domingo, 22 de septiembre de 2013

EL PECHO SINTIÓ EN EL FUEGO




EL FUEGO SINTIÓ EN EL PECHO

        El fuego sintió en el pecho,
no muy lejos de la fuente,
el joven garzón, llorando
las esperanzas que mienten.
        Y son bellos los cantares
en cuyos versos se duelen
el triste amor despreciado,
y la esperanza que muere.
        No hay joven que más no sienta
ni amor que más se lamente
en la arboleda callada
donde sus voces se sienten:
        –Quiso el amor que llorase
este lamento, pues crueles
de mi amada son los ojos
que con belleza me hieren.
        Y si el amor le prometo
como dicen que prometen
los amantes sus amores,
no es justo que me desdeñe.
        Allí lo hallaron las mozas,
que, si tristes llantos sienten,
al cabo, si los escuchan,
al muchacho compadecen.
        Y, entre todas ellas, una,
porque dice que lo quiere,
de sus males se lamenta
y sus lamentos defiende.
        Y, pues las otras escuchan,
en lo que dice le entienden
que el caballero que llora
es de su mal inocente:
        –No despreciéis los amores,
que no es bien que se desprecie
el amor de quien se entrega
porque su pecho lo quiere.
        Pues es triste este desprecio,
y, porque el desprecio miente,
sueña el joven caballero
con el amor que no tiene.
        Las aves, que son curiosas,
esperan que se concierte
el canto del jovenzuelo
con un rumor transparente.
        Y por eso los gorriones
suelen, entre los laureles,
al cielo elevar su canto
y contarle los desdenes.
        Y lo dicen los jilgueros,
porque su canto prefiere
los contrariados amores
de los más tristes donceles.
        –Suele siempre la nobleza
venir aquí y en la fuente
de los amores quejarse,
pues es el amor gran fiebre.
        Y es que es triste ese lamento
en el que un amor se infiere
tan doloroso en el pecho
que por los ojos se vierte.
        Y, pues las quejas son quejas,
los rumores de la gente,
enhebrarán en la villa
más raros aconteceres.
        Que mucho es lo que se inventa
cada vez que algo sucede,
y, si la gente comenta,
sabe contar lo que quiere,
        Que enredaron, pues, las aves
la maldad de aquella suerte,
como las mozas que escuchan
estos versos inocentes:
        –Quiere el amor que yo sufra,
quiere el amor que lamente
la belleza de los ojos
por los que el alma se muere.
        Y pues el amor es amargo,
he de decir que me duele
la mordedura que siento
en el pecho que se enciende.


2013 © José Ramón Muñiz Álvarez

"Poemas para Mael y Jimena"

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