lunes, 21 de mayo de 2012

DE LOS CAMINOS DE SORIA


SONETOS PARA SORIA

SONETO I

Dedicado a José María Martínez Laseca

        Los campos, donde corre alegre el Duero,
en paz encontraréis, pues, en su hechizo,
se olvidan de la nieve, del granizo,
del viento algunas veces justiciero.
        El alba vendrá pronto, y su lucero
el cielo hará más bello con su rizo,
sabiendo que el milagro se deshizo
y al sol viendo más claro y verdadero.
        La brisa, en la vereda castellana,
los chopos sentirán, siempre sencilla,
cansados de calor y con desgana.
        Y Soria arderá alegre donde brilla
un beso repentino, a la mañana,
al desbocar su luz sobre la orilla.

SONETO II

Dedicado a Andrés Martín Domínguez

        Es Soria, en el delirio del verano,
un leño ardiendo, hoguera de pasiones,
rincón para los viejos caserones,
cuartel que habita el noble castellano.
        La nieve la amenaza, pero en vano,
y el sol la ataca, cuando sus bastiones
admiran de ese Duero las canciones
cansadas de su curso por el llano.
        Al tiempo la hallaréis cálida y fría,
desde el enero hasta la Sanjuanada,
mezclando a la belleza la alegría.
        Es tierra para el sol y la nevada,
amante del valor y la poesía,
del toro y de la luz de la alborada.

SONETO III

Dedicado a Mercedes Verde Ciria

        Viñedos de un color que, peregrino,
el Duero alcanza, dándoles su riego,
pintar con oro hermoso pudo el fuego
que quiso de la tierra el rico vino.
        El oro halló abundante en el camino,
coral sin mar, destello acaso ciego,
que, siempre generosa, atenta al ruego,
la vid enseña al aire repentino.
        Las horas correrán, y los sarmientos
querrán mostrar su gracia y abundancia,
su brillo, su hermosura en los licores.
        No esperan los otoños cenicientos
a derramar su llanto y su fragancia,
sus lluvias y sus vientos, sus olores.

SONETO IV

Dedicado a Elisa Lafuente Aguilar

        El oro entre los campos encendido,
heraldo caprichoso a la aventura,
discreto como arroyo, su hermosura
mostró con su color envejecido.
        Bermejo es su color y su sonido
apenas se percibe, si murmura,
sin levantar la voz, la conjetura
de fatigar su curso dolorido.
        Dorado, majestuoso, siempre bello,
por Soria, aunque cargado de fatiga,
hermano de la luna y su destello,
        el agua deja al cauce que la abriga,
peinando de sus ondas el cabello
y el riego da al lugar que la mendiga.

SONETO V

Dedicado a Javier Lafuente

        Memorias de la orilla con la aurora
que suelta sus overos en la altura
podrá admirar el alma que se apura
cuando sus rayos, rápida, atesora.
        Las luces pronunciadas con demora
podrán, tras una noche tan oscura,
jugar, en una mágica aventura,
a ser del aire planta trepadora.
        El Duero por susurro en la vereda
las aves soñarán, al primer rayo,
si no es la brisa dulce en la Alameda.
        Y el sol correrá el cielo en su caballo,
cazando sombras, al morir la veda,
tomando al horizonte por lacayo.

SONETO  VI

Dedicado a Inmaculada Sutil

        En Arcos de San Juan dejó su brillo
la luz del sol, corriendo el alto cielo,
que donde las escarchas todo el suelo,
también la luz lo cubre en su castillo.
        Reflejo de un relámpago sencillo
que ardió febril en repentino vuelo,
bermejos desató libres del hielo,
cruzando en los espacios su pasillo.
        Y blanco vio el paisaje y el granizo
la luz de la alborada al ver el día,
mirando el horizonte en lo lejano.
        Milagro fue su luz, el raro hechizo
que suele despertar la brisa fría
que el fuego enciende alegre y soberano.

SONETO VIII

Para Inmaculada Codovilla

        La ermita miran, al correr el Duero,
las aguas rumorosas que, tranquila,
la luna ve correr, si las vigila,
queriendo ver en ellas su lucero.
        Y no es la peña elogio lisonjero,
si el alba en las alturas espabila,
cuando alza sus dorados y los hila
en un tapiz de luz siempre ligero.
        Y espera siglos hoy, siempre callada,
la vieja construcción que conmemora
los tiempos de piedad, mas ya pasados.
        Un brillo de coral fue la alborada,
un grito de fervor la bella aurora
que San Saturio admira, entre dorados.

SONETO IX

Para Paula Capa Sanz

        La luz del sol montar quiso la seda
de los corceles raudos, que, radiantes,
los cielos recorrieron y, brillantes,
el llano coronando y la arboleda.
        Más bella, más hermosa la vereda,
al brillo de la aurora unos instantes,
hallaron, al llegar, los visitantes,
cruzando, sin apuro, la Alameda.
        No lejos se llenó de brisa fría
el suelo de la tierra castellana,
regada por los mágicos deshielos.
        El alba la luz quiso con el día
y trajo a las alturas la mañana
que teje la belleza de los cielos.

SONETO X

Dedicado a María Dolores Gómez

        El oro de los campos la alborada
miró con gran temor y desconsuelo,
cabriolas dibujando en ese cielo
que brilla en la lejana balconada.
        La tierra halló de Soria desolada
por la estación más seca, cuyo duelo
anuncian los otoños con el hielo
que sabe a su capricho la invernada.
        No falta mucho ya para el granizo
y pronto apurará su blanco hermoso
la nieve que desciende de la altura.
        Hermosos son los brillos del hechizo
que admiran los sorianos en reposo,
si cae la nieve en una noche oscura.

SONETO XI

Dedicado a José María Andaluz Romanillos

        El vino de más rancia nombradía,
su gusto y su sabor, densos olores
hallaron los viciosos bebedores
propicio en la feliz algarabía.
        No duerme, fatigada, con el día,
su sueño, si despiertan los albores,
la llama de la plaza de Herradores,
que llena sus espacios de alegría.
        Radiante como pocas, a la tarde,
al tiempo que el sol pierde su lucero,
dichosa la hallaréis, llena de gente.
        Y más llena de vida si hace alarde,
haciéndose de Soria el hervidero,
si muere ya el ocaso refulgente.

SONETO XII

Dedicado a José Ramiro Martínez Pérez

        Del sol quebró la luz la madrugada
rompiendo los confines del espacio,
y tuvo el horizonte por palacio
la llama del color de la alborada.
        Ardió dichosa al fin la llamarada
y, raudo, su corcel, que no despacio,
su rizo del cabello nunca lacio
tornó su brillo en luz alborotada.
        La yegua de la aurora se hizo brío
con trotes apurados y valientes,
en el paisaje seco del verano.
        Y vio su rayo el Duero, donde frío
el viento, de sus crines transparentes,
rozó el color del alba más temprano.

SONETO XIII

Dedicado a José María Incausa Moros

        El cielo alborotó con sus colores
el alba que besó montes lejanos,
hermosos como el aire, pero llanos,
debajo de tan altos corredores.
        Corales dibujó como las flores
de brillos encendidos y mundanos,
si no es que las marchitan los veranos
que acechan sin piedad con sus rigores.
        Muy pronto hallará muerte, con bravura,
tan noble en la embestida, ante el torero,
que quiere darle muerte con coraje.
        La arena sabe de la sangre oscura
que los colores vuelve en un platero
que sabe a tarde, a lucha y homenaje.

SONETO XIV

Dedicado a Angelines Manrique

        Nació la luz del sol, cuando, temprana,
cristales fue tejiendo que, otoñales,
miraron, desde el cielo, los cordales
que rompen la llanura castellana.
        Llegó dichosa, rápida y lozana,
bordando el oro que los manantiales
reflejan, cuando en cortes celestiales
extienden su color con la mañana.
        La luz voló feliz sobre el Collado,
corrió, con la alborada, su camino
y recordó los versos de Machado.
        No lejos del Mirón vio el peregrino
los llanos de Castilla, y el dorado
color del alba clara repentino.

SONETO XV

Dedicado a Juan Pumareta

        El Duero, que, corriendo su camino,
desciende, siempre manso, entre rumores,
pudieron admirar claros verdores,
sabiéndolo, ya en mayo, cristalino.
        Su paso, siempre lento y mortecino,
corona la ilusión de los albores,
espejo de ese sol cuyos colores
lo ven partir, buscar otro destino.
        Y queda Soria atrás, cuando, sereno,
sus aguas van regando viejas tierras
y valles de aridez y de secano.
        Su paso da humedad al blando cieno,
y el alba, que lo mira entre las sierras,
más lento ve su curso en el verano.

SONETO XVI

Dedicado a Luis García Rodríguez

        Más suave el vino vive en Herradores
y el vaso alegra, tinto en el casino,
cuando es silencio dulce y peregrino
que canta su latín en sus olores.
        Lo admiten bien los buenos bebedores
que alegran ese diálogo cansino,
si con el mediodía, al beber vino,
se aburre el sol que nace a los albores.
         Los vinos son silencio, la dulzura,
que, hablando de la vida, de sus cosas
endulza toda charla, si es sencilla.
         El vino sabe a Soria y a alma pura,
sereno como el Duero, si es que, hermosas,
dan riego sus corrientes a la orilla.

SONETO XVII

Dedicado a Apolinar Hernández Ruiz

        El hielo alado alzaron de los prados
los vientos del invierno, y, sin apuro,
llegó febril, alegre, limpio y puro,
el sol que arde en los cielos hechizados.
        Llegó la primavera y, embrujados,
la abrazan  y el Collado, ayer oscuro,
hoy claro, luminoso y más seguro,
cuajado de rincones soleados.
        Y llena ya el verano un cielo entero
que quiere ser azul y castellano,
hermano de los barros en el Duero.
        Y tornará el otoño a alzar su mano,
gritando su vendimia, aventurero,
feliz, pródigo en frutos y lozano.

SONETO XVIII

Dedicado a Ángel Herrnández Frías

        Dejó el granizo toda su blancura
en Soria, en su llanura y sus pinares,
y blanca vio su espuma, como mares,
el alba, al bostezar desde la altura.
        Imagen de la nieve, su espesura
llenó los prados, y, en sus malabares,
saltó dichoso, rápido en lugares
que sueñan bajo el hielo, si se apura.
        La nieve cubrió toda la pradera,
y, cuajo del cristal, quiso la helada
que no la deshiciese el sol ardiente.
        La nieve y el granizo por doquiera
llenaron, a la luz de la alborada,
las calles silenciosas y la fuente.

SONETO XIX

Dedicado a Amando Asenjo Martín

        No pudo, al contemplar aquel reflejo,
la luz negar, el sol que el desatino
del alba, con un brillo coralino,
alegre pronunció entre el oro viejo.
        El Duero del tesoro era el espejo
que supo ayer el cielo por vecino,
haciendo que caminen su camino
las aguas, avanzando en su cortejo.
        Extraño patrimonio de la aurora
que el alba dio a la tierra castellana
como un tesoro raro, con el día,
        alegre lo veréis y, sin demora,
sus luces envidiando en tierra llana
las aguas que besó la brisa fría.

SONETO XX

Dedicado a Antonio Ruiz López

        El brillo del sol bello cuando nace
halló en los horizontes, por tesoro,
con su pelaje negro el viejo toro
que admira silencioso donde pace.
        La llama de la aurora se deshace,
quebrando sus dorados, pues es oro
la luz que el cielo toma como foro
del viento, si pretende que lo abrace.
        Y, bello como siempre, ese lucero
volar deja a la yegua más temprana
que viene con los brillos encendidos.
        Y luce, al despertar, Valonsadero,
el monte que saluda, de mañana,
el cielo y sus azules coloridos.

SONETO XXI

Dedicado a Ángel Sebastián López

        Templarios son, pues luchan, cada día,
los brillos de ese sol, que, más temprano,
anuncia que se acerca ya el verano
con su rigor, su fuerza y su osadía.
        Guerreros son, manchados de alegría,
mostrando la colina junto al llano,
el llano junto al río, que, lozano,
musita su rumor con cortesía.
        Cruzados que levantan sus espadas
doradas y se lanzan en torrente
hallé, mirando frescas alboradas.
        Qué raro su color, su llama ardiente,
librando de las sombras las moradas
de un cielo sobre el Duero incandescente.

SONETO XXII

Dedicado a Joaquín Machín Calle

        Un mar seco y callado en lo lejano
la voz halló del viento a la deriva,
y el alma ardió de Soria, a la deriva
del viento en el momento más temprano.
        El hielo, tras el beso del verano,
los campos conquistó, y el alba, viva,
lució, bajo una sábana cautiva
de nieves y granizo soberano.
        El oro más hermoso, a la mañana,
dichoso se asomó, y el claro cielo
se abrió febril al paso de otro día.
        La luz mostró la aurora que se afana
en verse reflejada en ese suelo
que el hielo abriga de la brisa fría.

SONETO XXIII

Dedicado a Miguel Ángel Delgado Santabárbara

        La nieve que cuajó cerca del Duero,
llenándose de luces y de hechizo,
al alba lentamente se deshizo
con un suspiro lento y plañidero.
        Espejo de su luz, hiló sincero
el brillo de oro mágico en su rizo,
y, luego, rara voz, beso invernizo,
bermejo vio el color de su lucero.
        Y, viendo, ilusionado, sus colores,
las horas vio también de la mañana
que quiso en su color, siempre dorado.
        Reflejo del color de los albores,
orgullo de cristal, tierra soriana
enciende con su paso reposado.

SONETO XXIV

Dedicado a José Patricio Izquierdo

        Del sol la luz, cruzando en su carruaje,
sus pasos no detiene en la Alameda,
que no queda lugar por donde pueda
filtrarse, entre hojarascas del paisaje.
        Hermosa como el verde del paraje,
frondosa como el bosque, la vereda,
lugar es de la fuente, donde queda
a salvo de la aurora y su coraje.
        Pincel de la hermosura, raro hechizo,
el agua corre el campo transparente,
su magia desatando con su embrujo.
        Color de sol y sombra son mestizo
del cobre que, sin ser resplandeciente,
a sol y a sombra vierten como un lujo.

SONETO XXV

Dedicado a Fancisco de Borja Lucena y Góngora

        La plaza de Herradores los amantes
halló, en tiempos pasados, y rumores
que hablaban de desdenes y favores,
susurros tiernos, voces delirantes.
        No lejos, la Alameda de Cervantes
bien pudo ser testigo a los amores
del alba, si es que trajo resplandores
callados y en la altura delirantes.
        La luz del alba quiere ser primera
y corre los caminos y los llanos,
jugando con su luz y su lucero.
        El aire alegre vuela en primavera
buscando en los rincones castellanos
la paz de los remansos junto al Duero.

SONETO XXVI

Dedicado a Fernando Santamaría Jorge

        Hirió el viento veloz, por la llanura,
los campos, los pinares, los caminos,
las aguas, los arroyos peregrinos
que menguan al beber de su frescura.
        La nieve, coronando de blancura
la sierra silenciosa en blancos linos,
el alba amó, los rayos repentinos
que advierten del paisaje la blancura.
        Los hielos anunció, gris y rojizo,
el beso del invierno ya cercano,
que trajo vendavales con coraje.
        Llegaron horas tristes de granizo,
de lluvias y de hielo soberano
que en Soria tiene un reino por paisaje.

2011-2012 © José Ramón Muñiz Álvarez

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