sábado, 26 de mayo de 2012

EL LIBRO DE LOS FRESNOS (I)

El granizo

          
El granizo alborotado
Descendió del alto cielo,
Derramándose en un vuelo
Sobre el prado, ya nevado,
Y su sonido agitado
Nos sorprendió, bullicioso,
En el lecho silencioso
Donde amantes, beso a beso,
Callada tú, yo travieso,
Lo escuchamos en reposo.
           Despertaba el nuevo día
Sobre montañas y valles,
Pero el granizo en las calles,
Lleno de melancolía,
Nos llenaba de alegría
En el tálamo gozoso,
En el lecho delicioso
Donde amantes, beso a beso,
Callada tú, yo travieso,
Lo escuchamos en reposo.
           Sonaba tras los cristales
Su desafinado ruido,
Su desgarrado sonido,
Sus canciones invernales,
Rozando los ventanales
De nuestro amor rumoroso,
De nuestro palacio hermoso
Donde amantes, beso a beso,
Callada tú, yo travieso,
           Lo escuchamos en reposo.
Así pasaron las horas,
Así la aurora temprana,
Que dio paso a la mañana
Como todas las auroras,
Todas ellas desertoras,
Como el viento perezoso,
Junto al castillo orgulloso
Donde amantes, beso a beso,
Callada tú, yo travieso,
Lo escuchamos en reposo.
           Y por fin llegó la tarde,
Y el crepúsculo y la noche,
Y en un extraño derroche,
Hizo el granizo un alarde,
Porque, tímido y cobarde,
Se puso el sol tembloroso,
Agotado, silencioso
Donde amantes, beso a beso,
Callada tú, yo travieso,
Lo escuchamos en reposo.

Soneto I


           Las alas de los cisnes se encresparon,
Buscando un cielo azul, bello y hermoso,
Y, allí, tú y yo, gozando del reposo
Que tantos parques gratos nos negaron.
           Las horas del crepúsculo llegaron,
Cubiertas por un halo misterioso,
Y aquel lugar sereno y silencioso
Los rayos de su luz iluminaron.
           Las aguas del estanque sosegadas,
Los remos en la mano, con pereza,
Miraron mis pupilas asombradas.
           Detrás de ti las flores, la maleza,
Y, a la pared asidas, anudadas,
Las hiedras de una vieja fortaleza.

Soneto II


           Dormidos ya los viejos abedules,
Me viste despertar en tu regazo,
Soñando asido de tu suave abrazo,
Mis ojos en los tuyos, tan azules.
           Mas no ha de ser así, no disimules,
Que, siendo prisionero de tu brazo,
Me asfixias, convirtiéndote en un lazo:
El nudo que ocultaste tras los tules.
           El velo que lo tapa es tu belleza,
Mas eres tú la muerte y no la vida,
Que nunca en la dulzura hay aspereza..
           El alma de mi cuerpo está dormida,
Y así, soñando tanta ligereza,
Se apaga entre tus brazos, ya vencida.

Soneto III


           Las torres, por la hiedra sepultadas,
Aún muestran su grandeza, no son ruina,
Tesoros grises, piedra numantina,
Tosco sillar, paredes olvidadas.
           Tus curvas, por los años trabajadas,
Son jóvenes y bellas, mas camina,
Que así sabrás que todo se termina:
También las horas viven condenadas.
           La gloria de los viejos monumentos
Acaso crecerá si el tiempo corre:
Su nombre no lo arrastrarán los vientos.
           Mas piensa ahora en el tuyo, no lo borre
La muerte con sus brazos cenicientos,
Que no has de compararte tú a una torre.

Un beso


           Un beso de la boca
De Afrodita
Pudiera redimir a un solitario
Que espera, sin amor,
Los ojos dulces
De una mujer hermosa que lo adore.
           Un beso de la boca
De Afrodita
Pudiera ser la cura del enfermo
Que llora, en soledad,
Sin unos labios
Que vengan a librarlo de su sueño:
           El beso de una diosa es un regalo
Que se ha de agradecer eternamente.

Soneto IV


           Y quise nuevos mares de aventura,
Bandera de esperanza, al ver el cielo,
Y quise ser gorrión, alzar el vuelo,
Y, halcón, volé, alcanzando más altura.
           Después quise la paz, la fuente pura,
Caminos solitarios de consuelo,
Y entonces encontré la nieve, el hielo,
Cuajado de tristeza y de dulzura.
           Mil versos se quedaron en la pluma,
La tinta prisionera en el tintero
Y el alma fatigada del camino.
           El agua de la fuente se hizo espuma,
Y, espuma de los mares, el sendero
Me dio horizontes nuevos por destino.

Soneto V


           Las salvas, los disparos noticieros,
Las armas de los buques acallaron,
Que polvo y telarañas las tomaron
Después de tanto tiempo en astilleros.
           Sus fuegos, agresivos y guerreros,
De pronto enmudecieron, se apagaron,
Y, desde que su estruendo no escucharon,
Brillaron con más fuerza los luceros.
           No fueron un incendio de locura,
Cañones del pirata más valiente,
Las llamas con que ardió la madrugada:
           Rompió la luz, y aquella llama pura
Quebró por fin, ya rota la alborada,
La aurora te hizo paz indiferente.

Soneto VI


           Las hiedras escalaban viejos muros,
Subiendo, piedra a piedra, las almenas
De aquel castillo triste, erguido apenas,
Testigo de los tiempos más oscuros.
           Buscando en las alturas aires puros,
Las cimas alcanzaban, y sus venas,
Cubiertas de hojarascas, vieron llenas
Sus firmes esperanzas, sin apuros.
           Belleza coronada por bellezas,
Su cumbre aquellas hierbas alcanzaron,
Y pronto la vistieron sus malezas.
           Allí los negros cuervos anidaron,
Estirpes de lechuzas y rarezas
Que en estos viejos muros habitaron.

El sol, vencido, moría


           El sol, vencido, moría
En el horizonte incierto,
Cuando llegaban a puerto
Las lanchas sin alegría,
Y una música sombría
Iban cantando los remos,
Roncos, callados, blasfemos,
Que evocaban la tristeza
Al hundirse en la belleza
De un mar que no conocemos.
           El sol, vencido, moría
Al volver los pescadores,
Atrevidos invasores
De un reino negro, sin día,
Que sólo el faro era vía,
Sólo el faro era camino
En ese mundo marino,
Repleto de densidades,
Donde las oscuridades
Traen su hechizo femenino.
           El sol, vencido, moría
Sin pompas y sin alarde,
Y, con él, también la tarde,
Frágil, se desvanecía,
Mientras una sinfonía
Cantaban las caracolas
Que, acordadas por las olas,
Se juntaban al graznido
De una gaviota sin nido
Que lloraba siempre a solas.

Soneto VII


           El vuelo del milano era ligero,
Sobre el paisaje triste, dulce y pardo,
Recuerdo de los sueños de algún bardo,
Un paje, algún juglar o un escudero.
           El diestro cazador era certero:
Certero cuando el sol, cansado y tardo,
Murió con el crepúsculo, y el nardo
Cedió a las rosas negras su sendero.
           El ave, ya sin vida, cayó al prado,
Vencida por las flechas asesinas
De un hábil cazador, pero inclemente.
           También fue nuestro amor un ser alado,
Mas, como un cazador en las colinas,
El hado lo abatió tan de repente.

Soneto VIII


           La lluvia de la tarde se encendía
Rozando fuertemente los cristales,
Y, luego, los hermosos ventanales
Sintieron que el granizo los hería.
           Granizo y lluvia, triste melodía,
Cayeron en torrente, que, invernales,
Las noches y los días, con sus males,
Se hicieron de feroz melancolía.
           La leña que llenaba los desvanes
La llama iba royendo, y sus chasquidos,
Alegres en el aire, eran consuelo.
           Sentada en la butaca, sin afanes,
Mirabas viejos cromos repetidos
Y estampas de los ángeles del cielo.

Los Grisones


           La altura en el cantón
De los Grisones
Parece más altura
Y los picachos,
Los riscos que acarician las estrellas
En esas noches limpias del verano,
Parecen como espadas asesinas
Que pujan por llegar al cielo mismo:
           Las rocas escarpadas
Levantaron
Aquel acantilado como un muro,
Luchando contra el viento, sosteniendo
Con fuerza las columnas de caliza,
Amigas de las lluvias y las nieblas.
Y, al fondo,
Entre las nubes, cada valle,
Cada lugar recóndito en el valle:
           Los prados,
Que madrugan con las nieves;
Los árboles, que duermen silenciosos,
Y arroyos que murmuran y se lanzan
En un salto mortal hacia el vacío.
La altura en el cantón
De los Grisones
Parece más altura y sus picachos,
Los riscos que acarician
Las estrellas
En esas noches limpias del verano,
Parecen como espadas asesinas
Que pujan por llegar al cielo mismo.

Soneto IX


           Las nieves del invierno descendieron
Con lenta majestad, siempre serenas,
Y aquel lugar, manchado de azucenas,
Lloró, mientras sus telas lo cubrieron.
           El hielo fue fraguando y se durmieron
Las aves, los arbustos, las colmenas,
Y, heridos por el viento, sus almenas
Los árboles verdosos desprendieron.
           El hielo del invierno, ese cuchillo,
La lanza cruel, el aire por el viento,
Dejó un desierto sólo, y, a su paso,
           Marcharon la cigüeña, el cervatillo,
Ranúnculos y flores, cuyo aliento
Le dio su último beso a aquel ocaso.

Soneto X


           No puede haber más gozo que mirarte,
Sentir tu aliento fresco, ver tu risa,
La fuerza de tus ojos, aire y brisa,
Que vuelan en tu ser, bello estandarte.
           Tus ojos son blasón, alto baluarte,
Altiva fortaleza cuando pisa
La roca del desdén, que tu sonrisa
Dibuja con pinceles para el arte.
           Las noches son temor, sombras oscuras,
Pensando en tu mirar, terrible hoguera
Que quema el corazón más encendido.
           Los días son también la larga espera,
Soñándote despierto en mis locuras,
Si no es que, fatigado, estoy dormido.

Soneto XI


           Son estas mis mansiones, donde, gratas,
Las horas se me van, nunca despacio,
Son estos mis jardines, mi palacio,
Mis fuentes son y mis escalinatas.
           Tesoros son, y joyas no baratas,
Tus ojos de rubí, jade o topacio,
Tu cuerpo, tu cabello, nunca lacio,
Ensortijadas horcas con que matas.
           Entonces, si eres parte de lo mío,
Diré a la luz del sol que es también mía,
Pues mía es la desdicha de tus quejas.
           Te dejo abandonar mi señorío:
Si quieres libertad, ve con el día
Y deja el oro bello de tus rejas.

Soneto XII


           Las nieblas dominaron el paisaje
Dormido en el silencio aletargado,
Cristal de sueño, un hálito cansado
Sin fuerza, sin bravura, sin coraje.
           Las nubes ocultaron el linaje
De aquellas torres altas, y, nublado,
Calló en silencio el monte, y el collado
Guardó respeto a tal peregrinaje.
           Las nieblas escondieron la nobleza
De aquellas enriscadas que ascendían,
Largo puñal, corona de belleza.
           Torrentes de caliza descendían,
Manchados de humedades y tristeza
Que el cielo arrinconaban y rendían.

Soneto XIII


           Las hojas de los arces se movieron,
Tocadas por el aire humedecido,
El aire del otoño, que, venido,
Dejó morir las hojas que cayeron.
           Las hojas de sus ramas desprendieron
Su cuerpo, que ya pálido y vencido
Tocó las hierbas verdes y, dormido,
Su sueño las heladas desvistieron.
           Cantaban los arroyos: su sonido
Fue como un canto fúnebre, y se oyeron
Las voces de un paisaje conmovido.
           Los árboles, desnudos, se durmieron,
Y, dando su follaje por perdido,
Las hojas, en el aire se esparcieron.

Soneto XIV


           Las hierbas ven al níscalo sagrado
Que nace de la tierra, doloroso,
Y así lo esconden, que es tesoro hermoso
Su cuerpo de coral, bello y rosado,
           El llanto y el dolor de haber brotado
Buscando el sol un día tan lluvioso
Lo dejan fatigado, y, perezoso,
Bosteza alegre, aun bien que está cansado.
           El níscalo es la sangre de la tierra,
Que en ella tiene todo su linaje
Su carne, al tiempo tierna y encarnada.
           Nació buscando al sol, el cielo en guerra,
Y, oculto en las malezas del paisaje,
Aguarda a que se acabe la otoñada.

Soneto XV


           El beso de los mares fue astillero
De aquella vela triste, fatigada,
Herida por los vientos, desgastada,
Tirando con paciencia del velero.
           En él, tu aliento vive prisionero,
Tu boca caprichosa, tu mirada,
Tu larga cabellera, desatada
Al aire juguetón y traicionero.
           Tu voz fue en sueños la piratería
De mares olvidados del Caribe,
Que hoy cruza solamente el sol del día.
           El beso de los mares te recibe
Y queda prisionera tu alegría
En sueños que, al dormir, tu voz describe.

Buque de amor


           Buque de amor hacia
Tus costas mágicas,
Alma sin sombra, luna silenciosa,
Busco tus playas,
Busco tu belleza,
Alma de mar, negándome la orilla.
           Eres el puerto para
El barco verde
Que halla esperanza donde ya no queda,
Siempre luchando
Con la marejada
Que alza sus crestas sobre el cielo oscuro.
           Eres el faro que en la roca alumbra,
Firme, asentado sobre el precipicio.

Soneto XVI


           La lluvia es mensajera de tristeza
Cuando, la tarde atenta a su concierto,
Su ruido nos avisa, arte despierto,
Sonata lastimera sin belleza.
           Después, granizo y nieve, su pereza
La obliga a descansar, momento incierto,
Heridos los paisajes, el desierto
Que fue copioso en su naturaleza.
           Sentado junto al fuego, el alma triste,
Me queda en tu memoria tu sonrisa,
Desnuda ya, tan pura como el hielo.
           La lluvia vuelve y nada se resiste,
Anuncio a la invernada, cuya prisa
Me enfrenta ante el amargo desconsuelo.

Soneto XVII


           Las luces del cabello se apagaron
Al ver un sol sin ley, la frente airada,
Mansión de luz, prisión de la alborada
O cárcel donde, tristes, se agotaron.
           Los fuegos de tus ojos galoparon
El brillo de tu piel, luz y nevada,
Y, agreste su color, alborotada,
Negó su luz a cuantos la miraron.
           La boca quiso el traje de la aurora
Y púsose el vestido que, bermejo,
Antorcha de hermosura, halló a deshora.
           El cuello, el busto, fueron un espejo
En el arroyo donde el alma llora
Y pierde la razón todo consejo.

Alborada


           Dicen que la aurora es mujer:
           Su boca sonrosada nos despierta,
Sonrisa amable, cuando el horizonte
Se empaña de colores luminosos.
Las brisas de sus labios, en el aire,
Nos rozan, juveniles, como el beso
Que ofrece la dulzura de un amante.
           Dicen que la aurora es mujer:
           Sorprende a los pesqueros que navegan
En esos mares llenos de belleza
Y, a veces, de desgracias e infortunios.
Los más madrugadores la saludan
Y siguen, como siempre, su camino,
Al tiempo que se extienden sus colores.

Soneto XVIII


           Las minas que se encienden en tu cuello,
La plata con el oro, ambos mezclados,
Tal vez piedra caliza, acantilados,
Montañas son, reflejo de un destello.
           Con el amanecer, sereno y bello,
Enseñan siempre diáfanos los prados,
Las flores blancas, lirios encarnados,
Manchados por los oros del cabello.
           En ese cuello tuyo son granizos
Y nieves y hasta escarchas invernizas,
Embrujo acaso, mágicos hechizos,
           El blanco de los hielos, las calizas,
Las nubes perezosas de tus rizos,
La luz de los ocasos, sus cenizas.


2006 © José Ramón Muñiz Álvarez
"El libro de los fresnos"
Todos los derechos reservados.

EL LIBRO DE LOS FRESNOS (II)

El libro de los fresnos

      
El libro de los fresnos
Es un cuaderno mágico y secreto
Que nace en lo profundo del espíritu.
      
Sus hojas son poesía
Que llora las ausencias de la amada
O el beso repentino del crepúsculo.
      
A veces dulces lágrimas
Se escapan de los párpados cansados
Del triste corazón que en él escribe.
      
Así los manantiales
Podrán saciar la sed del caminante
Que pierde el tiempo oyendo sus palabras.

Soneto XIX

      
Pudiste ser antorcha y ser nevada,
Palabra sin verdad, mar inconstante,
Ocaso bello, brújula inquietante,
Por ser una certera puñalada.
      
Infierno y cielo, negra la mirada,
Espejo de color, oro brillante,
Bastión terrible, fuiste, en un instante,
Prisiones de la noche más cerrada.
      
La fiera vive en ti, garras de acero,
Ataque del leopardo, fortaleza,
Espíritu del aire traicionero.
      
Mezclaste amor y fuego a tu belleza,
Ballesta tu mirada, que el arquero
Dispara con valor y con destreza.

Soneto XX

      
Los cauces desbordaron de tu frente
En su galope rápido, aquel día,
Las yeguas que bordaron la alegría
Del rizo alborotado al sol ardiente.
      
Arroyos de cristal, clara corriente,
Cayendo por los riscos, pura y fría,
Espuma fue en su rostro y luz del día,
El agua de aquel mágico torrente.
      
El sol nació, pintor de su blancura,
Autor del lienzo claro de tu risa,
Su gracia y su color, clara pintura.
      
Las crines despeinó al nacer la brisa
Y, rápida en tu frente, el agua pura,
La luz del sol tu luna hizo precisa.

Soneto XXI

      
El buque de los mares de tus ojos
Cruzó el espacio inmenso, las arenas,
Las rocas, las escarchas, las cadenas
Que unieron cielo y tierra a sus antojos.
      
Buscándome, buscando mis despojos,
Mis llantos, mis dolores y mis penas,
Echaron sus raíces en las venas
Para apagar su sed y sus enojos.
      
Y hallóme enfermo y triste en este lecho
De amarga soledad donde moría
Envuelto en las penurias del despecho,
      
Vencido por la sombra, siempre fría,
Que hiende sus venablos sin provecho
Y hiere con su cruel melancolía.

Soneto XXII

      
Dejad que vaya al aire la inocencia
Si al aire pertenece, que su aliento,
Su voz febril, manchada por el viento
No mancha con su blanca transparencia.
      
Que vuele la verdad si la prudencia
No quiere consentirla, pues, atento,
El aire, siempre limpio, está contento
De darle más amor con más paciencia.
      
Más pura lucirá si va en sus alas
La luz que aquí las sombras no quisieron,
Y vestirá su luz mayores galas.
      
Dejad que vuelva donde la nacieron,
Que vuele a sus espacios, a sus salas,
Y luzca los vestidos que le hicieron.

Soneto XXIII

      
Hacienda donde el sol duerme su sueño
Es tu pupila, azul, pero brillante,
Lucero que se asoma en un instante
En un reino de sombra del que es dueño.
      
Un rayo que cruzó, gorrión pequeño,
El aire de la noche, estrella errante,
Palabra de cristal, voz semejante,
Alegre y marinera, se hizo empeño.
      
Palacios en los pórfidos oscuros,
Granitos bellos, siglos de belleza
Que el aire embruja siempre con su hechizo,
      
Tus ojos no son claros, pero, puros,
Alegres brillan, muestran la tristeza
Del ruiseñor que escapa del granizo.

Soneto XXIV

      
La espuma hirió en el mar aquel vencejo
De luces y de sombras, cuando el día,
Pincel azul, rasgó la brisa fría
Como una flecha cae, venablo viejo.
      
El alba vio cuando alcanzó el reflejo
Que, alegre, en lo lejano se encendía,
Corales, sierras, montes de alegría
Que el cielo hizo más bellos en su espejo.
      
El oro tuvo gracia soberana
Al ser corona bella de la frente
Que vino a hacer más clara la mañana.
      
La espuma, el alba, el oro vio la fuente,
El mar la sierra, donde la alazana
La luz vertió en el agua transparente.

Soneto XXV

      
Diadema de la aurora en el momento
Que rompe en luz el sol, rara cascada,
Su fuego y su color, que, iluminada,
Incendio es de pasión, puro contento,
      
No pudo ser más dulce que tu aliento
El aire que corrió con la alborada,
Ni pudo ser más blanca alborotada,
Que quiso iluminar el firmamento.
      
Tus voces, tus palabras, la impaciencia
Un mar de caracolas enseñaron,
Callado tu mirar, pura inocencia.
      
Tus ojos, tus miradas, la vehemencia
En ellos las estrellas condenaron,
Envidia sombras de la ausencia.


2006 © José Ramón Muñiz Álvarez
"El libro de los fresnos"
Todos los derechos reservados.

viernes, 25 de mayo de 2012

LETRILLAS

EL CABALLERO Y EL DRAGÓN

1

¿Por qué duermes, caballero?
Vamos, apura, despierta,
levanta en la noche incierta,
ve y desenvaina el acero.
¿Aun no has llegado al sendero?
Álzate ya, por tu vida,
toma la rienda enseguida,
que tu caballo se apure,
que poco tu viaje dure,
que nada llegar te impida.

2

Corre entre densas nevadas
antes que nazca la aurora,
y, corriendo sin demora,
cruza sierras escarpadas.
Y, si las luces doradas
buscan, dichosas, el cielo,
olvida la luz y el hielo,
y, al apurar tu camino,
ve buscando tu destino,
siempre falto de consuelo.

3

Que mientras nacen colores,
y el sol alegre se encumbra,
la princesa, en la penumbra,
pena sus muchos dolores.
Que más mustia que las flores
la verá la luz del día
en esa prisión sombría
donde llora, secuestrada,
que el dragón, de madrugada,
la llevó a su cueva fría.

4

No pierdas tiempo y camina
por los extraños senderos,
y en la noche los luceros
de alguna estrella imagina,
que, ya en la región vecina,
llora la triste mujer,
desconsolada al saber
que el dragón la ha capturado,
y, colorín colorado,
olvida el amor de ayer…

ASTILLERO DE LOS MARES

1

No importa el azote frío
de la espuma y de los vientos,
ni los cañones violentos
en el paisaje sombrío.
El sable blande con brío
el airado bucanero
donde admira el astillero
de los mares el amor.

2

Y diré que es más agudo
el ingenio que el pirata
en su mirada retrata,
bajo su rostro barbudo.
Y, arrogante y corajudo,
desnudo tiene el acero,
donde admira el astillero
de los mares el amor.

3

Y, en los mares del Caribe,
ante fuertes tempestades,
no lamenta soledades
ni sus penurias describe:
cada golpe que recibe
lo contempla pendenciero,
donde admira el astillero
de los mares el amor.

4

No puede, pero lo intenta,
con su fe y su gallardía,
derrotar la brisa fría,
sufrir la grave tormenta.
Y es que nunca desalienta
el valiente marinero,
donde admira el astillero
de los mares el amor.

5

Como el caballo en la sierra,
si en la sierra se encabrita,
una goleta se agita
sin hallar puerto ni tierra.
No se engolfa en plena guerra
ni esconde su duro acero,
donde admira el astillero
de los mares el amor.

DEJA QUE MIRE, PERPLEJO

1

Deja que mire, perplejo,
el coral de tu mirada,
raro cristal de la helada
cuando del sol es reflejo,
porque nace el oro viejo
del sol claro en tu mirar;
porque renace en el mar
el color del sol naciente,
donde lo miras, luciente,
perezoso al bostezar.

2

Deja que tristes agravios
sueñe, doliente, mi calma,
cuando perdida ya el alma,
es esclava de tus labios,
si no son consejos sabios
los que acabo de escuchar;
si es que renace en el mar
el color del sol naciente,
donde lo miras, luciente,
perezoso al bostezar.

3

Deja que, fiel y engañado,
imagine lo que quiera,
y que tu beso prefiera
a no verme condenado,
cuando, pensándome amado,
se me ocurra despertar;
cuando renazca en el mar
el color del sol naciente,
donde lo miras, luciente,
perezoso al bostezar.

4

Deja que viva de sueños
y me pierda en la esperanza
del loco que nunca alcanza
los placeres más pequeños,
donde tus ojos son dueños
con su raro crepitar,
donde renace en el mar
el color del sol naciente,
donde lo miras, luciente,
perezoso al bostezar.

NIEVE EN LAS URBES

1

Nació febril la alborada
para admirar la hermosura
de la clara nieve pura
sobre el asfalto cuajada.
Y, mostrando a la mirada
su luz y su claridad,
bajo una sábana blanca
se descubrió la ciudad.

2

Y en los altos ventanales
de las viejas oficinas,
quedaron pavesas finas
de las nieves invernales.
Alborada de corales
fue aquella aurora, en verdad,
bajo una sábana blanca,
descubriendo la ciudad.

3

Los parques, también helados,
vieron heladas las fuentes,
y eran cristales lucientes
los jardines bien cuidados.
Y los niños, asombrados,
con su gran ingenuidad,
bajo una sábana blanca,
contemplaron la ciudad.

ENTRE ESPUMAS Y CORALES

1

Donde despierta lozano
con un bostezo gozoso,
se remansa, perezoso,
en un sueño soberano,
ese mar, aunque lejano,
esa orilla, que, callada,
ve, tras la clara alborada,
entre espumas y corales,
esos brillos matinales
en la playa abandonada.

2

Y corre los altos cielos
ese brillo vuelto en llama,
donde alegre se derrama
desde la altura a los suelos,
al quebrar los raros velos,
al romper la noche airada
que se escapa, derrotada,
entre espumas y corales,
por los brillos matinales
en la playa abandonada.

EL DESTIERRO DEL OLVIDO

1

Trovador de gran maestría
en los pueblos más sencillos,
el sol, con sus raros brillos,
lo ha llenado de alegría:
no importa la brisa fría,
si otros tangos le han venido
tan dichosos a sus labios,
al llevarlos el olvido.

2

Y, amante de la Cabrera
y del idílico Bierzo,
el sol halla en un esfuerzo,
al mediar la primavera.
Y ya la estrella primera
en el cielo se ha encendido,
las canciones escuchando
que le dedica al olvido.

3

Llegado de la Argentina
a un continente ya viejo,
a la tarde, el sol bermejo
con su llama lo ilumina.
Y canciones imagina,
al mirar el sol vencido,
que se abrasan en sus labios
al llevarlos el olvido.

4

Beber sabe su Godello,
si en La Torre se le ofrece,
cuando vencido parece
el luminoso destello.
Y, siendo el momento bello,
mirando un sol escondido,
tan dichosos a sus labios
nuevos versos le han venido.

5

Y mil recuerdos que afloran
junto al pueblo más pequeño
si, al pasar el tren Quereño,
sus paisajes lo enamoran.
Porque nunca se demoran
la emoción de lo vivido
y los recuerdos que vuelven
del destierro del olvido.

2011 © José Ramón Muñiz Álvarez




jueves, 24 de mayo de 2012

LOS PIRATAS DEL CARIBE

José Ramón Muñiz Álvarez
“LOS PIRATAS DEL CARIBE” O “EL BAJEL AMENAZADO”
(composición  representable de carácter
breve y de temática
marina)


NARRADOR-. El bello brillo bermejo
apareció, incandescente,
mientras un mar, impaciente,
se bañaba en oro viejo.
Y quiso el raudo reflejo
de aquella aurora de plata,
que viera el barco pirata
otra nave, otro navío,
que navegaba con brío
donde el viento se desata.

Era un hermoso navío
del virrey de Nueva España,
que empujaba, sin gran saña,
al correr, el viento frío.
La vela hinchaba con brío
al nacer la aurora vana.
Por eso aquella mañana
que trajo la brisa fría
la voz oyó del vigía,
que gritando se devana.

VIGÍA-. ¡Capitán, barco a la vista!
¡Tiene la enseña del rey!
CAPITÁN-. ¡La goleta del virrey
es lo que lejos se avista!
VIGÍA-.¡No es necedad quimerista
lo que acabamos de ver!
PIRATA-. ¡Pues no hay tiempo que perder,
que se ofrece un buen botín!
TIMONEL-. ¡Iremos por él, al fin,
que lo habrá que sorprender!

CAPITÁN-. ¡De nuevo corren los vientos!
¡Largad la vela mayor!
VIGÍA-. ¡Hay que virar a estribor
y estar siempre bien atentos!
CORSARIO-. ¡Yo, con los labios sedientos,
cansado estoy de este viaje!
GRUMETE-. ¡Por fin digo, con coraje,
que tendremos mejor suerte!
PIRATA-. ¡No le temáis a la muerte
y vamos al abordaje!

TIMONEL-. ¡Preparad bien los cañones
y desplegad ya las velas!
CORSARIO-. ¡Por qué causa te recelas!
¡No eres de los bravucones!
BORRACHO-. ¡Adelante! ¡Las naciones
temerán nuestra bravura!
VIGÍA-. ¡Mirad cómo se apresura
el miserable bajel!
PIRATA-. ¡No ha de escaparse, a por él,
que ese ya es presa segura!

BORRACHO-. ¡Ese buque está perdido,
de modo que a darle caza!
CORSARIO-. ¡Somos del mar la amenaza
que jamás se ha conocido!
GRUMETE-. ¡Con el enojo encendido,
quiero sangre esta mañana!
COCINERO-. ¡Ese palo de mesana,
que no quiero yo escorarme!
PIRATA-. ¡Venga, dejad de gritarme,
que hoy de lucha tengo gana!

CORSARIO-. ¡No haremos hoy prisioneros,
que hacerlos es algo vano!
PIRATA-. ¡Les sacaré con mi mano
todo el oro y sus dineros!
TIMONEL-. ¡Adelante, bucaneros,
a la caza del tesoro!
GRUMETE-. ¡Es buen barco y mejor oro
el que podemos ganar!
VIGÍA-. ¡Los tenemos que abordar,
y coger al comodoro!

NARRADOR-. La luz de la aurora bella
daba rienda al nuevo día,
que ya la noche sombría
murmuraba su querella.
Y, al morir, la última estrella
se borraba por la altura,
que la sombra más oscura
se diluyó, ola con ola,
donde la nave española
vio el peligro que la apura.

Y en ésta dos oficiales,
contemplando la alborada,
miraban la luz dorada
de los brillos matinales;
mas los fuegos celestiales
del prodigioso lucero
aquel barco bucanero
descubrieron en el mar,
que, al quererlos abordar,
se acercaba pendenciero.

OFICIAL 1-. Siempre son bellos los mares,
si se respira esta paz…
OFICIAL 2-. Mas dura es la tempestad
en tan extraños lugares…
COMODORO-. El destino y sus azares,
cosa que no se concibe…
MARINERO 1-. El destino siempre escribe
a su gusto y su capricho.
MARINERO 2-. Es lo que siempre se ha dicho
en los mares del Caribe.

OFICIAL 2-. Mas ya amanece y el cielo
nos enseña su belleza.
COMODORO-. Otro día al fin empieza
y el sol brinda su consuelo.
MARINERO 1-. La gaviota, con su vuelo,
sabe buscar bien la tierra.
MARINERO 2-. ¿Es ese un buque de guerra
que se divisa a lo lejos?
OFICIAL 1-. ¡Eso, entre raros reflejos,
son piratas de Inglaterra…!

COMODORO-. ¡Ahora me asalta la duda
de si es un barco pirata!
OFICIAL 1-. ¡Quieren robarnos la plata,
si es que el diablo los ayuda!
OFICIAL 2-. Pues la inteligencia aguda
debe sacarnos del trance.
MARINERO 2-. ¡Aquí tendremos un lance,
de no escapar con gran prisa!
MARINERO 1-. Esta brisa nos avisa
de que tendremos percance.

OFICIAL 1-. ¡Prepararse es necesario,
que acaba de amanecer!
MARINERO 1 -. ¡No es correcto enmudecer,
que ese es un barco corsario!
MARINERO 2-. ¡Un valor extraordinario
es enfrentarse a esta gente!
OFICIAL 2-. ¿Tenemos que hacerles frente?
Escapar es más sencillo.
COMODORO-. ¡Id de la popa al castillo…!
¡Navegad contra corriente!

MARINERO 1-. ¡¡Es suicidio el combatir,
que no compensa luchar!!
MARINERO 2-. ¡Si solo quieren robar,
nos podríamos rendir!
COMODORO-. ¡Lo que acabáis de decir
daremos por no escuchado!
OFICIAL 1-. ¡Todo ha de estar preparado
para cuando luzca el sol!
OFICIAL 2-. ¡Por el Imperio Español
moriremos de buen grado!

NARRADOR-. De modo que la mañana,
con sus luces y sus brillos,
elevando sus castillos
sobre el palo de mesana,
descubrió, de buena gana,
con el resplandor del día
aquella piratería
que, celosa del botín,
forzaba su bergantín
con orgullo y osadía.

GRUMETE-. ¡Tendrán cena suculenta
barracudas y marrajos!
VIGÍA-. ¡Tendrán buenos agasajos
y una pitanza sangrienta!
PIRATA-. ¿Se nos escapa? ¿Qué intenta,
que parece que ha virado?
TIMONEL-. ¡Que se rinde, acobardado,
por temor a este combate!
CORSARIO-. ¡Con las olas se debate,
sabiendo que hemos ganado!

CAPITÁN-. ¡Quieren luchar, son valientes,
que se acercan combativos…!
¡Mas nosotros, agresivos,
podremos con esas gentes!
¡No temáis, pues, inocentes,
al enfrentar la batalla,
se acercan a esta canalla
de piratas sin igual,
que les darán mal final,
delante de aquella playa!

COCINERO-. ¡Un barco español parece,
por mis barbas de pirata!
BORRACHO-. ¡Vendrá cargado de plata,
que es botín que me apetece!
COCINERO-. ¡Oro, tal vez, pues parece
que ese barco es de realeza!
BORRACHO-. ¡Yo pienso que con torpeza
buscan por donde escapar!
COCINERO-. ¡Esa gente ha de pagar
en oro, pieza por pieza!

BORRACHO-. Hemos siempre de imponer
en el mar nuestro derecho.
COCINERO-. Los piratas, al acecho,
buscan botín con placer.
CORSARIO-. Bien sabéis qué se ha de hacer
con el botín capturado.
GRUMETE-. ¡Pues vamos a lo mandado,
que solo queda luchar!
VIGÍA-. ¡Más bravura hay en el mar
que en el suelo conquistado…!

NARRADOR-. Y el viejo barco orgulloso,
que con orgullo enarbola
la vieja enseña española,
se acercaba, valeroso.
Mas, dejando su reposo,
sabiendo lo que ocurría,
llegó, con gran bizarría,
la sobrina del virrey,
quien, apelando a la ley,
sus razones discurría.

ESPOSA-. ¡He de decir, oficial,
que es la vuestra empresa mala,
porque, faltando a la gala,
dais las órdenes muy mal!
OFICIAL 1-. ¡Este momento fatal
requiere de gran cuidado,
y a tal estoy obligado,
que lo quiere la nación!
OFICIAL 2-. ¡Cumple con su obligación,
que es lo que tiene mandado!

ESPOSA-. ¡Enfrentarse es peligroso
a gente tan alevosa!
¡Si queréis morir es cosa
que no me resta reposo.
Mas, en México, mi esposo,
esperando mi llegada,
no quiere que asesinada
caiga muerta su mujer!
OFICIAL 2-. ¡No lo queréis comprender,
que es situación apurada!

ESPOSA-. ¡Os digo, y es de razón,
que nos demos a la fuga,
que es cosa que se conjuga
con la mejor intención.
El orgullo y la nación
esperarán su momento:
bajo el ancho firmamento,
nos daremos, enseguida,
al escape, y, en la huída,
será nuestro amigo el viento!

NARRADOR-. Oyendo lo que decía
aquella dama enojada,
preparó la retirada,
al nacer el alba fría,
el oficial que quería
enfrentarse en la batalla
para obtener la medalla
que se concede al valor,
cuando oyeron, con pavor,
que gritaba la canalla.

TIMONEL-. ¡Se nos van los muy cobardes,
que modifican el rumbo,
y, ante tal cosa sucumbo,
después de tales alardes!
VIGÍA-. ¡Será mejor que te guardes
de admirarte, cosas raras
suelen las gentes avaras
por no soltar sus dineros!
CORSARIO-. ¡Temen a los bucaneros
en estas mañanas claras!

Mas no es esto muy sensato
entre gentes marineras!
GRUMETE-. ¡Quieren fugarse de veras,
dejados a su arrebato,
mas no tendrán mejor trato
por tamaña cobardía!
PIRATA-. ¡Morirán, por vida mía,
sufriendo el mayor dolor,
que no es mostrar gran honor
escapar con osadía!

CAPITÁN-. ¡Han de morir a mis manos,
tras acción tan enojosa,
que es la ocasión bochornosa
en los mares soberanos!
BORRACHO-. ¡Alcanzaremos, ufanos
A esa gentuza endiablada
que se escapa, acobardada,
huyendo nuestra dureza!
COCINERO-. ¡La luz del alba bosteza!
¡No verán otra alborada!
¡Hemos pues de castigarlos
con la muerte más terrible!

NARRADOR-. Y, viendo que era posible
escaparse y evitarlos,
procuraron esquivarlos
y buscar otros lugares.
MARINERO 1-. ¡Buscaremos otros mares
y estaremos al abrigo,
puesto que yo soy testigo
de tan raros avatares!

MARINERO 2-. ¡Hemos de salir airosos
de la ocasión complicada,
pues no nos pasará nada
si somos los más juiciosos!
COMODORO-. ¡Son cobardes temerosos
estos rudos marineros
que temen a bucaneros
que apenas saben luchar!
OFICIAL 1-. ¡Tiene su peligro el mar
en estos reinos costeros.

Son los mares del virrey,
de canallas infestados!
OFICIAL 2-. ¡Son los mares apartados
donde no rige la ley,
pues, sin gobierno ni rey,
zona es de libertinaje!
ESPOSA-. Gracias dad a mi coraje,
que podremos escapar,
ya que tan ancho es el mar
como extenso su paisaje.

NARRADOR-. Los piratas, enojados,
gente ruda y con maldad,
mostraban gran ansiedad,
juraban malhumorados.
Eran nombres poco honrados
que, buscaban, con despecho,
darle rienda al duro pecho
y mostrar su negra entraña,
pues, teniendo buena maña,
reclamaban su derecho.

CAPITÁN-. ¡Preparad esos cañones,
que los vamos a abordar!
COCINERO-. ¡No dejéis de navegar,
mis bandidos y bribones!
GRUMETE-. ¡Que soplen los aquilones,
que esta empresa bien promete!
BORRACHO-. ¡No te pares tú, grumete,
y trae ron de la sentina!
PIRATA-. ¡Esto me da mala espina!
¡Si ya estás borracho, vete!

BORRACHO-. ¡No hay buena vida sin ron
ni placer sin la bebida!
VIGÍA (brioso)-. ¡Los cañones, en seguida!
GRUMETE-. ¡Vamos, que tiene razón!
CORSARIO-. ¡Lista ya la munición,
disparad el cañonazo,
que en los mares del Sargazo
no existe un bajel mejor!
VIGÍA-. ¡Esa pólvora!
BORRACHO-. ¡Licor!
CAPITÁN-. ¡Borradlos ya de un plumazo!

NARRADOR-. Y en el bajel español
se asustaban las doncellas,
que, con lánguidas querellas,
miran al cielo y al sol.
Bebe su ración de alcohol
un marino carcamal,
y es que el primer oficial
se muestra atemorizado,
y, viéndolo en este estado,
todo parece estar mal.

OFICIAL 1-. Si se levanta la bruma
nos daremos por salvados.
OFICIAL 2-. Hemos de estar preparados
entre estos mares de espuma.
MARINERO 1-. Es ocasión que me abruma
este estado peligroso.
MARINERO 2-. Mas tenemos cielo hermoso
y las nieblas no vendrán.
COMODORO-. Ese viejo capitán
es un pirata famoso.

DAMA 1-. ¿Pero qué ocurre, señores,
que tenemos este ruido?
DAMA 2-. ¿Tanto grito estremecido,
cuando llegan los albores?
MARINERO 2-. ¡Son esos merodeadores,
gente cruel, hija del mal!
DAMA 2-. ¿Ese pirata fatal,
siempre cruel, es quien nos sigue?
COMODORO-. ¡A su gusto nos persigue,
pero le saldrá muy mal!

MARINERO 1-. ¡Malditos filibusteros
Nacidos de mala madre!
MARINERO 2-. ¡ No conocen ni a su padre
los terribles bucaneros!
DAMA 1-. Con sus ligeros veleros,
siempre en esta inmensidad,
con su gran ferocidad,
atacan a los navíos,
sin importarles los fríos,
el viento y la tempestad…

ESPOSA-. Esos odiosos bandidos,
sin piedad, atemorizan
esos mares que se rizan
con sus golpes y bramidos.
DAMA 2-. ¡Son perversos resentidos
y malvados criminales!
DAMA 1-. Mas los códigos legales
de nuestro buen soberano
los condenan, que, no en vano,
pagarán daños y males.

DAMA 1-. ¡Si volase la neblina
y cerrase, afortunada,
su cortina enmarañada,
como noche blanquecina…!
DAMA 2-. ¡Es una ocasión mezquina
que me rompe el corazón!
COMODORO-. ¡Preparemos el cañón
contra la piratería!
MARINERO 1-. ¡Cielos, no, por vida mía,
que se acerca ese galeón!

OFICIAL 1-. ¡Entraremos en combate
con esa gente endiablada!
OFICIAL 2-. ¡Mala ocasión la alborada
nos regala de remate!
DAMA 1-. Ya mi pecho se debate
entre la furia y el llanto.
MARINERO 2-. ¡Son los piratas!¡Qué espanto,
pues me infunden gran dolor!
PRIMER OFICIAL-. ¡Esta batalla será
como aquella de Lepanto…!

NARRADOR-. Mas no lejos de la playa
donde la luz de aquel día
halló cómo se encendía
cada gente en la batalla,
centinela en la atalaya,
pudo ver, desde el baluarte,
cómo el odioso estandarte
de los piratas malvados
levantaban, agitados
los vientos de parte a parte.

Y, alarmado, oyó sonidos
de cañonazos potentes,
que, gallardos y valientes,
no se dieron por vencidos,
y, como siempre aguerridos,
combatieron, orgullosos,
los españoles briosos
con tanto filibustero
como llena el mar entero
en los mares calurosos.

CENTINELA-. ¿Pero qué ocurre, Dios santo,
que hay ese ruido en el mar?
TENIENTE-. ¡Me acabo de despertar
escuchando tal espanto!
SOLDADO 1-. ¡Menudo escándalo!
GUARDIA-. ¡Tanto!
¡Me ha cogido en un bostezo!
SOLDADO 2-. ¡A pensar que es grave empiezo,
que no ha de ser buena cosa!
GUARDIA-. ¡Es la andanada ruidosa
que señala un mal tropiezo!

CENTINELA-. ¡Pues quedo yo sorprendido
por semejante alboroto!
SOLDADO 1-. ¡Yo, que estoy de sueño roto,
con gran prisa me he venido!
SOLDADO 2-. ¡Digo yo que ese sonido
es, sin duda, algún disparo!
TENIENTE-. ¡Aquí me parece raro
que haya cosa semejante!
GUARDIA-. ¡Otra vez! ¡Es delirante!
¡Miraremos sin reparo!

CENTINELA-. ¡Es un sonido violento
que suena en aquella parte!
SOLDADO 1-. ¡No atacarán un baluarte
tan altivo, en un intento!
SOLDADO 2-. ¡Es esa nave que el viento
Empuja con gran violencia!
GUARDIA-. ¡Es allí! ¡Vaya pendencia
de piratas atrevidos!
TENIENTE-. ¡Sus disparos repetidos
los disparan sin conciencia!

CENTINELA-. ¡Allí están, los puedo ver!
¡Y no es lejos la batalla!
SOLDADO 2-. ¡Subamos a la atalaya
para poderlo saber!
SOLDADO 1-. ¡Acaba de amanecer
en mares adormecidos!
GUARDIA-. ¡Los disparos advertidos
se dirigen a esa nave…!
CENTINELA-. ¡Qué ocurrirá!
TENIENTE-. ¡Quién lo sabe!
¡Si es que estábamos dormidos!

CENTINELA-. ¡Hay que alarmar a la gente
y que toda tropa acuda!
TENIENTE-. ¡Será precisa esa ayuda
y que asista el más valiente!
GUARDIA-. ¡No es un ataque corriente,
pues cerca queda la orilla!
SOLDADO 1-. ¿No es cosa que maravilla
el que sean tan osados?
SOLDADO 2-. ¡Son piratas arrojados
por su nación con mancilla!

CENTINELA-. ¿Una nave de Inglaterra
puede ser su galeón?
SOLDADO 2-. ¡Son de la pérfida Albión!
¡Siempre están buscando guerra!
SOLDADO 1-. ¡Mi compañero no yerra,
a razón de lo que veo!
GUARDIA-. ¡Ingleses, por lo que creo,
han venido aquí a robar!
TENIENTE-. ¡Los habrá que ajusticiar,
que ese es mi mayor deseo!

CENTINELA-. ¿La goleta del virrey
no es la que están atacando?
SOLDADO 1-. No lo sé, yo estoy dudando.
SOLDADO 2-. Poco respetan la ley.
GUARDIA-. Gente son de baja grey
esos piratas mezquinos.
TENIENTE-. ¡Recorred pues los caminos
y avisad a todo el mundo!
SOLDADO 1-. ¡Será cosa de un segundo!
SOLDADO 2-. ¡Vendrán todos los vecinos!

TENIENTE-. ¡En esa goleta viaja
del buen virrey la sobrina!
SOLDADO 2-. ¡Bella mujer!
GUARDIA-. ¡Es divina!
¡Pero nunca se rebaja!
SOLDADO 1-. ¡Poca cosa me relaja
esa gentuza plebeya!
GUARDIA-. ¡Por esa muchacha bella
pedirán alto rescate!
CENTINELA-. ¡No ha de quedar en empate
la batalla, si es que es ella!

2012 © José Ramón Muñiz Álvarez
 “Los piratas del Caribe” o “el bajel amenazado”.