José
Ramón Muñiz Álvarez
“LAS
AGUAS HALLÓ MÁS CLARAS O EL
EMPLAZAMIENTO
DE LA MUERTE ”
(romance)
Las aguas halló más claras
cuando,
llegado al vergel,
las
fuentes, desde el caballo,
con
claridad pudo ver.
Aguas de clara pureza
(pues
claridad son, a fe,
las
que corren ese cauce),
olvidar
le hacen la sed.
–Sí que son puras las aguas
que
alegres mira correr
desde
claros manantiales
vuestra
graciosa merced.
Y, porque son las más frescas,
en
ellas descanso habréis,
que,
en bebiendo de esas aguas,
saciado
os habrán de ver.
–No he de beber esas aguas
ni
saciar quiero mi sed,
que,
aunque quema la garganta,
juré
de ellas no beber.
Poco importa la frescura,
pues,
sabiendo lo que sé,
poco
importa si refresca
a
quien se arrima a beber.
–Es un hombre decidido
el
que no quiere saber
lo
que encierra la frescura
de
las aguas que se ven.
¿Sois acas0 el que una tarde
supo
jurar por la fe
que
reclamando venganza
habría
aquí de volver?
–A vengarme aquí he venido,
porque
vengarme juré,
y
no he de probar las aguas
que
sin sangre yo las sé.
Y es preciso que la sangre
las
fuentes limpie después,
que
fueron graves pecados
los
que el agua vio al correr.
–Es extraño el caballero
que,
al mirar el manantial,
el
pecado de su hermano
dice
que puede escuchar.
Si guerra buscando viene,
digo
a fe que la hallará,
que
buenas son las espadas
en
el discreto villar.
–Pues son buenas las espadas,
sé
yo que se entretendrán
hasta
vestirse de grana
que
será de duelo y paz:
El duelo por los que mueren,
que
la muerte alcanzarán
los
que la guerra buscaron
con
tanto querer el mal.
–Entonces, amigo mío,
podéis
la espada sacar
de
la funda que la envaina,
pues
habremos de luchar.
Que, si me dice cobarde,
desde
hoy mismo no dirán
que
tuvo miedo don Félix
de
Monforte y del Corral.
–Cobarde os dicen por algo,
y
es que no se os dice más
porque
es poco lo que sabe
la
gente ruin y vulgar.
Pero, si es pecado vuestro,
porque
hubisteis de pecar,
ya
el castigo que os acecha
os
ha de brindar la paz.
–No digáis que yo he pecado
con
nuestra madre jamás,
ni
digáis que soy culpable
porque
queréis heredar.
Que nunca con ella en cama
nos
hubimos de gozar,
puesto
que soy carne suya
como
hijo natural.
–De tal pecado os acuso,
y,
pues es pecado tal,
es
justo que sin la vida
os
haga de aquí marchar.
Quienes dicen que la amasteis,
si
no dicen la verdad,
el
honor manchan y el nombre
que
yo tengo que limpiar.
–La lengua tened, bellaco,
porque
no es justo atacar
a
quien las culpas no tiene
porque
lo hayan de acusar.
Mentiras de mí se han dicho,
y
dicho se han de mi má,
y
son ellos los que os dicen
que
me vengáis a matar.
–Muerte os ofrezco y justicia,
que
con ello tendréis paz
y
a mí me verán por dueño
del
castillo de Almenar.
Porque el castillo es herencia
que
justo es que me la den,
porque
seré el heredero
después
de lo que he de hacer.
–Pues si has venido a matarme,
yo
me sabré defender
con
el filo de la espada
que
templada fue en Jerez.
Si morís será el infierno
lo
que podréis conocer,
y
si muero a la justicia
del
buen Dios apelaré.
–No has de apelar al buen Dios,
pues
eso no te hará bien,
que
siendo el culpable, hermano,
no
tendrás la paz a fe.
Mas prepárate a luchar,
y
también a morir bien,
que
son graves los pecados
de
los que has de responder.
No muy lejos de la fuente
cruzaron
las dos espadas,
enfrentando
en odio seco
con
la violenta mirada.
El odio en ellos prendido
se
hizo ver en sus palabras,
porque
con acusaciones
serias
los dos disputaban.
De pronto pudo el más mozo,
el
que al mayor acusaba,
malherirlo
de un estoque
y
matarlo con su espada.
El mayor, viendo la sangre,
sabiendo
que se iba el alma,
pidió
a Dios que con justicia
esta
maldad le vengara:
–Pues que muero injustamente,
Dios
escuche mi demanda,
que
es la demanda de un muerto
por
crueles mentiras falsas.
Y a Dios pido que el verdugo,
antes
de ser la semana,
la
muerte helada le venga,
pues
quiso cruzar su espada.
Y que en el cielo no tengan
piedad
con quien es el alma
que
mata la misma sangre
de
manera despiadada.
Que ha de sentir ese hielo
con
que la muerte anunciada
las
venas mismas recorre,
con
una voz desdichada.
Y es merced hacer justicia
con
quien es muerto por nada,
ya
que nunca con mi madre
hubo
pecado en la cama.
Esto dijo en un suspiro,
mientras
que desalentaba,
la
vida entregando al aire,
el
aire dando a la nada.
Y, yendo a caza don Marcos
de
Monforte y del Corral,
llevó
consigo los perros,
que
lo siguen por el val.
No le importa que le digan
las
gentes el bien o el mal
que
aguarda a los que cometen
una
gran atrocidad.
Cantando alegre las trovas
que
oyó cantar a su má,
sigue
alegre la vereda
porque
le gusta cazar.
–Malhaya de los amores,
si
acaso es amor el mal,
porque
por amores pena
el
que aquí quiere finar.
Don Marcos estando en esto,
una
voz le fue a llamar,
dulce
como lo es la brisa,
bella
como lo es el mar:
–No hay mayor don que la nada
ni
un sendero con más bienes
que
el de quien sabe cambiante
el
capricho de la suerte.
Porque la suerte es amiga
de
quien la suerte previene,
si
es que sabe a su capricho
del
capricho defenderse.
Y porque vos sois don Marcos,
es
preciso que yo os cuente
las
locuras de Fortuna,
por
cuanto encima se os viene.
–No sé que decís, hermosa,
ni
sé lo que acaso quieren
esos
labios que me dicen
lo
que no entienden las sienes.
–La muerte soy que ha venido,
aunque
acaso no la esperes,
que
el plazo de una semana
te
dieron para esta suerte.
"Poemas para Mael y Jimena"
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