domingo, 22 de septiembre de 2013

El caballero y la hija del ventero

EL CABALLERO Y LA HIJA DEL VENTERO

        –Decid vos, pues se os admira
junto al pie de una montaña,
qué os trajo por estos pagos,
en vuestra yegua alazana.
        –Quiso la ambición de gloria,
que, al cabo, la quiere el alma,
que la buscase en la guerra
y en la guerra la encontrara.
        –Si la ambición es de gloria,
bien hacéis yendo a buscarla,
mas no hay guerra en este reino,
ni aun en toda la comarca.
        –La guerra ya la he encontrado,
que en ella batí las armas,
y son cuatrocientos moros
los que pasé por la lanza.
        –Si son cuatrocientos moros,
vuestro valor os avala,
que seguro que el gran duque
os dio premio esa andanza.
        –Cuatrocientos son los moros
que cayeron en venganza
de cuatrocientos cristianos
que murieron en batalla.
        –Téngalos Dios en su gloria,
porque la gente esforzada
debe gozar de su premio
junto a las almas más santas.
        –Y cansado de la guerra,
vengo buscando posada,
que descanse las heridas
y el cuerpo repose en cama.
        –Tiene el villorrio una venta
y en ella sabe en la jarra
el agua cual dulce vino,
si es que dulce sabe el agua.
        –De los caminos cansado
quiero el descanso que aguarda
a quien le han molido el cuerpo
en las refriegas más bravas.
        –Abrid presto, posadero,
que lo pide el que cabalga,
el que habita los senderos
y siente rendida el alma.
        –Decid vos, pues se os admira
empuñando así la espada,
qué os trajo por estos pagos,
en vuestra yegua alazana.
        –La voluntad del descanso
que al fatigado aliviara,
tras tantos años de guerra
y haber batido las almas.
        –Decid vos, pues que, llegado,
sentís la sed y la gana,
si queréis yacer tan solo
o si queréis fresca el agua.
        –El agua que a vino sabe
es el agua para el alma,
que también pide descanso
tras la larga cabalgada.
        –Si descanso el cuerpo pide,
aquí se le ofrece al alma
que descanse entre bordados
y las sábanas más blancas.
        –Y, pues me dais hospedaje,
dejad ya que la garganta
descanse de tanto esfuerzo,
y dadme a probar la jarra.
        –No ha de faltar, señor mío,
mas entregadme las armas,
y dejad que vuestra yegua,
que llamaré a la muchacha.
        –Oh, claros ojos callados
que en el fondo de la jarra
decís que está el agua fresca
para el descanso del alma.
        –Oh, mirar del caballero
que combatió en la batalla
y viene buscando alivio
de las heridas causadas.
        –Pasa conmigo la noche,
que las estrellas aguardan,
porque siempre son discretas,
a que llegue la mañana.
        –Con vos dormiré esta noche,
que entre las sedas y holandas,
será vuestro lecho gloria,
antes de llegar el alba.
        –No esperemos pues la cena,
porque la alcoba callada
sabrá ponerle remedio
a las poderosas ansias.
        –Sed prudente, caballero,
porque mi madre es anciana,
mas siente y oye los ruidos
si el silencio los delata.
        –No ha de saber que te quiero
y que hasta hacerte mi amada,
tendré roto el firme pecho
que en tu boca se desata.


2013 © José Ramón Muñiz Álvarez

"Poemas para Mael y Jimena"

Montes y valles



POR LOS MONTES Y LOS VALLES

        Por los montes y los valles
fue de caza el caballero,
de la esperanza olvidado,
porque no vive en su pecho.
        Por los valles que camina
seguido va de los perros,
que tras el corcel lo siguen
por los extraños senderos.
        No teme a los salteadores
ni teme a los agarenos,
que la espada puesta al cinto
puede más que el sarraceno.
        Pero los dolores siente
y dice que son lamentos
los que llenan sus querellas
de los amores primeros.
        Bien el azor lo conoce
y conoce esos empeños
que lo llenan de esperanzas
que se desvanecen luego.
        Y es el halcón en el puño
el testigo de su duelo,
porque el pecho se le inflama
por dos ojos traicioneros:
        –Dichosa tú, que eres bella,
clara como el alba clara,
si es que el alba con tus ojos
atrevida se compara.
        Dichosa tú, que eres dulce,
linda como el alba linda,
si es que el alba en tu mirada
su raro reflejo avisa.
        Dichosa tú, que eres suave,
bella como lo es el alba,
si es que el alba con tus rayos
pinta un lienzo en tu mirada.
        Dichosa tú, que eres tierna
como el despuntar del día,
si es que el día a ti se asoma,
al llegar la brisa fría.
        Dichosa tú, que eres fuente
de la más noble esperanza,
si es con crueldad la alimentas
para luego aniquilarla.
        Dichosa tú, que eres noble
como la llama encendida
que en la alborada dibuja
mis dolores y desdichas.
        Allí escuchó las querellas
un prudente peregrino
que, en sabiendo sus pesares,
estas palabras le dijo:
        –Triste el amor que se siente
por capricho de una dama,
pues es del amor el reino
que triste anida en el alma.
        Triste el amor que se siente
por quererlo una infantina,
pues es del amor imperio
que del baluarte de la vida.
        Triste el amor que se siente
por merced de una mirada,
si es la mirada engañosa
y sabe torcer el ánima.
        Triste el amor que se siente
porque lo diga una niña,
porque una mirada enciende
lo que no la amanecida.
        Triste el amor que se siente
por capricho de una infanta,
pues el amor es suplicio,
si Cupido lo demanda.
        Triste el amor que se siente
por quererlo la que mira,
que la mirada inocente
es acaso más dañina.
        Por los montes y los valles
de caza se fue ligero,
de la esperanza olvidado,
el herido caballero.
        Por los valles que camina
son los perros digo séquito,
de las más raras andanzas
por los bosques y los cerros.
        Y no teme malhechores,
porque, armado de su acero,
sabe el honor defenderse
de bandidos y agarenos.
        De los dolores que siente
confiesa el dolor y el duelo
que, sin ninguna clemencia,
saben herirlo en el pecho.
        Bien sus pájaros lo saben,
que su azor es el primero
en escuchar sus tristezas
y sus callados lamentos.
        Y es el halcón quien quiere
servirle de algún consuelo,
pues sabe cómo se duele
con su amor el caballero.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez

"Poemas para Mael y Jimena"

Del arroyuelo a la orilla




DEL ARROYUELO A LA ORILLA

        Del arroyuelo a la orilla
supo la dulce muchacha,
acompañar el silencio
mientras viejos paños lava.
        Las aves del cielo escuchan
a la moza, porque canta
las canciones que ellas suelen,
si se pierden en las ramas.
        Y ella, que se ve dichosa,
al tiempo que todo pasa,
dulcemente se deleita
donde las horas se callan.
        Qué suave su voz se escucha
entre la densa hojarasca,
donde se mezcla al murmullo
de la corriente que danza.
        –Decid vos, el caballero–,
canta la bella muchacha,
donde blancas van quedando
las sedas bellas y claras.
        Porque, cantando romances,
corren las penas amargas,
como las aguas del río,
cuando descienden las aguas.
        –Decid vos, el caballero–,
escuchan desde las casas,
que su voz, desde las frondas
es por otros celebrada.
        Y es que no lejos del pueblo
queda la orilla apartada
donde, con voz cadenciosa,
canta la dulce muchacha.
        –Decid vos, el caballero–,
dice, como en las batallas,
la soldadesca de ataño,
empuñando las espadas.
        Porque las viejas historias
y las crónicas pasadas,
son de todos conocidas,
por estas gentes honradas.
        –Decid vos, el caballero–,
grita, mostrando las ansias
y el furor en el combate,
si combate la mesnada.
        Que son romances hermosos
los que en la villa se cantan,
si San Juan viene en verano,
dejando atrás la invernada.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez

"Poemas para Mael y Jimena"

Dos romances

ROMANCE

         Desde los altos cordales
hasta el valle silencioso,
corre, siempre peregrino,
a su capricho, el arroyo.
         –Deja que beba en tus aguas
la verdad de tu reposo–,
dijo un joven caballero,
su sed saciando, gozoso.
         Con el calor del verano
iba apretando el otoño
la falta de los deshielos
que alimentan los arroyos.
         –Deja que en tus aguas beba,
porque beber es un gozo
en las aguas cristalinas,
cuando dejan ver el fondo.
         Y al mirar en la corriente
pudo hallar allí su rostro
el amante que vencido
lloró el dolor de sus ojos.
         Mientras, con un paso lento,
el arroyuelo, a su antojo,
la corriente que no tiene
dijo al pasar el villorrio.
         –Deja que en tus aguas pueda
darle paz al mal que lloro,
que es el mal de los desdenes
de los males de sus ojos.
         Mas, llegado el mediodía,
si es que brilla, presuntuoso,
quiso el sol en sus espejos
admirar la luz y el oro.
         –Deja que en tus aguas sacie
el fuego que, como loco,
torna el seso en mi cabeza,
por el amor doloroso.
         Y, pues el curso sereno,
sigue tranquilo el arroyo,
nada sabe de las guerras
de los cristianos y moros.
         Y porque son los espejos
de la altura los arroyos,
cayó sobre ellos el peso
de su brillo luminoso.
         –Deja que el sol en tus ondas
mire este fuego que loco
torna el seso en mi cabeza,
por el amor doloroso.
         Y porque el sol atrevido
quiso romper el reposo,
dibujó en los arroyuelos
los pinceles de un tesoro.
         –¿Pues no ves que por amores
pierde mi pecho sus gozos?,
suspiraba el caballero
ante aquel sol alevoso.
         Pero el sol no contestaba
al muchacho cuyo enojo
pudo ver en el reflejo
de las aguas del arroyo.

EL CASTILLO DE DON FERNANDO

         Buscar quiso la fortuna,
porque la fortuna quiso,
el buen conde don Fernando,
cuando dejó su castillo.
         Porque para matar moros,
hace falta el claro filo
de la espada en el combate,
al mostrar fuego bravío.
         No lo detuvo la nieve,
no lo detuvo el granizo,
no lo detuvo la lluvia
al emprender el camino.
         Dos ojos la culpa tienen
de que, acaso suspendido,
de la batalla se olvide
y abandone su destino.
         Dos ojos tienen la culpa
y dos labios adivinos
de la pasión que despiertan
al encenderse el instinto.
         La dulce moza lo escucha
mientras mira, suspendido,
la belleza de sus manos
y su cabello crecido.
         Y, pues con calma se baja
el galán de su rocino,
teme ya la desdichada
la inclemencia de su sino.
         –No temáis, bella señora,
que parece, porque os miro,
que os sentís amenazada
junto a la orilla del río.
         –No temeré, caballero,
pues parecéis hombre digno,
y cerca queda el poblado
donde viven los vecinos.
         –No temerás, niña bella,
escuchando esto que digo,
que del acero que tengo
temen los moros el brillo.
         –No hay bondad entre los moros,
porque se llevan cautivos
a los más fieles cristianos,
si atacan los señoríos.
         –Pues no has de temer, muchacha,
que está cerca mi castillo
y mil soldados lo guardan
con el coraje encendido.
         –Malhaya de la morisma
que no respeta a los hijos
de esta tierra deleitosa
que brindaba paz y abrigo.
         –No han de volver a la aldea,
molestando a los vecinos,
ni harán temer a ninguno
amenazas y presidios.
         Así le habló don Fernando,
desmontando del rocino,
la espada desenvainada
porque jura lo que dijo.
         –Quiera Dios que antes me muera
que no se viere cumplido
el juramento que ofrezco
con las palabras que digo.
         Porque ha de ser castigado,
después del daño inflingido,
el moro con sus maldades,
que todas son a capricho.
         –Tened, señor, en la guerra,
gran cuidado, pues yo cuido
de rezar por vuestras tropas
y los soldados sufridos.
         –No ha de faltar el coraje
ni el cuidado, pues os digo
que mil soldados se quedan
en la guardia del castillo.
         Y otros mil son los que faltan,
que habrán de venir conmigo
al combate, pues me esperan
fuera de este señorío.
         Siguió el noble en su caballo,
que, montando su rocino,
atrás dejó la vereda
y las orillas del río.
         Y no pasó mucho tiempo
cuando a los aires les dijo
los secretos que en su pecho
se quedaron escondidos:
         –No es posible que al combate
lleve e corazón herido
quien en la batalla nunca
temió jamás ser vencido.
         Mas quiere la brisa fresca
publicar este delito,
porque ya cata el jilguero
a las orejas del mirlo.
         Y han de decir que una niña
pudo, en la orilla del río,
abrir el pecho más bravo
y el corazón ver vencido.


2013 © José Ramón Muñiz Álvarez

"Poemas para Mael y Jimena"

NO DIJO JAMÁS MENTIRA


NO DIJO JAMÁS MENTIRA

         No dijo jamás mentira
por no traicionar la sangre,
si castigo del silencio
hacer supo las verdades.
        Y porque, siendo sincero,
no supo nunca callarse,
la pura verdad les dijo
antes de entrar en combate.
        –Habéis perdido la gloria
y el presuntuoso linaje
de aquellas gentes valientes
que supieron arriesgarse.
        Pues no queda en vos nobleza
ni dignidad que os ampare,
que defendéis la mentira
a costa de ser cobarde.
        Y si traidor sois acaso
con las altas majestades,
quién os querrá luego vivo
en los confines del valle.
        –Decís mal, sobrino mío,
al inventar esos lances,
al decir esas mentiras
y al gritarme con  coraje.
        Y si es mi estirpe la vuestra
mal hacéis en apurarme,
empujando a quien os quiere
y a quien tiene vuestra sangre.
        Que no es bien hacerme blanco
de tales furias y ataques
con ese gesto malvado
y con malos ademanes.
        –Señor, si bien sois mi tío,
no llegaréis a la tarde,
que rodará vuestro cuerpo
si acaso eso a Dios le place.
        –Tomad entonces la espada,
que no es bueno demorarse
si las iras nos consumen
en el fuego del combate.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez

"Poemas para Mael y Jimena"

EL PECHO SINTIÓ EN EL FUEGO




EL FUEGO SINTIÓ EN EL PECHO

        El fuego sintió en el pecho,
no muy lejos de la fuente,
el joven garzón, llorando
las esperanzas que mienten.
        Y son bellos los cantares
en cuyos versos se duelen
el triste amor despreciado,
y la esperanza que muere.
        No hay joven que más no sienta
ni amor que más se lamente
en la arboleda callada
donde sus voces se sienten:
        –Quiso el amor que llorase
este lamento, pues crueles
de mi amada son los ojos
que con belleza me hieren.
        Y si el amor le prometo
como dicen que prometen
los amantes sus amores,
no es justo que me desdeñe.
        Allí lo hallaron las mozas,
que, si tristes llantos sienten,
al cabo, si los escuchan,
al muchacho compadecen.
        Y, entre todas ellas, una,
porque dice que lo quiere,
de sus males se lamenta
y sus lamentos defiende.
        Y, pues las otras escuchan,
en lo que dice le entienden
que el caballero que llora
es de su mal inocente:
        –No despreciéis los amores,
que no es bien que se desprecie
el amor de quien se entrega
porque su pecho lo quiere.
        Pues es triste este desprecio,
y, porque el desprecio miente,
sueña el joven caballero
con el amor que no tiene.
        Las aves, que son curiosas,
esperan que se concierte
el canto del jovenzuelo
con un rumor transparente.
        Y por eso los gorriones
suelen, entre los laureles,
al cielo elevar su canto
y contarle los desdenes.
        Y lo dicen los jilgueros,
porque su canto prefiere
los contrariados amores
de los más tristes donceles.
        –Suele siempre la nobleza
venir aquí y en la fuente
de los amores quejarse,
pues es el amor gran fiebre.
        Y es que es triste ese lamento
en el que un amor se infiere
tan doloroso en el pecho
que por los ojos se vierte.
        Y, pues las quejas son quejas,
los rumores de la gente,
enhebrarán en la villa
más raros aconteceres.
        Que mucho es lo que se inventa
cada vez que algo sucede,
y, si la gente comenta,
sabe contar lo que quiere,
        Que enredaron, pues, las aves
la maldad de aquella suerte,
como las mozas que escuchan
estos versos inocentes:
        –Quiere el amor que yo sufra,
quiere el amor que lamente
la belleza de los ojos
por los que el alma se muere.
        Y pues el amor es amargo,
he de decir que me duele
la mordedura que siento
en el pecho que se enciende.


2013 © José Ramón Muñiz Álvarez

"Poemas para Mael y Jimena"

MUERTE DE FAVILA

 “LA MUERTE DEL REY FAVILA

         [Donde al Sella con su beso
alcanza el agua del Güeña,
la ciudad está de Cangas,
ni muy grande ni pequeña.
         Es una ciudad hermosa
donde las gentes son buenas,
donde la vida transcurre
ni pesada ni ligera.
         La gente acude al trabajo
y las horas volanderas
pueden tardar en pasarse
si no es que alguien las alegra.
         Y porque es más agradable
escuchar alguna endecha,
cantan las mozas del pueblo,
si en la fuente se refrescan.
         Porque no faltan en Cangas
quienes los romances sepan,
pues este romance cantan
las más hermosas mozuelas:]
         “De caza fue en su caballo
el rey cuando, a la alborada,
lo sorprendió en el camino
el reflejo de la escarcha.
         –¿Dónde vas, joven Favila,
dónde vas tan de mañana?
–A cazar algún venado
detrás de aquella montaña.
         De caza salió en la yegua
por la vereda sombría,
el rey, cuando, con el alba,
lo miró la escarcha fría.
         –¿Dónde vas tan de mañana,
dónde vas joven Favila?
–A cazar algún cervato
de los de esta serranía.
         De caza fue el soberano
y, cruzando una majada,
el brillo lo vio en el prado
que reflejó la mañana.
         –¿Dónde vas, joven Favila,
pues es hora tan temprana?
–A cazar alguna fiera,
si es que es menester la caza.
         De caza fue el soberano
y, entre dos bellas colinas,
lo halló el sol más encendido,
por aquella pradería.
         –¿Dónde vas, joven muchacho,
dónde vas, buen rey Favila?
–A cazar alguna bestia,
en esta mañana fría.
         Y salió de aquel sendero
y cabalgó, de mañana,
escuchando las preguntas
agoreras de la helada:
         –¿Dónde vas, mi buen Favila,
dónde vas, que tanto avanzas?
–A dar muerte a una criatura
y entretenerme en la caza.
         Y salió de aquel sendero
y cabalgó, con el día,
escuchando las preguntas
que le hizo la nieve fría:
         –¿Dónde vas, buen soberano,
dónde vas, buen rey Favila?
–A matar una alimaña
y gozar la cacería.
         Y salió de aquel camino
y vio el despertar del alba,
admirándose, a lo lejos,
de la nieve en las montañas:
         –¿Dónde vas, mi buen Favila,
entre las nieves que cuajan?
–A matar alguna cierva,
pues es tiempo de matarla.
         Y salió de la vereda
y, subiéndose a la cima,
escuchar quiso a la cumbre
enterrada en nieve fría:
         –¿Dónde vas, tan imprudente,
dónde vas, buen rey Favila?
–A darle muerte a aquel oso
que en la arboleda camina.
         Pasó pronto el sol el cielo,
y, pues pasó la mañana,
al rey echaron de menos
los moradores de Cangas.
         –¿Dónde está el rey, que no vuelve,
si se fue tan de mañana?
para muerte dar a un ciervo,
si no fuera otra alimaña?
         Pasó pronto el sol el cielo,
y, pues pasó el mediodía,
al rey echaron de menos
las gentes que allí vivían.
         –¿Dónde está el rey, que no llega,
si partió a la amanecida?
Y una voz les dijo triste
que el monarca no vivía.     

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez

"Poemas para Mael y Jimena"