I
La vieja bicicleta
quedó en el abandono,
después de que llegasen
momentos diferentes a esos días
de tierna juventud, de adolescencia,
de sueños imposibles,
de pantalones cortos y veranos
que corren al vacío, que se pierden,
y mueren, sin embargo,
dejando como un surco en el espíritu.
II
Aquellas carreteras
del tiempo de la infancia
parecen ser ficciones,
y, a veces, las leyendas resucitan,
regresan del pasado, nos convencen,
sabiendo permitirnos
regresos tan fugaces como hermosos
a un tiempo que no existe, que se esfuma,
que acaba de morirse
en la nostalgia vaga y subjetiva.
III
Así no hay que olvidarse
del alma solitaria
del niño revivido
en este templo nuestro del recuerdo,
si es cierto que nos llena la memoria
de todo lo que somos,
de todo lo que fuimos otras veces,
pues somos -paradojas de la vida-
lejanos a nosotros,
igual que los extraños del camino.
IV
Pensad en la inocencia
que corre entre los bosques,
pensad solo un momento
en la mirada pura, casi crédula
del niño que no frena, que acelera
jugando con el viento,
volcándose en la brisa con la gracia
que tienen los bañistas en la espuma
del mar inalterable
que ve pasar los días del verano.
V
Pues esa niñez dulce
ya mira, melancólica,
el paso de los años,
sin sospechar siquiera que la muerte
se esconde, silenciosa, en el follaje
del bosque en que se envuelve
la vieja carretera,
pues no suelen pensar los niños mucho
en esa vieja austera que nos busca,
sin falta de la noche,
para arrancarnos rauda hacia la nada.
2016 © José Ramón Muñiz Álvarez
"El niño que compró una bicicleta"
No hay comentarios:
Publicar un comentario