José
Ramón Muñiz Álvarez
“CANTO
POÉTICO SOBRE LAS IMPRESIONES
DE
UNA CACERÍA”
(líneas
en las que presentar
la
imagen peregrina
del
aliento
de
ese otoño que nos
consume)
La
caza ofrece siempre a los monteros moverse por el campo, entre los
árboles, bañándose de otoño; de un otoño que gime, si la brisa
de otro sábado se ensaña con las hojas moribundas. Y es bello ese
sonido repentino que nace del jadeo de los perros que casi se
atropellan por la senda, siguiendo al jabalí y al ciervo triste que
morirá a la tarde, sin remedio. Y es denso el sotobosque del paisaje
que se abre a los ladridos que persiguen, con aire despiadado, a cada
presa, llenando los caminos y las zonas pobladas por malezas
ancestrales. Porque el paisaje holártico descansa con un bostezo
amargo, y el raposo, que escucha ese bullicio acelerado, parece
acobardarse, y, en su fuga, dibuja su camino con apuro. No quiere que
la muerte lo sorprenda y avanza sin demora al escondite que brindan
los lugares más profundos, donde el helecho cubre cada parte, pues
la vegetación lo oculta todo.
Entonces
puede verse al estornino, que eleva por el cielo el vuelo raudo,
buscando otros lugares más propicios, pues sabe que el invierno
viene pronto, con hielos atrevidos e imprudentes. Acaso las bandadas
de estorninos dibujan en el cielo sus diseños como una danza casi
improvisada que tiene perfección y gran belleza, si todo es
deslizarse hacia la nada. Y no basta dar muerte a alguna bestia de
las que guarda siempre, entre sus verdes, el bosque donde mezclan al
hayedo los robles su belleza, y los alisos que crecen donde acaba el
arroyuelo. Al cabo, darle muerte a una alimaña no puede ser tan
bello como el acto de ver naturaleza por doquiera y amar esos colores
derrotados que tiñen oro puro entre humedades. Es el paisaje herido
del otoño que mira al duque, desde la ventana, con aire presuntuoso
por las tierras que dan mayor grandeza al señorío que miran sus
castillos y palacios.
2014
© José Ramón Muñiz Álvarez
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