domingo, 22 de septiembre de 2013

EMPLAZAMIENTO DE LA MUERTE


José Ramón Muñiz Álvarez
“LAS AGUAS HALLÓ MÁS CLARAS O EL
EMPLAZAMIENTO DE LA MUERTE
(romance)

         Las aguas halló más claras
cuando, llegado al vergel,
las fuentes, desde el caballo,
con claridad pudo ver.
         Aguas de clara pureza
(pues claridad son, a fe,
las que corren  ese cauce),
olvidar le hacen la sed.
         –Sí que son puras las aguas
que alegres mira correr
desde claros manantiales
vuestra graciosa merced.
         Y, porque son las más frescas,
en ellas descanso habréis,
que, en bebiendo de esas aguas,
saciado os habrán de ver.
         –No he de beber esas aguas
ni saciar quiero mi sed,
que, aunque quema la garganta,
juré de ellas no beber.
         Poco importa la frescura,
pues, sabiendo lo que sé,
poco importa si refresca
a quien se arrima a beber.
         –Es un hombre decidido
el que no quiere saber
lo que encierra la frescura
de las aguas que se ven.
         ¿Sois acas0 el que una tarde
supo jurar por la fe
que reclamando venganza
habría aquí de volver?
         –A vengarme aquí he venido,
porque vengarme juré,
y no he de probar las aguas
que sin sangre yo las sé.
         Y es preciso que la sangre
las fuentes limpie después,
que fueron graves pecados
los que el agua vio al correr.
         –Es extraño el caballero
que, al mirar el manantial,
el pecado de su hermano
dice que puede escuchar.
         Si guerra buscando viene,
digo a fe que la hallará,
que buenas son las espadas
en el discreto villar.
         –Pues son buenas las espadas,
sé yo que se entretendrán
hasta vestirse de grana
que será de duelo y paz:
         El duelo por los que mueren,
que la muerte alcanzarán
los que la guerra buscaron
con tanto querer el mal.
         –Entonces, amigo mío,
podéis la espada sacar
de la funda que la envaina,
pues habremos de luchar.
         Que, si me dice cobarde,
desde hoy mismo no dirán
que tuvo miedo don Félix
de Monforte y del Corral.
         –Cobarde os dicen por algo,
y es que no se os dice más
porque es poco lo que sabe
la gente ruin y vulgar.
         Pero, si es pecado vuestro,
porque hubisteis de pecar,
ya el castigo que os acecha
os ha de brindar la paz.
         –No digáis que yo he pecado
con nuestra madre jamás,
ni digáis que soy culpable
porque queréis heredar.
         Que nunca con ella en cama
nos hubimos de gozar,
puesto que soy carne suya
como hijo natural.
         –De tal pecado os acuso,
y, pues es pecado tal,
es justo que sin la vida
os haga de aquí marchar.
         Quienes dicen que la amasteis,
si no dicen la verdad,
el honor manchan y el nombre
que yo tengo que limpiar.
         –La lengua tened, bellaco,
porque no es justo atacar
a quien las culpas no tiene
porque lo hayan de acusar.
         Mentiras de mí se han dicho,
y dicho se han de mi má,
y son ellos los que os dicen
que me vengáis a matar.
         –Muerte os ofrezco y justicia,
que con ello tendréis paz
y a mí me verán por dueño
del castillo de Almenar.
         Porque el castillo es herencia
que justo es que me la den,
porque seré el heredero
después de lo que he de hacer.
         –Pues si has venido a matarme,
yo me sabré defender
con el filo de la espada
que templada fue en Jerez.
         Si morís será el infierno
lo que podréis conocer,
y si muero a la justicia
del buen  Dios apelaré.
         –No has de apelar al buen Dios,
pues eso no te hará bien,
que siendo el culpable, hermano,
no tendrás la paz a fe.
         Mas prepárate a luchar,
y también a morir bien,
que son graves los pecados
de los que has de responder.
         No muy lejos de la fuente
cruzaron las dos espadas,
enfrentando en odio seco
con la violenta mirada.
         El odio en ellos prendido
se hizo ver en sus palabras,
porque con acusaciones
serias los dos disputaban.
         De pronto pudo el más mozo,
el que al mayor acusaba,
malherirlo de un estoque
y matarlo con su espada.
         El mayor, viendo la sangre,
sabiendo que se iba el alma,
pidió a Dios que con justicia
esta maldad le vengara:
         –Pues que muero injustamente,
Dios escuche mi demanda,
que es la demanda de un muerto
por crueles mentiras falsas.
         Y a Dios pido que el verdugo,
antes de ser la semana,
la muerte helada le venga,
pues quiso cruzar su espada.
         Y que en el cielo no tengan
piedad con quien es el alma
que mata la misma sangre
de manera despiadada.
         Que ha de sentir ese hielo
con que la muerte anunciada
las venas mismas recorre,
con una voz desdichada.
         Y es merced hacer justicia
con quien es muerto por nada,
ya que nunca con mi madre
hubo pecado en la cama.
         Esto dijo en un suspiro,
mientras que desalentaba,
la vida entregando al aire,
el aire dando a la nada.
         Y, yendo a caza don Marcos
de Monforte y del Corral,
llevó consigo los perros,
que lo siguen por el val.
         No le importa que le digan
las gentes el bien o el mal
que aguarda a los que cometen
una gran atrocidad.
         Cantando alegre las trovas
que oyó cantar a su má,
sigue alegre la vereda
porque le gusta cazar.
         –Malhaya de los amores,
si acaso es amor el mal,
porque por amores pena
el que aquí quiere finar.
         Don Marcos estando en esto,
una voz le fue a llamar,
dulce como lo es la brisa,
bella como lo es el mar:
         –No hay mayor don que la nada
ni un sendero con más bienes
que el de quien sabe cambiante
el capricho de la suerte.
         Porque la suerte es amiga
de quien la suerte previene,
si es que sabe a su capricho
del capricho defenderse.
         Y porque vos sois don Marcos,
es preciso que yo os cuente
las locuras de Fortuna,
por cuanto encima se os viene.
         –No sé que decís, hermosa,
ni sé lo que acaso quieren
esos labios que me dicen
lo que no entienden las sienes.
         –La muerte soy que ha venido,
aunque acaso no la esperes,
que el plazo de una semana
te dieron para esta suerte.


2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
"Poemas para Mael y Jimena"

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