José
Ramón Muñiz
EL
SOL COBARDE Y DÉBIL DE LA
TARDE
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El sol cobarde y débil llega tarde,
sabiéndose un traidor, como en la guerra lo fueron los mezquinos
desertores. La luz de la alborada despereza su voz, cuyos bostezos
silenciosos desvelan las cortinas de la noche. Las hojas de los
árboles se rinden al soplo despiadado de los vientos que corren,
caprichosos, el espacio. Y entonces, los helechos del otoño
despiertan sus colores, los rojizos, dejando el verde intenso de
otras veces.
Hallamos esa atmósfera de magia,
quizás porque al otoño se le antoja llenar la cordillera de
neblinas. El aire se hace denso y en la altura los cielos vuelven
grises sus colores, vencidos por un halo de tristeza. La noche,
defensora de su imperio, no quiere que el corcel del alba corra los
campos ofrecidos a la aurora. Y el barro silencioso escucha el canto
del ave peregrina que se escapa, dejando la arboleda y los caminos.
La vida campesina se adelanta,
mirando las estrellas, porque el brillo del alba que despierta se
hace débil. La lluvia deja un manto de humedades en prados y
colinas, en los bosques que duermen el secreto de su sueño. Parece
que el letargo es la promesa que ofrece, si se acerca, la invernada,
llegado ya un noviembre pusilánime. Los celtas que habitaron estas
zonas supieron de los frutos de la tierra y amaron el paisaje que
habitaban.
Y sueña en Mombeltrán ese castillo
que duerme, tras los siglos de la historia, callando los secretos de
su dueño. Y duermen los pinares a la falda del muro siempre abrupto
de la sierra, romántico y hermoso a nuestros ojos. Y cantan los
riachuelos vivarachos, llevando el agua clara de sus cauces en busca
de otros ríos más bravíos. Y el puente de Aquelcabo ve el castillo
de la condesa triste que lloraba la muerte de don Álvaro de Luna.
La iglesia, cuya torre presurosa se
encrespa a las alturas, mira el pueblo, las casas que se hacinan por
las cuestas. Y lejos, las dos torres del palacio, que se alzan con un
aire regio y puro, lugar donde don Luís pasó sus días. Allí sonó
dichoso el Boccherini ligero del minueto, el de las noches de aquel
Madrid alegre y dieciochesco. Y un Goya talentoso y admirado sus
telas terminó y el colorido que muestra en su paleta el arte mismo.
2014 ©
José Ramón Muñiz Álvarez
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