José
Ramón Muñiz Álvarez
LA
GAVIERA
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La espuma de
las olas se enciende con violencia,
batiéndose
con gana, dejando el testimonio
de
todo ese furor que vive en cada golpe
que
hiende, despiadado, en rocas y peñascos.
La
Herbosa, solitaria, contempla el horizonte,
lejano
pero hermoso, testigo de las horas
que
aguardan a que el faro nos muestre los colores
que
enciende el ojo bello que alumbra los crepúsculos.
También hay
otros cabos y faros que contemplan
la
noche que, cercana, nos deja que advirtamos
las
luces temblorosas de estrellas que adivinan,
quizás
en la penumbra, los barcos más pequeños.
Y
calla la Gaviera, que sabe las penurias
de
náufragos y ahogados, de pobres y de tristes,
de
gentes cuya vida se vuelve miserable,
si
siente los zarpazos del mar que no perdona.
Y
llora, en Cabo Peñas, vencida por el viento,
la
luz dorada y débil del sol que se despide,
la
brisa del verano que muere con septiembre,
la
espuma que se bate debajo, entre las rocas.
El
alto precipicio que azotan esos mares
conoce
la dureza del agua que se encrespa,
que
lucha, con bravura, llevando con coraje
las
piedras con la fuerza que encienden con su rabia.
Los
meses del verano verán como las lluvias
se
adueñan de esta zona que aguarda los chubascos,
comunes
todo el año, si acaso más frecuentes
desde
el otoño fresco que ve los cielos grises.
2014 ©
José Ramón Muñiz Álvarez
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