sábado, 25 de agosto de 2012

LA NOBLEZA DEL VENCIDO


  1. José Ramón Muñiz Álvarez
    “La nobleza del vencido” o “Amor en trescientos versos”
    (Consejos de un amante al
    escudero)


    ...


    EL CABALLERO-. Morir de amores quisiera
    la razón de mi cuidado.
    EL ESCUDERO-. Otro noble sentenciado
    al que le espera la hoguera.
    EL CABALLERO-. Y es que de amores muriera
    por esa doncella hermosa.
    EL ESCUDERO-. Siempre en amores reposa
    el corazón del guerrero.
    EL CABALLERO-. Y, pues que de amores muero,
    no es la ocasión deshonrosa.
    EL ESCUDERO-. Siempre suele la nobleza
    enredarse en los amores.
    EL CABALLERO-. No hay sentimientos mayores
    ni más dulce gentileza.
    EL ESCUDERO-. Pero, si el amor empieza,
    es esa una enfermedad.
    EL CABALLERO-. Eso, amigo, es gran verdad,
    y veo que tenéis tino.
    EL ESCUDERO-. La razón más alta afino
    viendo tanta vanidad.
    EL CABALLERO-. ¡Qué sabrás tú de amoríos,
    de pasión y devaneos!
    EL ESCUDERO-. Mas, mi señor, deteneos,
    que no tengo tales bríos.
    EL CABALLERO-. Pudiera desbordar ríos
    el amor con su poder.
    EL ESCUDERO-. Y también una mujer
    que mostrara su dulzura,
    mas para una calentura
    que se hubiera de encender.
    EL CABALLERO-. Decir tal es un exceso,
    que vos no sabéis de amor,
    de caricias sin dolor,
    de placeres en un beso.
    EL ESCUDERO-. Nunca el amor tuvo preso
    a este escudero que, sabio,
    sabe escapar de su agravio
    y burlar esas pasiones.
    EL CABALLERO-. ¡Qué plebeyas emociones!
    ¿Jamás besasteis un labio?
    EL ESCUDERO-. Besó mi labio, señor,
    cuando ya estaba rendido,
    el sabor de un buen cocido,
    que es preferible sabor.
    EL CABALLERO-. ¿Y es preferible al amor
    el cocido de un gañán?
    EL ESCUDERO-. Cuando hay hambre, capitán,
    más se quiere la comida
    que a la dama pretendida,
    que no es ni miga de pan.
    EL CABALLERO-. Solamente el alimento
    parece darte alegría.
    EL ESCUDERO-. Y triste la suerte mía,
    que en las tripas lo lamento.
    EL CABALLERO-. Te oigo gemir como el viento,
    que es tan vana plañidera.
    EL ESCUDERO-. Cansado, de esta manera,
    bajo lluvias y granizo,
    quién me diera un buen chorizo
    que solazarme pudiera.
    EL CABALLERO-. Llama el amor a mi puerta
    y piensas tú en el comer.
    EL ESCUDERO-. ¿Y, si hay hambre, qué he de hacer,
    ya que mi ingenio no acierta?
    EL CABALLERO-. Pues has de estar bien alerta
    y vigilar mi locura.
    EL ESCUDERO-. Y la vieja sepultura
    de quien su aliento ha entregado.
    EL CABALLERO-. ¿Tú me ves amortajado?
    ¡Tienes cada chifladura…!
    EL ESCUDERO-. ¿Y para qué los quereres,
    si no son buena ventura?
    EL CABALLERO-. Para afirmar la locura
    del amor a las mujeres.
    EL ESCUDERO-. ¿Y para qué los prefieres
    a la sangrienta batalla?
    EL CABALLERO-. Para que allí donde vaya,
    no me tenga en menor gloria.
    EL ESCUDERO-. ¿Y no basta la memoria
    el arrojo en la batalla?
    EL ESCUDERO-. ¿Para qué, tras estos hechos,
    Tantas palabras derramas?
    EL CABALLERO-. Para arrancar a las damas
    el corazón de los pechos.
    ¿Para qué tantos despechos,
    querellas extraordinarias?
    EL CABALLERO-. Para encender luminarias
    en cada oscuro concepto.
    EL ESCUDERO-. ¿Para qué tanto precepto,
    tantas normas literarias?
    EL CABALLERO-. Para admirar la grandeza
    de ese dios que es tan perverso.
    EL ESCUDERO-. ¿Para qué escribir un verso
    con ingenio y sutileza?
    EL CABALLERO-. Para cantar la belleza
    y expresar tanto dolor.
    EL ESCUDERO-. ¿Para qué ser trovador
    con tanta melancolía?
    EL CABALLERO-. Para escribir la poesía
    que se eleva hacia al amor.
    EL ESCUDERO-. Yo, que ya fui buen juglar,
    que canté mil amoríos,
    que supe los extravíos
    de quienes quieren amar…
    que el amor es lamentar
    las ausencias de la amada
    hasta que ya la alborada
    se asoma en lejana tierra,
    pues es el amor la guerra
    si el alma está enamorada.
    EL CABALLERO-. Pues, desde aquí hasta el castillo,
    que mucho camino queda,
    cantarás por la alameda
    algún romance sencillo,
    mientras se asoma el autillo
    y nos vigila el mochuelo,
    porque, si oscuro está el cielo,
    protegerán las estrellas
    a quienes tiernas querellas
    pronuncian con mucho celo.
    EL ESCUDERO-. No es ese el caso, señor,
    que yo tal no vaticino.
    EL CABALLERO-. ¡Háblame claro, mezquino,
    o has de sufrir mi furor.
    EL ESCUDERO-. Mi canción no habla de amor,
    sino del vientre afligido,
    pues se sabe conmovido
    por el hambre que lo hiere
    y longaniza prefiere
    al amor más abatido.
    EL CABALLERO-. Perdidos en el sendero,
    piensas tan solo en comer.
    EL ESCUDERO-. Una posada ha de haber
    que tenga un buen mesonero.
    EL CABALLERO-. De lo que dices infiero
    que ya la noche no tarda.
    EL ESCUDERO-. Ved ese sol que se guarda
    en el lejano horizonte:
    ya se pone tras el monte,
    pues el hambre lo acobarda.
    EL CABALLERO-. Miro lejana su brasa,
    que el bermejo fuego atiza.
    EL ESCUDERO-. Yo sueño con longaniza,
    que no es cosa tan escasa.
    EL CABALLERO-. Cuando lleguemos a casa
    podrás comer, y abundante.
    EL ESCUDERO-. Qué raro es que un tierno amante
    dé en bendecir el comer.
    EL CABALLERO-. Tú comerás: yo he de hacer
    un soneto delirante.
    EL ESCUDERO-. Alguna nueva poesía
    para agrado de las damas.
    EL CABALLERO-. Bien dices, mas como no amas,
    nunca tendrás mi alegría.
    EL ESCUDERO-. Iba a ser grande porfía
    entregarme yo al amor.
    EL CABALLERO-. Imita tú a tu señor
    y tendrás mayor estado.
    EL ESCUDERO-. Para ser desventurado,
    mejor quiero el desamor.
    EL ESCUDERO-. Una canción aprendí
    siendo niño, y era triste.
    EL CABALLERO-. Nada al amor se resiste,
    cántala ya para mí.
    EL ESCUDERO-. Es asunto baladí
    el tema de esta canción.
    EL CABALLERO-. Dará alivio al corazón
    por los amores vencido.
    EL ESCUDERO-. ¿Y no es un tanto atrevido
    para tan alto infanzón?
    EL CABALLERO-. Pues, desde aquí hasta el castillo,
    que mucho camino queda,
    cantarás por la alameda
    algún romance sencillo,
    mientras se asoma el autillo
    y nos vigila el mochuelo,
    porque, si oscuro está el cielo,
    protegerán las estrellas
    a quienes tiernas querellas
    pronuncian con mucho celo.
    Canta y deja de gemir
    como suelen las gallinas,
    que tú jamás adivinas
    que pueda el alma sentir.
    Empieza ya.
    EL ESCUDERO-. Sé decir
    que el amor no me envenena,
    ni la clara luna llena
    me invitó jamás a hablar,
    pero yo sabré cantar
    esta canción que enajena.

    (Empieza a cantar)

    Dicen bien los cortesanos
    que la maldad de Cupido
    es que es ciego resentido
    con delirios soberanos.
    Un arco sobre sus manos
    y dispuesta la ballesta,
    con su dura flecha asesta
    las maldades del amor.
    Y, dado que está vendado,
    con el ánimo más duro,
    infunde el amor más puro
    a quien llora desdeñado.
    Es un muchacho malvado
    cuya locura molesta,
    si con dura flecha asesta
    las maldades del amor.
    Nunca duerme ni descansa,
    y dispara, traicionero,
    sus puntas de rudo acero
    a la inocencia más mansa.
    Donde el agua se remansa
    y suspira la floresta,
    con su dura flecha asesta
    las maldades del amor.
    Por eso quien es prudente,
    confesándose cobarde,
    huye al amor cada tarde,
    cada mañana luciente.
    Nunca sus brillos consiente
    quien teme dura respuesta,
    si con dura flecha asesta
    las maldades del amor.
    Viendo ya cada suceso,
    he de ser desamorado
    de ver al desventurado
    que más caro paga un beso.
    Pues este niño travieso
    a raro licor apesta,
    si con dura flecha asesta
    las maldades del amor.
    Que no hay para qué desdenes,
    que no hay para qué lamentos,
    si quieren los firmamentos
    dar al alma mil vaivenes.
    Quebraderos en las sienes
    esta pasión jamás resta,
    si con dura flecha asesta
    las maldades del amor.

    (Deja de cantar)

    Todo en las viejas canciones
    ha de entregarse al amor.
    EL CABALLERO-. Ni entiendes a tu señor
    ni a los nobles corazones:
    no comprendes las pasiones
    donde el alma, ya vencida,
    para gozar de la vida,
    quiere jugar a perderla,
    que la vida es rara perla
    que a la muerte da guarida.
    En todo caso diré,
    que siendo el mayor amante,
    del amor, en un instante,
    sus maldades mostraré.
    EL ESCUDERO-. Yo, que de amores no sé,
    quiero escucharos atento.
    EL CABALLERO-. Pues que me acompañe el viento
    mientras canto la canción
    que alas cede al corazón
    que sabe escalar el viento.

    (Empieza a cantar)

    Ya quiera el amor la guerra,
    ya quiera el amor la paz,
    como es Cupido sagaz
    y afamado en esta tierra,
    viendo que cruza la sierra
    para hacer mayor el daño,
    de su fe me desengaño
    sin dolor.
    Y, como es niño atrevido,
    para no hacerme el valiente,
    mézclome yo entre la gente
    por pasar inadvertido,
    que acabo, si no, dolido
    y, viéndolo tan extraño,
    de su fe me desengaño
    sin dolor.
    Y no son raras manías,
    ahorrar en sufrimiento,
    que todo es verse memento
    tras sufrir sus felonías,
    pues que, lleno de alegrías,
    si es amante del engaño,
    de su fe me desengaño
    sin dolor.
    De modo que la cautela
    debe ser bien extremada,
    porque una flecha dorada
    es arma que el alma hiela,
    y si es de plomo y desvela
    un mal terrible y tamaño
    de su fe me desengaño
    sin dolor.

    (Deja de cantar)

    No es amor agradecido
    con sus muchos seguidores.
    EL ESCUDERO-. ¿Pero tanto hablar de amores
    no se os antoja aburrido?
    EL CABALLERO-. Cuando el amor se ha encendido,
    nunca deja de hechizar.
    EL ESCUDERO-. Es el amor como el mar
    traicionero y peligroso.
    EL CABALLERO-. El sentimiento amoroso
    os juro que sabe a mar.
    EL ESCUDERO-. Pues ya la noche ha llegado
    a ese cielo que, cobarde,
    rinde la luz de la tarde
    a un crepúsculo callado.
    EL CABALLERO-. Ya la lechuza ha escuchado
    la llamada del autillo.
    EL ESCUDERO-. Tórnase el cielo amarillo
    con la luna nocturnal.
    EL CABALLERO-. Hemos llegado al final:
    allí se admira el castillo.

    2010 © José Ramón Muñiz Álvarez

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