martes, 3 de marzo de 2015

La narratología de ayer


LA NARRATOLOGÍA DE AYER”

El mundo de la fantasía se abre como una posibilidad narratológica con la que entretener a los más pequeños, quienes, pegados a las faldas de sus madres o de sus abuelas, ya gozaban, en épocas pretéritas, de los relatos más aterradores y siniestros ante el crepitar de las llamas, pues, en efecto, las narraciones que vienen de tiempos ancestrales fueron pensadas para asustar a los más chicos, aprovechando las sombras de la noche, la inquietud ante la fiesta del fuego que arde en el hogar y el sonido de la lluvia o de las bestias fuera de la casa. Sin embargo, ya en aquellos tiempos estaba claro que las gentes adultas tampoco solían ser capaces de diferenciar lo fantástico de lo real, pues estas gentes, en su pobreza, estaban ligadas a una economía pobre, donde los hijos, faltos de la ilustración necesaria, en vez de acudir a la escuela, como en el presente, tenían que colaborar en las distintas faenas, ayudando a los abuelos y a los padres en los cansados trabajos del campo, llevando sacos, segando hierba o colaborando en las sucesivas cosechas, si es que llegaba el esperado tiempo de cosecha.
Y este mundo de fantasía, de narraciones curiosas, plagadas por los seres más extraños, a su vez, constituye una mitología, una serie de atractivas narraciones en las que la naturaleza no queda al margen, pues es el mismo marco en que quedan integrados los distintos personajes que conocemos ya, hoy por hoy, a través de los cuentos infantiles y de los relatos feéricos que sirvieron, en siglos pasados, para llenar de asombro y de ilusión a los niños de entonces, quienes, ignorantes del arte de la lectura, todavía, los oyeron leer a sus mayores. Es, sin duda, un terreno llamativo en el que se funden los sucesos fantasiosos con los reales, pero también un punto de encuentro maravilloso en el que no dejamos de ver, desde luego, como toda esa leyenda, ese mundo del pasado, forma parte de un folclore todavía vivo, pero camino de su extinción, toda vez que los adelantos y los medios de comunicación, con sus propuestas avanzadas y todos los servicios que son posibles en un momento de gran modernidad, nos ponen ante ese preciso instante en que la Edad Media comienza a despedirse para siempre.
Porque la Edad Media sigue viviendo entre nosotros, porque los tiempos medievales no se han acabado, siguen, de alguna manera presentes, si bien se ha desbaratado (pero no hace tanto tiempo) todo el sistema del feudalismo. Es cierto que cuando seguimos los áridos caminos de la tierra castellana vemos las ruinas de los primeros y los últimos bastiones que sirvieron en las guerras que hubo, no solamente entre los reyes y nobles, sino también entre los moros y los cristianos; fortalezas muy reconstruidas, después de su saqueo, en muchas ocasiones, que ya estaban en ruina en la misma Edad Media. La Edad Media no nos ha dejado en la medida en que, por poner un ejemplo, la vida de los labriegos ha seguido siendo la misma, lejos del bullicio y los rumores, pero también de los complicados aparatos tecnológicos que nos traen noticias de naciones que conocemos solamente de los mapas y que ya hemos podido ver en una pantalla. Donde se admiran los hórreos del ayer, las casas rurales de siempre, donde se sigue usando el arcaico azadón, necesariamente, algo de la Edad Media subsiste, y con ella la superstición de otro tiempo.
La Edad Media puede ser vista como un concepto puramente cronológico que sirve para diferenciar esa época que separa, como un gran océano, dos tiempos distintos: la Antigüedad y la Edad Moderna, esa época que se inicia con el Renacimiento y se apaga con el poderoso y visceral incendio de los revolucionarios franceses. Pero existe otra manera de ver la Edad Media, otra manera distinta, que no es la que diseñó Vasari cuando dijo que había un “Medius Aevus” distinto del Renacimiento y de la Antigüedad, y, en este sentido, cabe decir que esa Edad Media es un estilo de vida. Es justo verlo así, porque existen todavía zonas aisladas que experimentan culturalmente su neolítico, pues, en este sentido, hasta podríamos sostener que la prehistoria sigue estando presente y sigue siendo algo que no ha desaparecido. Todavía quedan aldeas donde se desconoce el arte de leer y escribir, pues los modernos satélites no han visto todavía, entre la densidad de la selva, a estas tribus que todavía no han visto al hombre blanco, creador de extraños artefactos que nos podrían llevar incluso a la luna. De esta manera, mezclados al tumulto moderno, muchos aspectos de otrora siguen vivos.

2014 © José Ramón Muñiz Álvarez

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