martes, 6 de mayo de 2014

Santuario

José Ramón Muñiz
QUÉ BELLOS LOS CAMINOS DEL
SANTUARIO
http://jrma1987.blogspot.com

Arenas de San Pedro es lugar bello, sentado ante la sierra que lo mira, vistiendo el blanco intenso de las nieves. En Ávila el paisaje es seco y árido, mas no detrás de montes y escarpadas que forman los cordales orgullosos. Las aguas del Arenas van colmadas en tiempos de crecida, si hay crecida, dichosas pero heladas en su cauce. Y existe en esta zona un rincón verde que lleva a las veredas del santuario que existe en el lugar desde hace siglos.
¡Qué bellos los caminos al Santuario! Arenas de San Pedro tiene un templo que esconde la espesura con sus verdes. Perderse por la zona es agradable, mirar viejos helechos, ver las hojas que pronto se desprenden de sus ramas. La lluvia da la vida a estos lugares en los que sospechar un clima suave, tal vez como en los bosques europeos. Abunda el agua aquí y es verde todo, pues no falta humedad donde descienden los ríos que desaguan en el Tiétar.
¡Qué bellos los caminos al Santuario! La lenta caminata nos permite buscar, entre los árboles, la brisa. Su beso es, en otoño, por diciembre, como un regalo bello que se espera, si es cierto que la helada se deshizo. Es un lugar frondoso en que el secreto se esconde con misterio y con poesía que sabe deleitar nuestros sentidos. Son densos los helechos, donde cuaja la voz de la humedad, que se apresura a reflejar los brillos de la tarde.
¡Qué bellos los caminos al Santuario! El viejo Sabatini hizo un trabajo perfecto, diseñando cada muro.
La construcción mantiene la pureza, quedando acaso restos de otros siglos, reliquias de San Pedro, viejos cuadros. La estética barroca de los lienzos contrasta, con sus luces y colores, con esa sobriedad de lo neoclásico. También hay hermosura en esos árboles que el viento roza triste, cuando corre, delante de la puerta del convento.
Y al fin llega la tarde, y, en la altura, trazando su dibujo melancólico, la luna asoma triste pero hermosa. Y quiere reflejarse en la maleza, que empapan ya las densas humedades las horas de la escarcha y de la helada. Y entonces se sospecha, en lo lejano, la luz débil y mágica, rendida, perdiéndose al morir la tarde clara. Las sombras son señoras del imperio que tiene ya la noche en sus dominios, pues es la soberana de los cielos.

2014 © José Ramón Muñiz Álvarez

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