SONETOS PARA SORIA
SONETO I
Dedicado a José María Martínez
Laseca
Los campos, donde corre alegre el
Duero,
en paz encontraréis, pues, en
su hechizo,
se olvidan de la nieve, del
granizo,
del viento algunas veces
justiciero.
El alba vendrá pronto, y su lucero
el cielo hará más bello con
su rizo,
sabiendo que el milagro se
deshizo
y al sol viendo más claro y
verdadero.
La brisa, en la vereda castellana,
los chopos sentirán, siempre
sencilla,
cansados de calor y con
desgana.
Y Soria arderá alegre donde brilla
un beso repentino, a la
mañana,
al desbocar su luz sobre la
orilla.
SONETO II
Dedicado a Andrés Martín Domínguez
Es Soria, en el delirio del
verano,
un leño ardiendo, hoguera de
pasiones,
rincón para los viejos
caserones,
cuartel que habita el noble
castellano.
La nieve la amenaza, pero en vano,
y el sol la ataca, cuando sus
bastiones
admiran de ese Duero las
canciones
cansadas de su curso por el
llano.
Al tiempo la hallaréis cálida y fría,
desde el enero hasta la
Sanjuanada,
mezclando a la belleza la
alegría.
Es tierra para el sol y la nevada,
amante del valor y la poesía,
del toro y de la luz de la
alborada.
SONETO III
Dedicado a Mercedes Verde
Ciria
Viñedos de un color que, peregrino,
el Duero alcanza, dándoles su
riego,
pintar con oro hermoso pudo
el fuego
que quiso de la tierra el
rico vino.
El oro halló abundante en el camino,
coral sin mar, destello acaso
ciego,
que, siempre generosa, atenta
al ruego,
la vid enseña al aire
repentino.
Las horas correrán, y los sarmientos
querrán mostrar su gracia y
abundancia,
su brillo, su hermosura en
los licores.
No esperan los otoños cenicientos
a derramar su llanto y su
fragancia,
sus lluvias y sus vientos,
sus olores.
SONETO IV
Dedicado a Elisa Lafuente
Aguilar
El oro entre los campos encendido,
heraldo caprichoso a la
aventura,
discreto como arroyo, su
hermosura
mostró con su color
envejecido.
Bermejo es su color y su sonido
apenas se percibe, si
murmura,
sin levantar la voz, la
conjetura
de fatigar su curso dolorido.
Dorado, majestuoso, siempre bello,
por Soria, aunque cargado de
fatiga,
hermano de la luna y su
destello,
el agua deja al cauce que la abriga,
peinando de sus ondas el
cabello
y el riego da al lugar que la
mendiga.
SONETO V
Dedicado a Javier Lafuente
Memorias de la orilla con la aurora
que suelta sus overos en la
altura
podrá admirar el alma que se
apura
cuando sus rayos, rápida,
atesora.
Las luces pronunciadas con demora
podrán, tras una noche tan
oscura,
jugar, en una mágica
aventura,
a ser del aire planta
trepadora.
El Duero por susurro en la vereda
las aves soñarán, al primer
rayo,
si no es la brisa dulce en la
Alameda.
Y el sol correrá el cielo en su
caballo,
cazando sombras, al morir la
veda,
tomando al horizonte por
lacayo.
SONETO VI
Dedicado a Inmaculada Sutil
En Arcos de San Juan dejó su brillo
la luz del sol, corriendo el
alto cielo,
que donde las escarchas todo
el suelo,
también la luz lo cubre en su
castillo.
Reflejo de un relámpago sencillo
que ardió febril en repentino
vuelo,
bermejos desató libres del
hielo,
cruzando en los espacios su
pasillo.
Y blanco vio el paisaje y el granizo
la luz de la alborada al ver
el día,
mirando el horizonte en lo
lejano.
Milagro fue su luz, el raro hechizo
que suele despertar la brisa
fría
que el fuego enciende alegre
y soberano.
SONETO VIII
Para Inmaculada Codovilla
La ermita miran, al
correr el Duero,
las aguas rumorosas que, tranquila,
la luna ve correr, si las vigila,
queriendo ver en ellas su lucero.
Y no es la peña
elogio lisonjero,
si el alba en las alturas espabila,
cuando alza sus dorados y los hila
en un tapiz de luz siempre ligero.
Y espera siglos hoy,
siempre callada,
la vieja construcción que conmemora
los tiempos de piedad, mas ya pasados.
Un brillo de coral
fue la alborada,
un grito de fervor la bella aurora
que San Saturio admira, entre dorados.
SONETO IX
Para Paula Capa Sanz
La luz del sol
montar quiso la seda
de los corceles raudos, que, radiantes,
los cielos recorrieron y, brillantes,
el llano coronando y la arboleda.
Más bella, más
hermosa la vereda,
al brillo de la aurora unos instantes,
hallaron, al llegar, los visitantes,
cruzando, sin apuro, la Alameda.
No lejos se llenó de
brisa fría
el suelo de la tierra castellana,
regada por los mágicos deshielos.
El alba la luz quiso
con el día
y trajo a las alturas la mañana
que teje la belleza de los cielos.
SONETO X
Dedicado a María Dolores Gómez
El oro de los campos
la alborada
miró con gran temor y desconsuelo,
cabriolas dibujando en ese cielo
que brilla en la lejana balconada.
La tierra halló de
Soria desolada
por la estación más seca, cuyo duelo
anuncian los otoños con el hielo
que sabe a su capricho la invernada.
No falta mucho ya
para el granizo
y pronto apurará su blanco hermoso
la nieve que desciende de la altura.
Hermosos son los
brillos del hechizo
que admiran los sorianos en reposo,
si cae la nieve en una noche oscura.
SONETO XI
Dedicado a José María Andaluz Romanillos
El vino de más
rancia nombradía,
su gusto y su sabor, densos olores
hallaron los viciosos bebedores
propicio en la feliz algarabía.
No duerme, fatigada,
con el día,
su sueño, si despiertan los albores,
la llama de la plaza de Herradores,
que llena sus espacios de alegría.
Radiante como pocas,
a la tarde,
al tiempo que el sol pierde su lucero,
dichosa la hallaréis, llena de gente.
Y más llena de vida
si hace alarde,
haciéndose de Soria el hervidero,
si muere ya el ocaso refulgente.
SONETO XII
Dedicado a José Ramiro Martínez Pérez
Del sol quebró la luz la madrugada
rompiendo los confines del
espacio,
y tuvo el horizonte por
palacio
la llama del color de la
alborada.
Ardió dichosa al fin la llamarada
y, raudo, su corcel, que no
despacio,
su rizo del cabello nunca
lacio
tornó su brillo en luz
alborotada.
La yegua de la aurora se hizo brío
con trotes apurados y
valientes,
en el paisaje seco del
verano.
Y vio su rayo el Duero, donde frío
el viento, de sus crines
transparentes,
rozó el color del alba más
temprano.
SONETO XIII
Dedicado a José María Incausa Moros
El cielo alborotó con sus colores
el alba que besó montes lejanos,
hermosos como el aire, pero llanos,
debajo de tan altos corredores.
Corales dibujó como las flores
de brillos encendidos y mundanos,
si no es que las marchitan los veranos
que acechan sin piedad con sus rigores.
Muy pronto hallará muerte, con bravura,
tan noble en la embestida, ante el
torero,
que quiere darle muerte con coraje.
La arena sabe de la sangre oscura
que los colores vuelve en un platero
que sabe a tarde, a lucha y homenaje.
SONETO XIV
Dedicado a Angelines Manrique
Nació la luz del
sol, cuando, temprana,
cristales fue tejiendo que, otoñales,
miraron, desde el cielo, los cordales
que rompen la llanura castellana.
Llegó dichosa,
rápida y lozana,
bordando el oro que los manantiales
reflejan, cuando en cortes celestiales
extienden su color con la mañana.
La luz voló feliz
sobre el Collado,
corrió, con la alborada, su camino
y recordó los versos de Machado.
No lejos del Mirón
vio el peregrino
los llanos de Castilla, y el dorado
color del alba clara repentino.
SONETO XV
Dedicado a Juan Pumareta
El Duero, que,
corriendo su camino,
desciende, siempre manso, entre rumores,
pudieron admirar claros verdores,
sabiéndolo, ya en mayo, cristalino.
Su paso, siempre
lento y mortecino,
corona la ilusión de los albores,
espejo de ese sol cuyos colores
lo ven partir, buscar otro destino.
Y queda Soria atrás,
cuando, sereno,
sus aguas van regando viejas tierras
y valles de aridez y de secano.
Su paso da humedad
al blando cieno,
y el alba, que lo mira entre las sierras,
más lento ve su curso en el verano.
SONETO XVI
Dedicado a Luis García Rodríguez
Más suave el vino vive en Herradores
y el vaso alegra, tinto en el
casino,
cuando es silencio dulce y
peregrino
que canta su latín en sus
olores.
Lo admiten bien los buenos bebedores
que alegran ese diálogo
cansino,
si con el mediodía, al beber
vino,
se aburre el sol que nace a
los albores.
Los vinos son silencio, la dulzura,
que, hablando de la vida, de
sus cosas
endulza toda charla, si es
sencilla.
El vino sabe a Soria y a alma pura,
sereno como el Duero, si es que,
hermosas,
dan riego sus corrientes a la
orilla.
SONETO XVII
Dedicado a Apolinar Hernández
Ruiz
El hielo alado alzaron de los prados
los vientos del invierno, y,
sin apuro,
llegó febril, alegre, limpio
y puro,
el sol que arde en los cielos
hechizados.
Llegó la primavera y, embrujados,
la abrazan y el Collado, ayer
oscuro,
hoy claro, luminoso y más
seguro,
cuajado de rincones soleados.
Y llena ya el verano un cielo entero
que quiere ser azul y
castellano,
hermano de los barros en el
Duero.
Y tornará el otoño a alzar su mano,
gritando su vendimia,
aventurero,
feliz, pródigo en frutos y
lozano.
SONETO XVIII
Dedicado a Ángel Herrnández
Frías
Dejó el granizo toda su blancura
en Soria, en su llanura y sus
pinares,
y blanca vio su espuma, como
mares,
el alba, al bostezar desde la
altura.
Imagen de la nieve, su espesura
llenó los prados, y, en sus
malabares,
saltó dichoso, rápido en
lugares
que sueñan bajo el hielo, si
se apura.
La nieve cubrió toda la pradera,
y, cuajo del cristal, quiso
la helada
que no la deshiciese el sol ardiente.
La nieve y el granizo por doquiera
llenaron, a la luz de la
alborada,
las calles silenciosas y la
fuente.
SONETO XIX
Dedicado a Amando Asenjo Martín
No pudo, al contemplar aquel reflejo,
la luz negar, el sol que el
desatino
del alba, con un brillo
coralino,
alegre pronunció entre el oro
viejo.
El Duero del tesoro era el espejo
que supo ayer el cielo por
vecino,
haciendo que caminen su
camino
las aguas, avanzando en su
cortejo.
Extraño patrimonio de la aurora
que el alba dio a la tierra
castellana
como un tesoro raro, con el
día,
alegre lo veréis y, sin demora,
sus luces envidiando en
tierra llana
las aguas que besó la brisa
fría.
SONETO XX
Dedicado a Antonio Ruiz López
El brillo del sol bello cuando nace
halló en los horizontes, por
tesoro,
con su pelaje negro el viejo
toro
que admira silencioso donde
pace.
La llama de la aurora se deshace,
quebrando sus dorados, pues
es oro
la luz que el cielo toma como
foro
del viento, si pretende que
lo abrace.
Y, bello como siempre, ese lucero
volar deja a la yegua más
temprana
que viene con los brillos
encendidos.
Y luce, al despertar, Valonsadero,
el monte que saluda, de
mañana,
el cielo y sus azules
coloridos.
SONETO XXI
Dedicado a Ángel Sebastián López
Templarios son, pues luchan, cada día,
los brillos de ese sol, que,
más temprano,
anuncia que se acerca ya el
verano
con su rigor, su fuerza y su
osadía.
Guerreros son, manchados de alegría,
mostrando la colina junto al
llano,
el llano junto al río, que,
lozano,
musita su rumor con cortesía.
Cruzados que levantan sus espadas
doradas y se lanzan en torrente
hallé, mirando frescas
alboradas.
Qué raro su color, su llama ardiente,
librando de las sombras las
moradas
de un cielo sobre el Duero
incandescente.
SONETO XXII
Dedicado a Joaquín Machín
Calle
Un mar seco y callado en lo lejano
la voz halló del viento a
la deriva,
y el alma ardió de Soria, a
la deriva
del viento en el momento
más temprano.
El hielo, tras el beso del verano,
los campos conquistó, y el
alba, viva,
lució, bajo una sábana
cautiva
de nieves y granizo
soberano.
El oro más hermoso, a la mañana,
dichoso se asomó, y el claro
cielo
se abrió febril al paso de
otro día.
La luz mostró la aurora que se afana
en verse reflejada en ese
suelo
que el hielo abriga de la
brisa fría.
SONETO XXIII
Dedicado a Miguel Ángel Delgado Santabárbara
La nieve que cuajó cerca del Duero,
llenándose de luces y de
hechizo,
al alba lentamente se deshizo
con un suspiro lento y
plañidero.
Espejo de su luz, hiló sincero
el brillo de oro mágico en su
rizo,
y, luego, rara voz, beso
invernizo,
bermejo vio el color de su
lucero.
Y, viendo, ilusionado, sus colores,
las horas vio también de la
mañana
que quiso en su color,
siempre dorado.
Reflejo del color de los albores,
orgullo de cristal, tierra
soriana
enciende con su paso reposado.
SONETO XXIV
Dedicado a José Patricio Izquierdo
Del sol la luz, cruzando en su carruaje,
sus pasos no detiene en la Alameda,
que no queda lugar por donde pueda
filtrarse, entre hojarascas del paisaje.
Hermosa como el verde del paraje,
frondosa como el bosque, la vereda,
lugar es de la fuente, donde queda
a salvo de la aurora y su coraje.
Pincel de la hermosura, raro hechizo,
el agua corre el campo transparente,
su magia desatando con su embrujo.
Color de sol y sombra son mestizo
del cobre que, sin ser resplandeciente,
a sol y a sombra vierten como un lujo.
SONETO XXV
Dedicado a Fancisco de Borja Lucena y Góngora
La plaza de Herradores los amantes
halló, en tiempos pasados, y rumores
que hablaban de desdenes y favores,
susurros tiernos, voces delirantes.
No lejos, la Alameda de Cervantes
bien pudo ser testigo a los amores
del alba, si es que trajo resplandores
callados y en la altura delirantes.
La luz del alba quiere ser primera
y corre los caminos y los llanos,
jugando con su luz y su lucero.
El aire alegre vuela en primavera
buscando en los rincones castellanos
la paz de los remansos junto al Duero.
SONETO XXVI
Dedicado
a Fernando Santamaría Jorge
Hirió
el viento veloz, por la llanura,
los campos, los pinares, los caminos,
las aguas, los arroyos peregrinos
que menguan al beber de su frescura.
La nieve, coronando de blancura
la sierra silenciosa en blancos linos,
el alba amó, los rayos repentinos
que advierten del paisaje la blancura.
Los hielos anunció, gris y rojizo,
el beso del invierno ya cercano,
que trajo vendavales con coraje.
Llegaron horas tristes de granizo,
de lluvias y de hielo soberano
que en Soria tiene un reino por paisaje.
2011-2012
© José Ramón Muñiz Álvarez
No hay comentarios:
Publicar un comentario