feroz como lo fue en tiempo gozoso,
un alma noble expresa sus locuras:
           Beethoven es, con fuertes partituras,
capaces de un bullicio tempestuoso,
la voz de un repertorio poderoso,
cuajado de vigor, sin galanuras.
           La voz es del metal la más vehemente
que, unida a los violines, un sonido
produce que las almas amedrenta.
           Un ímpetu feliz, luego doliente,
calmado por momentos, encendido
como una voz dejada en la tormenta.

SONETO VII

           Las nieblas de los Alpes, que, lejanas,
sospechan los murmullos danubianos,
ya saben de los músicos profanos
que el arte ensayan todas las mañanas.
           Las noches de las notas soberanas
escuchan el rumor, mientras, lozanos,
se encienden los violines en las manos
y se oyen las maderas con más ganas.
           Las músicas en Viena son el brío
de un mágico torrente, vendavales
de luz sobre los campos apagados.
           No importa si la nieve viste el frío
que quieren las heladas invernales,
si anegan los senderos y los prados.

SONETO VIII

           Un halo inmaterial que al aire helado
le dieron como un don ya se imagina
cuando la bruma corre, vespertina,
al sueño herido que arde acorralado.
           El trémolo de cuerda que, callado,
tejió en el aire mismo su neblina
las trompas y los chelos adivina,
si magia en el espíritu han cuajado.
           Después arde con fuego su coraje,
y, en rizos que se van, las brisas vuela,
haciéndose compacto en su andadura.
           Los músicos regalan un paisaje
que tiene transparencia de acuarela
que ve perfil brumoso en la espesura.

SONETO IX

           La luz quiso la aurora alborotada,
los brillos que, al rozar la brisa fría,
reflejos de su luz, nacido el día,
alegre teje en Viena cada helada.
           Llegó diciembre al fin y la nevada,
reclama los cuarteles donde ardía
su luz y donde halló, como solía,
el reino de su música callada.
           El hielo no derrite su belleza
y espera al sol perdido en lo lejano,
vencido ya, callado y silencioso.
           La vida cotidiana al fin empieza
y es música el invierno del germano
y es arte lo que anhela codicioso.

PRIMAVERA EN VIENA

           Tras las horas de tristezas,
de soledades y heladas,
con los primeros deshielos,
nuevos acordes aguardan:
           los del vals más encendido,
si, dichoso, se desata
de las cuerdas delirantes
con sus notas vivarachas,
           agitándose con fuerza,
encendiéndose con gracia,
derramando nueva vida
en callejuelas de escarcha,
           porque ya la primavera
teje sus altas guirnaldas
con violines volanderos
que, raudos, abren las alas.
           Y vive el Prater gozoso,
y Viena siente que el alma
vuelve a elevarse, de nuevo,
al nacer de la mañana,
           con los primeros granizos,
con las últimas nevadas,
con las lluvias que descienden
y las auroras que pasan,
           mostrando mayor bullicio,
haciendo más alharaca,
disfrutando del momento,
porque ya el día se alarga,
           y es dulce beber el vino
en merenderos que aguardan
esa alegría vienesa
que las penurias desarma.
           Y la vida es más intensa,
y la mañana más clara,
el mediodía más suave,
la tarde acaso más cálida,
           si bien las gentes aun temen
que la lluvia alborotada
venga en forma de aguacero
a las horas más tempranas,
           y todo música pide,
y todo música canta,
festejando la alegría,
porque sane celebrarla,
           como ese vals que se anuncia,
engastado en una tanda,
antes que llegue la coda
que hace cerrarse sus alas.

SONETO X

           Los nervios quedan en el camerino
y salen, entre aplausos, los virtuosos,
los viejos filarmónicos, celosos
de su labor sagrada y su destino.
           Son raros resplandores los que vino
un brillo en sus pinceles perezosos
feliz a dibujar, porque, gozosos,
sus fuegos son reflejo cristalino.
           La luz en las estatuas es reflejo,
si no lo es donde el órgano callado
admira el oro bello en la escultura:
           la sala, del color del oro viejo,
con un maravilloso artesonado,
presume de su buena arquitectura.

SONETO XI

           “Die Fledermauss” al fin, mas, de repente,
la luz de la pasión que, ya encendida,
contempla a Rosalinda decidida
y a su marido sabe penitente.
           “Die Fledermauss” al fin, bello presente
que Viena espera siempre, agradecida,
diciendo que esa música es la vida,
gritando que, sin música, está ausente.
           “Die Fledermauss” al fin, esa opereta
que el público recibe por regalo,
sus ritmos apurando hasta la meta.
           “Die Fledermauss” al fin, pues es un halo
de hechizo y ligereza cuando aprieta
los valses que son polcas a intervalo.

SONETO XII

           Las cuerdas sabias tejen sus cabriolas
con lenta majestad, solemnemente,
y brilla, como el agua de la fuente,
como quien sigue el ritmo de las olas.
           Y, como aquel que, en viejas caracolas,
envida de los mares la corriente,
el público auditorio, tanta gente,
parecen uno ya que queda a solas.
           Y es magia y es belleza y acrobacia
el arte de los diestros profesores
que saben del talento y de la audacia.
           Y no brillarán menos los autores,
si a Johann interpretan con su gracia,
su fuerza delicada y sus colores.

SONETO XIII

           Mejor no pudo ser el pensamiento
ni el tino con que tuvo la ocurrencia
el viejo Nikolai, que, con paciencia,
excusa halló para un Renacimiento:
           La Ópera Imperial se hizo cimiento
del arte de otra orquesta cuya esencia,
mezclando maestría a la prudencia,
lució con más grandeza y más talento.
           Y vibra en Dumba Strasse su sonido,
testigo de virtudes ancestrales
que vienen de la edad decimonónica.
           En Viena queda el aire suspendido,
si viene fresco, en tardes otoñales,
y suena ese rumor de filarmónica.

WIENER PHILHARMONIKER

           No encienden los violines
su magia incandescente
con vanas presunciones, si es que suenan
virtuosos como nunca
en esta tierra virgen y dichosa
que habitan poderosos hiperbóreos
que saben que son hijos de los celtas.
           Tampoco los metales, cuya fuerza
anima la grandeza de la música
que brilla y que se agita
como una brisa limpia en el espacio,
como un suspiro alegre que, en el aire,
se pierde en un segundo
y vuelve tras un lapso de silencio.
           Ni el resto de la cuerda
parece obedecer a esa soberbia
que piden la prosapia y el orgullo
del sabio que maneja un instrumento
y quiere demostrar que su valía
es algo superior, un privilegio
que pueden envidiar hoy los mortales.
           Es Viena la que pide
que luzca esa belleza y que palpite
el fuego de las artes,
la llama inabarcable de la furia
del público que aplaude agradecido,
pues sabe que lo premian los más altos,
los músicos más célebres:
la Orquesta Filarmónica de Viena.

SONETO XIV

           En Viena el aire viste la invernada
que llena con sus nieves los jardines,
tan claros como lirios y jazmines
que cuajan al nacer de la alborada.
           Atrás el viento de la madrugada
quedó, donde callados querubines,
el pago esperan de sus paladines,
en música profana y la sagrada.
           La rara inspiración solo imagina
la nota de un violín, un claro rizo
y el golpe del timbal más poderoso.
           La magia del sonido cristalina
se siente a cada paso y el granizo
detiene su bullicio irrespetuoso.

SONETO XV

           Tendrá el invierno nuevos desconsuelos,
al sol robando fuerza en donde ardía,
y, al apagarse triste el nuevo día,
nostalgia será al fin de los deshielos.
           Los cisnes buscarán, en anchos cielos,
regiones más amables cuando, fría,
el alba venga gris, triste y sombría,
y mire en las alturas raudos vuelos.
           Podrá apagar la luz, con su gobierno,
el hielo majestuoso que, callado,
las horas silenciosas envenena.
           Podrá vencer al sol el duro invierno,
mas un destello queda, si ha sonado
la Orquesta Filarmónica de Viena.

2011 © José Ramón Muñiz Álvarez

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS