viernes, 5 de agosto de 2016

La cacería del marqués y la aventura del bastardo guerrero

“LA CACERÍA DEL MARQUÉS”

        Los montes dejó el ocaso,

cuando ya el anochecer
avisaba al horizonte,
y el horizonte al marqués.
        No tardaron los monteros,
habiendo de recoger,
y a los perros convocaron,
porque cosa fue de ley.
        Y, porque el sol se ponía,
siguiéronlo, que el corcel,
por los caminos, sin prisa,
la noche sintió al volver.
        Mientras, el marqués escucha
un romance, que es merced
que los romances se canten
cuando el sol se va a poner.
        El muchacho que lo canta
es un joven y es doncel,
que la barba no le crece,
pues no le habrá de crecer.
        Siguió el camino al castillo,
y los monteros tras él,
al regresar de la caza,
que es cazador el marqués.
        Con los monteros los perros,
porque son fieles también,
que no cabe en esta tierra,
con el señor no ser fiel.
        Y, porque el sol se ponía,
lo siguen, pero el corcel,
de una víbora asustado,
al suelo lo hizo caer.
        El mozuelo que cantaba
acudió con rapidez,
que está sano, por ventura,
su señor, el buen marqués.
        Y porque lo vio prudente
y premiar su buen hacer,
el halcón le ha regalado,
aunque cazaba con él.
        Bien agradece el muchacho
el regalo del marqués,
que, con verse así premiado,
siente que es poco ser fiel.
        Entre los monteros todos
subido lo han al corcel,
porque el buen señor se queja
que tiene mancado un pie.
        Y, porque el sol se ponía,
lo siguen, en el corcel,
que por la brida el muchacho
sabe sujetarlo bien.
        El mozuelo que cantaba
vuelve a cantar otra vez,
porque su canto entretenga
el dolor que pueda haber.
        Y porque lo vio prudente,
tras premiar su buen hacer,
quiere regalarle el sacre,
pues es el mozo tan fiel.
        –Sabed, señor, por ventura,
que bien lo habéis de saber,
que ha de ser agradecido
el que os sabe ser tan fiel.
        Y pues es justo que al noble
se le haya de complacer,
no sabrá decir que nones
quien os debe tanto, a fe.
        Pero, pues es vuestro sacre,
que otros mejores tenéis,
el halcón es suficiente
en pago de tal merced.
        Y no es que quiera ofenderos,
mi señor y buen marqués,
sino todo lo contrario,
porque es bueno hacer el bien.
        –Dices bien, y yo por eso
me quiero empeñar también
en regalarte ese sacre
en pago de tal merced.
        Tú, como sabes, soy noble,
y noble es hacer el bien
con quien dineros no tiene,
pero cumple su deber.
        Y pues me da Dios su hacienda
y tan próspero me ve,
el sacre yo te regalo
y has de quedarte con él.
        No tardaré en tener otro,
que me ha de dar un doncel
que bellos halcones ceba,
y que es como tú cortés.
        No rechaces el regalo,
porque no es cosa que, a fe
parezca bien al que da
y al que lo quiere ofrecer.
        –Decís bien, dijo el muchacho,
y es un honor que podré
mostrar a mi pobre madre
el regalo del marqués.
        El joven, llegado a casa,
a su madre hizo saber
los sucesos de la caza
y el regalo del marqués.
        –Decid lo que os pasa, madre,
que os veo triste, a la vez
que me miráis con tristeza
y a mí llorando me veis.
        Decidme, a qué tanto llanto
cuando es bueno ese marqués
que, tras dar un halcón bello,
un sacre me da después.
        –No es nada al fin, mi pequeño,
sino que me emocioné,
recordando los amores
que me unieron al marqués.
        Que después de tanto amarle,
tuve un bastardo con él,
y el que nunca le dio nada
dos aves viene a ofrecer.
        –Por vos madre el sentimiento
mayor daño me ha de hacer,
que no ya por los temores
de ir a enfrentarme con él.
        Que si sangre suya tengo,
no es de hacerme gran merced
que dos aves me regale
y con ello todo esté. 
        Que, si es en verdad mi padre,
mis derechos yo no sé,
pero el daño que os aflige
habrá de pagarlo a fe.
        –No quieras, pequeño mío
ir a enfrentarte con él,
que sabe luchar a espada
y no hay valor como el de él.
        Siempre fue muy corajudo,
y, pues corajudo fue,
supo luchar en la guerra
y tener contento al rey.
        Llegóse el mozo al castillo
por hablar con el marqués,
y el marqués, porque lo aprecia,
salió por hablar con él.
        –Buenas noches, mi vasallo,
el que, si herido en el pie
pudo verme, me ha ayudado
a subir en el corcel.
        –No muy buenas, señor mío,
que no son buenas, marqués,
después que dijo mi madre
las cosas que os contaré:
        que el caso es que la gozasteis,
y que supisteis también
de vuestro lecho apartara,
si pareció menester.
        He de decir que es malvado,
y es terrible, como sé,
que la pobre, sin marido,
fue la amante de un marqués.
        –La verdad he de decirte,
pues que soy hombre cortés,
y hubo un tiempo en que la amaba,
porque es cierto que la amé.
        Muchas veces en sus brazos
me besó y yo la besé,
porque las pasiones mozas
fáciles son de encender.
        –Y, pues eres hijo mío,
grandes bienes te daré,
si no es este marquesado,
que a tu hermano dejaré.
       –Yo dejo, señor, el feudo,
que quiero servir al rey,
pues en las guerras la gente
gana su nombre también.
        Solo os pido que a mi madre,
pues la amasteis, la cuidéis,
pues ella quedará sola,
y muy pronto partiré.
        –Mira que la guerra es dura,
bravos los hombres del rey,
y el camino de la corte
es largo para ir a pie.
        Si no sabes con la espada
defenderte, no hay quehacer
que yo menos te aconseje,
pues nada podrás hacer.
        –Sabré servir de escudero
a los hombres cuya grey
combate ya en la batalla,
y, de a poco, creceré.
       –La muerte te estás buscando
y no te permitiré
que vayas tú a la batalla,
siendo mi sangre también.
        –La sangre también la tuve
al momento de nacer
y no me quiso por hijo,
siendo mi padre, el marqués.
        Montaraz es el muchacho,
pues quien le dice cortés
que no quiera los peligros,
se lo dijo por su bien.
       Y es la vida del guerrero
dura vida y es de ley
que no mande a un hijo un padre
a las guerras que hace el rey.
       –La guerra es la única llave
para un consuelo tener
y que alivie mi pobreza
si mi sangre es de marqués.
        Y, si sangre noble tengo,
no es mucho más la del rey,
para que jamás me dejen
allí combatir por él.
        –Cuida bien de ser incauto,
pues en el combate habré
de decirte que hay peligros
que te harán desfallecer.
       –La fortaleza la saco
de mi pecho, que es merced
que, al luchar con valentía,
se crezca el pecho también.
        –Mal haces al decir eso,
que no es cosa buena, a fe,
querer entrar en las lides
sin de la guerra saber.
        No son pocas las heridas
que en el cuerpo se le ven
al guerrero, si desnudo
acaso se le ha de ver.
        Que me hirieron en la guerra
mil veces, si no son cien,
y cerca la muerte tuve
y hube así de padecer.
        Y la sangre he derramado
por el capricho de un rey
que lucha contra los moros
por sus tierras proteger.
        –Podrás, si lo quieres, padre,
presumir como marqués
de la sangre de un bastardo,
porque al moro mataré.
        Y no temo los peligros,
pues que no es noble temer,
y el valor que a mí me llena
predice en mi pecho el bien.
       –Poco sabes de la guerra,
que no es prudente querer
combatir en la batalla
sin buenas armas tener.
        Nada sabes de la espada
y no tienes ni el arnés
que de armadura te sirva,
y la armadura es de ley.
        –Me bastará con las armas
que me quiera dar el rey,
y a los moros, por infieles,
el cuello les segaré.
        Orgulloso del bastardo,
que osado lo ve el marqués,
para que a la guerra vaya
le dará las armas él.
        Y contento del muchacho,
una carta escribe al rey,
porque quiere que lo acoja
como a quien la da su fe.
        Y porque le da su escudo,
le da su espada también,
y hasta el yelmo y la coraza
que lucirá en su corcel.
        Nunca tanto imaginara
el mozuelo, que lo ve
y a la lucha se dispone
por el servicio del rey.
        Pero lo mira gustoso
su padre, el señor marqués,
que a las banderas lo manda
como lo manda la ley.
        Y con llantos lo despide
su madre, que triste ve
que va ala guerra el muchacho
como otrora fue el marqués:
        –Piensa en los santos del cielo
y muestra a la Virgen fe,
sabiendo que, tras la muerte,
hay una vida después.
        –Tranquila, madre, tranquila,
que son cosas que ya sé,
porque lo dicen los curas
que predican tanto bien.
        –Piensa en la gloria y la patria,
y, dispuesto ya a vencer,
no muestres jamás clemencia,
que así lo supo yo hacer.
        –Tranquilo, padre, tranquilo,
que cosas son que ya sé,
que lo dicen los soldados
que sirven a nuestro rey.
        Llamó a todos sus soldados,
con airado gesto, el rey,
cansados de tanta guerra
en el nombre de la fe.
        –Si me decís que son tantos
los que habremos de vencer,
coraje os pido en la lucha,
que la victoria tendré.
        Allí se le acercó un mozo
y, queriendo hincar e pie,
se le puso de rodillas
para decirle después:
        "Señor, a serviros vengo,
y he de servir, porque sé
que la sangre de mis venas
hierve por serviros bien.
        Decir podéis que soy mozo,
y que soy mozo lo sé,
mas no faltará el coraje
al hijo de un buen marqués."
        Con un ánimo orgulloso
lo miró contento el rey,
que a sus hombres lo presenta
con un gesto muy cortés.
        –Mirad todos, si, cansados,
miedo tenéis de perder,
a este joven al que envía
de sus tierras el marqués.
        Que con su armadura viene
y montado en un corcel
en el que llega valiente
para dar las cartas de él.
        Mirad al joven muchacho,
que con mirarlo sabréis
el valor de su linaje,
pues en el rostro se ve.
        Como su padre es valiente,
como valiente es su rey,
y si el ánimo no falla,
sacaré provecho de él.
        Se sorprenden los guerreros
por lo joven que lo ven,
que no más de los catorce
debe el mancebo tener.
        Los soldados se sorprenden,
que es cosa de sorprender
que siendo el muchacho un mozo
venga a la guerra también.
        –Casi un niño nos parece
el muchacho del marqués,
mas si a la guerra se viene
por hombre lo he de tener.
        Y que nuestro vino beba
que le hagan la merced
de compartir nuestros panes
con quien tan joven se ve.
        El muchacho que los mira,
los saluda muy cortés,
y en su tienda lo ha invitado
quien es su señor y rey.
        –No ha de faltarme en la guerra
el valor y lucharé,
que el cuerpo pide el combate,
aunque acaso moriré.
        Si he de morir no me importa,
porque Dios sabe hacer bien,
y un lugar tendrá en el cielo
el que defiende su ley.
        Mas si la muerte no quiere
alcanzarme de esta vez,
la gloria espero gallardo
de servir a mi buen rey.
        El rey lo miró risueño
y, recordando al marqués,
le respondió complacido
al caballero cortés:
        –Mañana habrás ocasiones
de cerca la muerte ver
y de probar tu bravura
y demostrar tu valer.
        –Por eso que estáis diciendo
os han de llamar buen rey,
que el ánimo moderado
os lleva a tan buen hacer.
        Honrado siento mi pecho,
porque sin ningún desdén
en las tropas que combaten
como un padre me acogéis.
        –Como un padre al hijo acoge
os tengo yo que acoger,
porque sois el primogénito
de mi amigo el buen marqués.
        –No, señor, no el primogénito,
que no habré nunca de hacer
el mal de mentir a un padre
y menos de hacerlo a un rey,
        porque, nacido bastardo,
aquí me manda el marqués,
para que en la guerra muera
o digno me haga ante él.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
"Poemas para Mael y Jimena"

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