martes, 16 de agosto de 2016

Las lanchas de los viejos pescadores-Concejo de Carreño

Soneto II
“LAS LANCHAS DE LOS VIEJOS PESCADORES”
(Soneto sobre brillos y colores que
quiere el alba clara
cuando besa
la arena de las playas de
Carreño)





            Septiembre es un mes lleno de contrastes: la luz del sol es débil y parece que muere ya el verano cuando llegan las tardes con cielos caprichosos. Entonces son las nubes las que azotan, con gana, los rincones del concejo, pues hieren con su lluvia cada zona  y habitan los paisajes de tristeza. Y hay gente que sabiendo de esa herida, prefiere esos momentos en que todo parece convertirse a un nuevo brillo, si sale el sol, después de la tormenta. El puerto, con la luz de la derrota, despide los momentos más dichosos que vieron los rigores estivales que saben de la calma del verano.
            Un halo melancólico nos llena si vuelve otro septiembre con su túnica de luces que son poco, cuando el viento disfruta y, agitándose, nos roza. Es esa sensación de haber nacido para mirar las hojas del helecho rendidas al bostezo de un otoño que se hace, cuando menos, inminente. Pero eso trae consigo la ventaja de darle al alma alada los espacios para que vuele alegre, a su capricho, gritando al mundo todo lo que quiera. Yo, en tanto, os doy un eco de mi espíritu, si escribo versos bellos de un Carreño que muere cuando pasan los veranos  llegan los otoños con nostalgia:



                                    La brisa que contempla, en lo lejano,
                        las lanchas de los viejos pescadores
                        admira las espumas, los colores
                        del mar bajo la calma del verano.
                                    La luz de la alborada, con su mano,
                         jugando con sus raros resplandores,
                        enseña los alegres surtidores
                        que corren sin temor el aire vano.
                                    Las llamas de la altura, con sus galas,
                        proyectan su belleza sobre un suelo,
                        que espera que la tarde las consuma.
                                    Y todo se hace bello bajo el cielo
                        que las arenas besa de las calas
                        que quieren otro beso de la espuma.







            Los cambios del paisaje se hacen bellos y es bello contemplarlos nuevamente, sabiendo que sacuden en los bosques los árboles que esperan su letargo. Y el mar también transforma su apariencia: se pronto son las olas más agrestes y el viento las agita con sus rizos, haciendo que levanten sus espumas. Los mares de Carreño son más bravos llegados los otoños a esta tierra que puede lamentar el poderío de un mar encabritado que se agranda. Las gentes del lugar saben del canto del viento cuando quiere la tormenta, buscando arremeter contra la roca que duerme su silencio en los cantiles.




 2014 © José Ramón Muñiz Álvarez

domingo, 14 de agosto de 2016

SON MUCHOS LOS RECUERDOS DE ESOS AÑOS






I

Son muchos los recuerdos de esos años
dejados en la infancia más lejana:
los arces de la calle y las aceras,
asfaltos casi limpios tras la lluvia,
las brisas del otoño siempre fresco.

II

Son muchos los colores de esos días
tranquilos de los meses derrotados:
las hojas malheridas y los frutos,
el sueño de los árboles vencidos,
la herida misteriosa de los parques.

III

Los nuevos edificios no son bellos,
allí donde cayeron los más viejos:
el verde dibujaba mocedades
en esas balconadas de madera
que no se suelen ver en nuestros días.

IV

Y siguen recordando las neblinas
momentos ancestrales y queridos:
la hierba está más fresca de mañana
para los pies descalzos del mozuelo
que corre por allí despreocupado.

V

Y entonces llegas tú, brisa serena,
callada como el alba en las alturas,
y quieres abrazarme con tus manos,
rozarme con tus besos invisibles,
si alguna vez los hubo que se viesen.

VI

Y entonces llegas tú, brisa temprana,
callada como el cielo del ocaso,
si quieren los ocasos en otoño
llegar antes de tiempo a los jardines
que llenan de febril melancolía.

VII

Y vengo a recordar esos momentos
de la niñez perdida para siempre:
la voz tierna y cascada de la abuela,
las noches de noviembre en la buhardilla,
las tardes repentinas y la luna.

VIII

Y vengo a recordar los viejos tiempos
de la niñez dejada en el silencio:
la leña va encendiéndose despacio,
y huelen a humedad esas castañas
que venden en la plaza de la villa.

IX

La senda que camino en estos días
me ve dubitativo algunas veces:
las nieves de las cumbres son tan sabias
como los siglos tristes que las miran,
cansados de asistir a los deshielos.

X

La loma me permite ver las cumbres
y hacer las reflexiones más curiosas:
las cimas son reflejo de uno mismo,
que, atento a su pasado, se convierte
en bosques de tristeza y de nostalgia.

2016 © José Ramón Muñiz Álvarez
"El niño que compró una bicicleta"

ENTONCES ME ASOMÉ HACIA LOS PAISAJES




Entonces me asomé hacia los paisajes.
Y pude regresar y contemplarlos,
y pude ver el puerto y ver la costa,
y el verde de los montes y los árboles.
Y recordé por fin esos romances
cantados por abuelas ya mayores,
amantes de los tiempos de leyenda.
Y supe que el lugar, los eucaliptos
y el faro y las palmeras escondían
secretos de otro tiempo ya perdido.

2016 © José Ramón Muñiz Álvarez
"El niño que compró una bicicleta"