miércoles, 18 de septiembre de 2013

Debate

José Ramón Muñiz Álvarez
"NO TODO ES HABLAR DE ESPADAS"
(Debate)

“No todo es hablar de espadas,
de lanzas y de coraje,
si en este hermoso paisaje
almas hay enamoradas.
Más que las armas cruzadas
es el amor cosa cruel”,
dijo, desde su corcel,
el marqués con osadía
a la gente que sentía
en su voz la amarga hiel.

“Y es  el amor el guerrero
más difícil de vencer,
si en la lucha ha de vender
el instinto traicionero.
Y pues rapaz embustero
es el amor que nos hiere,
siento que el amante muere
en el terrible desdén”.
Dijo otras cosas también,
para todo el que lo oyere:

“Quién creyera los amores
que os comento, pues se ve
que amantes sois, como sé,
de los ojos más traidores.
Y escasos son los favores
del amor que nos condena,
que amarrado está a la pena
el amor más encendido,
que el que de amor fue vencido
vive unido a su cadena.

Quién creyera que en verdad
es tan cruel como traidor,
con su fuego y su calor,
el amor en su maldad.
Y no ha de tener piedad,
pues es harto despiadado”.
Dijo al marqués un soldado:
“Acaso es lo más doliente,
porque es el amor hiriente
con el triste enamorado:

claro mirar encendido
ante el cual hoy me acobardo,
era el veneno del dardo
del amor que me ha rendido”.
Y el marqués, que es decidido,
confesó su voluntad,
que, rendido a su maldad,
era ya solo un cautivo,
y quiso el amor esquivo
causar su infelicidad.

“¡Oh, raro canto de amor
que destrona, con su beso,
el blando rayo travieso
que deja ese resplandor!
¡Si tuvieras el valor
de confesar quién es ella…!!”
Supo decir la querella
el marqués con un suspiro,
que, dejado a su retiro,
habló de morir por ella.

“Y es que me miro abrasado
en las alas de ese niño
que capa viste de armiño
como un rey entronizado.
Pero es Cupido malvado
al hechizar en mi amada
ese brillo de alborada
que trae la separación”,
añadió con devoción,
que es tal como decir nada.

“Duro es el brazo en la guerra,
que, como el mismo granito,
une su fuerza a su grito
al descender por la sierra.
Y siempre la paz destierra
ese pujante clamor
que lanza con gran furor
quien siente el pecho guerrero,
que ha de temblar el acero
para medir el valor.

Por otra parte os diré
que no solo algún zagal
siente el amor celestial
y el fuego en él que se ve.
Pues, según lo que yo sé
de los males del amor,
siente el más hondo dolor
quien convierte su esperanza,
porque, si el amor lo alcanza,
menguar puede su valor.

¡Quién sabe si los rumores
no alcanzarán tu osadía!”,
respondió sin cobardía
uno de aquellos señores!
“¡Pues hablan murmuradores
de esos raros amoríos
quienes solo tienen bríos
para pedir la venganza,
que, de tanto andar en danza,
suelen ser graves los líos!”

Por eso a la anochecida
se oyó al rey, que a la mesnada
habló con voz agrandada,
colérica y encendida.
Les dijo: “Tal vez la vida
perdáis en tan loco empeño,
mas no es el amor pequeño
en el que sabe morir
en el dur0 combatir
por lograr tan alto sueño.

Que pide la dignidad
que en el pecho se acreciente
ese corazón valiente
que defiende su verdad.
Pues es vuestra libertad
lo que con tanta bravura
encenderá la locura
que el espíritu arrebate
cuando, al alba, ante el combate
escape la sombra oscura”.

Dijo también: “Vuestra fe
en un corazón henchido
el ánimo engrandecido
para mayor gloria lo ve.
Y no penséis que no sé
que el pecho abriga temores,
porque no pocos dolores
acechan al que se enfrenta,
porque el valor hoy sustenta
a quien vive por amores.

Y es la fuerza del honor
la que llena vuestro pecho,
que nunca faltó derecho
a combatir al traidor”.
Dijo: “Soy batallador,
y a la vera de esta sierra,
juntos haremos la guerra
contra esa pasión callada
por el amor agrandada,
si es que en el pecho se encierra”.

Y el marqués dijo prudente:
“Pienso que es bueno que sienta
el vino la dura afrenta
del pecho que el amor siente.
Que es sentimiento doliente
ese que apura callado
el febril enamorado
hasta que llega el mesón,
donde limpia el corazón,
si con vino lo ha curado.

Porque pide la conciencia
de la gente más sensata
la pasión que se desata
al disfrutar de su esencia.
Y es el amor la inocencia
del que, acaso derrotado,
no sabe que se ha dejado
a su triste perdición,
porque llora el corazón
al hallarse desdichado.

Quien muestra mayor sentido
en las cosas que ha de hacer,
sabiendo lo que es beber,
será un hombre muy cumplido.
Porque, huyendo de Cupido,
de su dureza y su hielo,
ha de cambiar por el vuelo
del amor más delicado
el licor embotellado
que nos llena de consuelo”.

“Por eso no ha de dormir
la conciencia más despierta,
porque la muerte a su puerta,
no tardando, ha de venir.
Y, pues prestos a morir,
lucharemos con gran brío,
entre lo templado y frío”,
contestó, no sin despecho,
enseñando el duro pecho,
el soldado en desafío.

“Que si lo pide el linaje
de los padres heredado,
no he de verme acobardado
y he de mostrar mi coraje.
No verá el honor ultraje
en quien su sangre derrama,
y es que si el alma declama
estos versos encendidos,
los ánimos consumidos
han de luchar por mi dama”.

Vino un noble a replicar:
“Con la llama más temprana,
la grandeza soberana
destreza será al luchar.
Y, si dispuesto a matar,
hallo la muerte más bella,
no querré en esta querella
mostrarme yo temeroso,
sino fuerte, como el oso
cuya zarpa descabella”.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
"Poemas para Mael y Jimena"

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