lunes, 12 de mayo de 2014

A modo de leyenda medieval

José Ramón Muñiz Álvarez
LOS OJOS MÁS HERMOSOS DE LA CORTE
BRILLARON AL LLEGAR A LA
VENTANA”
(Balada del suceso más extraño
que nunca imaginaron los
juglares de un
tiempo
que se pierde para
siempre)

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Los ojos más hermosos de la corte brillaron al llegar a la ventana, desde la que admirar, en las alturas, los vuelos agitados de las aves. Sus manos eran blancas como nieve, la frente altiva y el cabello el oro manchado por la llama de la aurora que tiñe la mañana con su fuego. Y halló, desde la torre más soberbia, los resplandores bellos, cuando el día regala sus caricias y deshace las sombras mentirosas de la noche. Llevaba los vestidos más hermosos, las sedas del Oriente, que, lejano, miraba el sol, su luz y la alegría que enciende su bostezo, si amanece. Y oyeron sus palabras los senderos:
Jurar puede el espíritu hechizado que quieren los amores más dañinos hallarme derrotada ante sus ojos. Pudiera, si olvidara mi nobleza, lanzarme, arrodillarme y humillarme, pues ha sabido herirme con su fuego, privándome de ser como solía. Por eso, si sumisa, quiero acaso saber que su respeto será mío, que habré de ser su esposa, si el lo quiere, llenando el lecho triste que suspira. Y, de este modo, siendo ya mi dueño, debiera ser feliz la que, dichosa, regala a su poder sus señoríos y los pendones nobles de esta tierra.
Y vio, sobre la yegua, en los caminos, al joven aguerrido que tornaba, cansado, fatigado, tras las guerras, del eco del acero y de las armas. Los otros lo seguían en corceles hermosos, presuntuosos de ese brío que muestran, al regreso del combate, dejando al aire el fuego de sus crines. Y, al admirar los altos estandartes, la gloria del pendón, de los escudos, dejó volar, igual que vuela un sueño, su mente, imaginando lo ocurrido: la guerra, la batalla, la victoria, los muertos extendidos por el suelo, los sarracenos cuando, en retirada, gritaban, humillados, con espanto. Y dijo desde lo alto de la torre:
Jurar puede el espíritu hechizado que habré de serle fiel al verme suya, pues esto será toda mi alegría. No hay joven más apuesto en esta corte, y dicen que es de todos el más diestro, mostrando su valor y su coraje, si lucha con los moros en la guerra. Que hubiera de causarme gran espanto si un día me dijeran que la muerte llegó para arrancarlo de este mundo. Mas él querrá sentarse en mi regazo, y habrá de estar conmigo y ser mi esposo, y amarme y repetirme bellas trovas que suelen componer los caballeros.
Y dijo al corazón que repetía sus voces, sus acentos y sus cantos en ese pecho suyo, siempre frágil, que el joven aguerrido era su dueño. Y cierto es que sus labios anhelantes buscaban, en las noches, otros labios, los labios del garzón que regresaba después de derramar valor y sangre. Pues el amor es siempre caprichoso y hiere a los que sienten el veneno que azota a quienes llevan en las venas linajes orgullosos y valientes. Y, siendo así, sentía que su alcoba sería, cada noche, como el templo donde adorar con gana aquella imagen, la de un muchacho mozo pero firme. Y supo la vereda sus palabras:
Jurar puede el espíritu hechizado que habré de verlo siempre sobre el brazo, que es bello posadero del amante. Pues he de retenerlo con mis besos igual que las caricias son regalo para el azor que caza en las alturas por darme sus deleite cada tarde. Y sabe el Dios del cielo, si nos mira, que es un amor prudente el que se enciende y alcanza a coronar el pecho dulce que quiere regalarse al garzón bello. Será mi dueño, y, siendo su señora, sabré ser obediente en lo que diga, pues justo es que la esposa se someta, cumpliendo lo que dicta su marido.

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