miércoles, 19 de marzo de 2014

Romance



José Ramón Muñiz Álvarez

“ROMANCE DEL CABALLERO Y LA INFANTINA

SECUESTRADA”



(romance)



         Suele siempre el viento helado

(porque la sed en las alas

corta el aire con gran prisa),

acelerar su llegada.

         Y, puesto que el viento corre

y se aventura a sus anchas,

con el temor en el pecho,

quiere volar como el alba.

         Y, viendo que el alba corre

y la noche se derrama,

siente temores del día

y odia la clara mañana.

         Y, porque la luz se apura

y hace más claras las aguas,

quiere apurar el muchacho

a su joven yegua blanca.

         Y, pues la yegua no puede,

que no es caso el apurarla,

quiere ser acaso el aire

o el aliento de la escarcha.

         Y, si la escarcha es aliento

del viento que siempre alcanza

los lugares que persigue,

pretende sus alas raudas.

         Y, si las alas del viento,

que corren carreras largas,

no garantizan que llegue,

quiere ser acaso un alma.

         Que, del amor apurado,

siente que el pecho traspasan

los nervios de quien acude

al rescate de una dama.

         Y los árboles callados

de las sierras apartadas,

escuchando el griterío,

parece hasta que se espantan.

         Y es que al mozo se le escucha,

cuando, a la par que cabalga,

maldice al tiempo y le grita

la razón de su demanda:

         “No diréis que no he luchado

por llegar a donde aguarda

la lucha del más valiente

contra esa gente malvada.

         Pues sabéis de los esfuerzos

por llegar a una atalaya

donde tiene sus vigías

quien espera mi llegada.

         Y es lo propio que la espere,

que no quedará una dama

en las manos de un perjuro

y en poder de la canalla.”

         Estas palabras se dijo,

mientras oyó pronunciarlas

la nieve, con ser la nieve

entre las cumbres más altas.

         Y, porque fue descendiendo

por las vegas olvidadas

de las naciones remotas,

su llanto escuchó la escarcha.

         Que siempre la escarcha espera

cuando la noche callada

deja que oiga los rumores

y las noticias del alba.

         Que, pues la escarcha es curiosa

y ama saber las batallas

de los viejos caballeros,

preguntaba al alba clara.

         Y el alba clara contesta

con las hermosas palabras

que pronuncia el caballero

sin llegar casi a alcanzarlas.

         Y es que corre con apuro,

y con tal apuro pasa,

que ya el viento no lo roza

ni puede la brisa vaga.

         Y por eso donde corre

se siente la voz cansada

del caballero que cruza

y murmura estas palabras:

         “No habrá perdón de mi brazo

gente que fue tan osada

y no fue condescendiente

con la que era la infanta.

         Que es oficio canallesco,

de manera tan osada,

despojarla de su gente

y de libertad privarla.

         Y es, además, imprudente,

porque jamás las mesnadas

han de dejar sin consuelo

a la pobre desdichada.

         Menos yo, que me adelanto

para morir en batalla

o ver la risa en sus ojos

cuando llegue a liberarla.

         Que acaso el amor me endulza,

y, con el alma hechizada,

siento que prende en el pecho

la razón de la esperanza.

         Y, si sufrida es la espera,

dar libertad a una infanta,

correré con más apuro

que el corcel de la mañana.

         Que es la tierra que cabalgo,

entre la noche y el alba,

un territorio sin nombre

donde no llega una llama.

         Y, por estos territorios,

voy de montaña en montaña,

la fortaleza buscando

donde la tienen guardada.

         Que será un lugar maldito

donde la pobre muchacha

las claridades del cielo

no hallará por la ventana.”

         Esto el guerrero se dijo,

cuando al pie de la muralla,

oyó el llanto de la niña,

pues llorar suele la infanta:

         “¡Oh, razón del cautiverio

en que vive encadenada

la pasión del pecho triste

que se consume con ansias!

         ¡Porque las ansias, a veces,

tejen un hilo en el alma

que no se sabe si es pena

o si es voz de la esperanza!

         ¡Y quiere el pecho cautivo

la libertad que demanda

la vida con ser la vida

y el alma con ser el alma!”

         Así la infeliz lamenta

la prisión que sufre airada

y así se queja con odio,

y al tiempo se desespera.

         Pero el mancebo la escucha,

que ya siente las palabras

que pronuncia, no sin miedo,

pero con la voz más clara:

         “¡Oh, desdicha del destino

que me quiso aquí encerrada,

desolada en la mazmorra

que nunca vio la alborada!

         ¡Que no es justo que se esconda

la belleza de mi cara

del color del mundo bello,

de la luz de la mañana!

         ¡Y, puesto que vivo triste

y espero la luz del alba,

quiera del rey acercarme

el valor de tantas lanzas!”

         Oyendo tal el muchacho,

en un querer consolarla,

sin pensárselo dos veces,

le respondió estas palabras:

         “¡No temáis, señora mía,

pues, pegado a esta muralla,

siente un joven caballero

correr la sangre bizarra!”

         Mas se oyó desde la torre

una voz que amenazaba

con el tono más sañudo,

haciendo su voz más alta:

         “No ha de poder escaparse

de esta mansión elevada

quien busque esta fortaleza

para llevar a la infanta.

         Pues suyas serán mis tierras,

después de que, desposada,

una su bandera noble

con mi escudo y mi prosapia.

         Que no ha de faltar valiente

que no saque de la vaina

el valor del duro acero

con que chillan las espadas.

         Y hay ciento para uno solo

que amenaza la morada

en que mis bastiones miran

el color de la alborada.”

         “No he de temer, dijo el joven,

ni las lanzas ni la espada

que se apuren a matarme,

pues no matarán el alma.

         Que no es menester el miedo

donde, la vida empeñada,

por amor hay quien se apura

para venir aquí a darla.

         Que no es mucho dar la vida

cuando se siente la llama

del amor más encendido

en el pecho que no calla.

         Y, pues me ofrecéis la muerte,

pienso justo celebrarla

si acaso yo la merezco

en perdida la batalla.

         Pero, si Dios de mi lado,

quiere ayudarme, mi espada,

hará que paguéis el crimen

y libre verá a la infanta.”



2014 © José Ramón Muñiz Álvarez

Debate de Germán y Panduro



José Ramón Muñiz Álvarez
“RARO DEBATE SOBRE EL HAMBRE Y EL AMOR ENTRE
UN NOBLE CABALLERO Y SU
SIRVIENTE”

(Debate)

GERMÁN-. Quiere el amor darme muerte,
que, en queriendo ser amor,
engendrar sabe el dolor
en quien sus males advierte.
Acaso es terrible suerte
verse en sus manos vencido,
y, pues me siento dolido,
derrotado en ese duelo,
quiero alcanzar el consuelo
en mi pecho escarnecido.

PANDURO-. También el amor yo siento,
porque tal es la fatiga
que delira en mi barriga
que no aguanto el sufrimiento.
Y, pues soy un hombre hambriento,
solo me resta decir
que entre servir y pedir,
es mejor ser pedigüeño,
porque nunca paga el dueño
todo lo que hace sufrir.

GERMÁN-. ¡¡¡Pero cómo la osadía
demuestras, siendo criado,
si eres hombre afortunado
que come pan cada día!!!
Mira que yo en la porfía
de los males me lamento,
porque, siendo hijo del viento
este afán tan peregrino,
en mi pasión me domino
y me doy al sufrimiento.

PANDURO-. Es el amor vicio ocioso
que sufre el adinerado,
pues quien vive desdichado
nunca se muestra amoroso.
Otro daño doloroso
siente en sus carnes quien llora
sin comer desde la aurora
hasta que llega el ocaso,
y en este dolor me abraso,
que comer es gran demora.

GERMÁN-. Todo es hablarte de amor
y pensar tú en los manjares,
que son caprichos y azares
de hombre tan devorador.
¿Puedes hacer el favor
y olvidar ya la comida?
Pues amor que no se olvida
es lo que turba mi mente,
una imagen sabiamente
bella, pero resentida.

PANDURO-. Todo es hablarme de amores
y olvidar el alimento,
porque solo el pensamiento
vive contando dolores.
Y son malos resquemores
los que decís del amor,
pues, si sufrís el amor,
en llegando a tal estado,
no mostrarse enamorado
es acaso lo mejor.

GERMÁN-. No decirse en los amores
de una dama tan altiva
es una actitud esquiva
que es impropia en los señores.
Que somos mantenedores
del amor y su grandeza,
pues fuera infame bajeza
no servir a una alta dama
que en su desdén se derrama
con la mayor aspereza.

PANDURO-. También sé yo del amor,
que son los amores fieles
los que brindan los pasteles
en las tardes de color.
No existe pasión mejor,
y los hace el pastelero,
que pone el mayor esmero
en enseñar a su hijita,
que cuando me ve se agita
porque soy vuestro escudero.

GERMÁN-. No es amor eso que nace
de tu corazón sin fe,
pues siempre el amor se ve
como dolor que renace.
Que mal se agita y deshace
el que enamorado vive
y los dolores recibe
del amor que lo maltrata,
pues con burlas lo retrata
y maldito lo concibe.

PANDURO-. Pues, por no ser maltratado,
el amor y sus mansiones
dejaré, mas dos jamones
he de pedir y un asado.
Y si decís que es pecado
que el más malo disimula,
haré como quien anula
el amor y se dedica
a gozar de lo que explica
como pecado de gula.

2012 © José Ramón Muñiz Álvarez