viernes, 4 de mayo de 2012

EL LADRÓN DE NIDOS O EL HALCONERO DEL REY

José Ramón Muñiz Álvarez
EL LADRÓN DE NIDOS O EL HALCONERO DEL REY
(Juguete cómico en cuatro
estampas)

Los chicos de 1ºB le dedican esta obra a David García Lacarra durante su convalecencia

ESTAMPA I

Gran salón de un palacio medieval, adornado con ricos cuadros de los antepasados de los habitantes de la casa.

ESCENA I

Don Enrique cena ante sus sirvientes: dos criados y una sirvienta.

DON ENRIQUE-. No es el amor generoso
con quien sus versos declama,
pues el amor se derrama
sobre el alma doloroso;
así llora, perezoso,
el que, sufrido y amante,
se deleita en el instante
de su dolor y tristeza,
adorando una belleza
que se torna tan distante:
CRIADO 1-. Perdonadme, mi señor,
cuando os digo lo que os digo,
pero a decirlo me obligo,
aunque siento gran temor:
no es menester el amor
antes del buen desayuno,
y no lloró amante alguno
si, en la mesa la comida
lo esperaba ya servida.
DON ENRIQUE-. No es el yantar oportuno:
CRIADO 2-. Pero tanto hablar de amores
parece cosa obsesiva
por esa dama que, esquiva,
os causa tales dolores.
DON ENRIQUE-. Un plebeyo sin valores
poco sabe de estas cosas.
Diré yo que son grandiosas
las locuras del amante.
CRIADO 1-. No mudará su semblante.
SIRVIENTA-. Dice cosas tan hermosas…
Y es que si al amor su brillo
regalan las alboradas,
los granizos, las nevadas
del invierno en su castillo,
del amor me maravillo,
admirada de este amor
que, causando tal dolor,
vine a hacerlo más dichoso,
que nunca será enojoso
inclinarse a su valor.
DON ENRIQUE-. Por eso sé que el granizo
de los montes alejados
sabe de estos altercados,
las durezas de su hechizo.
Y es que rápido deshizo
su claridad el verano,
cuando, naciendo lozano,
pudo arder como el amor,
enseñando mi dolor
con orgullo soberano.

ESCENA II

Llegada de un trovador.

TROVADOR-. Noble señor al que admira
el alba con su belleza
y en cuya pura nobleza
la noble sangre respira,
ya que así el amor delira,
acudo a vuestro llamado;
que llamar me hizo el criado
de vuestra gran señoría,
antes de nacer el día
y brillar el sol alzado.
Yo, gustoso de serviros,
vengo contento a alabaros,
y en esto debo agradaros
donde no puedo mentiros,
que, entre tremendos suspiros,
me reclino humildemente,
ante las rimas valiente,
ante tal rango discreto,
por cumplir vuestro decreto
y cobrar alegremente.
CRIADO 1 (Al criado 2)-. Es el claro firmamento
de las palabras vacías
lo que dan las señorías
por el mayor alimento.
CRIADO 2 (Al criado 1)-. Y yo en la tripa lo siento,
que no es cosa que se explique.
CRIADO 1 (Al criado 2)-. Será porque don Enrique,
con estar en esa liza
nunca compra longaniza
ni cosa que se mastique.
SIRVIENTA (A los criados)-. No hay trovador más famoso
desde Sevilla a Aragón,
desde Murcia a Castellón
en este suelo dichoso.
Con acento melodioso
digo que sabrá cantar
lo que hemos de encomendar
a su gracia y a su pluma,
que pagar luego la suma
es solamente pagar.
CRIADO 1 (cerrando las ventanas)-. Vuela ya la brisa fría
que vuela con insolencia,
y del sol la incandescencia
correr quiere todo el día.
SIRVIENTA-. Mas, si nos da la alegría
de conquistar los amores,
que vivan los trovadores
desde el llano hasta la sierra,
y en la paz como en la guerra,
que calmen nuestros dolores.

ESCENA III

Llegan dos ganapanes. Hacen una cortés y llamativa reverencia ante don Enrique.

GANAPÁN 1-. Señor, ha sido el recado
que nos manda nuestra dueña
acudir.
DON ENRIQUE-. ¿El alma sueña?
GANAPÁN 2-. Es asunto delicado.
DON ENRIQUE (emocionadísimo)-. Ya responde a mi llamado,
ya con amor me contesta,
tras lanzar con su ballesta
esas flechas del amor.
¿Me concede su favor
o su lanza cruel me asesta?
GANAPÁN 1-. El regalo que ofrecía
vuestra más noble excelencia
ha colmado su paciencia
y de vuelta se os envía.
DON ENRIQUE-. ¿Ella conmigo tan fría,
yo que tanto la he querido?
GANAPÁN 2-. Nuestro deber se ha cumplido,
que es entregar esta joya.
DON ENRIQUE-. El alma en el pecho arroya,
viendo que así me ha ofendido.
GANAPÁN 1-. Y pide que este mensaje
se os diga por boca mía,
mas yo no tengo osadía
ante tan alto linaje.
Que os responde con coraje
es una cosa evidente.
Quiere que tengáis presente
que nunca os dará su amor.
DON ENRIQUE-. No te ha faltado valor,
cruel ganapán indecente.
SIRVIENTA-. No pudo ser la alborada
la que os hirió con su hechizo,
la que, rauda, se deshizo,
para tornarse en la nada.
Acaso fue la mirada,
acaso fue su reflejo,
quién sabe si el raro espejo
donde buscar la belleza
para labrar la tristeza
en el amante perplejo.
Claro seno de hermosura,
dulce belleza elevada,
figura de la alborada,
temor de la noche oscura.
TROVADOR-. No puede haber más dulzura
que contemplarla serena
cuando ya la luna llena
con el alba se retira,
mientras la brisa suspira
de la torre en una almena.
Y quién osara rozarla,
quién tocarla, quién tenerla,
quién mirarla y comprenderla
por la gracia de gozarla.
SIRVIENTA-. ¿Hubo la luz de mostrarla
para causaros el mal,
que es desdicha sin igual
vivir de ella desterrado,
si ya es que la ha contemplado
quien la sabe celestial?
DON ENRIQUE-. El dolor que me acelera
es el de amar sin sentido,
puesto que ya estoy vencido
por quien el alma venera;
pero no cabe la espera
si ella no da la esperanza,
y es desdén tanta tardanza,
que, a fuerza de su rechazo,
muero yo de este flechazo
que el pecho sumiso alcanza.

Don Enrique se desmaya.

ESCENA IV

Entran las cocineras de la casa con una bandeja y ricas viandas en ella. La colocan con sumo cuidado para que no se caiga, dando voces y muy agitadas.

COCINERA 1-. ¿Qué le ha pasado al marqués?
COCINERA 2-. ¿Qué le ha pasado al señor?
COCINERA 1-. Decidlo ya, por favor.
COCINERA 2-. Contad por fin lo qué es.
CRIADO 1 (A la cocinera 2)-. ¿Eres tonta?
CRIADO 2-. ¿No lo ves?
El marqués se ha desmayado
por su pasión en amores,
que son tales los dolores
que no cesa de sufrir.
GANAPÁN 1-. Desmayarse no es morir.
GANAPÁN 2-. Ha perdido los colores.
SIRVIENTA-. Parece que vuelve en sí,
ayudad a levantarlo.

Pausa.

CRIADO 1-. Será mejor despertarlo.
CRIADO 2-. ¿Puede hacerse?
COCINERA 1-. Sé que sí.
Maravillas que yo vi,
un prodigio extraordinario
que me dijo un boticario
en el pueblo en que vivía.
COCINERA 2-. Sé quién es y te diría
que ese es un estrafalario.

Parece que don Enrique despierta de su desmayo.

DON ENRIQUE-. ¿Y es que no cabe esperanza
para quien, vencido ya,
siente que el alma se va
en tan áspera mudanza?
¿Es tan triste la tardanza
de aqueste amor enojado,
que, en estando en este estado,
sutileza y primavera
pide mientras desespera,
si el amor vive apenado?

ESTAMPA II

Lugar apartado no muy lejos de un arroyo cuyo sonido acompaña el canto de las aves.

ESCENA I

Aparición de don Carlos y de Pedro. Pedro viene con humildes vestiduras, no así el otro. Don Carlos está herido en una pierna y camina mal.

PEDRO-. Un consejo os he de dar
para vuestras cacerías.
CARLOS-. Dejad ya las tonterías:
y ayudadme a caminar.
PEDRO-. Mala os la puede jugar
perderos en estas tierras.
CARLOS-. Sé yo que son malas sierras
y que en ellas, aturdido,
hube de verme perdido.
Mas ya he dirigido guerras.
PEDRO-. Os digo con humildad
que no penséis que os ataco,
pero, sincero, destaco
vuestra gran temeridad.
CARLOS-. Y yo repito, en verdad,
que os estoy agradecido
por el esfuerzo sufrido
en estos tristes senderos.
PEDRO-. Haced caso a los monteros.
CARLOS-. Yo soy un hombre aguerrido.
PEDRO-. Cualquier día saldrá mal
vuestro caro atrevimiento.
CARLOS-. Descansemos un momento
no lejos de ese frutal.
Bien sé que es algo fatal
por estos alrededores
perderse, mas cazadores
y reyes son el reflejo
de ese bizarro reflejo
de tantos conquistadores.
Y, dejando ya mis fallos,
contadme ya vuestra vida,
que vendrán, creo, enseguida
mis sirvientes y lacayos.
Siempre en overos y bayos
buscan a su buen señor.
PEDRO-. Soy un hombre al que el dolor
tiene muy triste y turbado.
CARLOS-. Contadme qué os ha pasado.
PEDRO-. Que me ha cegado el amor.
Ella es rica y mercaderes
son sus padres, con hacienda,
y el amor, con rara venda,
tuerce todos mis quereres.
Miro los amaneceres
y contemplo el firmamento,
pensando que sabe el viento
de mis penas y tristezas,
pues no tengo yo riquezas
y es su padre un avariento.
CARLOS-. De modo que enamorado
pero pobre, ¿no es así?
Me parece baladí
vuestro asunto.
PEDRO-. Estoy turbado.
CARLOS-. Dime tu hacienda y estado.
PEDRO-. Nada tengo y nada soy,
solo el suelo en el que estoy,
del que, dueño por pisarlo,
pudiera acaso igualarlo,
que no sé ni donde voy.
CARLOS-. Tendrás al menos oficio
que te pueda sostener.
PEDRO-. Lo que me da de comer
es acaso puro vicio.
Siempre me sacó de quicio
no conocer a las aves,
cuyos colores suaves
desde niño investigué.
CARLOS-. Ahora ya sabes que sé
que yo sé bien lo que sabes.
PEDRO-. Valgo lo que un vagabundo
que vive siempre apartado,
y, en el bosque acorralado,
no pierdo nunca un segundo.
Y es que no hay ave en el mundo
con alegres coloridos
que este buen ladrón de nidos
no conozca de memoria.
CARLOS-. Es una curiosa historia.
PEDRO-. Pasatiempos divertidos.
En fin, que sé cetrería
y a los árboles trepar
para al jilguero robar
su más dulce compañía.
He de robarle la cría
para venderla a las damas.
CARLOS-. Y ahora di cómo te llamas.
PEDRO-. Pedro me llamo, señor.
CARLOS-. Pedro, sí, que con valor
es el barón de las ramas.
PEDRO-. La burla no es acertada
con personas de humildad.
CARLOS-. Está bien, dices verdad.
PEDRO-. Se os hará noche cerrada.
CARLOS-. Cálmate, que relajada
quiero yo ya la ocasión,
pues que me da el corazón
que me vienen a buscar
quienes ya siento llegar
justo en esta dirección.

Carlos señala indicando hacia la derecha, por donde llegan gentes diversas. Pausa.

ESCENA II

Dos monteros llegan y se arrodillan ceremoniosamente ante don Carlos.

DON CARLOS (burlón)-. Aquí mi buen compañero
se queja y pena de amores,
y comparto sus dolores
en ese mismo sendero.
Con dura flecha de acero
mueren grandes corazones
en miserables prisiones.
PEDRO (triste)-. Y la causa es el amor,
que, con su fuerza y dolor,
mal nos llena de pasiones.
Y, cansado de la espera,
siento en el alma el aliento
del triste correr del viento
que mi vida deshiciera.
CARLOS-. Y es que mucho desespera
esperar a quien no viene.
porque siempre se entretiene
la esperanza, si al llegar,
como suele madrugar,
en su sueño se detiene.
PEDRO-. Por eso, si amante vivo,
amante lloro y lamento,
amante sigo yo el viento
y en él la desdicha escribo,
que no puede ser esquivo
ese don de la hermosura
en quien sabe, con dulzura,
derrotado ya el amante,
cómo llora delirante
el dolor de su tortura.

Los monteros se percatan de la herida en la pierna de Carlos.

MONTERO 1-. Majestad, estáis herido,
pues no camináis muy bien.
CARLOS-. Más le duele a este el desdén.
MONTERO 2-. ¿Qué os ocurre?
CARLOS-. Me he caído.
PEDRO-. ¿Pero es cierto lo que he oído?
Majestad os ha llamado.
CARLOS-. Y corresponde a mi estado
que, mostrando la lealtad,
se me llame majestad,
pues un rey soy coronado.
Y ya que te desengañas
y sabes que soy el rey,
arrodillarse es de ley.
PEDRO (arrodillándose)-. Mas qué cosas tan extrañas.
CARLOS-. Y, dejando tantas sañas
y devaneos de amor,
te anunciaré lo mejor,
pues, mi buen ladrón de nidos,
siendo de mis preferidos,
te convierto en un señor:
Eres amigo y vasallo,
y, al recorrer el camino,
ha querido tu destino
darte su luz con su rayo.
Mientras se ensilla el caballo
que ha de llevarme a la corte,
espero que no te importe
que te tenga por cetrero,
pues, valeroso halconero,
tú nunca pierdes el norte.

ESCENA III

MONTERO 1-. Buena ha sido en su favor
la suerte y lo que depara
para quien la creyó avara
por los lazos del amor,
mas, acabado el dolor
de esa angustia que es la muerte,
os digo yo que la suerte
tiene sus favorecidos.
CARLOS-. Gran día, ladrón de nidos,
es este que el alba advierte.
MONTERO 2-. Si nuestro rey generoso
es gentil y caballero,
ved aquí a Carlos Primero,
protector, santo, gracioso.
Que al humilde es dadivoso
nuestro grato soberano,
ya que, el imperio en su mano,
quiere siempre hacer el bien,
donde el amor y el desdén
combaten en campo llano.
Y advertid que su favor
es siempre el mayor regalo.

El montero y Pedro ayudan al emperador a sentarse.

PEDRO-. Pero soy pobre y no quiero
igualarme a más altura,
que será la senda dura
y terrible.
CARLOS-. Yo lo espero.
PEDRO-. Emperador, soy sincero.
CARLOS-. Mas cumplirás mi mandado,
puesto que ya está ordenado
que te hagas noble señor
por tu amistad y valor.
PEDRO (sumiso)-. Por ello me siento honrado.

Pausa.

MONTERO 1-. Es lo justo obedecer
a quien tales cosas manda:
si es el rey quien lo demanda
es que así se debe hacer.
PEDRO-. No sé si me va a perder
tanta grandeza y honores.
CARLOS-. De los hombres, los mejores
suelen ser los más juiciosos,
y no pienso yo alevosos
vuestros nuevos resplandores.

ESTAMPA III

Interior de la alcoba de una rica casa, con una ventana en una de las paredes, a través de la que se ve el sol de media tarde.

ESCENA I

Dos mujeres están sentadas en los asientos, al amor de la lumbre.

MARCELA-. Escuchadme, mi señora,
que me tenéis preocupada.
CRISTINA-. Marcela, no pasa nada.
MARCELA-. Lo he advertido con la aurora.
CRISTINA-. ¿Advertido?
MARCELA-. Sé que un secreto atesora
vuestro pecho, que, angustiado,
a la pena se ha entregado
en lugar de ser feliz.
CRISTINA-. Mucho sabes o es ardid.
Dime tú qué me ha pasado.
MARCELA-. Mas, si en sueños lo decía
vuestra boca enamorada,
que la luz de la alborada
en vuestros labios reía,
puesto que, sin osadía,
que nunca son atrevidos,
vuestros labios, aun dormidos,
reclamaban el amor,
mas no sé de qué señor.
CRISTINA-. De Pedro, el ladrón de nidos.
Lo conocí una mañana
a la vera de un sendero,
cuando, con un caballero,
caminaba sin desgana.
Esto fue en hora temprana,
y me habló en tono sencillo
para darme un pajarillo
que acababa de cazar.
CRISTINA-. Es así, pero me siento
ave presa, aliento herido,
pájaro triste en el nido,
pero sin un firmamento.
Decirlo a mi padre intento,
pero estoy en la locura.
MARCELA-. Extraña razón te apura.
CRISTINA-. En fin, que morirme quiero,
porque lo amé en el sendero
y es cosa que no se cura.
MARCELA-. Y luego el afortunado
que vuestra mano ha pedido.
CRISTINA-. Don Enrique es decidido
por no decir que es pesado.
MARCELA-. Y tu mano ha demandado,
que a tu padre la pidió.
CRISTINA-. Ese viejo, creo yo,
no es un hombre como debe,
que siendo yo de la plebe,
por el oro me eligió.

ESCENA II

Entra la madre de Cristina.

MADRE-. ¿Quieres matar de disgustos
a tu padre, rechazando
a quien viene regalando
tantos bienes?
CRISTINA-. Son injustos
esos comentarios.
MADRE-. Mil sustos
al buen hombre han de matar.
CRISTINA-. Él no me debe casar
con ese viejo que apesta,
que mi pecho lo detesta
sólo con verlo pasar.
MADRE-. Te has vuelto loca, yo creo,
que serán mil alegrías
que tomes las nombradías
que en nobles títulos leo.
CRISTINA-. Con ese viejo no veo
que un matrimonio dichoso
pueda existir.
MADRE-. Pues gozoso
mandó reclamar tu mano,
y siempre se mostró ufano
del amor que por ti siente.
CRISTINA-. Es una mala serpiente.
MADRE-. Es un noble castellano.
Muy bien sabes que se espera
de tu boda lo mejor.
CRISTINA-. Verlo me causa pavor.
MADRE-. Y aunque más asco te diera.
No soy la casamentera
de la plaza, y, maternal,
busco tu dicha.
CRISTINA-. Fatal
me parece ese otoñal
y no imagino en mi cama
a ese viejo que reclama
mi belleza virginal.
MARCELA-. Cuentan que es un buen partido
y que es galán, aunque viejo,
don Enrique de Requejo,
del Pinar y Valperdido.
Tiene tierras y he sabido
que tiene grandes riquezas.
CRISTINA-. Colecciona las bellezas
con lujuria y sin amores,
que es como segar las flores
con mayores asperezas.
MADRE-. Piensa en tu padre, que aspira
a elevarte a más altura,
pues ya la angustia lo apura
y más rápido respira.
Piensa que, a veces, delira
pensando que tu futuro
no lo tienes bien seguro,
y que parece un velorio
cuando piensa en el casorio.
CRISTINA-. ¿Con un hombre tan maduro?
MADRE-. No digas más tonterías
ni juegues así conmigo,
que bien sé lo del mendigo
y sus muchas cortesías.
Son las tristes fantasías
de una niña caprichosa.
CRISTINA-. Es el amor una cosa
que jamás entenderás.
MADRE-. Por necia, en fin, perderás
la opulencia más gozosa.
Pero yo encontraré, acaso,
el arreglo a tu locura.
CRISTINA-. No podrás ni con tortura,
si en el fuego ya me abraso.
MADRE-. Mujer de cerebro escaso
que se muestra tan osada
no merece tener nada,
y mucho habrás de perder.
CRISTINA-. Poco me puede doler
perder lo que es perder nada.

ESCENA III

Entrada del padre de Cristina y el trovador.

PADRE-. Escúchame bien, Cristina,
que este ilustre trovador
es afamado señor
en toda Europa y en China.
Y ha escrito con pluma fina,
pues don Enrique lo manda,
el verso que se demanda
más que la trova cortés.
CRISTINA (irónica)-. ¿Acaso yo sé quién es?
¿Tocará una zarabanda?
MADRE-. Con bellos versos quizás
entre mejor el amor.
Versos son del trovador.
CRISTINA-. Y lo inspira Satanás.
Casada no me verás
con ese viejo marchito,
porque con verlo me irrito
y me llega a marear.
TROVADOR-. Pues vamos a recitar:
“Sois corazón de granito:
Morir en paz es consuelo
Cuando, en sueños, cada noche,
soy de la vida reproche,
granizo vil, vuelto en hielo.
Mas, desdichado en mi suelo,
he buscado otros rincones
y estas malditas pasiones
me hielan con el recuerdo
que loco ven al más cuerdo
en tan lejanas mansiones.

Se va el padre de Cristina.

ESCENA IV

Se oyen murmullos fuera y entra un sirviente.

SIRVIENTE-. Señora, que el corazón
corre con fuerza en el alma,
y es que, restando mi calma,
es esta gran ocasión:
viene el rey a esta mansión,
según nos han anunciado.
MADRE-. ¿Qué dices?
TROVADOR-. Pobre alocado.
¿Y qué iba a querer el rey?
MADRE-. Si viene, será de ley
recibirle.
CRISTINA-. ¿Qué ha pasado?
¿Qué el rey viene para aquí?
Esa nueva es algo extraña.
SIRVIENTE-. Es el rey, que en oro baña.
MARCELA-. ¿Dices que el rey?
SIRVIENTE-. Por Dios, sí.
Apuesto un maravedí
a que, si nos viene a ver,
no es la ocasión el placer,
sino que, lejos del ocio,
cerrar quiere algún negocio.
MARCELA-. El señor es mercader.
SIRVIENTE-. En fin, que con su presencia,
honrará su nombradía
esta casa triste y fría.
MADRE-. Hay que andarse con prudencia.
Para mostrar la decencia
de la buena condición
que ensalza nuestro pendón,
hay que sacar vino añejo.
SIRVIENTE-. Señora, con Dios os dejo:
voy a buscarlo al mesón.
MARCELA-. ¿Qué puede querer el rey,
siendo tan alto el linaje?
MADRE-. No atenderle es un ultraje.
MARCELA-. Dará honor a vuestra grey.
MADRE-. Quiero que carne de buey
se le ofrezca como asado,
puesto que es hombre alabado
y, entre muchos, poderoso.
SIRVIENTE-. No quedaré yo en reposo
sin que sea agasajado.
MARCELA-. ¿Qué dirá vuestro marido
cuando tan alto valor
como el mismo emperador
visite su humilde nido?
CRISTINA-. ¿Y, entre tanto, yo que haré,
que me buscáis el tormento
al darme, en mi casamiento,
a ese viejo que, sin gracia,
es razón de mi desgracia,
mi dolor, mi abatimiento.


ESTAMPA IV

Gran salón en la casa de los padres de Cristina, amueblados de una manera rica pero austera, como era corriente en las casas de los mercaderes del primer Siglo de Oro.

ESCENA I

Todos los miembros de la casa se han reunido para conocer al emperador. Frente a la alegría de todos, Cristina llora.

MADRE-. Recibir en nuestra casa
a este magno emperador…
PADRE-. Pensarlo me da pavor,
pero es algo que se pasa…
MARCELA-. Y que a Cristina la casa
solo ese necio interés…
SIRVIENTE-. Tengo cansados los pies,
después de lo caminado,
que jamás tanto he comprado…
MARCELA-. Ponlos en agua después.
PADRE-. No somos de la nobleza,
sino humildes, y no entiendo,
aunque ricas sedas vendo
toda esta trama que empieza.
MADRE-. A ti siempre te despieza
la duda y el resquemor.
PADRE-. Pero es el emperador,
y si fuese cosa mala…,
MADRE-. El es grande y con su gala
te dará estado mejor.
PADRE-. ¿Y Cristina? ¿Por qué llora?
Debe acaso serenarse,
que llorar y despeinarse
son cuanto la desmejora,
ella, que es la misma aurora
y a quien el alba prefiere,
pues todo cuanto se quiere
luce siempre en su belleza.
MADRE-. Ella que a tanta realeza,
eclipsara si quisiere…
PADRE-. En fin, que es hoy un gran día,
y listo está el vino tinto
para que don Carlos Quinto
no diga que es osadía.
CRISTINA-. Ay, triste mañana fría
que hiela mi corazón.
PADRE-. Olvida tu desazón
y alegra tu joven pecho,
que también tienes derecho.
CRISTINA-. Pero tú no mi perdón.
Pues me casas con un viejo
al que no puede querer
un corazón de mujer,
pues es solo un gran pendejo.
PADRE-. En sus manos yo te dejo
para arreglarte la vida.
Y enjuga el llanto enseguida,
que pronto llegará el rey.
CRISTINA-. Solo el amor es la ley,
y la esperanza perdida.
Poco pueden importar
esos fastos imperiales,
porque mis fiestas nupciales
mal las voy a disfrutar.
Bien me pudiera amargar
la muerte con ser mi suerte,
y, pues me casas, advierte
que mis horas infelices
jamás serán, como dices,
sino vida con la muerte.
Mal me llenas de dolores
al negarme ser dichosa,
con esa risa jocosa
que me niega mis amores.
Me has causado mil dolores
y me harás mayores daños,
porque los viejos huraños,
las pasiones olvidadas,
habláis de oros y soldadas
porque sois unos tacaños.
En fin, que ya resignada,
no dejaré de llorar,
que ya me puede abrasar
el abrazo de la helada.
En verano la nevada
podré ser, pero mi llanto
ha de juntarse a mi canto,
y mi canto, en realidad,
es hallar que la verdad
trae un triste desencanto.
Por eso morir prefiero,
pero si debo vivir
no dejaré de decir
que es mi padre injusto y fiero.
Y la clemencia no espero
de gente que, sin razón,
maltrata mi corazón
y mi joven primavera,
que el corazón desespera
donde no queda razón.
MADRE-. Déjate ya de reproches
contra tu padre y aprende
que en el mundo solo entiende
quien no se pasa en derroches.
Ya te dije, hará tres noches
que una mujer de fortuna
tiene una boda oportuna
a su rango y condición:
no se va con un ladrón
que no tiene cosa alguna.

ESCENA II

Entrada de don Enrique y con dos sus criados.

DON ENRIQUE-. Quiere el amor generoso
que venga aquí moribundo,
que, desdichado en el mundo,
acaso soy más dichoso;
que manda el amor sabroso
que me resigne a esta muerte
que tomo por vida y suerte
para entregarme al destino,
que es valiente desatino
lo que en mi pecho se advierte.
CRISTINA-. Esa rara bendición
es de vos lo que no quiero:
no quiero nombre y dinero,
detesto vuestra ambición.
DON ENRIQUE-. Este pobre corazón
es sensible a vuestro ruego,
pero, abrasado en el fuego,
solo puede pedir más.
MADRE-. Lo que pide le darás.
DON ENRIQUE-. Y es que el amor es un ciego.
Dejad pues que os lo suplique,
que me ponga de rodillas,
que sufra las pesadillas
que ya llora don Enrique.
CRISTINA-. Basta, dejad que os explique
que nada me unirá vos,
que un matrimonio con Dios
pudiera darme más lujo,
que si a pena algo condujo
mi corazón, lo sois vos.
Y no es crueldad lo que digo,
que, en el nombre del amor,
es cualquier hombre mejor:
hasta un ladrón y un mendigo.
DON ENRIQUE-. De vuestro desdén testigo,
me siento acaso colmado,
que, por ser más rechazado,
más los amores enciendo.
CRISTINA-. Pues tal como yo lo entiendo,
sois un desequilibrado.
DON ENRIQUE-. Pero, al caso, si es morir
lo que mi destino quiere,
moriré, pues lo prefiere,
y dejaré de sufrir,
que no me dejáis de herir
con tan bizarro valor;
aunque le haréis el favor
a este pobre moribundo
de abandonar este mundo
en brazos de vuestro amor.

ESCENA III

Entra el emperador Carlos con Pedro, vestido esta vez con ricos ropajes, al modo cortesano, y con un halcón en el brazo.

CARLOS-. Casad a doña Cristina
con Pedro el ladrón de nidos,
y que gocen los sentidos
de su pasión repentina,
pues, a la hora matutina,
pudo ver aquel amor
un sol de raro color
que se enciende, de mañana,
al llegar la hora temprana
y saludar el albor.
PADRE-. Lo que mandáis, Majestad,
ha de ser obedecido,
y, en mirando lo ocurrido,
es deber y es lealtad,
por eso, a decir verdad,
bien estará que sea esposa
del hombre que la desposa
con vuestro sano consejo,
que será mejor que un viejo,
si bien en oro rebosa.
MADRE-. Qué dulce cosa el amor
que un rey bendice, señores.
DON ENRIQUE-. No me hable nadie de amores,
que son causa de dolor.
PEDRO-. Ha sido un grato favor
este de su Majestad.
DON ENRIQUE-. Y yo en triste soledad
me moriré en mi palacio,
sin gozar de este topacio,
esta luz, rara beldad.
CRISTINA-. Me siento por fin dichosa,
y, pues dichosa me siento,
volar quisiera en el viento
con su fragancia olorosa.
PEDRO-. Yo solo quiero otra cosa,
que es el amor quien me inclina,
y así te digo, Cristina,
que tu eres paz y remanso
del arroyo en su descanso,
si en su descenso camina.
Por ti la vida yo diera
y por ti yo moriría,
si, despertando algún día,
fueses solo una quimera.
DON ENRIQUE-. Mi coraje más no espera
y es esto una humillación,
de modo que, con perdón,
he de dejar esta casa,
que la vergüenza me abrasa.
CRISTINA-. Y os abrasa con razón.

Don Enrique se va, seguido de sus criados, mostrando en su rostro un humor de perros.

TELÓN Y FIN

2011 © José Ramón Muñiz Álvarez

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