José
Ramón Muñiz Álvarez
“LOS
AMANTES Y LA LUNA LLENA ”
(romance)
Llegó el conde en su caballo,
si
no era una hermosa yegua,
que
suele el conde montarla,
porque
tiene buena hacienda.
Al pie del alto castillo
desconsolado
en la espera,
habla
de amor solitario,
pues
siempre en al amor piensa.
Y no sabe que lo mira,
escondida,
una doncella
que
sus canciones escucha,
detrás
de la vieja almena.
Los romances que el entona
y
las más tristes endechas
se
las sabe de memoria,
de
tanto escuchar sus penas.
Que el que canta llora triste
y
triste se desespera,
porque
la desesperanza
es
un mal que a todos llega.
Dichosa salió la luna,
que
suele la luna llena
mirar
a los que en amores
pasan
las noches en vela.
Y es preciso que los mire
y
que de ellos se enternezca,
y
con su rayo descubre
a
la callada princesa.
No tarda en mirarla el conde,
y,
sospechando que es ella,
el
corazón muerde el pecho
y
de latir nunca deja.
Porque el amor, como el rayo,
sabe
llenar una almena
en
plena noche de luces,
para
que el brillo se vea.
Y, con mirar a la torre,
ella
se ve descubierta,
que
no tarda en preguntarle
por
su gracia a la doncella.
–Mi nombre es nombre de noche,
pues
que me dieron Estrella,
mis
padres al ser nacida
cuando
el crepúsculo vuela.
Es mi padre un molinero
y
es mi madre lavandera,
porque
lava las camisas
bordadas
en fina seda.
–Mentís, la gentil señora,
pues
yo sé que sois la fiera
que
a los hombres enamora
con
declararles la guerra.
Porque lo anuncia la frente
y
lo grita, con ser bella,
vuestra
preciosa mirada,
ya
que no hay mentira en ella.
–No te engañas, el mancebo,
porque
soy de la nobleza,
de
este castillo señora
y
entre las damas princesa.
Por eso has de ser prudente,
que
es hablarme ligereza,
que
corre la digna sangre
del
monarca por mis venas.
–No ha de hablaros la mentira
jamás
ni con imprudencia
la
lengua que está en mi boca,
sin
dejar de ser la lengua.
Que ha de hablaros con respeto,
con
temor y diligencia,
que
es diligencia prudente
la
que a los nobles respeta.
Así le dijo el buen conde
que
de amores se despecha,
sabiendo
que los desdenes
son
de la hija de la reina.
Y pues ella está enterada,
sabe
bien que representa
el
papel que corresponde
en
esta tragicomedia.
Y la luna, que es amable,
escucha
cómo conversan,
cómo
con voz sigilosa
sus
infortunios se cuentan.
Y un rayo desde la altura
parece
que bendijera
estos
amores que viven
mientras
los soldados sueñan.
Que el amor endulza el gusto
y
hace siempre zalamera
la
palabra que en la boca
grita
lo que el alma espera.
Y él le dice que es el conde
que
ha de partir a la guerra
con
el amor en el pecho
y
también en la bandera.
Y como halago le dice
que
acaso la muerte espera,
que
bello será morirse,
si
lo quiere la princesa.
–¿Y no mostraréis el miedo
cuando,
en medio de la guerra,
acaso
el valor vencido
sintáis
con escasa fuerza?
–Por vuestros ojos, señora,
quién
sabe si yo muriera,
sacrificando
la vida
al
admirar tal belleza.
–¿Y habéis de morir dichoso
porque
acaso una doncella
os
parece a vos hermosa
y
decís que el alma os llena?
–Sí, que morir en batalla
cosa
es que poco me pesa,
ya
que, si es morir por vos,
lo
tengo por recompensa.
–¿Y decís que es pago bueno
la
muerte que nadie espera,
si
os alcanza en la batalla
y
a sus imperios os lleva?
–Y, si acaso es rigurosa
la
muerte que sin cautela
me
ha de llevar a su reino,
seré
dichoso con ella.
–¿Y decís que esas palabras
no
son acaso imprudencia
de
quien necio se enamora
para
luego darse cuenta?
–Será
honor en vuestro nombre,
si
es que me dais la licencia,
la
vida perder dichoso
en
las lides de la guerra.
–¿Y no son duras las lides
para
que, sin experiencia,
quiera
un garzón atrevido,
arrojarse
en la contienda?
–Sí que son duras las lides,
pues
en ellas la fiereza
el
lenguaje de la espada
usa,
con voces violentas.
–¿Y siendo tan peligroso,
pues
que allí la muerte acecha,
que
provecho espera darme
quien
a la lucha se entrega?
–El de noble nombradía,
para
que siempre se tenga
en
más ese nombre amado
que
gritado fue en la guerra.
–¿Y entonces estáis seguro
de
que merece la pena,
perder
el alma y la vida
y
hacerlo de esta manera?
–La vida sí, desde luego,
porque
acaso no la pierda
el
que perdida la tiene
por
la mirada más bella.
–¿Y el alma es justo, muchacho,
que
los guerreros la pierdan
por
caprichos de las damas
que
con ello se deleitan?
–No muere, señora, el alma,
que,
aunque la vida se pierda,
es
justo que yo os comente
que
en vuestro amor se alimenta.
–¿Y con palabras hermosas
acaso
veréis la guerra
ganada
por vuestros brazos,
bien
que en hacerlo se esfuerzan?
–No habrá, señora, batalla
que
las crónicas más viejas
puedan
contar, si combato
por
vuestra bella melena?
–¿Y es que acaso mi cabello
vale
tanto que se empeñan
los
valientes caballeros
en
morir en esa guerra?
–Bello es morir por los ojos,
bello
es morir por las cejas,
si
en el campo de batalla
vuestro
ser la llama alegra.
–¿Y es que acaso hallar la muerte
es
prudente en quien ostenta
los
colores de la patria
y
el escudo de la reina?
–Es prudente dar la vida,
pues
es darla la decencia
de
la sangre del guerrero
que
en la guerra se despecha?
–¿Y es noble dejar el mundo
y
olvidarse de la tierra
que
en otoño da los frutos
y
flores en primavera?
–No es la tierra, mi señora,
lo
que a la lucha me alienta,
pero
sí el honor del noble,
la
pasión y la belleza.
–Pues son estos mis colores,
y
no falto a la paciencia
si
he de decir que dichoso
mi
pensamiento os espera.
2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
"Poemas para Mael y Jimena"
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