José
Ramón Muñiz Álvarez
“EL
DOLOR DE DON MARTÍN” O “EL CORAJE
DEL
VALIENTE”
(Escena
en la que el ánimo más
noble
se admira
derrotado
por
la adversa
fortuna)
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DON
MARTÍN-. Quiere el alma desolada
hallar paz
donde, sombría,
aguarda la
luz del día
otra
esperanza callada.
Quiere la
misma alborada
el espíritu
sediento,
que, de la
muerte avariento,
busca el
fuego soberano
que dibuja,
en lo lejano,
el raro
correr del viento.
Quiere el
pecho sentenciado
que se
ejecute, sin pena,
lo que
dicta la condena
para quien
vive culpado.
Quiere, si
acaso embargado,
el corazón
esa muerte
que, si
cercana se advierte,
nos llega
con gran consuelo,
siendo tan
grande este duelo,
siendo tan
triste esta suerte.
Quiere
acaso la dureza,
tras hallar
tal injusticia,
ser en el
aire caricia
y en el
viento la pureza.
Que, con
esa ligereza
con la que
la corre brisa,
desnudando
su camisa
al más
claro amanecer,
viene la
muerte a vencer
al que sus
pasos avisa.
Que tan
cruel es la traición
y el dolor
del desengaño
que es la
muerte menos daño
para un
seco corazón.
Pues,
negando la razón
con esa
mentira artera,
sabe la
lengua embustera
destrozar
al que está vivo,
pues
lamenta, pensativo,
las
maldades de esta espera.
Y en esta
prisión me admiro,
donde
pienso que no muero,
donde la
estocada espero
en lo que
dura un suspiro.
Que pienso
que no respiro,
sabiendo
que la lealtad
no la paga
la verdad
como lo
dicta la ley,
que manda
matar el rey
a un hombre
sin falsedad.
ESCUDERO-.
Sabed, señor, que, con suerte,
querrá el
rey dejaros vivo,
que, si
bien parece esquivo,
no quiere
daros la muerte.
Pues eso es
lo que se advierte
en esa
noble mirada,
y antes de
la madrugada
puede venir
el perdón
que os
quite la desazón
de esta
ocasión desgraciada.
Que el
carácter generoso
nunca ha de
ser vengativo,
sino que
perdona altivo,
con un aire
dadivoso.
Y esto ha
de daros reposo
y alivio,
pues da lugar
a que pueda
imaginar
mayor calma
la paciencia,
porque sabe
la prudencia
que os
podrían perdonar.
Y, si bien
es cierto, acaso,
que el
temor os acelera,
quien tal
ocasión espera
teme verse
en ese paso.
Pues yo de
temor me abraso
al pensar
en las espadas
que enseñan
tan afiladas
los
verdugos más mezquinos
para segar
los destinos
de las
almas condenadas.
Y, pues no
quiero otra cosa
que veros
libre de penas,
que se os
quiten las cadenas
veré como
cosa honrosa.
Y, si bien
es afrentosa
la ocasión,
mi buen señor,
olvidad ese
valor
y ese honor
y su fiereza,
que, si es
gente de realeza,
el perdón
es gran favor.
Y olvidad
esa patraña
de la
soberbia crecida
que tiene
al alma encendida
en la rabia
más extraña.
Pues la
maldad os engaña
y la
soberbia os enciende,
que la
conciencia no entiende
que no
queráis vos vivir,
pues, tan
dispuesto a morir,
vuestro
tesón me sorprende.
DON
MARTÍN-. Mas, si la muerte es destino,
el destino
es, en conciencia,
un castigo
a la imprudencia
de tan
grande desatino.
Porque, si
el conde es mezquino,
es quien al
rey aconseja,
y susurrar
a su oreja
ha de saber
contra mí,
que otras
veces lo advertí,
si su mirar
la refleja.
Y, si
aguardo, prisionero,
al verdugo
de mañana,
perder la
vida lozana
no ha de
verme lastimero.
Seré
valiente primero
y, cuando
el viento me guarde,
será el
suspiro cobarde
de su voz
callada y bella
el eco de
mi querella
donde el
sol muere a la tarde.
Que,
dispuesto ya a morir
cuando
llega la alborada,
sabe el
alma alborotada
el papel
que ha de cumplir.
Porque se
quiere extinguir
la vida,
que no el honor,
y es que,
ante tanto dolor,
ante esta
traición tan cruel,
muere el
ánimo más fiel
y ha de
aguantar el valor.
De modo que
cuando el día
arda en la
altura del cielo,
acabará mi
desvelo
y esta vil
melancolía.
Y, pues la
noche sombría
ha de
acabar mi esperanza,
no esperaré
la bonanza
del indulto
soberano,
pues ya el
sol en lo lejano
parece
elevar su danza.
De esta
manera he de estar
totalmente
resignado,
sereno y no
acobardado,
que este
paso debo dar.
Y, pues
habrá de rodar
la cabeza
por el suelo,
no habrá
de sentir el hielo
del alba
que se ilumina,
pues
dichosa se aproxima
alumbrando
todo el cielo.
ESCUDERO-.
Querrá el rey, llegado el día,
indultar
vuestro pecado,
puesto que
sois allegado
y él es
hombre de valía.
Que, si la
mañana fría
trae un
aliento de muerte,
mayor
fortuna la suerte
traerá con
esa alborada,
si la vida
perdonada
con sus
brillos os advierte.
Pues dicen
que es generoso
con el
mísero enemigo,
y yo mismo
soy testigo
del perdón
de un alevoso.
DON
MARTÍN-. No hará así, que temeroso
de su culpa
y sus maldades,
me ahogará
en sus falsedades
don Fernán
de Villarejo,
quien, a
pesar de ser viejo,
no sabe
decir verdades.
Y en este
trance maldito
que me
llena de amargura
el corazón
se me apura
y llora
triste y marchito.
Y, al
tiempo que así me irrito,
pues es
justo, siento pena
de sufrir
esta condena
cuando soy,
seguramente,
entre todos
inocente,
y el coraje
me envenena.
Por eso,
viendo la muerte,
que era
ayer mismo lejana,
convertirse
en soberana,
quiero
dejarme a su suerte.
No sé si
en esto soy fuerte
o si es que
el ánimo triste
sus temores
no resiste
o no sabe
resignarse,
pero sabe
revelarse
al coraje
que lo embiste.
Y, si es
brava la embestida
de la rabia
que se siente,
dudo ya si
el valiente
el que
quiere hallar la vida.
ESCUDERO-.
Pues, si la dais por perdida,
¿qué
ocurrirá con Guiomar,
si no la
puede amparar
vuestra
actitud generosa?
DON
MARTÍN-. Ella no será mi esposa.
ESCUDERO-.
¿Y con quién ha de casar?
Porque
quizás sepa el cielo
de ese
nombre venturoso,
si algún
noble será esposo
de ese
amor, ese consuelo.
Mas su
mirada es el hielo
con el que
la misma muerte
parece
decir la suerte
que decide
esos amores
que causan
tantos dolores
al pecho
cuadrado y fuerte.
Pero no
hallaré, señor,
si la
muerte preferís,
ese amor
que me decís,
pues me
decís que es amor.
Y, porque
quiere el honor
mostrarse
en toda su fe,
lo que os
perdéis os diré,
por decir,
muy señor mío,
que, con el
rostro sombrío,
vuestro
temor sospeché.
Pues que
perdéis la ilusión
de la vida
y sus quimeras,
si es que
dulces primaveras
os
encienden la pasión.
Y no ignora
el corazón
esa pasión
codiciosa
que siente
quien se desposa
por el
febril sentimiento
de un amor
que, dado al viento,
tras largo
correr, reposa.
Y, en
sabiendo los dolores
en que vive
su mentira
el alma que
ya delira,
advierto
vuestros temores.
Y es que,
como desertores
que
escapasen de la guerra,
vuestros
temores entierra
el instinto
temeroso,
que,
mostrándose enojoso,
de la vida
se destierra.
Mas sabed
que no es verdad
lo que
decís que sentís,
y, si acaso
lo decís,
es pura
frivolidad.
Porque la
felicidad
es la vida
y no la muerte,
y, donde el
amor advierte
vuestro
gesto enamorado,
no existe
un ser amargado
que diga
querer la muerte.
DON
MARTÍN-. Quiere que vuelva a querer
el amor que
me maltrata,
si en el
mirar se dilata,
viendo ya
el amanecer.
Y es tiempo
de perecer,
porque ya
la luz del día
tiñe la
noche sombría
que
anuncia, con raro frío,
el camino
hacia el vacío
que pide la
suerte mía.
¿No ves
cómo la alborada
arde del
cielo en la altura,
y cómo
acaso apresura
su color
enamorada?
Y pronto
será cortada
la cabeza
del amante
que
lamenta, delirante,
la pasión
de su final,
si la gala
matinal
arde en el
cielo al instante.
Porque,
como va un caballo
recorriendo
el cielo bello,
miro ese
raro destello
que es del
alba el puro rayo.
Y, con
mirarlo, me callo,
que, al
volverme, silencioso,
siento el
aire temeroso
que me
advierte moribundo
en el paso
de un segundo
que se
agita presuroso.
Y, si es la
muerte destino
para quien
llora su suerte,
siento que
viene la muerte
para segar
mi camino.
Que su
suspiro vecino
ya mis
sesos acelera,
pues es
terrible la espera
y se agita
el corazón
al sentir
la desazón
que me
hiere y desespera.
ESCUDERO-.
Tal vez el temor os mira
en estado
confundido,
porque el
instinto vencido
se regala a
la mentira.
Acaso el
temor suspira,
si se
acerca ya el final,
mas, si en
él no cabe mal,
tendréis
el perdón del rey,
porque el
perdón es de ley
y
obligación es legal.
Y, si el
indulto os regala
la vida que
os han quitado,
el amor ha
despertado
la
esperanza a mayor gala.
Y, si
vuestro aliento exhala
lo que es
último suspiro,
esperanzado
deliro
porque cese
ese temor
y, por la
fe del amor,
dé a los
pulmones respiro.
Que, don
Martín, quiere Dios
que no
acabe vuestra vida
donde está
comprometida,
y eso bien
lo sabéis vos.
Bien lo
sabemos los dos
y lo
habremos de decir
donde es
justo repetir
que los
primeros colores
que al
cielo dan los albores
no quieren
veros morir.
DON
MARTÍN-. ¿Qué sabes tú?
ESCUDERO-.
Lo que sé.
DON
MARTÍN-. Dí qué sabes, perillán.
ESCUDERO-.
Que el duque de Montalbán
os ha
brindado su fe.
Él os
quiere, y os diré
que ha
intercedido en un ruego
en que pide
que ese fuego
aplaque el
rey con sus iras
y que cesen
las mentiras
que al
monarca tienen ciego.
El duque,
que es generoso
y será por
vos testigo,
porque su
amparo y su abrigo
ha de daros
amistoso.
Si el
horizonte nuboso
muestra
acaso la alborada,
no ha de
mirar rebanada
vuestra
cabeza, señor,
porque la
fe del honor
defenderá
la nobleza.
DON
MARTÍN-. Bien te agradezco, escudero,
ese soplo
de esperanza
que el
anhelo ya no alcanza
cuando
triste sé que muero.
Y, pues que
me desespero
en el dolor
de este lance,
queriendo
salir del trance
vuelve el
dolor a mi ser,
que,
dispuesto a perecer,
ignora el
más alto alcance.
Porque no
es usual, amigo,
que a un
prisionero sin fe
ese perdón
se le dé
ni más
crédito a un testigo.
Y poco será
ese abrigo
que los
amigos me dan,
aunque sé
que Montalbán,
queriendo
cumplir la ley,
querrá
convencer al rey,
pues la
muerte me darán.
Y, el ánimo
contentado
con la
muerte que le toca,
sabiendo la
dicha poca,
se supone
afortunado.
Pues ha de
verse acabado
con el
llegar de la aurora,
que poco el
hombre mejora
en lo que
corre una vida
y halla la
paz enseguida,
si morirá
en una hora.
Resignado a
este destino,
no me
siento ya apenado,
conforme
con lo mandado
por quien
es odio mezquino.
Y, viendo
ya ese camino
que a la
muerte me reduce,
siento que
el tiempo conduce
mi espíritu
a su reposo,
que un
aliento sigiloso
en el ánima
reluce.
Y ese
aliento es el aviso
de la
muerte que, temprana,
la palabra
soberana
ha de
cumplir de improviso.
Y cierto es
que el rey lo quiso
y, siendo
del rey mandato,
he de
sufrir ese trato
al que su
voz me condena,
que ni
fatiga ni pena
siento ya
como maltrato.
Y, pues me
siento morir,
quiero
acaso ser valiente,
que, pues
soy hombre doliente,
he de saber
resistir.
Y es que
quisiera escribir
una dulce
despedida
para quien
llenó mi vida
y me rindió
ante su altar,
pues es tan
bella Guiomar
que vive el
alma encendida.
Y, pues
sois hombre entendido,
que os
pinta por galán,
he de pedir
en mi afán
de vuestro
ingenio aguerrido,
ya que sois
hombre sabido
en
cuestiones del amor,
porque sois
el trovador
más
estimado en la villa
donde a
todos maravilla
vuestro
talento cantor.
ESCUDERO-.
Señor, si ayudaros sabe
en esta
ocasión tan dura
lo que el
talento madura,
mi ingenio
os será la llave.
Mas es la
ocasión tan grave
que hasta
el alma más valiente
ha de
arrojar lo que siente
con gran
querella y espanto.
DON
MARTÍN-. Ve que valiente me aguato
y no se
enturbia mi frente.
Tomad,
pues, amigo mío,
papel y
haced la poesía
que desnude
el alma mía
en un
momento tan frío,
que me
despido, sombrío,
de aquella
que fue mi amor
y a quien
digo ruiseñor
de la paz y
del sosiego
que hallé
donde fuera fuego
de su
mirada el candor.
ESCUDERO-.
Así dirá este mensaje:
(Comenzando
a escribir)
“Sabed,
mi buena Guiomar,
que, aunque
me siento apagar,
no ha de
faltar el coraje,
y es que un
hombre de linaje
que se
dispone a la muerte
sabrá
mostrarse tan fuerte
como la
vida lo pide
si es que
su suerte decide,
porque la
muerte es su suerte.
Y porque mi
amor despido
en momento
tan aciago,
pues en
esta cárcel yago,
daré al
amor más sentido.
Y, si bien
está ofendido
el orgullo
del más bravo,
al morir
también acabo
con esta
desgracia mía,
la que el
ánimo me enfría
y el
espíritu hace esclavo.
Pero no
sabré morir
sin
mandaros este escrito
donde
quiere ser granito
quien
fatiga su existir.
He de
gritar mi sentir,
ya que os
admiro amoroso,
no por
negar el reposo
al que
derecho tenéis,
sino, como
bien sabéis,
por
hallarme receloso.
Que
receloso me siento
de la vida
que me mata
cuando
amaros me arrebata,
si es el
amor flor al viento.
Que vivo de
vos sediento,
y que,
sediento de vos,
soñé con
hallar los dos
el amor más
claro y puro
donde, si
todo es oscuro,
éramos luz
ante Dios.”
DON
MARTÍN-. Justo es que alegre presuma
vuestro
elevado talento
que mil
palabras al viento
eleva en su
rara pluma.
Y, aunque
el aire se perfuma
en esas
palabras bellas,
los
requiebros y querellas
que decís,
tan cortesanos,
parecen ser
tan ufanos
como las
claras estrellas.
Y no es el
tono acertado
para quien
ya se despide,
cuando la
muerte le pide
que se
acerque, resignado.
ESCUDERO-.
Tendré yo mayor cuidado
al seguir
la redacción,
porque será
una lección
de
contenido más grave,
como quien
las penas sabe
expresar
del corazón.
Por eso mi
varia rima
vestiré
con la hermosura
de quien
canta la amargura,
si la
muerte se aproxima.
DON
MARTÍN-. Es el caso que redima
al que
muere condenado.
ESCUDERO-.
Con un estilo afinado
he de
decir, con derecho,
lo que,
quebrándole el pecho,
no ha de
ser desacertado:
(Comenzando
a escribir de nuevo)
“Ojos de
dulce hermosura
son acaso
los que admiro
cuando
siento que respiro
este tiempo
que se apura.
Y, al soñar
esa figura
que me
tiene enamorado,
olvido que,
condenado,
espero la
mayor pena,
que ni la
misma condena
me hace
sentir desgraciado.
Soy,
señora, un caballero
lleno de
fuerza y vigor
para
mostrar más valor
ante el
sino traicionero.
Sobra el
honor del guerrero
en quien ve
que, delirante,
se
precipita al instante,
y de la
muerte en la mano,
siente un
temor soberano
reflejado
en su semblante.
Mas, viendo
ya como el día
mengua al
triste prisionero
el tiempo
que va ligero,
siento gran
melancolía.
Y enciende
la pena mía
la
conciencia de un vacío
que es el
destino sombrío
en que todo
ha de parar
cuando se
viene a apagar
mi locura y
desvarío.
Que han de
venir con apuro
para al
cadalso llevarme,
donde
habrán de ajusticiarme
con un
golpe recio y duro.
Pero
también te aseguro
que,
cruzando a la otra orilla,
la muerte
será sencilla,
porque,
falto de tristeza,
ha de
llegar con firmeza
quien era
tan solo arcilla.
Y es
desatino saber
que a uno
lo espera la muerte,
y, sabiendo
que es su suerte,
resignarse
a perecer.
Pero la
suerte es mujer
y la mujer
traicionera,
que por eso
desespera
el que se
ve traicionado,
porque vive
condenado
a sufrir la
muerte fiera.
Pero seré
hombre arrogante
con ese mal
que destroza,
lo que
fortuna goza
en la rueda
delirante.
¿Quién
habló caminante
vencido en
su sinvivir?
Pero,
dispuesto a vivir
¿quién
dirá que soy cobarde?
Y sabrá el
sol a la tarde
lo que supe
resistir.
Pues es el
dolor un daño
que se paga
con tristeza,
recordad
sin aspereza
que la vida
es un engaño.
Pues siento
ser caso extraño
que en
aquesta situación
sienta
acaso el corazón
temer a
perder dolores,
cuando
todos los temores
desdice la
desazón.
Que quién
sabe lo que espera
tejer Dios
con lo que quiere,
si es quien
condena y quien hiere
y quien me
tiene a la espera.
Acaso la
luz primera
me dejará
descansar
de este
anhelo sin cesar,
de este
esperar lo peor,
de este
sufrir el dolor
que se
tiene que apagar.
Pero sabed
que si muero,
no he de
morir por traidor,
que,
manteniendo el honor,
deja el
mundo un caballero.
Y, pues es
la ley el fuero
que ha de
cumplir al valiente,
sed,
señora, inteligente
y esquivad
la falsedad
de la gente
de maldad
que me
arrojó a este torrente.
Y, pues
habré de estar muerto,
sabréis
que el alma despierta
cuando, en
plena muerte, acierta
el espíritu
despierto.”
(En la
actitud de dejar de escribir por lo pronto)
Decid acaso
si acierto
con la
carta, don Martín.
DON
MARTÍN-. Sois acaso un paladín
de la rima
cortesana
que expresa
la suerte ufana
de quien se
siente ante el fin.
En todo
caso, ese sueño
que ha de
tenerme cautivo
me habrá
de saber esquivo
y calmado
en el empeño.
Que si la
muerte es el dueño
del sueño
que me destina,
miro la luz
que ilumina
ese
encendido momento,
y no cederá
el aliento
ante el
capricho fatal
que el
abrazo hace mortal
a quien se
regala al viento.
Que gran
daño no ha de hacer
esa muerte
que me aguarda,
que acaso
no me acobarda
donde un
bien me ha de volver.
Porque
cruzando su ser,
no han de
quedar los temores,
las rabias
y los rencores
que llenan
el pecho mío,
puesto que
soy extravío
entre todos
mis temores.
Y, pues
soporto esta pena,
pues pena
es haber perdido,
otorga
mayor sentido
a mi fe
tanta condena.
Porque
acaso me envenena
saberme
aquí condenado
para verme
liberado
de tantas
indignaciones
como
aspiran los pulmones
en el aire
respirado.
Si he de
quedar sin venganza
y sin
justicia, no quiero,
ya que soy
un caballero,
morir falto
de templanza.
Y así una
falsa esperanza
no es lo
que quiere comprar
el que se
siente finar,
que soy
llama sin sentido,
sabiendo
que se ha cumplido
que el alma
se ha de apagar.
Y, en este
estado comprendo
que la
muerte es la quimera
que al
desdichado libera
en la razón
que ahora entiendo.
Acaso se va
extinguiendo
para
sentirse dichoso
en ese
suspenso odioso
para el que
quiere la vida,
si es que
la siente encendida
ante su
instinto goloso.
Estoico la
muerte quiero,
pues que lo
pide el honor,
libre ya de
ese temor
en que
perderme no espero.
Y si digo
que la quiero,
no me digas
que es locura,
porque
sufre en la tortura
el que se
ve torturado
y se sabe
liberado
cuando sus
males apura.
Déjame,
que las traiciones
matan
siempre, con derecho,
las
ilusiones que el pecho
alza en
caras ilusiones.
Déjame,
que las lecciones
he de saber
de una vida
que nos
regalan mentida
entre
mentiras y engaños,
causando
mayores daños
al alma ya
sometida.
Y, pues soy
hombre distinto
al de
espíritu cobarde,
mira cómo
el fragor arde
por mandato
del instinto.
Libre ya
del laberinto
de la vida
que me hiela,
siento que
no me encarcela
esta muerte
sentenciosa,
porque se
antoja gozosa
al que la
quiere y anhela.
ESCUDERO-.
No me parecen, a fe,
señor,
pues así me habláis,
sino cosas
que pensáis
y que
imprudencias las sé.
Y por eso
os lo diré
nuevamente,
señor mío:
quiere el
valor nuevo brío
para
apostar por la vida
y no para
ver vencida
su
esperanza en el vacío.
Quiere el
valor más grandeza
en el
soldado que grita
cuando con
furia se agita
y combate
con dureza.
¿Pues no
pide la nobleza
que los
altos corazones
soportar
esas traiciones
sepan con
mayor honor
cuando lo
pide el honor
a sus
cansadas pasiones?
Sed, señor,
hombre de aliento
para luchar
por la esencia
de la vida
y la existencia,
sin
regalaros al viento.
DON
MARTÍN-. ¿Sabes tú del desaliento
que
tristemente adivino?
Pues es
justo que el destino
traiga la
muerte en sus brazos,
si en sus
tremendos abrazos
tendremos
un desatino.
ESCUDERO-.
Quiere más fuerza ese viento
que a la
pena lleva el alma,
cuando, al
robaros la calma,
os arroja
en un momento?
¿Y por eso
el descontento
os arranca
la esperanza
y esa
tristeza os alcanza
como a
quien acobardado,
viendo su
mísero estado,
desciende a
la destemplanza?
Sed, señor,
hombre valiente
como lo es
la noble raza,
que el
temor solo amenaza
a quien es
hombre imprudente.
Y mostraros
firmemente,
Que no
hacerlo es lo perverso.
Y, pues
cantáis ese verso
de tragedia
dolorida,
no
maldigáis vuestra vida
porque el
destino es adverso.
Renegar de
vuestro estado
y,
abandonando la fe,
quejaros,
como se os ve,
con el
ánimo apocado,
no es,
señor, estar calmado
con los
males de este mundo,
pues si el
dolor es profundo,
tiene valor
ser tranquilo,
y, con el
mayor sigilo,
superar lo
nauseabundo.
Así os
diré, señor mío,
que, pues
sois hombre de honor,
al mantener
el valor,
no os
regaléis al vacío.
DON
MARTÍN-. ¿El aire se vuelve frío
al nacer la
luz del día,
o la siente
el alma mía,
a punto ya
de la muerte?
(Pausa.
Don Martín respira profundamente, a punto de desvanecerse)
Es, sin
duda, dura suerte
lo que trae
la brisa fría…
Telón.
2014
© José Ramón Muñiz Álvarez
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