domingo, 22 de septiembre de 2013

Traicionado en el amor



 “TRAICIONADO EN EL AMOR”

(Monólogo)

Traicionado en el amor
(que es el amor traicionero),
por amor me desespero
y lamento mi dolor.
Y, sin faltar al valor
en caso tan singular,
cruzar el monte y el  mar
quiere con todo derecho
este capricho que el pecho
sabe arrancar al azar.

Pero es mayor desazón
sentir la muerte cercana,
que la vida es ya desgana
si está herido el corazón.
Y no queda ya razón
para seguir esta vida
que parece consumida
en momento tan temprano,
que habrá de apagarse, en vano,
la llama ayer encendida.

Ella supo maltratarme
con esa luz, esa llama
que en el alma se derrama
para después traicionarme.
Cansada ya de escucharme,
prefiriendo otros abrazos,
quise morir en sus lazos
como quien adorador,
quiere rendirse al amor
y se entrega a estos flechazos.

Dije yo, con cortesía,
al color de sus ojuelos:
“Causa sois de mis desvelos
al robar el alma mía,
que, con mostraros más fría,
tanto aumenta en mí el esmero
que me hacéis un prisionero
al contemplar la belleza
que con áspera dureza
quiere negar su lucero.

Sabed, señora, que admiro
La bondad de vuestro pecho,
porque, a causa del despecho,
no consentís si suspiro.
Y es que callado deliro
las penas de mis amores,
pues si suelen ruiseñores
cantar penas amorosas,
no he de callar esas cosas
siendo tales mis dolores.

De una vez he de morir,
para no admirarme, vivo,
de ese temple, si es esquivo,
con querer verme sufrir”.
Pero, por no consentir,
por no aceptar ese amor,
me dejó con el dolor
que me hiere de esta suerte,
pues solo espera la muerte
quien no espera otro favor.

Buena trova fue, seguro,
ese verso tan hermoso,
que allí se escuchó, gozoso,
naciendo de tanto apuro.
Mas el amor hizo oscuro
el mirar de aquella llama
que en los ojos de la dama
pudo verse cuando ardía
como la luz que halla el día
y en el día se derrama.

Y este paraje gozoso
y esas olas repentinas,
con sus espumas divinas,
son, en efecto, algo hermoso.
Pero no hallaré reposo
en admirar el bermejo
del color del oro viejo
del sol que, en el horizonte,
muere escondido en el monte,
agotando su reflejo.

Y, si es la vida un sendero,
es que he perdido el camino,
o es acaso el desatino
del destino pendenciero.
Y, si dicen que, embustero,
gusta de causar gran daño,
digo yo que el desengaño,
viene lleno de fiereza
para el que a quejarse empieza
y se vuelve más huraño.

Pues es verdad que ese fuego
arde con furia y no cesa,
porque abrasa el alma presa,
cuando el amor es más ciego.
Así es que ni el mismo ruego
de quien gime enamorado
el mal ha de ver curado
en este juego maldito,
pues con maldad de granito
mi pecho ve destrozado.

Diré que mi pensamiento
camina a cimas lejanas,
y hacia sierras soberanas
corre raudo como el viento.
Pero encuentra su tormento
en esa cumbre nevada,
donde confiesa, callada,
la existencia sus verdades,
donde tantas veleidades
son camino de la nada.

Que, colmada la paciencia
por esta espera cansada,
yendo del ser a la nada,
es de la muerte conciencia.
Y, pues dice la prudencia
que morir es el destino,
¿cómo dejar el camino
donde el destino recibe
la suerte que en él escribe
con su rumbo peregrino?

Siempre pensar en la muerte
es cosa un tanto dañina
para el alma que adivina
ese destino tan fuerte.
Pero, si echada la suerte,
la muerte está ya en camino,
no faltará al desatino
el afán con sus apuros,
que, entre los males seguros,
guarda la muerte el destino.

Dicen que vierte la muerte,
desde reinos celestiales,
sobre las gentes los males
que nadie a su paso advierte.
Y es capricho de la suerte
tanto tener que sufrir,
y, si al cabo hay que vivir
hasta llegar al ocaso,
querer detener el paso
no habrá de evitar morir.

Y, perdida esta esperanza,
parece que la vereda
esconde entre la arboleda
un secreto que no alcanza.
Que, mientras la vida avanza
por extrañas angosturas,
entre las sombras oscuras
busca el alma su morada
para encontrar en la nada
final a sus andaduras.

Dice el paisaje brumoso
en su color su hermosura,
mas tu cerebro figura
ese mundo tenebroso.
Y, al ignorar que es hermoso
el paraje en el que habita,
tu mente desacredita,
esa costa maltratada
por la belleza enojada
del mar, si se precipita.

No es el ocaso quien quiere
que la paz de estos hayedos
libre me halle de esos miedos,
porque triste me prefiere.
Y no es poco, si me hiere
con ese rayo halagüeño,
que, rompiendo tanto sueño,
sepa volverse inquietante,
si poco dura un instante
y nadie es del tiempo dueño.

De modo que ese reflejo
que se asoma a lo lejano
rompe la dicha temprano
con ese brillo bermejo.
Y, viendo en el claro espejo
de su luz la misma helada,
pienso entonces en la nada,
sueño toda su belleza,
mientras piso la maleza
que recuerda la alborada.

Y a fuerza de mil lamentos
que en la garganta se vierten,
otros llantos se convierten
en callados sentimientos:
los amantes descontentos
sienten agudas las flechas
por las que cantan endechas
al sentir tan gran traición,
que se rinde el corazón
en esperanzas deshechas.

De manera que no quiero
otro amor que martirice
a quien jura que bendice
con su mirar embustero.
Pues es siempre lo primero
no entregarse al amorío
donde es el fuego más frío
y más cálido es el hielo,
si es que prometer el cielo

es el mayor desvarío.


2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
"Poemas para Mael y Jimena"

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