martes, 3 de marzo de 2015

La vieja religión no murió nunca



LA VIEJA RELIGIÓN NO MURIÓ NUNCA”
(Poema prosístico para Mael Muñiz
Vega y Jimena Muñiz
Fernández)

Las voces encendidas han cesado: Asturias duerme el sueño silencioso que quiso contener valles y montes, después de tantos años de batallas. Los reyes asturianos alcanzaron muy pronto un poderío sobre zonas lejanas, tras las cumbres y cordales. La espada no temía hacerse dueña de todas las colinas que pudiese, robándole la tierra a los emires.
Y, en cambio, todo busca su descanso: las aguas de los ríos mortecinos descienden sin apuro por los valles, cantando sus rumores deliciosos. La lluvia, que desciende lentamente, parece humedecer el campo todo, rozando con su beso cada brizna. Los cielos, enterrados en la noche de negros nubarrones y chubascos, esperan un crepúsculo sin llama.
Mas no murió la magia de otros tiempos: los cuélebres se esconden en las grutas, guardando, custodiando los tesoros que pueden alcanzar los más valientes. A veces hay mujeres hechizadas que habitan esas cuevas silenciosas y saben explicarnos sus misterios. La xana, el diañu, el trasgu y otros seres existen en la boca del anciano que sigue recordando estas leyendas.
En ellas encontramos un recuerdo: la vieja religión no murió nunca, tan solo fue cubierta por un halo ligero de curioso cristianismo. Los curas les decían a las viejas que las supersticiones son pecado, que había que olvidar los viejos mitos. Las gentes, sin embargo, recordaban los cuentos del Nuberu, las historias de duendes, de sirenas y otros seres.

2014 © José Ramón Muñiz Álvarez

Prosa poética



ME HECHIZA LA MAÑANA MELANCÓLICA”
(Poema prosístico para Mael Muñiz
Vega y Jimena Muñiz
Fernández)

Me hechiza la mañana melancólica: el alma de un romántico que sueña contempla los paisajes y las lluvias que corren estos cielos del otoño. Asturias brilla más y es más versátil oyendo esos gemidos silenciosos que corren, lamentándose, en el aire. Y es bello contemplar las lontananzas y ver el alba clara que se asoma, dichosa, al encender el horizonte.
Me hechiza la mañana melancólica: el viento corre más con más apuro, por playas que conozco desde joven, buscando unos amores no encontrados. La espuma de las olas me saluda del modo en que los viejos conocidos saludan sin esmero cuando pasan. La brisa sabe a mar, sabe al salitre que lleva el aire puro, cuando avanza, buscando nuevas costas a lo lejos.
Me hechiza la mañana melancólica: el eco del granizo repentino nos habla con pasión de los inviernos que llegan con su grito sobre el suelo. Podrá romper la escarcha que, a la noche, dejó con su maldad la helada fría, cubriendo con su escarcha cada prado. Pero ha de deshacerse sin remedio su luz pura y hermosa como el cielo de aquellas primaveras despejadas.
Me hechiza la mañana melancólica: volver a renacer al ser más viejo quizás es un engaño, pero es grato sentirse, como siempre, siempre un niño. Los niños desconocen los azotes que tiene la conciencia atormentada, soñando en la inocencia que los sume (y gentes hay que escapan del consuelo que brinda esa ignorancia de los niños que no habré de querer, pues es cobarde).

2014 © José Ramón Muñiz Álvarez

Colores regalados al alba



LOS COLORES REGALADOS AL ALBA QUE
DESPIERTA”
(Poema prosístico para Mael Muñiz
Vega y Jimena Muñiz
Fernández)

Son bellos los colores regalados al alba que despierta cada día: mirar por la ventana se hace hermoso, detrás de los cristales empañados, fijando la mirada hacia lo lejos, buscando los paisajes cuyas luces descubren con el eco de un bostezo que pudo pronunciar el cielo mismo; sentir la brisa fresca de mañana se torna en un placer no duradero que busca en impresiones sensoriales pasiones casi místicas, rarísimas, quizás hasta inefables, cuando solo parecen expresarse en la poesía; soñar con las colinas y los valles se torna en la propuesta más sensata, dejando atrás el diario, el noticiario, las letras diminutas del periódico, que cuentan accidentes y mil guerras, desastres que suceden en el mundo.
Son bellos los presentes que deja la mañana en nuestra boca: es un sabor curioso el que nos deja, si vemos sus colores a lo lejos, si sabe acariciarnos nuestras sienes, dejando su perfume, sus fragancias, en la sonrisa amable de ese beso que sueña el que la ve donde despierta; es un sabor que lleva a la locura los ánimos dormidos de la noche, el grito de cansancio de ese lunes que viene, con sus grises y su llanto, dejándonos morir de aburrimiento, pues se hace melancólico y mezquino; es un sabor que puede confundirnos, brindarnos esperanzas, derrotarnos, dejarnos, como a veces, en la nada, perdidos a las puertas del vacío, sabiendo que otro día se avecina, que viene y nos asfixia con sus horas.

2014 © José Ramón Muñiz Álvarez

Asturias y sus muchas hermosuras



ASTURIAS Y SUS MUCHAS HERMOSURAS”
(Poema prosístico para Jimena
Muñiz Fernández y para
Mael Muñiz
Vega)

Asturias es hermosa como nada: los verdes del paisaje son intensos, callados como el cielo, como el aire que trajo cada lluvia a nuestra tierra. Los bosques, malheridos del otoño, se rinden a su sino, pues las hojas se dejan arrastrar por cada brisa. Las nieves se contemplan en las sierras, se sienten de mañana los granizos y el golpe de las olas en las costas.
Su luz y su belleza tienen vida. Y es bello contemplar como el helecho se seca, entre rojizos y amarillos, sabiendo que noviembre está a la puerta. Los viejos castañares silenciosos reflejan, a la tarde, el sol vencido que avanza tras las horas de chubasco. El eco de los vientos es violento, si corre con placer por los cantiles que miran al Cantábrico en los cabos.
Está llena de magia y de misterios. Sabed que las abuelas siempre dicen que hay duendes en las frondas y en los bosques. Son muchas las creencias ancestrales que excitan a las gentes de los campos, los montes, las colinas y los valles. Y nunca ha de extrañaros que en la aldea se venga a estremecer el más valiente, si escucha la llamada de los lobos.
Pensad que todo es bello en vuestra tierra: los picos y las cumbres orgullosas nos hablan con su fuerza y su rudeza, con esa juventud de mil milenios. También son recortados los lugares que miran ese mar, esos bastiones que extienden sus castillos por las costas. En ellos, las gaviotas son bandera de un reino natural inexpugnable, tesoro de las gentes que lo habitan.

2014 © José Ramón Muñiz Álvarez

Poema



NO ES BELLO DESPERTARSE

No es bello despertarse
con esas desazones:
el mar espera en paz y es algo eterno
sus olas van, serenas, a la orilla,
y siempre sus espumas, en la arena,
tendrán esa belleza blanquecina.
La muerte nos aguarda,
vendrá y podrá arrancar lo que no fuimos,
y acaso lo que fuimos ciertamente,
mas no seremos olas en la orilla.
No es bello ver el alba
sin una certidumbre:
no habremos de ser mar ni durar siempre,
pues todo va perdiéndose en la nada,
pues todo va volviéndose vacío
y no hemos de estar siempre en este mundo.
Ya no podremos nunca,
llegada ya la muerte, ese misterio
que tienen las heladas sobre el campo,
ni el beso de la nueva primavera.
Las olas de esos mares
serán recuerdo siempre,
y, en cambio, pues es tal nuestro destino,
habremos de fundirnos en la nada,
perdernos en los bosques de la nada,
dejarnos al azar, en el silencio.
Las nieves silenciosas
no habrán de pronunciar lo que decían
las brisas bulliciosas de nosotros,
dejados para siempre en la estacada,
en las mansiones grises del pasado.

2014 © José Ramón Muñiz Álvarez

La narratología de ayer


LA NARRATOLOGÍA DE AYER”

El mundo de la fantasía se abre como una posibilidad narratológica con la que entretener a los más pequeños, quienes, pegados a las faldas de sus madres o de sus abuelas, ya gozaban, en épocas pretéritas, de los relatos más aterradores y siniestros ante el crepitar de las llamas, pues, en efecto, las narraciones que vienen de tiempos ancestrales fueron pensadas para asustar a los más chicos, aprovechando las sombras de la noche, la inquietud ante la fiesta del fuego que arde en el hogar y el sonido de la lluvia o de las bestias fuera de la casa. Sin embargo, ya en aquellos tiempos estaba claro que las gentes adultas tampoco solían ser capaces de diferenciar lo fantástico de lo real, pues estas gentes, en su pobreza, estaban ligadas a una economía pobre, donde los hijos, faltos de la ilustración necesaria, en vez de acudir a la escuela, como en el presente, tenían que colaborar en las distintas faenas, ayudando a los abuelos y a los padres en los cansados trabajos del campo, llevando sacos, segando hierba o colaborando en las sucesivas cosechas, si es que llegaba el esperado tiempo de cosecha.
Y este mundo de fantasía, de narraciones curiosas, plagadas por los seres más extraños, a su vez, constituye una mitología, una serie de atractivas narraciones en las que la naturaleza no queda al margen, pues es el mismo marco en que quedan integrados los distintos personajes que conocemos ya, hoy por hoy, a través de los cuentos infantiles y de los relatos feéricos que sirvieron, en siglos pasados, para llenar de asombro y de ilusión a los niños de entonces, quienes, ignorantes del arte de la lectura, todavía, los oyeron leer a sus mayores. Es, sin duda, un terreno llamativo en el que se funden los sucesos fantasiosos con los reales, pero también un punto de encuentro maravilloso en el que no dejamos de ver, desde luego, como toda esa leyenda, ese mundo del pasado, forma parte de un folclore todavía vivo, pero camino de su extinción, toda vez que los adelantos y los medios de comunicación, con sus propuestas avanzadas y todos los servicios que son posibles en un momento de gran modernidad, nos ponen ante ese preciso instante en que la Edad Media comienza a despedirse para siempre.
Porque la Edad Media sigue viviendo entre nosotros, porque los tiempos medievales no se han acabado, siguen, de alguna manera presentes, si bien se ha desbaratado (pero no hace tanto tiempo) todo el sistema del feudalismo. Es cierto que cuando seguimos los áridos caminos de la tierra castellana vemos las ruinas de los primeros y los últimos bastiones que sirvieron en las guerras que hubo, no solamente entre los reyes y nobles, sino también entre los moros y los cristianos; fortalezas muy reconstruidas, después de su saqueo, en muchas ocasiones, que ya estaban en ruina en la misma Edad Media. La Edad Media no nos ha dejado en la medida en que, por poner un ejemplo, la vida de los labriegos ha seguido siendo la misma, lejos del bullicio y los rumores, pero también de los complicados aparatos tecnológicos que nos traen noticias de naciones que conocemos solamente de los mapas y que ya hemos podido ver en una pantalla. Donde se admiran los hórreos del ayer, las casas rurales de siempre, donde se sigue usando el arcaico azadón, necesariamente, algo de la Edad Media subsiste, y con ella la superstición de otro tiempo.
La Edad Media puede ser vista como un concepto puramente cronológico que sirve para diferenciar esa época que separa, como un gran océano, dos tiempos distintos: la Antigüedad y la Edad Moderna, esa época que se inicia con el Renacimiento y se apaga con el poderoso y visceral incendio de los revolucionarios franceses. Pero existe otra manera de ver la Edad Media, otra manera distinta, que no es la que diseñó Vasari cuando dijo que había un “Medius Aevus” distinto del Renacimiento y de la Antigüedad, y, en este sentido, cabe decir que esa Edad Media es un estilo de vida. Es justo verlo así, porque existen todavía zonas aisladas que experimentan culturalmente su neolítico, pues, en este sentido, hasta podríamos sostener que la prehistoria sigue estando presente y sigue siendo algo que no ha desaparecido. Todavía quedan aldeas donde se desconoce el arte de leer y escribir, pues los modernos satélites no han visto todavía, entre la densidad de la selva, a estas tribus que todavía no han visto al hombre blanco, creador de extraños artefactos que nos podrían llevar incluso a la luna. De esta manera, mezclados al tumulto moderno, muchos aspectos de otrora siguen vivos.

2014 © José Ramón Muñiz Álvarez