X
Detrás
de los polígonos,
las
luces del crepúsculo
ignoran
la verdad de lo que somos,
ignoran
la verdad de lo que fuimos
y
aquello que nos trajo a las ciudades,
echados
con violencia
por
raras ambiciones
que
quieren que lloremos la miseria
de ver
atrás los años más idílicos,
dejados
en los montes y colinas.
Detrás
de los polígonos,
las
luces del crepúsculo
nos
hacen comprender que somos poco,
que no
tenemos más de lo que siempre
tuvimos
en las villas y los pueblos,
pues
siempre se hace triste
vivir
en las ciudades,
dejando
los rincones entrañables
que
saben del recuerdo de esos días
de
dicha abandonada en otro tiempo.
Detrás
de los polígonos,
las
luces del crepúsculo
nos
dictan esas órdenes tremendas,
gritadas
como voces de un sargento,
un
cabo, un coronel de gesto extraño,
que
mira con enojo,
que
sabe reprimirnos
e
impone los horarios y las prisas
a las
que nos ataron, con dureza,
igual
que a los esclavos de un imperio.
Detrás
de los polígonos,
las
luces del crepúsculo
nos
dicen que paguemos, resignados,
el
precio por la vida en las ciudades,
los
altos alquileres, hipotecas
y
deudas sorprendentes
por
antros tan incómodos
que no
lo entiende nadie, pero todos
cayeron
en la trampa y se lanzaron
igual
que caen los ciegos a una fosa.
Detrás
de los polígonos,
las
luces del crepúsculo
nos
hablan de la vida transcurrida
y
saben advertirnos que la muerte
espera
por igual en las ciudades,
pues
siempre los ocasos
nos
hablan del destino,
y no
puede pedirse a los crepúsculos
que
traen la noche triste a las ciudades
que
olviden que son sombra de la muerte.
2015 © José Ramón Muñiz Álvarez
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