I
Abrir una ventana
y ver esas colinas
es ser de nuevo el niño
que quiso conquistar el mundo entero,
perderse alegremente en la aventura
y ser un personaje de novela
que vuela como vuelan las gaviotas,
que vuela como vuelan, en el aire,
las horas agotadas,
las horas que se fugan para siempre.
II
Y vienen nuevas nieblas
y toman, sin vergüenza,
paisajes conocidos,
sabidos, desde entonces, de memoria,
pues quiere la memoria recordarlos,
tenerlos bien presentes, como suelen
amar los decorados los actores,
si acaso los actores fueron parte
en esa escena mágica
que está tras el telón y ante su público.
III
Quien abre una ventana
encuentra hermosas vistas,
tal vez esos rincones
distintos de lugares más lejanos
que quiere conocer, aventurero,
el niño que compró una bicicleta
y anduvo entre las densas arboledas,
amando castañares y eucaliptos
que escuchan las canciones
calladas de la brisa de la tarde.
IV
Quien rueda en el asfalto
y da pedal a veces
también siente el deleite
de ver esos rincones, descubriendo
embalses a la vera del camino,
las charcas escondidas que cavaron
en décadas pasadas las tejeras,
quizás una laguna con sus garzas,
y en ella ese tesoro
que son los azulones con sus crías.
V
Comprar la bicicleta
no solo fue un acierto,
no solo fue un acierto
salir a la aventura y ver los montes,
hallar pueblos distintos y ver gentes
que habitan el concejo y sus aldeas,
pues tuvo más valor poder hallarse
inmerso en esos mares y esas charcas,
y ser en el entorno
un ser en comunión con lo que existe.
2016 © José Ramón Muñiz Álvarez
"El niño que compró una bicicleta"
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