Soneto II
“LAS LANCHAS DE LOS VIEJOS PESCADORES”
(Soneto sobre brillos y colores que
quiere el alba clara
cuando besa
la arena de las playas de
Carreño)
Septiembre
es un mes lleno de contrastes: la luz del sol es débil y parece que
muere ya el verano cuando llegan las tardes con cielos caprichosos.
Entonces son las nubes las que azotan, con gana, los rincones del
concejo, pues hieren con su lluvia cada zona y habitan los paisajes de
tristeza. Y hay gente que sabiendo de esa herida, prefiere esos momentos
en que todo parece convertirse a un nuevo brillo, si sale el sol,
después de la tormenta. El puerto, con la luz de la derrota, despide los
momentos más dichosos que vieron los rigores estivales que saben de la
calma del verano.
Un
halo melancólico nos llena si vuelve otro septiembre con su túnica de
luces que son poco, cuando el viento disfruta y, agitándose, nos roza.
Es esa sensación de haber nacido para mirar las hojas del helecho
rendidas al bostezo de un otoño que se hace, cuando menos, inminente.
Pero eso trae consigo la ventaja de darle al alma alada los espacios
para que vuele alegre, a su capricho, gritando al mundo todo lo que
quiera. Yo, en tanto, os doy un eco de mi espíritu, si escribo versos
bellos de un Carreño que muere cuando pasan los veranos llegan los
otoños con nostalgia:
La brisa que contempla, en lo lejano,
las lanchas de los viejos pescadores
admira las espumas, los colores
del mar bajo la calma del verano.
La luz de la alborada, con su mano,
jugando con sus raros resplandores,
enseña los alegres surtidores
que corren sin temor el aire vano.
Las llamas de la altura, con sus galas,
proyectan su belleza sobre un suelo,
que espera que la tarde las consuma.
Y todo se hace bello bajo el cielo
que las arenas besa de las calas
que quieren otro beso de la espuma.
Los
cambios del paisaje se hacen bellos y es bello contemplarlos
nuevamente, sabiendo que sacuden en los bosques los árboles que esperan
su letargo. Y el mar también transforma su apariencia: se pronto son las
olas más agrestes y el viento las agita con sus rizos, haciendo que
levanten sus espumas. Los mares de Carreño son más bravos llegados los
otoños a esta tierra que puede lamentar el poderío de un mar encabritado
que se agranda. Las gentes del lugar saben del canto del viento cuando
quiere la tormenta, buscando arremeter contra la roca que duerme su
silencio en los cantiles.
2014 © José Ramón Muñiz Álvarez
No hay comentarios:
Publicar un comentario