jueves, 29 de mayo de 2014

Sueño

El sueño que pronuncia, perezosa,
la brisa que recorre los parajes
callados de las costas más abruptas
tal vez es el silencio puesto en boca
de los pesqueros tristes de los muelles.

Tras horas de fatigas y cansancio,
los viejos marineros, agotados, 
regresan a sus casas, a la tarde,
heridos por el viento, la jornada
y el trágico arañazo del salitre.

Las olas, con sus mágicos vaivenes,
se muestran hoy calmadas, bajo un cielo
cambiante las más veces, si la altura,
mostrándose serena, ve las nubes
cargadas que preludian la tormenta.

Las tardes, entre tanto, maravillan
a los bañistas ricos que, aburridos
de su lugar de origen, vienen siempre
buscando el mar que gusta, en el verano,
de hacerse ver sereno, manso y dócil.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez

martes, 20 de mayo de 2014

El canto del autillo


José Ramón Muñiz Álvarez
“EL CANTO DEL AUTILLO EN LA BUHARDILLA”
Los recuerdos del niño que renace de
nuevo.

http://jrma1987.blogspot.com


Los troncos de los árboles, ya muertos, les sirven de mansión a los mochuelos que habitan lo profundo de los bosques. El cárabo es más tímido, si acaso, pues vuela sigiloso, entre los robles, cazando ratoncillos y batracios. En cambio, la lechuza y el autillo no temen instalarse en las buhardillas, de las casonas viejas de la aldea.
El mes de abril, que suele ser lluvioso, también tiene sus tardes encendidas de sol y luz, de magia entre los árboles. Mas, al llegar el brillo del ocaso, se escuchan los autillos en los parques, que llaman al amor en plena noche. Los más supersticiosos tienen miedo, y dicen que convoca al aquelarre de brujas en los montes colindantes.
De niño, en la buhardilla de la abuela, sentí la voz crispada del autillo, su grito lastimero, para algunos. Jamás pensé que fuera una criatura maligna cuyo grito desgarrado, volara, amenazante, con la brisa. Tal vez, al ser un niño, imaginaba que su llamada dulce, vivaracha, tenía el colorido de otros trinos.
Los niños tienen grandes cualidades para formar su imagen de las cosas, a costa de ignorar tantos secretos. Y quiso mi inocencia caprichosa pensar que era el autillo, entre las sombras, como el cuclillo, oculto en la hojarasca. Difícil es, no en vano, ver cuclillos, por más que en primavera se les oye cantar entre las densas arboledas.
No es raro en la niñez ser tan curioso, pues es, en esta edad, cada detalle como un descubrimiento inesperado. Por eso pregunté a la vieja anciana, de rostro bello y pelo blanquecino, pendiente del fogón en la cocina. Y dijo que era el pájaro del agua, criatura singular que, cada noche, las lluvias prevenía en su llamada.
Y cuántas veces, siempre fantasioso, tomaba, en la mesilla de mi tío, cuartillas de papel, y dibujaba siluetas del autillo y la lechuza. Y viendo ya cercanos esos meses que llegan calurosos, en verano, por la ventana abierta, los buscaba. Mis ojos exploraban en la sombra los vuelos que rizaban en la nada sus grandes alas ricas en sigilo.
La anciana falleció dejando un hueco que no podré llenar en muchos años, y no podré volver a la buhardilla: sus dueños la arreglaron y vendieron a nuevos propietarios que no quieren amar el canto viejo del autillo. Mas, al llegar abril, siempre lo escucho, y anima en mi a ese niño que otras veces hurgaba en los misterios de la sombra.
El mundo cambia, y cambian los lugares, y pueblos de otras épocas lejanas se fueron transformando lentamente. Las villas de los viejos pescadores también han alterado su apariencia, tomando un aire acaso más urbano. Y es fácil recordar esas fachadas antiguas y las calles empedradas que fueron dando paso a otros ambientes.
No son las mismas ya, tras tantos años, las vistas de rincones apartados donde se admiran altos edificios. Pero, según nos vamos, caminando, sin prisa, a las afueras, ese tiempo parece conservarse en el entorno. Los campos, las colinas, el arroyo, los densos eucaliptos en el monte se pueden contemplar igual que entonces.
Llegado junio, en días despejados, es grato deambular cuando oscurece, mirar el sol, hundido en la distancia. Es bello deleitarse con nostalgias de tiempos que, si no fueron mejores, tal vez imaginamos más felices. Es la niñez que vuelve, es el momento de revivir al niño que no existe, pues lo hemos encerrado en lo profundo.
Y, tras ponerse el sol, con sus dorados, sentado sobre un banco en San Antonio, descubro las estrellas en la altura. No hay duda de que es todo un espectáculo, cuando la brisa baña ese montículo, borrando los rigores de la tarde. Y, entonces, encendiendo el cigarrillo, regreso por veredas que la luna me deja adivinar entre la sombra.
En la estación existe un parque humilde, sereno, con sus sauces melancólicos, que lloran desde el brillo de la aurora. Allí se escucha el canto del autillo, quimérico y extraño, casi mágico, y entonces el recuerdo se hace intenso. La brisa ha refrescado el aire puro, y el grillo, en su concierto interminable, le da acompañamiento al viejo autillo.
Llamando a los amores, el reclamo de la rapaz nocturna nos sugiere los sueños de las noches de la infancia. Poblado de dragones y de gárgolas, el mundo era tal vez más sugerente, mirado con los ojos de un chicuelo. También el mar, entonces, era abismo de rémoras, marrajos y piratas y las mansiones eran un castillo.
Después se esconderá el viejo mochuelo, y el canto de los cárabos del monte se irá apagando allá, en lo más profundo. La Fuente de los Ángeles murmura, risueña en primavera, mientras canta feliz, entre las ramas, un jilguero. La calma llena el aire, y el paisaje se admira con el alba que despierta con claras llamaradas de alegría.
Al fin se pueden ver, en cualquier parte, cuando el hurón se esconde y los raposos, el pardo de la piel de los tritones. No suelen esconderse en lo profundo del manantial alegre y vivaracho, donde los capturaban los muchachos. También, de niño, yo jugué a cazarlos en los abrevaderos de las bestias y en las corrientes claras de las fuentes.
El canto del autillo se ha perdido, pero es posible ver, y las urracas, los cuervos y arrendajos recortan con sus alas cada soplo. El aire se hace amigo del cuclillo, del raro picachuelo y sus colores, bajo la vigilancia de la aurora. También acechan, rápido, el cernícalo y, fuerte, el poderoso ratonero, desde el tendido eléctrico, en los campos.
Pasaron esos años tan idílicos de casas encantadas, de misterios, de juegos infantiles en el patio. Y entonces era bello el sol al alba, la lluvia en los cristales y los charcos formados en la vieja carretera. El universo entero se enseñaba rico, cuajado de sutiles maravillas en los lugares más insospechados.
El canto del autillo en la buhardilla, la luz de las estrellas en los cielos y el canto de los grillos son promesa. Y el tiempo transcurrido se ha perdido, mas vuelve a suscitar, en la memoria, vivencias que conserva el alma vieja. Herido ya el espíritu cansado por una juventud tan agitada, la infancia sigue viva, sin embargo.

2010 © José Ramón Muñiz ÁlvareZ
"EL CANTO DEL AUTILLO EN LA BUHARDILLA”
Todos los derechos reservados

El sueño

El sueño que pronuncia, perezosa,
la brisa que recorre los parajes
callados de las costas más abruptas
tal vez es el silencio puesto en boca
de los pesqueros tristes de los muelles.

Tras horas de fatigas y cansancio,
los viejos marineros, agotados, 
regresan a sus casas, a la tarde,
heridos por el viento, la jornada
y el trágico arañazo del salitre.

Las olas, con sus mágicos vaivenes,
se muestran hoy calmadas, bajo un cielo
cambiante las más veces, si la altura,
mostrándose serena, ve las nubes
cargadas que preludian la tormenta.

Las tardes, entre tanto, maravillan
a los bañistas ricos que, aburridos
de su lugar de origen, vienen siempre
buscando el mar que gusta, en el verano,
de hacerse ver sereno, manso y dócil.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez

Los bosques en Asturias


          Los bosques en Asturias, llegados los otoños,
se enseñan con más luces que el resto de los bosques,
y el verde de las hojas acaba convirtiéndose
en ocres y rojizos que lloran con tristeza.
          Quizás en las montañas la nieve de las cumbres
convierte en un desierto los densos pastizales,
y acaso los granizos esconden los senderos
a quienes se aventuran en riscos y calizas.
          Quizás los precipicios se lanzan a lo loco
con ánimo imprudente, en muros verticales,
y acaso las espumas saludan, en las playas,
a rocas que, desnudas, soportan sus ataques.
          Los bosques en Asturias, llegados los otoños,
se enseñan con más luces que el resto de los bosques,
y el verde de las hojas acaba convirtiéndose
en ocres y rojizos que lloran con tristeza.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez

El tiempo delirante


          El tiempo delirante
acaso nos apura
con un correr callado
que sigue silencioso los caminos
que escoge a su capricho cuando vuela
a reinos tan inhóspitos
que acaso son palabras en la nada
que avisan de la muerte.
          El tiempo delirante
acaso nos apura
con un correr callado
que sigue silencioso los caminos
que escoge a su capricho cuando sigue
buscando en lo profundo
los ecos que repite en el vacío
el beso de la muerte.
          El tiempo delirante
acaso nos apura
con un correr callado
que sigue silencioso los caminos
que escoge a su capricho cuando busca
respuestas más precisas
que no pronunciará la voz severa
que sabe de la muerte.
          El tiempo delirante
acaso nos apura
con un correr callado
que sigue silencioso los caminos
que escoge a su capricho, si sospecha
que avanza, sin saberlo,
por esos laberintos enredados
que llevan a la muerte.
2013 © José Ramón Muñiz Álvarez

El oro

          Dejaron los orfebres oro bello
en el correr veloz de los corceles
que el alba destararon de sus crines,
y, entonces, desnudándote en la fuente,
tu piel hallé, su brillo, sus contornos,
regalo a las miradas atrevidas
que huyeron de mis ojos alevosas.
           Dejaron los orfebres oro bello
en el correr veloz de los corceles
que el alba destararon de sus crines,
y, entonces, al mojar el blanco seno,
tu piel hallé, su brillo, sus contornos,
regalo a las miradas atrevidas
que huyeron de mis ojos alevosas.
         Dejaron los orfebres oro bello
en el correr veloz de los corceles
que el alba destararon de sus crines,
y, entonces, empapada en agua pura.
tu piel hallé, su brillo, sus contornos,
regalo a las miradas atrevidas
que huyeron de mis ojos alevosas.
        Dejaron los orfebres oro bello
en el correr veloz de los corceles
que el alba destararon de sus crines,
y, entonces, al fijarme en tu cadera,
tu piel hallé, su brillo, sus contornos,
regalo a las miradas atrevidas
que huyeron de mis ojos alevosas.
          Dejaron los orfebres oro bello
en el correr veloz de los corceles
que el alba destararon de sus crines,
y, entonces, contemplando tu cintura,
tu piel hallé, su brillo, sus contornos,
regalo a las miradas atrevidas
que huyeron de mis ojos alevosas.
         Dejaron los orfebres oro bello
en el correr veloz de los corceles
que el alba destararon de sus crines,
y, entonces, con anhelo de tus labios,
tu piel hallé, su brillo, sus contornos,
regalo a las miradas atrevidas
que huyeron de mis ojos alevosas.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez 

El tiempo corre firme

            El tiempo corre firme,
huyendo de la vida
que siente, entre lamentos,
que todo es pasajero en este mundo,
y sabe que se lanza hacia el vacío,
en un precipitarse
que no tendrá perdón, pues, con apuro,
habrá de ser espuma en el torrente
que quiere, en su capricho,
la muerte, silenciosa ciando aguarda.
            El tiempo corre firme,
huyendo de la vida
que siente, entre lamentos,
que nada permanece, que se angustia,
sabiendo que la muerte es su destino,
que espera, cadencioso,
en un lugar sin nombre, donde el polvo
suspende sus penurias en el aire,
si el aire es aire acaso,
en estos reinos tristes de la nada.
            El tiempo corre firme,
huyendo de la vida
que siente, entre lamentos,
que el ánimo febril que desfallece
no puede, como antaño, ser orgullo,
y, con su escudo, rinde
las armas que defienden su grandeza,
la lanza, las espadas, los puñales
que sirven, en combate,
al fiel guerrero herido en la batalla.
2013 © José Ramón Muñiz Álvarez

lunes, 19 de mayo de 2014

Las hadas

Las hadas permanecen escondidas"

Dedicado a mis sobrinos Jimena y Mael

        Las hadas permanecen escondidas,
guardándose del ojo que, curioso,
pretende sorprenderlas en su vuelo.
        Dejada atrás la infancia no es posible
mirarlas, encontrar en la arboleda
la llama de su magia poderosa.
        Tal vez encontraréis que, por la noche,
encienden las luciérnagas la llama
no lejos del molino del arroyo.
        Mas ellas, que no duermen, nos observan,
tras la neblina densa del ocaso
que suele levantarse en el estanque.
        Esperan a que el canto del autillo
convoque a un nuevo amor, desde lo lejos,
al tiempo que se escucha el viento triste.
        Después, cuando ya todo son rumores
mezclados al ladrido de los perros,
se acercan al camino de la aldea.
        Amigas de las fuentes de los valles
y de los castañares, siempre densos,
aguardan a los duendes de la zona.
        Y saben las estrellas que los niños
bien pueden conocerlas, porque quieren
dejarse contemplar por su inocencia:
        los niños, que son todo fantasía,
descubren lo que, oculto a los adultos,
se torna en un secreto para pocos.
        Risueños, son custodios de una ciencia
que ignoran los mayores, cuando dicen
que todo son leyendas e invenciones.
        Y es bello contemplarlos, porque sienten
que existen los hechizos misteriosos
en reinos con castillos y princesas.
        Y, al cabo, quién no quiso, siendo viejo,
pensar que fue verdad que, en lo pasado,
también hubo dragones en las cuevas.
        Los niños, que son sabios como nadie,
sabrán guardar silencio y no decirnos
el sitio en que se esconden esos seres...
 
2013 © José Ramón Muñiz Álvarez

Romances en cuarteta




José Ramón Muñiz Álvarez
EN LOS OJOS DEL CULPABLE
LA MENTIRA SE
DELATA”
(Romance sobre un enfrentamiento
de dos hermanos de sangre
enfrentados por la
herencia)

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–Traidor sois, que la mentira,

porque siempre es afilada,

en los ojos del culpable,

suele ser que se delata.

–Traidor vos, que no mi gente,

pues se sabe que en mi casa

es la lealtad lo supremo

y la cosa más honrada.

–Sois culpable, y lo repito

ante estas gentes ancianas,

que esperan vuestra sentencia,

porque deben confirmarla.

–Lo sois vos, y he de decirlo

ante nuestra soberana,

que sabrá llevar el caso

y condenar al canalla.

Sacó la espada don Carlos,

que, al sacarla de la vaina,

el miedo tomó a la gente

que llenaba aquella sala.

Don Suero sacó el acero,

y, presuntuoso, las armas

mostró, con gran osadía,

a las gentes que allí estaban.

Los unos con susto miran,

los otros que se desmayan,

y, en medio de aquel silencio,

el cruzar de las espadas.

Y, porque se oyeron voces,

el duque vino a la estancia,

y a su gente halló revuelta

y a la prole alborotada.

–No me he muerto todavía,

que soy dueño de esta casa

para juzgar a mis hijos

y decidir qué hace falta.

Y pues son los alborotos

los que mis hijos levantan,

castigaré su soberbia,

porque faltan a mis canas.

Que, si sigo estando vivo,

aunque moribundo estaba,

por las herencias se baten

en la sala de mi casa.

Que desheredados quedan

y han de marchar de mi casa,

que esta casa la mía

y soy en ella quien manda.



2014 © José Ramón Muñiz Álvarez


 José Ramón Muñiz Álvarez
“EL MILAGRO DE LA FUENTE” O
“EL BANDIDO DE LA
SIERRA”
(“Tristes lloraban las gentes,
sabiendo a todos
decirlo”)

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Tristes lloraban las gentes,
sabiendo a todos decirlo,
por las plazas y las calles,
por los valles y caminos.
Y era grande la desgracia
que los buenos peregrinos
publicaban en las fondas
donde se sirve el buen vino.
Y las gentes, con saberlo,
susurrando que es aviso
de los cielos y la altura,
se dejaban al olvido.
La muerte vino callada
y, corriendo el señorío,
a los mozos casaderos
quiso llevarse consigo.
Porque en las villas oyeron
lo que oyeron los vecinos
de los rincones pequeños
y los lugares perdidos.
Y por eso doña Sancha,
temiendo por aquel hijo,
quiso del pueblo sacarlo,
del reino sacarlo quiso:
–No ha de quedar en la tierra
muerto el pobre que está vivo,
si es que sabe partir lejos
y dar rienda a su destino.
No olvides que soy tu madre,
no olvides que eres mi hijo,
y, con besar mis mejillas,
parte con prisa al camino.
–Señora, al camino parto,
pero siento que un bandido
puede los cuartos quitarme,
si lo cojo de camino.
Que no falta un desalmado
que quiera meter un tiro
por la espalda al caminante,
si lo coge de camino.
–Tú no temas, porque siempre
ampara Dios al que quiso,
y no ha de dejarte solo,
si te coge en el camino.
–Señora, la mi señora,
madre de la que soy hijo,
que con tristeza me siento,
si he de salir al camino.
Sigue el mozo por el llano,
va por la senda del río,
y, siguiendo por la sierra,
parece que va perdido.
Y no son estas las sierras,
las tierras del señorío
en que abandona a su madre,
porque se queda sin hijo.
Y, pues es un buen muchacho,
se le escapa algún suspiro,
que en la orilla mira triste
las aguas que lleva el río.
Y, pues os echo de menos,
quiero llorar y decirlo,
y lamentar que me parto
y quejarme de que sigo.
Mas siempre mi pensamiento
querrá al viento por testigo
para que os diga, señora,
que no os daré yo al olvido.
El muchacho, estando en esto,
llegaba un desconocido,
hombre de rara mirada
y con el gesto torcido.
–No debieras, jovenzuelo,
adentrarte en este sitio
sin llevar a un compañero
que te ayude en el camino.
–Sabed, señor, que soy fuerte,
y no quiero yo el abrigo
de gentes desconocidas
que pasan por el camino.
–Hay bandidos en la zona,
y es mejor venir conmigo,
previniendo que te encuentren,
si te ven en el camino.
–No he de dejarme engañar
por quien con gesto mohíno
quiera robar lo que tengo,
si me coge en el camino.
–No tengas miedo, muchacho,
que es mejor venir conmigo,
que no faltan bandoleros
de la sierra en el camino.
–Temor no tengo ninguno,
que soy hombre decidido,
y lucharé con quien sea,
si me coge en el camino.
–Pues dame entonces la bolsa,
y muere, por ser mezquino,
si así me respondes, necio,
si te cojo en el camino.
Para quitarle el dinero,
todo el puñal le ha metido
por la espalda y hasta el pecho,
dejándolo malherido.
El mozo, que ve la muerte,
se sabe despavorido,
y, como fuentes, sus lágrimas
parecen hacerse río.
–No me digas, doña Sancha,
que no dije mi destino
cuando, al temer por mi vida,
vino a cogerme un bandido.
–No me digas tú, mozuelo,
que de Sancha eres el hijo,
pues fui amigo de tu padre
y padrino en tu bautizo.
El joven entregó el alma
con solo dar un suspiro,
que la muerte es bondadosa
con quien muere malherido.
El viejo, llorando triste,
quiso enterrarlo en el sitio,
y al cura trajo del pueblo
desde el que el muchacho vino.
Pues dicen que era hombre santo,
y que, sabiendo su oficio,
más milagros hizo en vida
que el mismo señor obispo.
Y, en el lugar donde yace,
porque perdonó al bandido,
nació un arroyo pequeño
que viene a morir al río.

2014 © José Ramón Muñiz Álvarez

Romances de tema medieval



José Ramón Muñiz Álvarez
NO EXISTEN OJOS MÁS CLAROS
NI EXISTE MAYOR
DESDÉN”
(Romance del escudero valiente que,
pensando en la doncella,
dejó la retaguardia
con brío
y fue alabado por el
rey)

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No existen ojos más claros
ni existe un mayor desdén
que el que triste me asesina
y me torna amarga hiel.
Que, pues amores no quiero,
quiere el amor ser, a fe,
la tortura de mi pecho
y el final de tanto bien.
Y, pues de escudero sirvo
en las guerras que hace el rey,
porque a la doncella quiero,
quiero luchar yo también.
Que la hazaña en el combate
suele dar la fama a quien
para ser visto requiere
de nombre, de honor y fe.
El marqués, que oyó sus voces,
porque es rico y lucha bien,
sabe decirle al muchacho
que no basta con querer.
Que no se lance a lo loco
para encontrarse después
con la derrota frustrante
y la muerte cerca de él.
No quiero yo esos consejos,
porque seguirlos no es bien,
cuando el amor es acaso
lo que otras veces no fue.
Y no acataré el mandato
aunque lo mande el marqués,
que para mandar hay muchos
y bien sabré lo que hacer.
Quiso el mozo con bravura
sobre el lomo del corcel,
porque es valiente y gallardo,
adelantarse al marqués.
Que, atrás quedan otros nobles,
pues, asustados, lo ven,
cómo a todos se adelanta,
pero sin ser descortés.
Porque a las tropas dejaba
y, entregado a su correr,
fue a buscar al enemigo
para enfrentarse con él.
Y, admirando la bravura
del muchacho, supo el rey
admirar esa osadía
en quien solo es un doncel:
Sin el temor de la vida,
pudo el joven recorrer
lo que no corren los míos
por imponer mi poder.
Y gallardo se le admira
donde gallardo se ve
a quien valiente se lanza
en su valiente corcel.
Y por tener ese brío
parece ser noble a fe
que premie yo tanto arrojo,
si lo permite la ley.
Y es que lo piden los fueros
que contienen el saber
de las leyes que nos rigen
y contienen todo el bien.

2014 © José Ramón Muñiz Álvarez


José Ramón Muñiz Álvarez
NO QUISIERA–DIJO EL CONDE–,
A FUERZA DE HACERME
VUESTRO”
(Romance sobre cuestiones amorosas
en el que el caballero
recibe el
suave
reproche de la
amada)

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No quisiera–dijo el conde–,
a fuerza de hacerme vuestro,
mis lágrimas entregaros,
porque sois vos el tormento.
Y, pues de dolor suspiro,
ya que de estas penas muero,
no son menester desdenes,
si conmigo sois desprecio.
Por eso, señora mía,
de los dolores me quejo,
que sois a dejar herido
el corazón en el pecho.
Y, siendo el amor extraño,
pues raro es mi sentimiento,
es amaros lo que enciende
la sed que me tiene seco.
Pues yo quisiera, buen conde,
cautivando el sentimiento,
teneros en mi regazo
y mis brazos ofreceros.
Pues ese dolor que os mata,
si es amor y si es sincero,
porque el amor es la muerte,
no debe doleros menos.
Y sabed que es de mi gusto
saber que os aprieta el pecho
esa tensión que os aflige,
pues es el signo que quiero.
Que si el dolor encendido
arde por fin tan adentro,
he de decir que soy dueña
del más noble caballero.
Pues sabed, señora mía,
que esas palabras entiendo
como malas intenciones
sobre malos argumentos.
Que no es el amor un algo
que sirva a quien quiere fuego
para calentar orgullos
a costa de ajenos pechos.
Y no son esas bondades
las que decís, si, a lo menos,
sabe el amante aliviarse
de su callado tormento.
Y no he de decir a nadie
el manantial tan secreto
que pierden mis tristes labios
cuando parir quieren versos.
Pues sí que sois presuntuoso
he de decir, y es que os veo
luchar en el desafío
como el más noble guerrero.
Mas no son las del amor
las lides de los torneos,
pues estas lides, amigo,
requieren otros esfuerzos.
Y, porque vos lo ignoráis,
aunque sois hombre tan bueno,
no alcanzaréis los amores
que os proponga el raudo tiempo.
Que quiere el amor galante
escuchar dulces requiebros
y no esas querellas malas
en que se os pierde el cerebro.

2014 © José Ramón Muñiz Álvarez