José
Ramón Muñiz
QUÉ
BELLOS LOS CAMINOS DEL
SANTUARIO
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Arenas de San Pedro es lugar bello,
sentado ante la sierra que lo mira, vistiendo el blanco intenso de
las nieves. En Ávila el paisaje es seco y árido, mas no detrás de
montes y escarpadas que forman los cordales orgullosos. Las aguas del
Arenas van colmadas en tiempos de crecida, si hay crecida, dichosas
pero heladas en su cauce. Y existe en esta zona un rincón verde que
lleva a las veredas del santuario que existe en el lugar desde hace
siglos.
¡Qué bellos los caminos al
Santuario! Arenas de San Pedro tiene un templo que esconde la
espesura con sus verdes. Perderse por la zona es agradable, mirar
viejos helechos, ver las hojas que pronto se desprenden de sus ramas.
La lluvia da la vida a estos lugares en los que sospechar un clima
suave, tal vez como en los bosques europeos. Abunda el agua aquí y
es verde todo, pues no falta humedad donde descienden los ríos que
desaguan en el Tiétar.
¡Qué bellos los caminos al
Santuario! La lenta caminata nos permite buscar, entre los árboles,
la brisa. Su beso es, en otoño, por diciembre, como un regalo bello
que se espera, si es cierto que la helada se deshizo. Es un lugar
frondoso en que el secreto se esconde con misterio y con poesía que
sabe deleitar nuestros sentidos. Son densos los helechos, donde cuaja
la voz de la humedad, que se apresura a reflejar los brillos de la
tarde.
¡Qué bellos los caminos al
Santuario! El viejo Sabatini hizo un trabajo perfecto, diseñando
cada muro.
La
construcción mantiene la pureza, quedando acaso restos de otros
siglos, reliquias de San Pedro, viejos cuadros. La estética barroca
de los lienzos contrasta, con sus luces y colores, con esa sobriedad
de lo neoclásico. También hay hermosura en esos árboles que el
viento roza triste, cuando corre, delante de la puerta del convento.
Y al fin llega la tarde, y, en la
altura, trazando su dibujo melancólico, la luna asoma triste pero
hermosa. Y quiere reflejarse en la maleza, que empapan ya las densas
humedades las horas de la escarcha y de la helada. Y entonces se
sospecha, en lo lejano, la luz débil y mágica, rendida, perdiéndose
al morir la tarde clara. Las sombras son señoras del imperio que
tiene ya la noche en sus dominios, pues es la soberana de los cielos.
2014 ©
José Ramón Muñiz Álvarez
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