martes, 6 de mayo de 2014

Y los siglos volaron al aire


José Ramón Muñiz Álvarez
Y LOS SIGLOS VOLARON AL AIRE” O “EL CREPÚSCULO
TRISTE QUE MUERE”
(Nuevas meditaciones sobre la muerte
que acecha los espíritus
inquietos
que acaso no saben
ignorarla)

http://jrma1987.blogspot.com

A QUIEN LEYERE:

Y los siglos volaron, y el aire del otoño callado les dijo los secretos de aquellos paisajes a las flores heridas y mustias. Y las flores heridas y mustias, escuchando la voz de la brisa, comprendieron que pronto la helada borraría sus bellos colores. Y, borrando sus bellos colores, se anunció, en una tarde cualquiera, la maldad del granizo que supo dibujar un preludio de invierno.
Y los siglos volaron y el aire del otoño callado vencía los reflejos del sol moribundo que se fue tras el triste horizonte. Y se fue tras el triste horizonte que la noche ocultó con el manto que mancharon las bellas estrellas, encendiendo su brillo y su magia. Y, encendiendo su brillo y su magia, las escarchas que trajo noviembre se cebaron con prados y arbustos, no muy lejos del viejo molino.
Y los siglos volaron, y el aire del otoño callado compuso sus sonatas de viento y de lluvia que llenaron jardines y bosques. Y llenaron jardines y bosques con su raro concierto las brisas que admiraron un sol moribundo donde el raro crepúsculo muere; donde el raro crepúsculo muere, donde apaga sus brillos hermosos, como el beso que trajo la aurora.
Y los siglos volaron y el aire del otoño callado dispuso que los charcos y el barro llenasen los caminos de aquellas aldeas. Y las sendas de aquellas aldeas comprendieron los cambios habidos en la densa arboleda de antaño, donde el sueño parece rendirse. Porque el sueño parece rendirse, si susurra el arroyo prudente, tras los meses del duro verano, las canciones que quiere el descanso.

PRELUDIO:

Y el sol, ya moribundo,
bebiendo el horizonte,
supuso que la luz de las estrellas
quería despedirlo,
dejando, caprichosa,
que hallase ese sendero hacia la nada.

Y supo que el verano
vendría deshaciendo
las nieves de las cumbres, cuyo brío,
con ánimo orgulloso,
vencía la invernada,
amiga del granizo y de las nieves.

Y, al ver aquel ocaso,
tu aliento fue sospecha
de ese destino acaso imperceptible
que roza tu melena
y juega a acariciarla,
sin pronunciar su duelo fatigoso.

Mas nadie ignora nunca
que el beso de la muerte
se esconde en los jardines de la vida,
y habita sus rincones
y sueña con suspiros
que habrán de poner fin a nuestro aliento.

PRÓLOGO:

Y corrió, con la prisa esperada, la belleza del tiempo de estío que admiró los sonidos hermosos de las noches de dulce sosiego, pues las noches de dulce sosiego suelen ser las amigas del cárabo, y escuchar el murmullo del grillo, cuando no de la vieja cigarra, pues quizás esa vieja cigarra daba al monte una atmósfera nueva que llenaba de romanticismo cada playa, a la luz de la luna.
Y corrió, con la prisa esperada, la belleza del raro verano que asoló con su fuego las costas y encendió las calladas arenas. Y, al arder las calladas arenas, todo el mundo buscó las espumas de las olas cansadas de un viaje que alcanzaba las playas aquellas. Y alcanzaba las playas aquellas tras correr la distancia que corren los navíos que buscan los mares y conocen los mundos lejanos.
Y corrió, con la prisa esperada, la belleza callada de agosto, para así darle paso a septiembre, que llegó taciturno, mezquino. Y llegó taciturno, mezquino, con la voz del otoño y las brisas, el aliento que llena conciencias de sospechas que hielan la vida (las sospechas que hielan la vida, mensajeras de muerte, nos hablan de un destino infeliz, de un suceso que no puede evitar el que vive).
Y corrió, con la prisa esperada, la belleza de un tiempo cansado que, al hallar en la bruma humedades, sospechó su final inminente. Y entendió su final inminente y elevó, como el ánade regia, esas alas que agita en el aire el callado azulón, cuando migra. Que el callado azulón, si es que migra, sabe hacer que su vuelo sea fácil, al buscar los lugares más cálidos que le den el refugio esperado.

José Ramón Muñiz Álvarez
Y LOS SIGLOS VOLARON AL AIRE” O “EL
CREPÚSCULO TRISTE QUE
MUERE”

Y las nieves cayeron de nuevo sobre el prado que amó la memoria de los tiempos perdidos de antaño, cuando todo era nuevo a los ojos; esas nieves y escarchas de entonces, cuando, siendo tan solo unos críos, la mirábamos, yendo al colegio, no muy lejos del parque sin vida; esos restos de raro granizo que llenaron también primaveras con anuncios terribles de muerte, cuando muere el paisaje sublime. Y cayeron de nuevo las lluvias que quebraron las nieves y hielos, y la muerte insensata era al tiempo la amenaza de aquellos anuncios.
Y las nieves cayeron de nuevo sobre el prado que vio nuestros juegos, y escuchó nuestras voces alegres. Pues los niños se alegran por todo, sin saber que la nieve es un signo, sin saber que nos niega la vida, pues entraña la muerte del mundo. Y la muerte nos habla de un tiempo de tristezas y malos augurios, si es que estamos al fin condenados a seguir ese trecho maldito. Y cayeron de nuevo aguaceros que dijeron que siempre en diciembre deben irse las aves hermosas de los dulces paisajes de entonces.
Y las nieves cayeron de nuevo sobre el prado sencillo de antaño, sobre el prado que oyó nuestros gritos pronunciados detrás de la cerca; esa cerca, no lejos del río, donde el roble extendía las ramas, centenarias tal vez, pero fuertes, donde estaba colgado el columpio. Y murieron los sábados bellos y las tardes en vano, pues siempre se perdía en el raro horizonte un sol viejo en su amarga derrota. Y cayeron de nuevo torrentes de esos cielos cargados de nieve, si los quiso el enero violentos, castigando las cumbres más altas.
Y las nieves cayeron de nuevo sobre el bosque que vio con tristeza que la vida apagaba su fuego, si sus verdes también se callaban. Y no oyó las palabras del cuco reclamando el amor la arboleda, como ocurre en abril, si es el bosque un lugar tan distinto al invierno. Y dejaron, vendido a la nada, los espacios sus reinos valiosos, y el arroyo, cuajando la furia, comprendió que propio rendirse. Y cayeron de nuevo las lluvias, y aguaceros y bravos torrentes, y la muerte febril y malvada se anunciaba en sus cantos horribles.

EPÍLOGO:

El silencio domina las sierras y las zonas cubiertas de bosque, pues las aves huyeron temprano y dejaron un grito de helada. Y dejaron un grito de helada que, manchando cristales dormidos, contemplaron la triste alborada que llegó con su traje de muerte. Y llegó con su traje de muerte, mas no vino temprano la aurora, derrotada, lejana si acaso, porque todo fue reino de hielo. El paisaje refleja en el alma los dolores que sienten los bosques y los cielos que pintan ocasos donde el sol se hace muerte y silencio. El lugar adivina en el pecho la presencia de otoños callados que tiñeron las hojas que esperan que los vientos los lleven consigo. El rincón es la voz del espíritu que se mira, con melancolía, reflejado en el lago dormido y en el charco que espera la noche.

2014 © José Ramón Muñiz Álvarez

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