José
Ramón Muñiz Álvarez
“LAS
MIL Y UNA CURIOSIDADES DE LA
CONQUISTA
DE LAS
AMÉRICAS”
http://jrma1987.blogspot.com
La
conquista de suelo americano por parte de las gentes del Viejo Mundo
fue desigual, pues sajones y mediterráneos mostraron comportamientos
bastante opuestos en la ocupación de un territorio en que estaban
unos aborígenes esparcidos por un enorme continente que recorre dos
hemisferios y que también eran entre sí muy distintos. Los
norteamericanos y los iberoamericanos de hoy son distintos en su
composición racial como muestra de que los primeros se mezclaron
menos que los segundos con las poblaciones nativas, lo que supone
varias causas. Por ejemplo, los iberoamericanos son el producto del
mestizaje, pues quienes viajaban al Nuevo Mundo eran hombres, frente
a los norteamericanos mandan mujeres también en sus barcos, y no
solamente hombres (es más, los mormones eran matrimonios que
permitían a un marido tener varias mujeres).
Sin
embargo, la mezcolanza racial americana, que es fuerte, especialmente
en el sur, tiene que ver con la ausencia de un programa de exterminio
de los indios, un programa de exterminio que sí existió, de manera
tácita, en el caso de los norteamericanos, quienes, sin redactar un
papel legal que condenase a los indios, entendían de manera
implícita que el destino del indio era desaparecer al ser de una
raza inferior. Esto abre la cuestión interesante y morbosa de si es
que los conquistadores procedentes de España y Portugal eran o no
eran tan racistas como los procedentes de zonas de Europa situadas
más al norte. Y la respuesta es bastante negativa para españoles y
portugueses, cuyo comportamiento tolerante no se explica de manera
tan elogiosa como se quisiera en un principio.
Los
reyes Isabel de Castilla y Fernando de Aragón habían preparado todo
para una aventura, la de Cristóbal Colón, con la que dominar tierra
americana. Pero el momento en que se produce la conquista es más
tardíamente, llegado al poder Carlos I de España y V de Alemania.
En este proceso, pocos barcos llevaron a no muchos personajes en una
empresa alocada: conquistar un amplio continente más allá del mar,
tras cruzar el Atlántico en una cáscara de nuez. La ausencia de
mujeres pudo ser la causa de que los soldados aceptasen el amor de
unas indias que no corresponden al tipo de belleza vigente en la
época: mujeres blancas y entradas en carne de piel suave y
sonrosada. El primer coito conocido que dio lugar a un mestizo fue el
de Hernán Cortés con la Malinche.
Más
adelante, vemos sucesivos conflictos en los que los españoles se
distinguen por su hostilidad contra los indios, a los que someten
para quitarles de la idolatría y para entregarlos al dominio del
nuevo emperador. Eran gente poco valorada a la que se podía
maltratar, una vez se les había vencido, pero tras una victoria poco
meritoria: los españoles no hicieron la guerra, la dirigieron, en
muchos casos, levantando a las potencias dormidas contra las
despiertas, al reavivar a los pueblos resignados que sufrían las
sucesivas guerras floridas; unas guerras floridas que suponían el
necesario contingente para los sacrificios humanos que pedían los
dioses de los aztecas, por poner un ejemplo. (La mayoría de los
decesos de indios en aquel entonces se debe, por cierto, a la entrada
de nuevas enfermedades, como gripes y pestes propias de los
europeos).
La
dominación por parte de españoles y portugueses de las zonas
americanas es, en suma, un acto menos heroico del que han contado los
cronistas de la época, estando la gloria española un tanto
hinchada. Sí cabe decir, sin que esto llegue a justificar la
invasión, que las religiones de los indios eran violentas y que los
indios eran crueles los unos con los otros. Los sacrificios humanos y
el imperialismo de ciertos focos hacen que los españoles no sean
peores: a fin de cuentas los españoles son un imperio mayor y más
fuerte, no necesariamente más cruel. Porque los españoles no tenían
pensado matar a los indios, sino ponerlos a producir, es decir, se
esperaba de ellos que trabajasen, que hiciesen las labores que los
europeos no querían hacer. Un labriego no gana nada matando a su
burro, que es el que carga con el carro de leña; un español
esclavista no alcanzará su proyecto matando indios.
La
zona de Andalucía y de Extremadura son los grandes latifundios del
final de la acción reconquistadora de los españoles. Los españoles
conquistadores de América eran procedentes de esas zonas en la
mayoría de los casos. Estas gentes estaban acostumbradas al
sometimiento que imponían los poderosos terratenientes de estos
lugares donde la vida era muy dura. La economía que tenían en mente
era la de que había un señor que era dueño de la tierra que tenía
unos capataces que gobernaban estas propiedades sonde pobres
jornaleros trabajaban de sol a sol. El español conocía (y sufría)
en esas zonas peninsulares una explotación de la que podía
sustraerse, con irse a América, donde el siervo, convertido en
señor, podía someter a los indios a una explotación no más
clemente. Baste pues agregar con ironía lo siguiente: “no sirvas a
quien ha servido”. La actitud de estos españoles es escapar de sus
opresores para pasar a tener el papel de opresores tras la nueva
conquista.
Debido
a que América es para los españoles una colonia en la que replicar
lo que había en España, había que reducir al indio, no
extinguirlo, pues hacía falta quien hiciese los trabajos. Si luego
las cosas no salieron exactamente así de una manera constante se
debe a otros factores, por ejemplo, la acción del padre las casas,
sosteniendo que los indios son ángeles del Edén, conducente a que
el emperador ordene que los indios no sean explotados, es algo que
rompe las expectativas de los conquistadores, que no pensaban ser
ellos quienes trabajasen para dar una bonanza a las tierras recién
tomadas para el Imperio de España. Por esa razón se acude a África
y se intensifica la labor de los negreros, que dan un nuevo surtido
de esclavos. En Cuba y las Antillas la raza dominante es la negra,
después de que se extinguieran los taínos, algo que tampoco estaba
en el programa de la expansión española por América, porque se
quería solamente reducirlos, no matar a quien podría ser la mano de
obra.
La
América norteña tuvo una dominación distinta. No se hablaba de
extinguir al salvaje, al piel roja, de una manera explícita, pero se
sabía que los indios, legítimos dueños de esas zonas, de la que
era su tierra y patria, eran el elemento sobrante en una sociedad
donde, si los colonos estaban dispuestos a desarrollar ellos el
trabajo (esto tal vez no era así en ciertas zonas) el indio sobraba.
El esclavismo negrero de los españoles servía perfectamente para
poder también importar mano de obra esclava negra, mucho más dócil
que los amerindios, que tenían carácter guerrero y rebelde,
sabiéndose los amos de una zona que los rostros pálidos venían a
invadir. El negro era dócil, entre otras cosas, porque no se había
criado en un ámbito salvaje con libertad, hasta ser arrancado de su
suelo por los españoles, pues aquellos negros no fueron secuestrados
(los negreros españoles los compraron a otros negros). La mayor
disposición de los blancos al trabajo en el caso de los europeos de
origen sajón (protestantes) y la posibilidad de acudir al negro
dócil hacían innecesario al indio del norte (menos sumiso que el de
zonas tomadas por portugueses y españoles), y educarlo para la
convivencia en el orden nuevo que iba a venir no era lógico, pues
resultaba más trabajoso que liquidarlo.
Los
indios sucumbieron a los sajones, pero no a los mediterráneos
(católicos), porque en el orden teológico atrasado y medievalizante
de la España de época renacentista el indio tenía el lugar que le
había asignado el padre Bartomolmé de las Casas, quien defendía la
angelicidad literal de los indios (había estado en la zona de la
Florida y no en otros lugares donde hubiera podido presenciar otras
cosas que se han documentado: canibalismo, guerras floridas,
ejecuciones sacrificiales con saetas…). Prácticamente, se podría
decir que en el norte estaba clara la necesidad de hacer retroceder a
las poblaciones indias, y esto llevó a una situación en la que,
siendo evidente ya su práctica desaparición, se procuró juntar a
los indios en reservas, con el fin de evitar que se dijese que se
había cometido una barbarie con los nativos (no parecía civilizado
y era más oportuno custodiar al indio, ser inferior al blanco, con
afán protector).
En
suma, la comparación entre el norte y el sur europeos se reflejan en
sus colonizaciones sin benevolencia para ninguno. Como resultado, se
señala a favor del norte que fueron capaces de crear ciudades ricas,
sectores activos y una economía fuerte que no existe en la zona
dominada por los del sur. También queda claro que la desaparición
de los indios fue tan sistemática que desmiente la bondad y la
justicia de los norteamericanos actuales, que tanto presumen de haber
librado al mundo de la horrible lacra del nazismo. Los
estadounidenses fundaron su país asesinando a miles de indios
inocentes. Por lo tanto, el comportamiento del sajón es bastante
discutible. Pero los españoles no respetaron a los indios sino a
costa de temores teológicos, de incultura y holgazanería. No matar
al indio respondía a la motivación de que es mejor “que ellos
trabajen”.
En
muchas zonas americanas dominadas por gentes procedentes de nuestro
suelo peninsular, los indios fueron explotados, a pesar de la
legalidad vigente que prohibía, desde Las Casas, el maltrato al
indio. Además, con la época ilustrada, se pisotearía
progresivamente a los indios en su cultura y sus lenguas, al querer
una unidad imperial más compacta (esto sucede en los tiempos de la
llegada de los Borbones). Pero el momento más duro para los indios
vino después, con la francesada. La guerra de independencia con la
que se logró la expulsión del rey José Bonaparte de suelo español
fue el momento idóneo para poder separarse de la metrópoli
peninsular: nacieron los países hispanoamericanos que habían sido
colonia del poderío español en torno a 1808. Desde entonces, según
en qué zona, los destinos de los indios corren dos tipos de suerte
distinta: ser sometidos a los más duros trabajos o ser exterminados
como en el norte. En el siglo XIX, los habitantes del cono sur
americano (Chile y Argentina) se decantan por acabar con los indios
como se está haciendo en los Estados Unidos, pero con un objetivo:
modernizarlo todo, evitar que el país que surja de esto sea rural,
pues quieren ser prósperos como Inglaterra o la naciente Estados
Unidos a la que tanto admiran. En el XIX hubo grandes matanzas de
indios.
Con
respecto a los estadounidenses, queda patente su manera cínica de
obrar. Estados Unidos era un conjunto de colonias de Holanda y de
Inglaterra que acabaron perteneciendo a la corona inglesa. Al querer
independizarse de la corona inglesa, que cobraba impuestos y no
aportaba nada a los colonos, estos se revelaron y crearon los Estados
Unidos en una Guerra de la Independencia. Para hacerlo necesitaban
armas y una justificación de rectitud moral: que todos los hombres
son iguales, que no es sensato vivir como se está viviendo en
Europa, que no hay derecho a que por cuna haya nobles y reyes. En
suma, que todos los hombres son iguales, pero como los seres de raza
negra (no se sabe si humanos o no) podían ser esclavos de gente como
Washington o Franklin, tal vez eran meros animales y no se les daba
el tratamiento de hombres.
También
es curioso este otro cinismo anglosajón de los americanos: decir que
han salvado al mundo de la maldad alemana, cuando ellos han sido
mucho más asesinos. Los judíos caídos en el holocausto nazi eran
vidas que tenían un valor, pero los indios asesinados y los negros
esclavizados durante siglos parecen merecer menos respeto. Los
alemanes llegaron a una situación crítica que fue la que los
condujo al nacionalsocialismo, pues son pueblo infinitamente más
noble que los norteamericanos. Estos siempre han causado daños
contra una humanidad a la que dicen defender, de hecho, puesto que
hay una actitud imperial poco escondida detrás de tanto espíritu
democrático. Particularmente, los norteamericanos declaran sus
guerras tras el hundimiento accidental de alguno en sus barcos en los
que iba población civil y que seguramente ellos han amañado.
Pero
queda una cuestión más: la del indigenismo. Los indios se han hecho
levantiscos, últimamente, como quien se espabila para reclamar
aquello que es suyo. Una muestra de su actitud es que mandaron a un
Papa una Biblia por correo, pidiendo a cambio la devolución de sus
dioses y el oro que les había sido sustraído. Esta razón moral,
tras quinientos años de historia, tiene un punto ridículo,
comprable a la grotesca actitud de la gente de Ponferrada, reclamando
el oro de las Médulas a Berlusconi (cosa que naturalmente no han
hecho, pues son personas lógicas). Las Médulas son, no e vano, el
desastre ecológico que dejaron los romanos, claro está, después de
agotar el oro y esclavizar a una población que vivía en miserables
tendejones, pero nadie protesta, pues sería estúpido hacerlo.
El
indigenismo no es un movimiento de indios intentando reclamar
justicia, sino un invento de los blancos que se fueron a tierra
americana y ambicionaron un buró o algo así, para lo cual, muchas
veces, hay que justificarse con algo, y justificarse con algo es, en
este sentido, tener un público (como ocurre en el cine o en el
circo). Porque no son los indios precisamente los que piensan que sus
países sean pobres por haber sido sometidos a una terrible
explotación y que la causa de esta pobreza se debe a la maldad del
hombre blanco (que los sacó de una vida atrasada, muchas veces, para
llevarlos a un estadio de civilización más elevado, a no ser en los
cursos altos de la zona amazónica y del Orinoco).
Estas
ideas no están en la cabeza de los indios, sino que están
inculcadas por los blancos, cuando, deseosos de una plaza o de un
cargo, promueven su mensaje ante los indios. Y es que no es
conveniente convertir esta cuestión en un cuento de buenos y malos.
Esos cuentos son maniqueos y convenientes para lectores muy jóvenes
e ingenuos que quieren una lectura fácil, lo que siempre rechazará
una mente inteligente que tenga una sincera curiosidad en materia
histórica. Con esto no pretendemos ofender a nadie: ni a los
españoles ni a los portugueses, pero tampoco a los anglosajones
(sean ingleses o americanos), ni siquiera a los indios, que han sido
víctima de tan duro trato y que están siendo engañados y
manipulados por los intereses políticos de algunos. Y parece la cosa
más apropiada finalizar estas líneas admitiendo lo triste de estos
sucesos.
2014
© José Ramón Muñiz Álvarez
No hay comentarios:
Publicar un comentario