martes, 6 de mayo de 2014

El coraje del valiente

José Ramón Muñiz Álvarez
EL DOLOR DE DON MARTÍN” O “EL CORAJE
DEL VALIENTE”
(Escena en la que el ánimo más
noble se admira
derrotado
por la adversa
fortuna)

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DON MARTÍN-. Quiere el alma desolada
hallar paz donde, sombría,
aguarda la luz del día
otra esperanza callada.
Quiere la misma alborada
el espíritu sediento,
que, de la muerte avariento,
busca el fuego soberano
que dibuja, en lo lejano,
el raro correr del viento.

Quiere el pecho sentenciado
que se ejecute, sin pena,
lo que dicta la condena
para quien vive culpado.
Quiere, si acaso embargado,
el corazón esa muerte
que, si cercana se advierte,
nos llega con gran consuelo,
siendo tan grande este duelo,
siendo tan triste esta suerte.

Quiere acaso la dureza,
tras hallar tal injusticia,
ser en el aire caricia
y en el viento la pureza.
Que, con esa ligereza
con la que la corre brisa,
desnudando su camisa
al más claro amanecer,
viene la muerte a vencer
al que sus pasos avisa.

Que tan cruel es la traición
y el dolor del desengaño
que es la muerte menos daño
para un seco corazón.
Pues, negando la razón
con esa mentira artera,
sabe la lengua embustera
destrozar al que está vivo,
pues lamenta, pensativo,
las maldades de esta espera.

Y en esta prisión me admiro,
donde pienso que no muero,
donde la estocada espero
en lo que dura un suspiro.
Que pienso que no respiro,
sabiendo que la lealtad
no la paga la verdad
como lo dicta la ley,
que manda matar el rey
a un hombre sin falsedad.

ESCUDERO-. Sabed, señor, que, con suerte,
querrá el rey dejaros vivo,
que, si bien parece esquivo,
no quiere daros la muerte.
Pues eso es lo que se advierte
en esa noble mirada,
y antes de la madrugada
puede venir el perdón
que os quite la desazón
de esta ocasión desgraciada.

Que el carácter generoso
nunca ha de ser vengativo,
sino que perdona altivo,
con un aire dadivoso.
Y esto ha de daros reposo
y alivio, pues da lugar
a que pueda imaginar
mayor calma la paciencia,
porque sabe la prudencia
que os podrían perdonar.

Y, si bien es cierto, acaso,
que el temor os acelera,
quien tal ocasión espera
teme verse en ese paso.
Pues yo de temor me abraso
al pensar en las espadas
que enseñan tan afiladas
los verdugos más mezquinos
para segar los destinos
de las almas condenadas.

Y, pues no quiero otra cosa
que veros libre de penas,
que se os quiten las cadenas
veré como cosa honrosa.
Y, si bien es afrentosa
la ocasión, mi buen señor,
olvidad ese valor
y ese honor y su fiereza,
que, si es gente de realeza,
el perdón es gran favor.

Y olvidad esa patraña
de la soberbia crecida
que tiene al alma encendida
en la rabia más extraña.
Pues la maldad os engaña
y la soberbia os enciende,
que la conciencia no entiende
que no queráis vos vivir,
pues, tan dispuesto a morir,
vuestro tesón me sorprende.

DON MARTÍN-. Mas, si la muerte es destino,
el destino es, en conciencia,
un castigo a la imprudencia
de tan grande desatino.
Porque, si el conde es mezquino,
es quien al rey aconseja,
y susurrar a su oreja
ha de saber contra mí,
que otras veces lo advertí,
si su mirar la refleja.

Y, si aguardo, prisionero,
al verdugo de mañana,
perder la vida lozana
no ha de verme lastimero.
Seré valiente primero
y, cuando el viento me guarde,
será el suspiro cobarde
de su voz callada y bella
el eco de mi querella
donde el sol muere a la tarde.

Que, dispuesto ya a morir
cuando llega la alborada,
sabe el alma alborotada
el papel que ha de cumplir.
Porque se quiere extinguir
la vida, que no el honor,
y es que, ante tanto dolor,
ante esta traición tan cruel,
muere el ánimo más fiel
y ha de aguantar el valor.

De modo que cuando el día
arda en la altura del cielo,
acabará mi desvelo
y esta vil melancolía.
Y, pues la noche sombría
ha de acabar mi esperanza,
no esperaré la bonanza
del indulto soberano,
pues ya el sol en lo lejano
parece elevar su danza.

De esta manera he de estar
totalmente resignado,
sereno y no acobardado,
que este paso debo dar.
Y, pues habrá de rodar
la cabeza por el suelo,
no habrá de sentir el hielo
del alba que se ilumina,
pues dichosa se aproxima
alumbrando todo el cielo.

ESCUDERO-. Querrá el rey, llegado el día,
indultar vuestro pecado,
puesto que sois allegado
y él es hombre de valía.
Que, si la mañana fría
trae un aliento de muerte,
mayor fortuna la suerte
traerá con esa alborada,
si la vida perdonada
con sus brillos os advierte.

Pues dicen que es generoso
con el mísero enemigo,
y yo mismo soy testigo
del perdón de un alevoso.
DON MARTÍN-. No hará así, que temeroso
de su culpa y sus maldades,
me ahogará en sus falsedades
don Fernán de Villarejo,
quien, a pesar de ser viejo,
no sabe decir verdades.

Y en este trance maldito
que me llena de amargura
el corazón se me apura
y llora triste y marchito.
Y, al tiempo que así me irrito,
pues es justo, siento pena
de sufrir esta condena
cuando soy, seguramente,
entre todos inocente,
y el coraje me envenena.

Por eso, viendo la muerte,
que era ayer mismo lejana,
convertirse en soberana,
quiero dejarme a su suerte.
No sé si en esto soy fuerte
o si es que el ánimo triste
sus temores no resiste
o no sabe resignarse,
pero sabe revelarse
al coraje que lo embiste.

Y, si es brava la embestida
de la rabia que se siente,
dudo ya si el valiente
el que quiere hallar la vida.
ESCUDERO-. Pues, si la dais por perdida,
¿qué ocurrirá con Guiomar,
si no la puede amparar
vuestra actitud generosa?
DON MARTÍN-. Ella no será mi esposa.
ESCUDERO-. ¿Y con quién ha de casar?

Porque quizás sepa el cielo
de ese nombre venturoso,
si algún noble será esposo
de ese amor, ese consuelo.
Mas su mirada es el hielo
con el que la misma muerte
parece decir la suerte
que decide esos amores
que causan tantos dolores
al pecho cuadrado y fuerte.

Pero no hallaré, señor,
si la muerte preferís,
ese amor que me decís,
pues me decís que es amor.
Y, porque quiere el honor
mostrarse en toda su fe,
lo que os perdéis os diré,
por decir, muy señor mío,
que, con el rostro sombrío,
vuestro temor sospeché.

Pues que perdéis la ilusión
de la vida y sus quimeras,
si es que dulces primaveras
os encienden la pasión.
Y no ignora el corazón
esa pasión codiciosa
que siente quien se desposa
por el febril sentimiento
de un amor que, dado al viento,
tras largo correr, reposa.

Y, en sabiendo los dolores
en que vive su mentira
el alma que ya delira,
advierto vuestros temores.
Y es que, como desertores
que escapasen de la guerra,
vuestros temores entierra
el instinto temeroso,
que, mostrándose enojoso,
de la vida se destierra.

Mas sabed que no es verdad
lo que decís que sentís,
y, si acaso lo decís,
es pura frivolidad.
Porque la felicidad
es la vida y no la muerte,
y, donde el amor advierte
vuestro gesto enamorado,
no existe un ser amargado
que diga querer la muerte.

DON MARTÍN-. Quiere que vuelva a querer
el amor que me maltrata,
si en el mirar se dilata,
viendo ya el amanecer.
Y es tiempo de perecer,
porque ya la luz del día
tiñe la noche sombría
que anuncia, con raro frío,
el camino hacia el vacío
que pide la suerte mía.

¿No ves cómo la alborada
arde del cielo en la altura,
y cómo acaso apresura
su color enamorada?
Y pronto será cortada
la cabeza del amante
que lamenta, delirante,
la pasión de su final,
si la gala matinal
arde en el cielo al instante.

Porque, como va un caballo
recorriendo el cielo bello,
miro ese raro destello
que es del alba el puro rayo.
Y, con mirarlo, me callo,
que, al volverme, silencioso,
siento el aire temeroso
que me advierte moribundo
en el paso de un segundo
que se agita presuroso.

Y, si es la muerte destino
para quien llora su suerte,
siento que viene la muerte
para segar mi camino.
Que su suspiro vecino
ya mis sesos acelera,
pues es terrible la espera
y se agita el corazón
al sentir la desazón
que me hiere y desespera.

ESCUDERO-. Tal vez el temor os mira
en estado confundido,
porque el instinto vencido
se regala a la mentira.
Acaso el temor suspira,
si se acerca ya el final,
mas, si en él no cabe mal,
tendréis el perdón del rey,
porque el perdón es de ley
y obligación es legal.

Y, si el indulto os regala
la vida que os han quitado,
el amor ha despertado
la esperanza a mayor gala.
Y, si vuestro aliento exhala
lo que es último suspiro,
esperanzado deliro
porque cese ese temor
y, por la fe del amor,
dé a los pulmones respiro.

Que, don Martín, quiere Dios
que no acabe vuestra vida
donde está comprometida,
y eso bien lo sabéis vos.
Bien lo sabemos los dos
y lo habremos de decir
donde es justo repetir
que los primeros colores
que al cielo dan los albores
no quieren veros morir.

DON MARTÍN-. ¿Qué sabes tú?
ESCUDERO-. Lo que sé.
DON MARTÍN-. Dí qué sabes, perillán.
ESCUDERO-. Que el duque de Montalbán
os ha brindado su fe.
Él os quiere, y os diré
que ha intercedido en un ruego
en que pide que ese fuego
aplaque el rey con sus iras
y que cesen las mentiras
que al monarca tienen ciego.

El duque, que es generoso
y será por vos testigo,
porque su amparo y su abrigo
ha de daros amistoso.
Si el horizonte nuboso
muestra acaso la alborada,
no ha de mirar rebanada
vuestra cabeza, señor,
porque la fe del honor
defenderá la nobleza.

DON MARTÍN-. Bien te agradezco, escudero,
ese soplo de esperanza
que el anhelo ya no alcanza
cuando triste sé que muero.
Y, pues que me desespero
en el dolor de este lance,
queriendo salir del trance
vuelve el dolor a mi ser,
que, dispuesto a perecer,
ignora el más alto alcance.

Porque no es usual, amigo,
que a un prisionero sin fe
ese perdón se le dé
ni más crédito a un testigo.
Y poco será ese abrigo
que los amigos me dan,
aunque sé que Montalbán,
queriendo cumplir la ley,
querrá convencer al rey,
pues la muerte me darán.

Y, el ánimo contentado
con la muerte que le toca,
sabiendo la dicha poca,
se supone afortunado.
Pues ha de verse acabado
con el llegar de la aurora,
que poco el hombre mejora
en lo que corre una vida
y halla la paz enseguida,
si morirá en una hora.

Resignado a este destino,
no me siento ya apenado,
conforme con lo mandado
por quien es odio mezquino.
Y, viendo ya ese camino
que a la muerte me reduce,
siento que el tiempo conduce
mi espíritu a su reposo,
que un aliento sigiloso
en el ánima reluce.

Y ese aliento es el aviso
de la muerte que, temprana,
la palabra soberana
ha de cumplir de improviso.
Y cierto es que el rey lo quiso
y, siendo del rey mandato,
he de sufrir ese trato
al que su voz me condena,
que ni fatiga ni pena
siento ya como maltrato.

Y, pues me siento morir,
quiero acaso ser valiente,
que, pues soy hombre doliente,
he de saber resistir.
Y es que quisiera escribir
una dulce despedida
para quien llenó mi vida
y me rindió ante su altar,
pues es tan bella Guiomar
que vive el alma encendida.

Y, pues sois hombre entendido,
que os pinta por galán,
he de pedir en mi afán
de vuestro ingenio aguerrido,
ya que sois hombre sabido
en cuestiones del amor,
porque sois el trovador
más estimado en la villa
donde a todos maravilla
vuestro talento cantor.

ESCUDERO-. Señor, si ayudaros sabe
en esta ocasión tan dura
lo que el talento madura,
mi ingenio os será la llave.
Mas es la ocasión tan grave
que hasta el alma más valiente
ha de arrojar lo que siente
con gran querella y espanto.
DON MARTÍN-. Ve que valiente me aguato
y no se enturbia mi frente.

Tomad, pues, amigo mío,
papel y haced la poesía
que desnude el alma mía
en un momento tan frío,
que me despido, sombrío,
de aquella que fue mi amor
y a quien digo ruiseñor
de la paz y del sosiego
que hallé donde fuera fuego
de su mirada el candor.

ESCUDERO-. Así dirá este mensaje:

(Comenzando a escribir)

Sabed, mi buena Guiomar,
que, aunque me siento apagar,
no ha de faltar el coraje,
y es que un hombre de linaje
que se dispone a la muerte
sabrá mostrarse tan fuerte
como la vida lo pide
si es que su suerte decide,
porque la muerte es su suerte.

Y porque mi amor despido
en momento tan aciago,
pues en esta cárcel yago,
daré al amor más sentido.
Y, si bien está ofendido
el orgullo del más bravo,
al morir también acabo
con esta desgracia mía,
la que el ánimo me enfría
y el espíritu hace esclavo.

Pero no sabré morir
sin mandaros este escrito
donde quiere ser granito
quien fatiga su existir.
He de gritar mi sentir,
ya que os admiro amoroso,
no por negar el reposo
al que derecho tenéis,
sino, como bien sabéis,
por hallarme receloso.

Que receloso me siento
de la vida que me mata
cuando amaros me arrebata,
si es el amor flor al viento.
Que vivo de vos sediento,
y que, sediento de vos,
soñé con hallar los dos
el amor más claro y puro
donde, si todo es oscuro,
éramos luz ante Dios.”

DON MARTÍN-. Justo es que alegre presuma
vuestro elevado talento
que mil palabras al viento
eleva en su rara pluma.
Y, aunque el aire se perfuma
en esas palabras bellas,
los requiebros y querellas
que decís, tan cortesanos,
parecen ser tan ufanos
como las claras estrellas.

Y no es el tono acertado
para quien ya se despide,
cuando la muerte le pide
que se acerque, resignado.
ESCUDERO-. Tendré yo mayor cuidado
al seguir la redacción,
porque será una lección
de contenido más grave,
como quien las penas sabe
expresar del corazón.

Por eso mi varia rima
vestiré con la hermosura
de quien canta la amargura,
si la muerte se aproxima.
DON MARTÍN-. Es el caso que redima
al que muere condenado.
ESCUDERO-. Con un estilo afinado
he de decir, con derecho,
lo que, quebrándole el pecho,
no ha de ser desacertado:

(Comenzando a escribir de nuevo)

Ojos de dulce hermosura
son acaso los que admiro
cuando siento que respiro
este tiempo que se apura.
Y, al soñar esa figura
que me tiene enamorado,
olvido que, condenado,
espero la mayor pena,
que ni la misma condena
me hace sentir desgraciado.

Soy, señora, un caballero
lleno de fuerza y vigor
para mostrar más valor
ante el sino traicionero.
Sobra el honor del guerrero
en quien ve que, delirante,
se precipita al instante,
y de la muerte en la mano,
siente un temor soberano
reflejado en su semblante.

Mas, viendo ya como el día
mengua al triste prisionero
el tiempo que va ligero,
siento gran melancolía.
Y enciende la pena mía
la conciencia de un vacío
que es el destino sombrío
en que todo ha de parar
cuando se viene a apagar
mi locura y desvarío.

Que han de venir con apuro
para al cadalso llevarme,
donde habrán de ajusticiarme
con un golpe recio y duro.
Pero también te aseguro
que, cruzando a la otra orilla,
la muerte será sencilla,
porque, falto de tristeza,
ha de llegar con firmeza
quien era tan solo arcilla.

Y es desatino saber
que a uno lo espera la muerte,
y, sabiendo que es su suerte,
resignarse a perecer.
Pero la suerte es mujer
y la mujer traicionera,
que por eso desespera
el que se ve traicionado,
porque vive condenado
a sufrir la muerte fiera.

Pero seré hombre arrogante
con ese mal que destroza,
lo que fortuna goza
en la rueda delirante.
¿Quién habló caminante
vencido en su sinvivir?
Pero, dispuesto a vivir
¿quién dirá que soy cobarde?
Y sabrá el sol a la tarde
lo que supe resistir.

Pues es el dolor un daño
que se paga con tristeza,
recordad sin aspereza
que la vida es un engaño.
Pues siento ser caso extraño
que en aquesta situación
sienta acaso el corazón
temer a perder dolores,
cuando todos los temores
desdice la desazón.

Que quién sabe lo que espera
tejer Dios con lo que quiere,
si es quien condena y quien hiere
y quien me tiene a la espera.
Acaso la luz primera
me dejará descansar
de este anhelo sin cesar,
de este esperar lo peor,
de este sufrir el dolor
que se tiene que apagar.

Pero sabed que si muero,
no he de morir por traidor,
que, manteniendo el honor,
deja el mundo un caballero.
Y, pues es la ley el fuero
que ha de cumplir al valiente,
sed, señora, inteligente
y esquivad la falsedad
de la gente de maldad
que me arrojó a este torrente.

Y, pues habré de estar muerto,
sabréis que el alma despierta
cuando, en plena muerte, acierta
el espíritu despierto.”

(En la actitud de dejar de escribir por lo pronto)

Decid acaso si acierto
con la carta, don Martín.
DON MARTÍN-. Sois acaso un paladín
de la rima cortesana
que expresa la suerte ufana
de quien se siente ante el fin.

En todo caso, ese sueño
que ha de tenerme cautivo
me habrá de saber esquivo
y calmado en el empeño.
Que si la muerte es el dueño
del sueño que me destina,
miro la luz que ilumina
ese encendido momento,
y no cederá el aliento
ante el capricho fatal
que el abrazo hace mortal
a quien se regala al viento.

Que gran daño no ha de hacer
esa muerte que me aguarda,
que acaso no me acobarda
donde un bien me ha de volver.
Porque cruzando su ser,
no han de quedar los temores,
las rabias y los rencores
que llenan el pecho mío,
puesto que soy extravío
entre todos mis temores.

Y, pues soporto esta pena,
pues pena es haber perdido,
otorga mayor sentido
a mi fe tanta condena.
Porque acaso me envenena
saberme aquí condenado
para verme liberado
de tantas indignaciones
como aspiran los pulmones
en el aire respirado.

Si he de quedar sin venganza
y sin justicia, no quiero,
ya que soy un caballero,
morir falto de templanza.
Y así una falsa esperanza
no es lo que quiere comprar
el que se siente finar,
que soy llama sin sentido,
sabiendo que se ha cumplido
que el alma se ha de apagar.

Y, en este estado comprendo
que la muerte es la quimera
que al desdichado libera
en la razón que ahora entiendo.
Acaso se va extinguiendo
para sentirse dichoso
en ese suspenso odioso
para el que quiere la vida,
si es que la siente encendida
ante su instinto goloso.

Estoico la muerte quiero,
pues que lo pide el honor,
libre ya de ese temor
en que perderme no espero.
Y si digo que la quiero,
no me digas que es locura,
porque sufre en la tortura
el que se ve torturado
y se sabe liberado
cuando sus males apura.

Déjame, que las traiciones
matan siempre, con derecho,
las ilusiones que el pecho
alza en caras ilusiones.
Déjame, que las lecciones
he de saber de una vida
que nos regalan mentida
entre mentiras y engaños,
causando mayores daños
al alma ya sometida.

Y, pues soy hombre distinto
al de espíritu cobarde,
mira cómo el fragor arde
por mandato del instinto.
Libre ya del laberinto
de la vida que me hiela,
siento que no me encarcela
esta muerte sentenciosa,
porque se antoja gozosa
al que la quiere y anhela.

ESCUDERO-. No me parecen, a fe,
señor, pues así me habláis,
sino cosas que pensáis
y que imprudencias las sé.
Y por eso os lo diré
nuevamente, señor mío:
quiere el valor nuevo brío
para apostar por la vida
y no para ver vencida
su esperanza en el vacío.

Quiere el valor más grandeza
en el soldado que grita
cuando con furia se agita
y combate con dureza.
¿Pues no pide la nobleza
que los altos corazones
soportar esas traiciones
sepan con mayor honor
cuando lo pide el honor
a sus cansadas pasiones?

Sed, señor, hombre de aliento
para luchar por la esencia
de la vida y la existencia,
sin regalaros al viento.
DON MARTÍN-. ¿Sabes tú del desaliento
que tristemente adivino?
Pues es justo que el destino
traiga la muerte en sus brazos,
si en sus tremendos abrazos
tendremos un desatino.

ESCUDERO-. Quiere más fuerza ese viento
que a la pena lleva el alma,
cuando, al robaros la calma,
os arroja en un momento?
¿Y por eso el descontento
os arranca la esperanza
y esa tristeza os alcanza
como a quien acobardado,
viendo su mísero estado,
desciende a la destemplanza?

Sed, señor, hombre valiente
como lo es la noble raza,
que el temor solo amenaza
a quien es hombre imprudente.
Y mostraros firmemente,
Que no hacerlo es lo perverso.
Y, pues cantáis ese verso
de tragedia dolorida,
no maldigáis vuestra vida
porque el destino es adverso.

Renegar de vuestro estado
y, abandonando la fe,
quejaros, como se os ve,
con el ánimo apocado,
no es, señor, estar calmado
con los males de este mundo,
pues si el dolor es profundo,
tiene valor ser tranquilo,
y, con el mayor sigilo,
superar lo nauseabundo.

Así os diré, señor mío,
que, pues sois hombre de honor,
al mantener el valor,
no os regaléis al vacío.
DON MARTÍN-. ¿El aire se vuelve frío
al nacer la luz del día,
o la siente el alma mía,
a punto ya de la muerte?

(Pausa. Don Martín respira profundamente, a punto de desvanecerse)

Es, sin duda, dura suerte
lo que trae la brisa fría…

Telón.

2014 © José Ramón Muñiz Álvarez

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