martes, 2 de agosto de 2016

V




V

El nuevo amanecer
revela su tristeza
en esas caras serias y aburridas
de gentes que, acudiendo a su trabajo,
parecen tensionadas, estresadas,
pues viven temerosas,
quizás esclavizadas
por jefes exigentes que manejan
lenguajes inhumanos que destrozan
al hombre, convirtiéndolo en un número.

Son gentes que no ignoran
que existe la poesía,
que vive la poesía en los jardines,
que habita en cada flor, en cada hayedo,
tal vez en esas piedras de la iglesia
que lleva contemplando
la vida varios siglos,
quizás una decena, si es que pudo
fundarla algún monarca en esos tiempos
de guerras a caballo con espada.

Son gentes que amarían
quizás el suelo urbano,
la vida pueblerina en que nacieron,
el pueblo del abuelo y de los padres
que quedan en el pueblo para siempre,
unidos a su mundo,
pegados a sus ritmos,
acaso a las costumbres ancestrales
que pueden conocer los que han vivido
ajenos al afán y a los bullicios.

Son gentes que suspiran
al ver que los inviernos
discurren lentamente, sin apuro,
negando el sol, la luz y la belleza
que encienden corazones y que animan
la vida en cada pecho
pues siempre son capaces
de darle pinceladas de alegría
al mundo triste y gris en que vivimos,
dejados a rutinas horrorosas.

Son gentes que comprenden
que el brillo en las alturas
quizás es un pretexto indiscutible
que ordena la asistencia a ese trabajo
que quieren todos y odian en el fondo,
pues nadie quiere hallarse
sumido en ese tedio
de la ciudad violenta en que los coches
encienden ese tráfico agitado
que nunca desemboca en parte alguna.

2015 © José Ramón Muñiz Álvarez


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