jueves, 4 de agosto de 2016

Parece que el camino se hace eterno


 Parece que el camino se hace eterno, subiendo nuevamente otra colina: el valle está poblado por helechos tan densos como el beso de la lluvia que siente el aire fresco de la tarde. Y es bello caminar por los lugares y amar la brisa fresca del verano (un denso olor a bosque de castaños y de eucaliptos tristes y vencidos nos habla del otoño venidero). Septiembre corre rápido, y su marcha también se hace sentir en los paisajes. Muy pronto será el tiempo para el níscalo que brota de una tierra embarazada que gime sospechando su crepúsculo.
Después de algunos pasos no muy largos se escucha el mar violento en los cantiles: la roca vertical va desplomando sus torres y sus muros como suelen las grandes fortalezas castellanas. Percebes, caracolas, mejillones y bígaros aguardan en silencio. La espuma sabe a golpe de salitre, a canto de sirena que se encrespa, que gime como un puma en su arrebato. El viejo cormorán se ha zambullido en ese mar azul pero violento. Los gritos de bandadas de gaviotas se pierden mar adentro, se sospechan, si cabe, en estas costas tan abruptas.
También se advierte el pueblo abigarrado, las casas agarradas a los montes. El pueblo todavía tiene vida, la vida que le queda a los más viejos, después de que los jóvenes se fueran... Algunos niños viven en la zona, pero esto es en los meses de verano. Mediado el mes, se van a otros lugares, olvidan esas viejas bicicletas que montan por caminos secundarios. Los sábados son días de excursiones, si no es que toca playa a los más mozos. De todos modos, estas correrías también tienen su encanto, y se descubren rincones y paisajes variopintos.
Sí, parece que el camino se hace eterno, subiendo nuevamente otra colina...




 2015 © José Ramón Muñiz Álvarez

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