“LA
NARRATOLOGÍA DE AYER”
El
mundo de la fantasía se abre como una posibilidad narratológica con
la que entretener a los más pequeños, quienes, pegados a las faldas
de sus madres o de sus abuelas, ya gozaban, en épocas pretéritas,
de los relatos más aterradores y siniestros ante el crepitar de las
llamas, pues, en efecto, las narraciones que vienen de tiempos
ancestrales fueron pensadas para asustar a los más chicos,
aprovechando las sombras de la noche, la inquietud ante la fiesta del
fuego que arde en el hogar y el sonido de la lluvia o de las bestias
fuera de la casa. Sin embargo, ya en aquellos tiempos estaba claro
que las gentes adultas tampoco solían ser capaces de diferenciar lo
fantástico de lo real, pues estas gentes, en su pobreza, estaban
ligadas a una economía pobre, donde los hijos, faltos de la
ilustración necesaria, en vez de acudir a la escuela, como en el
presente, tenían que colaborar en las distintas faenas, ayudando a
los abuelos y a los padres en los cansados trabajos del campo,
llevando sacos, segando hierba o colaborando en las sucesivas
cosechas, si es que llegaba el esperado tiempo de cosecha.
Y
este mundo de fantasía, de narraciones curiosas, plagadas por los
seres más extraños, a su vez, constituye una mitología, una serie
de atractivas narraciones en las que la naturaleza no queda al
margen, pues es el mismo marco en que quedan integrados los distintos
personajes que conocemos ya, hoy por hoy, a través de los cuentos
infantiles y de los relatos feéricos que sirvieron, en siglos
pasados, para llenar de asombro y de ilusión a los niños de
entonces, quienes, ignorantes del arte de la lectura, todavía, los
oyeron leer a sus mayores. Es, sin duda, un terreno llamativo en el
que se funden los sucesos fantasiosos con los reales, pero también
un punto de encuentro maravilloso en el que no dejamos de ver, desde
luego, como toda esa leyenda, ese mundo del pasado, forma parte de un
folclore todavía vivo, pero camino de su extinción, toda vez que
los adelantos y los medios de comunicación, con sus propuestas
avanzadas y todos los servicios que son posibles en un momento de
gran modernidad, nos ponen ante ese preciso instante en que la Edad
Media comienza a despedirse para siempre.
Porque
la Edad Media sigue viviendo entre nosotros, porque los tiempos
medievales no se han acabado, siguen, de alguna manera presentes, si
bien se ha desbaratado (pero no hace tanto tiempo) todo el sistema
del feudalismo. Es cierto que cuando seguimos los áridos caminos de
la tierra castellana vemos las ruinas de los primeros y los últimos
bastiones que sirvieron en las guerras que hubo, no solamente entre
los reyes y nobles, sino también entre los moros y los cristianos;
fortalezas muy reconstruidas, después de su saqueo, en muchas
ocasiones, que ya estaban en ruina en la misma Edad Media. La Edad
Media no nos ha dejado en la medida en que, por poner un ejemplo, la
vida de los labriegos ha seguido siendo la misma, lejos del bullicio
y los rumores, pero también de los complicados aparatos tecnológicos
que nos traen noticias de naciones que conocemos solamente de los
mapas y que ya hemos podido ver en una pantalla. Donde se admiran los
hórreos del ayer, las casas rurales de siempre, donde se sigue
usando el arcaico azadón, necesariamente, algo de la Edad Media
subsiste, y con ella la superstición de otro tiempo.
La
Edad Media puede ser vista como un concepto puramente cronológico
que sirve para diferenciar esa época que separa, como un gran
océano, dos tiempos distintos: la Antigüedad y la Edad Moderna, esa
época que se inicia con el Renacimiento y se apaga con el poderoso y
visceral incendio de los revolucionarios franceses. Pero existe otra
manera de ver la Edad Media, otra manera distinta, que no es la que
diseñó Vasari cuando dijo que había un “Medius Aevus” distinto
del Renacimiento y de la Antigüedad, y, en este sentido, cabe decir
que esa Edad Media es un estilo de vida. Es justo verlo así, porque
existen todavía zonas aisladas que experimentan culturalmente su
neolítico, pues, en este sentido, hasta podríamos sostener que la
prehistoria sigue estando presente y sigue siendo algo que no ha
desaparecido. Todavía quedan aldeas donde se desconoce el arte de
leer y escribir, pues los modernos satélites no han visto todavía,
entre la densidad de la selva, a estas tribus que todavía no han
visto al hombre blanco, creador de extraños artefactos que nos
podrían llevar incluso a la luna. De esta manera, mezclados al
tumulto moderno, muchos aspectos de otrora siguen vivos.
2014 ©
José Ramón Muñiz Álvarez
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