La brisa perezosa que roza el eucalipto nos habla de la charca y sus secretos, sabiendo que, entre juncos, escondidos, nos miran con prudencia los viejos azulones, los mismos de otros años, esos mismos, veloces como flechas que se apuran en un espacio triste, vencido por las densas humedades.
El aire fresco y dulce que corre los caminos pronuncia en nuestro rostro la tristeza callada del agosto moribundo, sabiendo resignarse, sabiendo que la helada podrá robar el tiempo que nos dieron, un tiempo que era nuestro para siempre y agota su existencia como agua que se escapa entre las manos.
Y, entonces, el recuerdo que pudo en la mirada volverse ayer, hacerse más presente, no puede despertar aquellos días, no puede convocarlos, hacerlos ser, de nuevo, lo mismo que ya fueron cuando fueron relámpagos perdidos, desbocados, igual que los potrillos que vienen de la nada hacia la nada.
Y entonces uno escribe los versos con maneras antiguas y modernas para nadie, tal vez esos sonetos metafísicos que no querrán acaso las gentes del relevo que no ha de tardar mucho, si la muerte no quiere perdonarnos esa deuda, pues ese amargo viaje no puede retrasarse mucho tiempo.
Entonces uno sabe que el tiempo concedido tendrá que mantenerse por los siglos, que todo ha de volver hacia su origen, y que, en la primavera, veremos nuevamente la luz perdida ya, la misma vida que habrá de contenerse en el otoño, si quieren los otoños llenar con sus escarchas las mañanas.
Pero uno no ha de verse dichoso en los caminos que pudo, caprichoso, hallar alegre después de ser un niño y ser un joven, porque el camino nuestro es algo que se apaga, y es siempre nuestra suerte una enemiga que juega con su vuelo pasajero, sabiendo desterrarnos a tierras de silencio y de abandono.
En estas reflexiones calladas y profundas que se hacen melancólicas y tristes encuentro yo el placer de prevenirme, de hacerme acaso oscuro, igual que los filósofos y viejos pensadores cuyo mundo tomó un color oscuro y pesimista que nunca deja nadie sumido en la brutal indiferencia.
2016 © José Ramón Muñiz Álvarez
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