I
Son muchos los recuerdos de esos años
dejados en la infancia más lejana:
los arces de la calle y las aceras,
asfaltos casi limpios tras la lluvia,
las brisas del otoño siempre fresco.
II
Son muchos los colores de esos días
tranquilos de los meses derrotados:
las hojas malheridas y los frutos,
el sueño de los árboles vencidos,
la herida misteriosa de los parques.
III
Los nuevos edificios no son bellos,
allí donde cayeron los más viejos:
el verde dibujaba mocedades
en esas balconadas de madera
que no se suelen ver en nuestros días.
IV
Y siguen recordando las neblinas
momentos ancestrales y queridos:
la hierba está más fresca de mañana
para los pies descalzos del mozuelo
que corre por allí despreocupado.
V
Y entonces llegas tú, brisa serena,
callada como el alba en las alturas,
y quieres abrazarme con tus manos,
rozarme con tus besos invisibles,
si alguna vez los hubo que se viesen.
VI
Y entonces llegas tú, brisa temprana,
callada como el cielo del ocaso,
si quieren los ocasos en otoño
llegar antes de tiempo a los jardines
que llenan de febril melancolía.
VII
Y vengo a recordar esos momentos
de la niñez perdida para siempre:
la voz tierna y cascada de la abuela,
las noches de noviembre en la buhardilla,
las tardes repentinas y la luna.
VIII
Y vengo a recordar los viejos tiempos
de la niñez dejada en el silencio:
la leña va encendiéndose despacio,
y huelen a humedad esas castañas
que venden en la plaza de la villa.
IX
La senda que camino en estos días
me ve dubitativo algunas veces:
las nieves de las cumbres son tan sabias
como los siglos tristes que las miran,
cansados de asistir a los deshielos.
X
La loma me permite ver las cumbres
y hacer las reflexiones más curiosas:
las cimas son reflejo de uno mismo,
que, atento a su pasado, se convierte
en bosques de tristeza y de nostalgia.
2016 © José Ramón Muñiz Álvarez
"El niño que compró una bicicleta"
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