EL
FUEGO SINTIÓ EN EL PECHO
El fuego sintió en el pecho,
no
muy lejos de la fuente,
el
joven garzón, llorando
las
esperanzas que mienten.
Y son bellos los cantares
en
cuyos versos se duelen
el
triste amor despreciado,
y
la esperanza que muere.
No hay joven que más no sienta
ni
amor que más se lamente
en
la arboleda callada
donde
sus voces se sienten:
–Quiso el amor que llorase
este
lamento, pues crueles
de
mi amada son los ojos
que
con belleza me hieren.
Y si el amor le prometo
como
dicen que prometen
los
amantes sus amores,
no
es justo que me desdeñe.
Allí lo hallaron las mozas,
que,
si tristes llantos sienten,
al
cabo, si los escuchan,
al
muchacho compadecen.
Y, entre todas ellas, una,
porque
dice que lo quiere,
de
sus males se lamenta
y
sus lamentos defiende.
Y, pues las otras escuchan,
en
lo que dice le entienden
que
el caballero que llora
es
de su mal inocente:
–No despreciéis los amores,
que
no es bien que se desprecie
el
amor de quien se entrega
porque
su pecho lo quiere.
Pues es triste este desprecio,
y,
porque el desprecio miente,
sueña
el joven caballero
con
el amor que no tiene.
Las aves, que son curiosas,
esperan
que se concierte
el
canto del jovenzuelo
con
un rumor transparente.
Y
por eso los gorriones
suelen,
entre los laureles,
al
cielo elevar su canto
y
contarle los desdenes.
Y lo dicen los jilgueros,
porque
su canto prefiere
los
contrariados amores
de
los más tristes donceles.
–Suele siempre la nobleza
venir
aquí y en la fuente
de
los amores quejarse,
pues
es el amor gran fiebre.
Y es que es triste ese lamento
en
el que un amor se infiere
tan
doloroso en el pecho
que
por los ojos se vierte.
Y, pues las quejas son quejas,
los rumores de la gente,
enhebrarán en la villa
más raros aconteceres.
Que mucho es lo que se inventa
cada vez que algo
sucede,
y, si la gente comenta,
sabe contar lo que
quiere,
Que enredaron, pues, las aves
la maldad de aquella
suerte,
como las mozas que escuchan
estos versos inocentes:
–Quiere el amor que yo sufra,
quiere
el amor que lamente
la
belleza de los ojos
por
los que el alma se muere.
Y pues el amor es amargo,
he
de decir que me duele
la
mordedura que siento
en
el pecho que se enciende.
2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
"Poemas para Mael
y Jimena"
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