José Ramón Muñiz Álvarez
“ROMANCE DEL CABALLERO Y LA
INFANTINA
SECUESTRADA”
(romance)
Suele siempre el
viento helado
(porque la sed en las alas
corta el aire con gran prisa),
acelerar su llegada.
Y, puesto que el
viento corre
y se aventura a sus anchas,
con el temor en el pecho,
quiere volar como el alba.
Y, viendo que el
alba corre
y la noche se derrama,
siente temores del día
y odia la clara mañana.
Y, porque la luz se
apura
y hace más claras las aguas,
quiere apurar el muchacho
a su joven yegua blanca.
Y, pues la yegua no
puede,
que no es caso el apurarla,
quiere ser acaso el aire
o el aliento de la escarcha.
Y, si la escarcha
es aliento
del viento que siempre alcanza
los lugares que persigue,
pretende sus alas raudas.
Y, si las alas del
viento,
que corren carreras largas,
no garantizan que llegue,
quiere ser acaso un alma.
Que, del amor
apurado,
siente que el pecho traspasan
los nervios de quien acude
al rescate de una dama.
Y los árboles
callados
de las sierras apartadas,
escuchando el griterío,
parece hasta que se espantan.
Y es que al mozo se
le escucha,
cuando, a la par que cabalga,
maldice al tiempo y le grita
la razón de su demanda:
“No diréis que no
he luchado
por llegar a donde aguarda
la lucha del más valiente
contra esa gente malvada.
Pues sabéis de los
esfuerzos
por llegar a una atalaya
donde tiene sus vigías
quien espera mi llegada.
Y es lo propio que
la espere,
que no quedará una dama
en las manos de un perjuro
y en poder de la canalla.”
Estas palabras se
dijo,
mientras oyó pronunciarlas
la nieve, con ser la nieve
entre las cumbres más altas.
Y, porque fue
descendiendo
por las vegas olvidadas
de las naciones remotas,
su llanto escuchó la escarcha.
Que siempre la
escarcha espera
cuando la noche callada
deja que oiga los rumores
y las noticias del alba.
Que, pues la
escarcha es curiosa
y ama saber las batallas
de los viejos caballeros,
preguntaba al alba clara.
Y el alba clara
contesta
con las hermosas palabras
que pronuncia el caballero
sin llegar casi a alcanzarlas.
Y es que corre con
apuro,
y con tal apuro pasa,
que ya el viento no lo roza
ni puede la brisa vaga.
Y por eso donde
corre
se siente la voz cansada
del caballero que cruza
y murmura estas palabras:
“No habrá perdón de
mi brazo
gente que fue tan osada
y no fue condescendiente
con la que era la infanta.
Que es oficio
canallesco,
de manera tan osada,
despojarla de su gente
y de libertad privarla.
Y es, además,
imprudente,
porque jamás las mesnadas
han de dejar sin consuelo
a la pobre desdichada.
Menos yo, que me
adelanto
para morir en batalla
o ver la risa en sus ojos
cuando llegue a liberarla.
Que acaso el amor
me endulza,
y, con el alma hechizada,
siento que prende en el pecho
la razón de la esperanza.
Y, si sufrida es la
espera,
dar libertad a una infanta,
correré con más apuro
que el corcel de la mañana.
Que es la tierra
que cabalgo,
entre la noche y el alba,
un territorio sin nombre
donde no llega una llama.
Y, por estos
territorios,
voy de montaña en montaña,
la fortaleza buscando
donde la tienen guardada.
Que será un lugar
maldito
donde la pobre muchacha
las claridades del cielo
no hallará por la ventana.”
Esto el guerrero se
dijo,
cuando al pie de la muralla,
oyó el llanto de la niña,
pues llorar suele la infanta:
“¡Oh, razón del
cautiverio
en que vive encadenada
la pasión del pecho triste
que se consume con ansias!
¡Porque las ansias,
a veces,
tejen un hilo en el alma
que no se sabe si es pena
o si es voz de la esperanza!
¡Y quiere el pecho
cautivo
la libertad que demanda
la vida con ser la vida
y el alma con ser el alma!”
Así la infeliz
lamenta
la prisión que sufre airada
y así se queja con odio,
y al tiempo se desespera.
Pero el mancebo la
escucha,
que ya siente las palabras
que pronuncia, no sin miedo,
pero con la voz más clara:
“¡Oh, desdicha del
destino
que me quiso aquí encerrada,
desolada en la mazmorra
que nunca vio la alborada!
¡Que no es justo
que se esconda
la belleza de mi cara
del color del mundo bello,
de la luz de la mañana!
¡Y, puesto que vivo
triste
y espero la luz del alba,
quiera del rey acercarme
el valor de tantas lanzas!”
Oyendo tal el
muchacho,
en un querer consolarla,
sin pensárselo dos veces,
le respondió estas palabras:
“¡No temáis, señora
mía,
pues, pegado a esta muralla,
siente un joven caballero
correr la sangre bizarra!”
Mas se oyó desde la
torre
una voz que amenazaba
con el tono más sañudo,
haciendo su voz más alta:
“No ha de poder
escaparse
de esta mansión elevada
quien busque esta fortaleza
para llevar a la infanta.
Pues suyas serán
mis tierras,
después de que, desposada,
una su bandera noble
con mi escudo y mi prosapia.
Que no ha de faltar
valiente
que no saque de la vaina
el valor del duro acero
con que chillan las espadas.
Y hay ciento para
uno solo
que amenaza la morada
en que mis bastiones miran
el color de la alborada.”
“No he de temer,
dijo el joven,
ni las lanzas ni la espada
que se apuren a matarme,
pues no matarán el alma.
Que no es menester
el miedo
donde, la vida empeñada,
por amor hay quien se apura
para venir aquí a darla.
Que no es mucho dar
la vida
cuando se siente la llama
del amor más encendido
en el pecho que no calla.
Y, pues me ofrecéis
la muerte,
pienso justo celebrarla
si acaso yo la merezco
en perdida la batalla.
Pero, si Dios de mi
lado,
quiere ayudarme, mi espada,
hará que paguéis el crimen
y libre verá a la infanta.”
2014 © José Ramón Muñiz Álvarez
Hola. ¿ Le importaría que usase un fragmento de su poema " El Autillo en su guarida, para ponerlo en un marcapáginas artesanal y publicarlo en mi blog : etimarcanatura.blogspot.com ?.
ResponderEliminarSaludos