viernes, 4 de mayo de 2012

LA ESPERANZA DE DON PERO O EL CONSEJO DE DON GIL

José Ramón Muñiz Álvarez
LA ESPERANZA DE DON PERO O EL CONSEJO DE DON GIL
ESTAMPA PRIMERA:

Don Gil recibe a su sobrino don Pero en el salón de su castillo.


Don Gil-. Os admiro, buen sobrino,

muy cambiado en estos días,

que os faltan las alegrías

y os admiro mortecino.

Don Pero-. Ayer el alegre vino

prometía su placer.

Don Gil-. ¿Qué os hace palidecer,

siendo vos joven, gracioso,

atrevido y tan brioso?

¿Será acaso una mujer?

Don Pero-. Una mujer que me mata,

pues compite en hermosura

con la luz del alba pura

que en el aire se dilata,

pues, siendo honesta y sensata,

he pretendido su mano,

mas en su rostro lozano

he encontrado mi dolor

por la causa del amor

del que me vuelvo escribano.

Don Gil-. Estás pues tan enredado

en la trampa de Cupido

que aquí se admira vencido

el más valiente soldado,

el hombre del principado,

quien, manejando la espada,

puede más que la invernada,

que los vientos y granizos,

los más poderosos rizos

del aire en plena nevada.

Don Pero-. Tiene el sol esa belleza

que en todas partes se admira,

cuando, callado, delira

y al horizonte tropieza,

que el crepúsculo ya empieza

a mostrar raros dorados,

y, en sus colores bordados,

miro yo mis desazones,

que en derrotadas pasiones

he de volverme en pedazos.

Don Gil-. Gran locura los amores

que en mil quebraderos quieren

a quienes siempre prefieren

sus querellas y dolores,

pues que, pidiendo favores,

suplicando sin descaro,

huyen del arroyo claro,

de la calma y la paciencia

para perderse en la ciencia

de pagar precio tan caro.

Don Pero-. Vos, que sabéis del amor,

podréis darme buen consejo.

Don Gil-. Hombre soy cansado y viejo

para haceros tal favor.

Don Pero-. ¿No fuisteis vos trovador,

enamorando las damas?

Don Gil-. Ardí en las terribles llamas

Con que el amor me hizo presa.

Don Pero-. Pues tal pasión me atraviesa.

Don Gil-. Raras cosas me reclamas.

Don Pero-. Vos, que sois un trovador,

conocéis esos secretos

con los que se hacen sonetos

y las poesías de amor.

Don Gil-. Cantos son para el dolor

que apagar sabe la vida,

pues endurece la herida

de quien sus versos escribe.

Don Pero-. Pero un galardón recibe

el alma triste y vencida.

Don Gil-. No hay galardón que se ofrezca

a quien siga ese camino,

pues terrible destino

para quien de amor perezca.

Don Pero-. No es posible que obedezca

los consejos de no amar,

después de querer probar

a olvidar al ser amado.

Don Gil-. No hay remedio a quien, dañado,

no deja de suspirar.

Don Pero-. Habladme de la poesía,

del arte de bien trovar,

de cómo debe tocar

quien busca su melodía,

pues esta tarde sombría

de mi dolor es testigo,

pues, al negarme su abrigo

quien de mi pecho es amada,

ha quebrado la morada

del amor al que me obligo.

Don Gil-. Las tiorbas que, con alarde,

tocaron los trovadores,

cantar pueden los amores,

cuando roza el sol la tarde,

que el corazón es cobarde

ante el duro sentimiento

que nos causa gran tormento

a cuantos de amor morimos,

pues que no nos redimimos

de su veneno violento.

Y enamorarla queréis

con los versos silenciosos

que se susurran , gozosos,

con cada vez que la veis.

Pero, con eso, ¿qué hacéis,

que, cuando más su belleza

reclama la gentileza,

se os torna más lejana

esa llama soberana

que miente con su belleza?

Don Pero-. Sin embargo, es bien decirlo:

pues que vivo enamorado,

quiero un poema inspirado,

mas tardaré en escribirlo,

y, con tener que pedirlo,

vengo a pedir un favor

a este viejo trovador

que verso y música sabe

para que un dolor más suave

se torne el dolor de amor.

Don Gil-. Es un secreto artesano

custodiado por las gentes

de las cortes más lucientes

y el trovador más ufano,

mas, por ser un vicio sano,

por ser tú sobrino mío,

este ingenio tan bravío

te he de enseñar a tener,

para que al fin la mujer

quede a tu libre albedrío.

Don Pero-. Será bueno que, contento,

aprenda a hablar de las flores,

de los dulces ruiseñores,

del brillo del firmamento,

no fallando en el intento

de seducir sus encantos,

duros como los amiantos

que cortan con gran bravura

a quien sufre la tortura

entre mil gritos y espantos.

Don Gil (aparte, y riendo)-. Esta loca juventud

vive siempre enamorada,

siendo el fuego en la nevada

o el sosiego en la inquietud,

porque, ajenos a la luz

que da la sabiduría,

con ligereza bravía

se rinden a los amores,

ignorando que dolores

son eso que el amor cría.

Don Pero-. Quiero morir de otra muerte,

pues me siento ya humillado,

que me maltrata a su lado,

que me aleja de su suerte,

y, siente mi pecho fuerte

el desgraciado flagelo

de su dureza, que el pelo

va cubriendo su mirada,

y esconde la llamarada

que es causa de mi desvelo.

Don Gil-. Ese es el tono acertado

con que cantar los amores:

lo demás son solo flores

del verso más adornado,

porque, en semejante estado,

con semejante cautela,

el alma siempre se hiela,

y hasta la misma mujer

bien lo debe de saber,

si ella es quien os desconsuela.

Don Pero-. Pero yo ayuda suplico,

porque todo el oro es poco,

para quien, de amores loco,

dice que es pobre y es rico;

y, pues esto no me explico,

suplico yo sabia guía,

que la mayor alegría

que alguien pudiera tener,

son dos ojos de mujer

claros como el alba fría.

Don Gil-. Ya diera yo mi consejo,

si por hacerme dichoso,

le dices con más reposo

de quién se trata a este viejo,

porque ya el rayo bermejo

del sol febril se ha cumplido,

y estando yo adormecido,

pronto me habré de acostar,

y no me quisiera echar

sin haber yo tal sabido.


2011 © José Ramón Muñiz Álvarez
La esperanza de don Pero o el consejo de don Gil
Obra de teatro.
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